Las vacacciones han dado para diez libros, cifra que no está mal, por mucho que alguno ya viniera empezado de julio e incluso de unos cuantos meses más. Todos los leídos han tenido su encanto y han cubierto las expectativas -que no eran igual de altas en todos los casos-, aunque tengo que destacar mi primera experiencia literaria con Guy de Maupasant y un magnífico ensayo cobre el rey Leopoldo II de Bélgica y el Congo.
Hernan Rivera Letelier es un escritor chileno con tan buen nombre como generosa producción. Aunque ha llegado a realizar una afirmación tan rotunda como que “las novelas negras me aburren a morir”, se ve que no ha resistido la tentación de escribir una, y hace no demasiados meses “Alfaguara” publicó “La muerte es una vieja historia”, una originalísima novela policíaca ambientada en un pueblo chileno y protagonizada por dos personajes tan geniales como sorprendentes: un investigador privado que hasta el caso de autos solamente se dedicaba a casos de infidelidades conyugales y una peculiarísima monja de la caridad … no sabría decir cuál de ellos me ha hecho reír más. La historia no tiene ni pies ni cabeza y las situaciones descritas son tan curiosas como desternillantes. Rivera tiene una gracia enorme para reflejar el tono satírico y divertido de la historia, escribe de forma ágil y aprovecha para incluir una marcada crítica social, cuestión que parece inevitable en las novelas policíacas del nuestro tiempo. Utiliza muchos términos propios de la zona, lo que exige estar con diccionario al lado y puede espantar a algún que otro lector que yo conozco.
Los veranos suelen ser propicios para la aparición de thrillers de moda que terminan vendiéndose como rosquillas. Fue el caso de “La verdad sobre el caso Harry Quebert” en 2013 y, hace un par de años, de “La chica del tren”. Este años el “superventas” indiscutible ha sido “La sustancia del mal”, ópera prima del italiano Luca d'Andrea. Una difusión anticipada, un tema atrayente y una crítica favorable han servido para que muchos lectores, entre los que me incluyo, lo hayan convertido en lectura obligada de estas vacaciones. Cuando una novela provoca tanta expectación uno intuye dos peligros: que todo sea un producto de mero márketing y que a la hora de la verdad no cubra las expectativas abiertas. En lo que se refiere a la segunda cuestión, puedo confirmar que en mi caso ha respondido a lo esperado -entretenimiento y originalidad-, pues la he encontrado amena, me ha parecido una intriga bien construida, con una lectura aditiva y un desenlace que no decepciona. Ahora bien, no me atrevo a asegurar que su éxito no ande relacionado con su promoción, ni que se trate de una joya del género. De cualquier manera nos encontramos con un relato ambientado en un escenario tan atractivo como los Alpes austriacos y un argumento tan interesante como el de un periodista americano que desempolva la investigación fracasada en su día de un espeluznante triple crimen sucedido en una montaña majestuosa -el Bletterbach- y que afecta a un pequeño pueblo de montaña -Siebenhoch-, un lugar cerrado cuyos habitantes reciben con recelo y agresividad que alguien trate de hurgar en el pasado. Lo que d'Andrea relata contiene, eso sí, elementos bastante inverosímiles. Hay quien la ha comparado con Stephen King y Jo Nesbo … del primero recoge cierta toque “escatológico”, pero ni se me ocurre qué similitud puede tener con el escritor noruego. A Brunetti no le ha gustado nada, y su opinión tiene prestigio.
Manuel Alcántara es un veterano poeta y periodista malagueño. Poseedor de una forma de escribir original, culta y brillante, sigue siendo a sus 89 años un fijo de las columnas de muchos periódicos nacionales. Una de sus grandes aficiones ha sido el boxeo, realizando durante once años las crónicas boxísticas del diario Marca. Dichos años (1967-1978) coincidieron con la mejor época del boxeo español, y con las mejores de ellas se publicó en 2014 una recopilación titulada “La edad de oro del boxeo”, libro con el que he disfrutado mucho durante la primera semana de agosto. Alcántara no es un mero relator de combates, sino que escribe con un arte especial, convirtiendo sus crónicas en magníficos relatos que perduran en el tiempo. Los autores de la recopilación, Teodoro León Gross y Agustín Rivera, quienes también redactan el prólogo y firman la entrevista a Manuel Alcántara -interesantísima por cierto- que figura tras sus crónicas, han reunido quince espléndidos trabajos, en los que me he deleitado recordando el campeonato mundial obtenido por Legrá frente a Winstone, los míticos combates de Pedro Carrasco frente a Mando Ramos, el europeo que Urtain ganó en Madrid al alemán Peter Weiland, el triunfo de José Durán en Japón ante Wajima o el mundial que consiguió Perico Fernández en Roma ante el nipón Furuyama, entre otros. Un excelente testimonio periodístico y deportivo.
Guy de Maupassant fue sin duda uno de los grandes escritores de la siempre excelente narrativa francesa; aún sabiendo ésto, todavía no había leído nada suyo. Maupassant fue un hombre de poco equilibrio, atormentado y poseedor de un carácter complejo, tanto que falleció joven y enloquecido. Fue un maestro de los relatos cortos, comparándosele con Poe y Chejov. En la biblioteca del lugar donde he pasado mis vacaciones encontré “Los domingos de un burgués en París”, en una moderna y cuidada edición de “Periférica”, por lo que consideré que había llegado la oportunidad de comenzar a conocer también sus escritos. Se trata de una novela breve, satírica y de una perfección literaria notable. Maupassant realiza una crítica mordaz y despiadada de la burguesía parisina, reflejada en el ridículo protagonista, el señor Patissot, un funcionario solterón y egoista que se estrella continuamente en su afán de disfrutar de la vida. La novela no tiene un argumento lineal, sino que cada capítulo viene a ser una aventura distinta del personaje, con cuyos “patinazos” el autor aprovecha para plasmar su crítica social y dejar en paños menores las costumbres y formas de hacer del francés medio. Una delicia de novela.
Entre las novelas de evasión que me llevé de vacaciones se encontraba “La mujer del camarote 10”, una de las novedades de intriga más recientes, escrita por la escritora inglesa Ruth Ware. Buscaba un libro de entretenimiento, de esos que te cogen la atención y para este fin ha servido. La novela tiene un aire que te recuerda a “La chica del tren”, aunque su calidad anda unos peldaños por debajo del exitoso relato de Paula Hawkins: la novela está mucho menos elaborada. Opino que el primer problema del libro se encuentra en su excesiva extensión: 352 páginas para una narración que pienso no daba para tanto. Los dos primeros tercios del relato están logrados: la presentación de personajes, muy al estilo Agatha Christie, el planteamiento de la trama y el desarrollo del argumento están bien hechos y se leen con agrado. El problema aparece cuando la autora alarga en exceso el desenlace, tanto que supone una tercera parte del libro. Este tramo final me ha parecido lioso y reiterativo, carente del climax propio del género y con el tradicional desenlace sorpresa en el que Ware pienso que no ha medido los tiempos. Como material para pasar el rato está bien, pero ni siquiera me parece una novela destacable dentro de un género tan ligero como la novela de intriga de ocasión … y tómese nota de que no hablo de género policial porque en este caso no hay policías entre los protagonistas.
No sabría decir donde descubrí, no hace mucho, un libro que me llamó la atención:
“Los niños perdidos”, un breve trabajo de menos de cien páginas escrito por
Valeria Luiselli, escritora mejicana que actualmente reside en Nueva York, donde trabaja de traductora en la corte migratoria de dicha ciudad en materia de defensa de niños emigrantes. Y de ésto habla el libro, del complicado proceso legal del que depende el futuro de unos niños que han llegado a USA procedentes de El Salvador, Honduras, Guatemala, … por los más complejos y dramáticos medios. Para explicarnos su experiencia al escuchar las vidas y desventuras de estos niños, Luiselli se basa en las cuarenta preguntas que se les hacen cuando comparecen ante la Corte. De ahí saca el material para relatar -y denunciar- situaciones realmente duras e injustas. A veces la lectura se hace reiterativa, pero vale la pena aguantar hasta el final, pues se trata de un testimonio no solamente interesante, sino también aleccionador y capaz de despertar nuestras confundidas y a veces contradictorias conciencias “occidentales”.
Conocida es mi afición por los ensayos sobre la transición española. En esta dirección tome nota de
"Memorial de transiciones", escrito por
Juan Antonio Ortega y Díaz Ambrona, letrado del Consejo de Estado nacido en 1939 y que vivió los años del llamado "tardofranquismo" y la propia transición casi siempre entre bastidores, aunque llegó a ocupar sillón en el Consejo de Ministros de Suárez -cartera de Presidencia- y Calvo Sotelo -Educación-. Había visto el volumen en las librerías, aunque lo que me empujó a leerlo finalmente fue una entrevista radiofónica de Ana Palacio, quien fuera Ministra de Asuntos Exteriores con José María Aznar. No se trata de una lectura exclusiva de vacaciones, pues la extensión de libro -700 páginas,sin contar índices finales- ha supuesto una larga compañía mutua desde febrero, Me han parecido unas memorias muy ecuánimes y bien desarrolladas. Aunque el autor nos habla de su infancia y juventud, el meollo del texto gira en torno a la segunda mitad de la dictadura franquista, los extertores de ésta y los primeros años de transición. Ortega, miembro en su día de Izquierda Demócrática -partido democristiano encabezado por Joaquín Ruiz Jiménez y del grupo Tácito, se centra mucho en el fracaso inesperado de la Democracia Cristiana en las primeras elecciones democráticas de posguerra, cuestión de gran interés; el autor se centra en las vicisitudes de los distintos grupos de esa ideología, los "egos" de sus líderes y las razones del frustrante desenlace. También son de interés los relatos de la crisis de 1969, de los años de presidencia de Arias Navarro y, por supuesto, del nacimiento de la UCD en torno a Adolfo Suárez y la evolución de la izquierda.Creo que apenas cae en la egolatría que existe a veces en las memorias y que ofrece una versión con novedades en relación a lo mucho que se ha escrito sobre el tema.
En el blog "Elemental", excelente rincón de novela negra de la sección digital del diario "El País", su "alma mater", José Carlos Galindo, propuso a primeros de julio un lista de nueve thrillers para leer en verano. Los división en tres grupos: "los de siempre", "clásicos y poderosos" y "en el reino de los espías". Entre los segundos me llamó la atención
"Visitation Street", primera novela importante de la norteamericana
Ivy Pochoda. Como el propio Galindo comenta, se trata de una novela "inclasificable", que tanto puede pasar como thriller que como drama neoyorquino ... existe cierta intriga que se descubre al final, pero no es lo más importante. La novela es, fundamentalmente, una historia dura ambientada en el barrio obrero de Red Hook, en la costa neoyorquina, cerca de Brooklyn, de la bahía donde van a parar las aguas del East River. Es una novela llena de personajes sorprendentes, cuya psicología nos muestra muy bien la autora, quien nos habla de vidas duras, de diferencias económicas y raciales, de tráfico de drogas, familias rotas, ... Es como una especie de preparación para el múltiple desenlace final, que no es explosivo, sino una demostración de como puede sacarse ternura y esperanza entre gente que vive en contenedores, personas con traumas interiores, venta de marihuana y de crack y pobreza evidente. Ivy Pochoda consiguió con esta novela ser la más vendida en Amazón en 2013 y ahora es publicada en español a todo plan.
Precisamente en la misma entrada del blog "Elemental" a que hacía referencia en mi anterior reseña, se incluía entre los thrillers recomendados la primera incursión en el género de la escritora norteamericana
Tawni O'Dell, mención que despertó en mi mente el recuerdo de sus primeros relatos que había considerado hace tiempo como posible lectura,
"La fiebre del carbón". Fue sin duda una suerte este chispazo de la memoria, pues me ha descubierto una buena narradora contemporánea. "La fiebre del carbón" está ambientada en la frecuentemente olvidada USA pobre, un pueblo minero del estado de Pennsylvania donde treinta años después aún perdura el recuerdo de una trágica explosión que acabó con la vida de más de cien personas. El protagonista es el hijo de uno de esos muertos y regresa al lugar para trabajar como ayudante del sheriff mientras trata de superar los dramas que arrastra del pasado y un secreto que viene a ser como la intriga del relato, aunque se desvela mediada su lectura. Buena ambientación y personajes de carne y hueso.Habiendo buen tono literario, viene bien encontrarse con esa América ausente de glamour, con más alcohol, polvo y sudor que brillo y dólares. A ratos me ha perecido de ritmo irregular, aunque nunca se sabe si esto es problema de quien escribe o de quien lee. Una nota sin duda positiva es que me ido gustando más conforme avanzaba la segunda mitad de la narración. Toca a esperar si O'Dell luce también en la intriga.
Entre las novedades literarias aparecidas en torno al inicio de este verano, me llamó la atención de manera especial
"El fantasma del rey Leopoldo", un ensayo histórico escrito por el profesor universitario neoyorquino
Adam Hochschild. El libro, publicado por vez primera hace casi veinte años y reeditado ahora por la innovadora editorial "Malpaso", relata con detalle la vulneración de derechos humanos ocurrida en el Congo entre finales del siglo XIX y principios del XX por la codicia del rey Leopoldo de Bélgica. Se trata de un estudio minucioso, cargado de datos y documentación, de como la ambición surgida por la explotación del marfil y, fundamentalmente, del caucho dio lugar a un auténtico genocidio que, en opinión del autor, ha tenido una trascendencia histórica mucho menor que otros de parecidas consecuencias. Estamos ante un estudio pormenorizado, que se remonta a las primeras exploraciones realizadas por el mítico Henry Morton Stanley -bastante desmitificado aquí, por cierto- y va explicando el modo en el que el monarca belga terminó considerando el Congo como una propiedad personal. Hochschild nos cuenta detenida y detalladamente los tremendos abusos sufridos por los aborígenes -azotes, amputaciones, asesinatos, ...- que derivaron en una auténtica situación de esclavitud. Junto a ésto, también se nos cuentan la admirable actuación de una serie de personas que se dejaron su prestigio, su salud y en algún caso hasta sus vidas para denunciar la situación y defender los derechos de los habitantes del Congo. Una lectura tan apasionante como cultivadora.