28 de enero de 2019

Nunca es oro todo lo que reluce


Es posible que alguien piense que hoy me he levantado cenizo. Puedoa segurar que no es así, al menos más de lo habitual. Incluso aseguraría que mi afirmación tiene su toque de positiva. En los últimos años, en estos tiempos que un jefe quew tuve hace bastantes años denominaba como de "madurez fecunda", me planteo con frecuencia si en mi juventud crecí y me eduqué pensando en que vivía en un mundo color de rosa, rodeado de seres perfectos y sonrisas siempre sinceras. La experiencia, tal vez tardíamente, me ha enseñado que todos tenemos nuestras debilidades, nuestros secretos ocultos, esos aspectos oscuros de nuestra vida con los que lidiamos. Y también, como dice un viejo conocido, que no es bueno crearse dioses en la tierra, pues éstos acaban decepcionandote.

Pero no pretendo ser negativo, porque -paradójicamente- esta consideración me lleva a ser más comprensivo, más flexible. Buena parte de esa caridad que deberíamos ejecritar diariamente puede encontrarse en algo tan humano como aprender a comprender y disculpar. Cada vez sobrellevo peor a quienes parecen tener la solución de todo, hablar como si el concepto de duda no existiese, los que dan consejos que no pides y opiniones que no deseas, los que no pueden vivir sin autoimponerse medallas y sin juzgar si los demás las merecen.

No, no es oro todo lo que reluce. Tarde o temprano perdemos la inocencia y descubrimos que nadie es perfecto, empezando por uno mismo. Pero eso es bueno, porque las debilidades nos hacen más humanos, porque la visión de las limitaciones propias y ajenas nos puede ayudar a ser menos distantes, menos implacables.

3 de enero de 2019

Creo en los Reyes Magos



Recuerdo hace muchos años, cuando recién terminada la mili comenzaba a buscar el modo de encauzar mi vida, alguien a quien tenía cerca, dueño de una notable inteligencia, con una seguridad en sí mismo muy capaz  de avasallar y cierta, aunque controlada, tendencia al despotismo, me ponía con frecuencia la etiqueta de inmaduro ... debía de tener su razón -y sus razones-, pero no se si esa madurez que me deseaba era la adecuada. De hecho, me vino muy bien que alguien, menosintenso pero más sabio y dulce, me invitara a olvidarme de esas urgencias y a quererme más a mí mismo.

Podría pensarse que madurar consiste en dejar de ver la vida de color de rosa, y tal vez no nos damos cuenta que parte del secreto de la felicidad estriba en saber encontrar esa parte rosa -o azul, o blanca, ..- de lo que sucede. Con el paso de los años podemos pasar de considerar los azares de la vida como una canción romántica a equipararlos a una de Sabina ... y no negaré que en parte pueda ser así , yque todos nos hayamos preguntado  eso de quién a los quince años no dejó su cuerpo abrazar  para plantearnos en tiempos más "nubosos" quién nos ha robado el mes de abril. A lo mejor lo importante no es tanto madurar como ser siempre uno mismo, porque teniendo claro que es bueno mejorar, no acabo de asumir que también lo sea cambiar.

Un antiguo compañero de colegio me dijo una vez que eso de los Reyes Magos deberia haber sido verdad, que era una pena que más pronto que tarde tuviéramos que descubrir que nuestros padres eran quienes terminaban supliendo esa bendita ilusión infantil. Cumplida ya la sexta decena, he decidido que voy a volver a creer en esos magos de oriente, que compensa soñar en las barbas blancas de Melchor, las rojizas de Gaspar y la tez morena de Baltasar.  ¿Por qué no  vamos a   engordar esperanzas de cara a esa noche mágica que vivimos e nuestros primeros años?. Y no se trata tanto de esperar regalos estupendos -ya existen para eso los comercios, las ofertas y las tarjetas de crédito-, sino de permitirnos el lujo de soñar, de desear cosas, experiencias y momentos y que luego nos quiten lo "bailao".

No estoy haciendo una llamada al complejo de Peter Pan, ni un canto a la nostalgia. Quizá haya algo de desquite, no disucto que debe de ser bueno madurar ... pero¡ cuidado! ... que en las frutas la madurez no es más que el paso previo a que se empiecen a pudrir.

Ya lo dijo Calderón -imagino que no pensaba al hacerlo en los Reyes Magos, pero sirve-: "La vida es sueño".

1 de enero de 2019

Lecturas que cierran un año


En diciembre he concluido cinco libros. La acumulación de "quehaceres" -profesionales y festivos- y alguna lectura que se me ha atragantado y aún queda pendiente, no me ha permitido llegar a cifras de otros meses. Es bueno no obsesionarse por batir records. Por encima de todo, creo que, cada uno en su estilo, he terminado cinco buenas lecturas, con especial mención de la última.

Entre las épocas históricas que más me atraen se encuentra la revolución francesa. "La callada memoria del olvido" es una novela histórica de la sudamericana Nita Aspiazu de Balda en la que se relata ese momento crucial de la historia de Francia y de Europa desde el punto de vista de quienes perdieron el envite. El relato se configura como una carta dirigida por María Teresa Carlota, hija de Luis XVI y María Antonieta en la que anima a su sobrino el conde de Chambord a reivindicar el trono francés. En su misiva María Teresa cuenta al detalle los dramáticos acontecimientos que llevaron a sus padres a la guillotina y cambiaron el destino de Francia. Es interesante la narración de la revolución francesa desde una visión diferente, poniendo el acento de la crueldad de los jacobinos, la deslealtad de algunos y las convicciones de quienes perdieron el poder. La descripción va más allá de los años de la revolución, y se extiende a la historia de Francia que la siguió, lo que incluye el imperio napoleónico, Waterloo, ... así como la vida de exilio y cambios continuos de residencia de la protagonista. Sirve también para conocer mejor a algunos personajes con menos protagonismo histórico como Luis XVIII, Luis Felipe de Orleans y otros. Una buena e interesante novela histórica, tal vez algo parcial y con un título que me parece mejorable.

Raúl Lahoz es un periodista que en la actualidad desempeña su trabajo en Heraldo de Aragón. Es especialista en temas deportivos, pero sus capacidades llegan más allá, siendo uno de sus trabajos más brillantes las entrevistas que publica periódicamente en la última página del periódico. Hace unos años publicó "Tinta en vena", un breve librito donde resume parte de sus trabajos, dividiéndolos en tres partes: "Artículos de opinión", "Reportajes y crónicas" y "Entrevistas". Raúl tuvo el detalle hace unos meses de regalarme y dedicarme el libro, con una dedicatoria llena de generosidad y tras un encuentro enriquecedor en el "Gran Café Zaragozano". Por simple gratitud no sería de recibo una crítica poco positiva del libro, pero puedo asegurar que si no me hubiera gustado mi actitud se limitaría a omitir su inclusión en este balance mensual de lecturas. Me han encantado sus artículos, llenos de sensibilidad y chispa, así como unas entrevistas que, para reafirmar la plural capacidad del autor, éste interroga con respeto y habilidad a personajes tan variopintos como Serrat, Perico Fernández o el Arzobispo Ureña, entre otros.  He disfrutado leyendo "Tinta en vena".

A estas alturas aún no había leído nada de José Saramago, algo que no parecía de recibo. Sin duda el Nobel portugués ha sido uno de los grandes escritores del siglo pasado -y parte de éste-, además de un hombre con una personalidad y capacidad de influencia notables. Tal vez sus radicales posturas políticas frenaban mi interés, pero al final he cedido al consejo de gente que sabe del tema. Opté por la novedad y saqué de la biblioteca "El cuaderno del año del Nobel", última entrega de sus diarios que ha publicado recientemente "Alfaguara". El contenido del libro apareció en el disco duro de un ordenador años después del fallecimiento del escritor, y supone un sexto volumen a añadir a sus míticos "Cuadernos de Lanzarote", ciudad donde Saramago acabó fijando su residencia. He comprobado que el portugués escribía de maravilla, con una fuerza, perfección y belleza indiscutibles. Hay párrafos verdaderamente magistrales, no sólo por la forma, sino también por su acierto y clarividencia, como uno que trata sobre la inmigración. También ha habido alguno que no he terminado de entender. Saramago fue un comunista radical, por lo tanto no he podido evitar leer su relato con cierta distancia crítica, pero por encima de todo he de reconocer que tras sus palabras he visto siempre un hombre honesto, convencido de lo que piensa y dice, algo que le da una indudable autoridad moral. No se si ha sido un acierto comenzar por u diario personal, tal vez hubiera acertado más eligiendo, por ejemplo sus ensayos sobre la ceguera o la lucidez.

Kate Norton es una novelista australiana que a sus 42 años ya lleva a cuestas una larga lista de novelas de éxito. En España ha publicado ya seis novelas y todas se han vendido muy bien. Hace varios años leí "La casa de Riverton", una narración original y entretenida, y a lo largo del mes de diciembre he iniciado y terminado "La hija del relojero", un relato que aunque los "fijos" de Norton dicen que no es precisamente la mejor de sus obras, me ha gustado bastante. Norton emprende la nada fácil tarea de engarzar en un mismo texto diversas épocas, de manera que la historia que nos cuenta va desde mitad del siglo XIX hasta nuestros días. No se trata de un libro incardinable en un género literario en exclusiva, pues en "La hija del relojero" encontramos drama, bastante misterio e intriga, un toque notable de romanticismo y hasta algún carácter de novela gótica en el que no falta cierta fantasía. Con estos ingredientes la escritora australiana consigue un resultado francamente bueno, ... cuando menos una lectura amena e interesante. Eso sí, los vaivenes del tiempo y la abundancia de personajes hace aconsejable ir fabricándose un elenco de protagonistas.

"La trenza" es una de esas novelas que entra por los ojos. Bastó leer el argumento escrito en la contraportada y comprobar el aval de estar editado por "Salamandra", para ponerlo en lugar prioritario de mis lecturas. Su autora es Laetitia Colombani, quien a pesar de su apellido es francesa -natural de Burdeos- y hasta escribir esta novela se dedicaba al cine, donde ejerció de directora, guionista y actriz. Colombani nos cuenta tres historias paralelas, todas protagonizadas por mujeres, ambientadas en sitios tan distintos como un poblado miserable de la India, Palermo y una ciudad canadiense. La novela me ha parecido formidable, nos relata con intensidad y fuerza tres situaciones dramáticas en las que destacan el valor, la generosidad y la fortaleza de las mujeres que las protagonizan. No voy a desarrollar más lo que la escritora nos relata, pues correría el peligro de estropear la lectura. Solamente añadir que en medio de la dureza de lo que se nos cuenta -por encima de ella, diría- el lector encuentra serenidad y esperanza. En fin, uno de esos libros que responden a las excelentes expectativas que despiertan, una novela cuyo único pero es que dura poco.