Galicia tiene un aire especial, distinto; viajar a lo largo y ancho de las tierras gallegas es disfrutar de un paisaje bañado por un mar azul intenso y salvaje y elaborado a base de cruceros, hórreos y casa de piedra. Toda una ocasión para disfrutar de un ambiente que no se encuentra en el resto de la península, por más que uno pueda encontrar auténticas maravillas en nuestro país.
Tener el punto de partida en Santiago, máxime siendo Año Santo, es otra ventaja a añadir. Santiago de Compostela es una ciudad creada en torno al sepulcro del apóstol que conserva todo el encanto y la magia de lo antiguo, lo valioso y lo tradicional. El centro de Santiago es su Catedral, un monumento imponente que se erige en la Plaza del Obradoiro, un lugar de encuentro, de conversación, de puntos comunes. En el interior de la Catedral uno siente el toque de lo sagrado, de la existencia de un algo divino. Un Pórtico de la Gloria que es pura belleza, el abrazo al Santo, la magia del botafumeiro, la Capilla del Santísimo, con la presencia del apóstol y la Virgen del Pilar, ... suman emoción cada vez que uno entra en el recinto.
Santiago estaba estos días, como todo el año, lleno de peregrinos; el Camino de Santiago tiene algo irrepetible, inimitable. Muchos lo empiezan como algo muy alejado de cualquier sentimiento religioso, pero cuando ves a los peregrinos en la Catedral compruebas que hay a quienes transforma, buena prueba de ello las colas que se forman en un buen número de confesionarios, todos ellos ocupados. La presencia de gentes de todos los pelajes y todas las nacionalidades unidos por un mismo fin de llegar a la tumba del apóstol ofrece una singularidad caracterizada por la universalidad, la buena comunicación y la solidaridad mutua.
En torno a la Plaza uno puede visitar lugares tan bonitos como San Martín Pinario, el Palacio de Gelmirez y el propio museo catedralicio; paralelamente está la Plaza de Quintana, que viene a ser como el contrapunto, un lugar lleno de personajes singulares, desde el blanco que toca jazz disfrazado de negro, los titiriteros que manejan unas marionetas deliciosas o cualquier espontáneo dispuesto a lucir cualquier habilidad sorprendente.
Santiago está lleno de iglesias, capillas y conventos, lugares donde la belleza se une a la devoción: el Convento das Orfas, con exposición permanente del Santísimo, el de las Clarisas, la Iglesia del Carmen, las de San Miguel, San Martín y la de las Ánimas, el Convento de San Paio, donde escuché cantar unas formidables vísperas a un número importante de bendictinas, la Colegiata de Santa María del Sar, la iglesia de María Salomé, ... sin olvidar el Parque de la Alameda y el de San Martín.
Y el placer de pasear por las rúas; a quienes nos gusta callejear nos toca una auténtica lotería; mención especial para la Rúa de Franco, la Nova, la de Gelmírez, ... callejas que conservan todo el encanto de lo antiguo, donde se ha respetado la decoración de siempre y no se rompe el orden ni la estructura antiguos. Entre callejas uno disfruta de tiendas viejas, de los establecimientos en los que se ofrecen catas de los productos típicos, donde se instalan terrazas en las que gozar de una cerveza y del pulpo a feira, algo que resulta especialmente grato en las templadas noches de verano.
Asistí a los fuegos de la víspera de la fiesta de Santiago en la Plaza del Obradoiro, un formidable espectáculo de luz y sonido, con unos fuegos artificiales que estremecen, unidos a los dibujos que se estampan contra la fachada catedralicia y la música de Carlos Núñez. Un número tremendo de personas, apelotonadas en armonía y buen ambiente, tres horas de pié que se hicieron cortas, una larga espera que valió la pena.
La oferta cultural es enorme, desde los conciertos de música clásica y barroca en algunas iglesias, hasta los de folk en las rúas y en la Plaza Quintana, sin olvidar el que dio el sábado 31 la banda municipal y la calidad de los protagonizados por Mark Nopfler, Jean Michael Jarré, Diana Krall y Elvis Costello. Y hablando de cultural, maravillosa la exposición sobre el pórtico de la Gloria de Caixa Nova en la Plaza de Cervantes, una explicación pormenorizada y llena de rigor de todo el pórtico; dicha exposición está encabezada por una frase recogida del mensaje dado por Pablo VI a los artistas en la claúsura del Concilio Vaticano II y que fue recogida muchos años después pior Benedicto XVI: "este mundo, en el cual vivimos, necesita belleza para no precipitar en la desesperación. La belleza, como la verdad, es lo que infunde alegría en el corazón de los hombres, es el fruto precioso que resiste a la degradación del tiempo, que une a las generaciones y las hace comulgar en la admiración. Y esto gracias a vuestras manos... Recordad que sois custodios de la belleza del mundo".
Pero Galicia es mucho más: A Coruña, con la Torre de Hércules, la Colegiata de Santa María, los jardines de Méndez Núñez, el Castillo de San Antón, el Ayuntamiento en la Plaza de María Pita -una de las cuatro grandes mujeres gallegas junto a Emilia Pardo Bazán, Rosalía de Castro y Concepción Arenal- y el Parque de San Pedro; los cascos viejos de Ourense y Pontevedra, las murallas de Lugo, las rías bajas, con nota para la de Muros y la zona de Bayona, así como esa parte donde muere el Miño en Tuy y Laguardia; y por supuesto, la Costa da Morte, con lugares mágicos y míticos como Finisterre y Muxía, donde se impone un mar de color azul intenso, bravo y salvaje, cuya contemplación lleva a pensar en la grandeza del Creador.