Tal día como hoy inicié mi andadura profesional en Huesca; ya quedó dicho que abandonar Tarragona tuvo su parte de trauma y tras tantos años acostumbrado a una ciudad, a unos habitantes y a un estilo, la aventura de Huesca llevaba consigo bastante de reto, de nueva vida. Instalarme en Huesca suponía regresar a Aragón después de más de media vida fuera: había abandonado mi tierra siendo prácticamente un "impúbere" y me ilusionaba reemprender mi vida aragonesa, por más que me iba a encontrar de frente no sólo con lo mejor de mis paisanos, sino también con unos defectos que la ingenuidad de los 18 años hicieron que ignorase en su día. De cualquier manera, mi historia oscense la iniciaba lleno de ilusiones y esperanzas.
A estas alturas del envite, cuando casi sin enterarme han pasado diez años, tengo claro que hice bien cambiando de escenario; cada cual tiene sus circunstancias, pero en mi caso cada año que pasaba he visto más claro que necesitaba un cambio, que en Tarragona ya había dado de sí todo, y me vino muy bien quemar las naves del Mediterráneo, por mucho que al sur del Pirineo hubiera otras esperándo. Instalarme en Huesca tenía una consecuencia inmediata: la cercanía de Zaragoza; 70 kilómetros por autovía y un horario amplio de autobuses son un obstáculo nimio y viajar a la capital de Aragón se convirtió en tentación próxima: es algo que muchos no entienden, pero tras años de abstinencia máxima, pasear por Independencia y aledaños deparó en una vía de escape irresistible.
Trasladar mis reales a la capital del Alto Aragón significó descubrir el Pirineo; ya he dicho muchas veces que soy más de piso que una baldosa, y he necesitado muchos años para valorar las virtudes de los valles pirenaicos, algo que tantos otros supieron hacer ya en la infancia. No hay más que encarar Monrepós un día de buena visibilidad para comprobar la belleza y la grandiosidad del lado aragonés del Pirineo. La Cola de Caballo de Ordesa, la travesía Bielsa-Tella, Canfranc, la Garcipollera y la Virgen de Iguacel, Santa Elena, los cauces del Aragón, el Ara o el Cinca, la lluvia amarilla, Ainsa, Broto, Sallent de Gállego, Benasque, Ansó, ... lugares que te trasladan directamente al paraíso, paisajes que provocan la detención del tiempo, aire puro que respiras mientras escuchas el agua, las aves y el sonido de las hojas caídas cuando las pisas, con el olor puro de la naturaleza y el frescor de la hierba. Y la provincia tiene otras joyas espectaculares: Alquezar, el Castillo de Loarre, Torreciudad, Roda de Isábena, el paisaje de los mallos de Riglos y los de Agüero -nada que ver con el Kun;)-, la Colegiata de Bolea.
Huesca supuso el reencuentro con Aragón, con los finales en "ico", las conversaciones a gritos -incluso de acera a acera-, la actitud "extrovertida" ante la vida, la pérdida de ese respeto a la intimidad habitual en Cataluña y ausente tantas veces por aquí, cuando el personal al comprobar que camina por la calle alguien a quien no controla no tiene ningún pudor en quedarse mirando con cara de sorpresa -¿y quien es éste?-. En Aragón somos nobles y acogedores, pero también es tierra cainita, donde hay a quien no le importa quedarse tuerto con tal de que se quede ciego el vecino: ya decía Labordeta que la "mala uva es una cosa muy de Aragón", pero esa mala uva la compensan el cariño, el sentido de la amistad y la hospitalidad. Volver a Aragón es volver al desierto, a la lucha por superar el famoso "polvo, niebla, viento y sol", a una tierra agrícola de hombres duros, a unos Monegros que se superan, a un Sobrarbe que quiere recuperar identidad y una "franja" que ni reniega de sus lenguas ni de su pertenencia innegociable a Aragón.
Tras diez años aquí los recuerdos también se agolpan, desde aquellos primeros meses en los que iba descubriendo personas, lugares y sensaciones, hasta la nevada del 15 de diciembre de 2001, cuando amaneció con las calles bañadas de blanco, algo que no veía desde mi más tierna infancia. Y poco a poco asumí el nuevo estilo e hice míos los emblemas ciudadanos: el parque Miguel Servet, lo primero que me impresionó de la ciudad, con las Pajaritas y la casita de Blancanieves, un espacio que creaba la ilusión de acudir al trabajo atravesando árboles y luces, las Cuatro Esquinas y la Plaza de Zaragoza, que no se llama así , porque en Huesca las plazas no se denominan por su nombre, y la de Zaragoza es realmente de Navarra, la de los tocinos, del Justicia, la de los taxis, de Concepción Arenal y la del Mercado, de López Allué. Y pasaron a ser de ordinaria administración los Porches de Galicia, con el Flor, el Rugaca, la pastelería Ortiz y la papelería Santiago, todo un reducto de clasicismo comercial, y cómo no, la Catedral y San Pedro el Viejo, monumentales y bellísimos. Y la vida giraba en torno a San Lorenzo, con esa fachada a modo de parrilla, la "Compañía", una iglesia señorial para "señoras y señores", a la Plaza del Ayuntamiento, al Tubo y la parte antigua, el Centro "Matadero" y el viejo Cine "Avenida", que murió en el camino.
Y no puedo hablar de Huesca sin hacerlo de las Fiestas de San Lorenzo; no se si es el hecho de ser una ciudad pequeña, la idiosincrasia del oscense o la fuerza de la tradición, pero nunca vi, ni de lejos, vivir una fiesta así. Por encima de acontecimientos tan significativos como el "Chupinazo", los danzantes -admirable pasión y encanto popular-, la procesión del día 10, los toros o la ofrenda final de flores y frutos, lo que me impactó, y al cabo de diez años y diez "sanlorenzos" lo sigue haciendo, es la ilusión e implicación de la gente, aquí San Lorenzo lo vivimos todos, toda la ciudad se viste del verde de la albahaca y se lanza a la calle a vivir, a disfrutar y a compartir. Las peñas, los vendedores ambulantes, los puestos de venta, interpeñas, los conciertos, esas corridas de toros en las que se imponen las peñas en el sol, que compatibilizan meriendas y juergas con la seriedad del albero para escándalo de los puristas. Un San Lorenzo que invita a cenar con los amigos, a pasear y coger "capazos" uno detrás de otro. Fiestas que marcan un antes y un después en el verano oscense, el camino que va de la alegría y la esperanza de la preparación a la ciudad dormida y apagada a partir del 15 de agosto.
Al hablar de Huesca no se puede omitir su oferta gastronómica, con una estrella "Michelín" grabada en "Las Torres", sinónimo de calidad y buen gusto culinario, el "Lillas Pastia" que no le anda a la zaga y "La Venta del Sotón", en la carretera de Ayerbe, historia pura del buen yantar en Aragón, que nunca decepciona. Y en zona UEFA está "Bazul", "El Bodegón", "Juliana", el "Flor" y, por supuesto, el "Martín Viejo", una catedral de la comida en estado puro: el mejor rodaballo que se puede comer tierra adentro y unos tomates con jamón tan inolvidables como las natillas con helado; pero en Huesca la calidad no desaparece en los sitios más sencillos, y puedes comer igual de bien en el "Hervi", "O'Fogar" o "El Temple". Y si sales por la provincia puedes perder la línea definitivamente en templos culinarios como "La Floresta", en Ayerbe, "Casa Gervasio", en Alquezar, "Monclús" en Radiquero, "El Duende" en Torla, "Casa Sidora" en Laspuña, "Blasquico" en Hecho, "Santos" en Albalate de Cinca o "Casa Frauca" en Sarvisé ... y me dejo un montón.
Y en la lista de recuerdos personales corro el riesgo de ser injusto y omitir más de la cuenta, desde las excursiones del Camino de Santiago aragonés, que empecé casi a empujones y acabé disfrutando ... con final frecuente de pitanzas, que también ayuda: nunca olvidaré la comida en el Hostal Lamiana tras la travesía Bielsa-Tella, con unas costillas con ensalada de lechuga y cebolla -¿para qué más?- con una madre e hija encantadoras a cargo de la cocina; la travesía Biescas Santa Elena o la marcha a la Cola de Caballo de Ordesa en otoño, donde la naturaleza hace maravillas y Dios demuestra que su inexistencia es imposible, la pequeña caminata navideña al belén de Las Gorgas de San Julián o la que te lleva a la Virgen de Ordax, así como aquélla de un mes de enero a las Campas de Bonés con Manolo, Santiago y señoras, en una marcha que yo pensaba era casi un tres mil y acabamos llegando a comer a casa. Inolvidables las noches en Huerrios con quesos, gin-tonic y novela negra, un auténtico canto a la camaradería, el buen humor y el vitalismo o ese curso de cata de vinos del que no me enteré demasiado, pues uno más bien es de paladar basto y, por supuesto, los viajes a Tarbes saliendo con el alba, con Santiago de chófer fijo a la vista de mis nulas prestaciones. Y la noche en que el corazón dio un susto, tiempo a partir del cual me converti en usuario habitual de las farmacias, y en esto siempre me he sentido bien atendido, con Cristina, Rosi, que se fue a vender ropa de mujer -nunca le perdonare que se fuese a trabajar a una tienda a la que nunca entrare-, Pepa, Isabel, Carmen, Cristel y Pilar, sonrisas gratas de cada mañana, ... y los análisis de la Policlínica Altoaragon, las visitas de la Santiago, ...
Los paseos para ver libros en "Masdelibros", las visitas a las Clarisas, que han establecido la Exposición permanente en Huesca, algo que sólo puede traer bondades a la ciudad, el día del ascenso del Huesca a 2ª, con la cruel y paradójica combinación del descenso del Zaragoza de mis desgracias, los congresos de periodismo digital, alguna comida con alguien entrañable en "El Juli", un establecimiento que se merece triunfar porque sus dueños son la bomba, los bocatas del "Mi bar", la tortilla del "Roma", el día que se reinauguró el "Olimpia" y pude saludar a la Infanta Elena -muchos conocen mi faceta del "Hola"-, la maletilla de ruedas de Rosa, los demás compañeros -y compañeras- de trabajo: buena gente, Javier vestido como un Adán, una comida con Tomás y Montse en Colungo, donde nos ventilamos una excelente paella y regresamos cantando canciones de los 70 ... y alguna comida más con la misma compañía y algún otro añadido, las visitas de Celestino, alguna más de Jesús, la boda de María José y Pedro en la que León tomó Huesca sin resistencia, casi con complicidad, Luis, Cristina, que hoy anda por las alturas del poder aragonés, Mariano, Félix, a quien debo una disculpa por cuestionar los "Jaguar", otro Luis, capaz de sacar a todo la punta del humor, ... mucho oscense de bien. Los días de San Vicente, cuando media Huesca se desplaza al Corte Inglés de Zaragoza, ... Y un capítulo aparte para esos almuerzos sabatinos con Agustín, Antonio, Julián, José, Carlos, Fernando, ... huevos, embutidos, vino, ... todo tan prohibitivo como grata la compañía. A lo largo de una década, también hubo quien nos dejó, aunque el recuerdo permanecerá siempre: nunca podré olvidar a Miguel, todo corazón y nobleza, al que el cáncer se llevó con crueldad, poco a poco cuando a su edad era capaz de descubrir la vida cada día. Y cada mañana Huesca amanece con los retos de cada jornada, y recorro la Calle San Jorge y la del Parque, mientras los niños -el futuro- van al Colegio alegres y sin más preocupación que las pequeñeces de la edad, las gentes van al trabajo y la ciudad, pequeña, donde todos nos conocemos, con frío o calor, sigue viva y acogedora. Aquí la historia propia no ha terminado, ¿quién sabe cuando?, de momento también en el Alto Aragón cabe la felicidad.