En enero he mantenido mi ritmo de siete libros mensuales, sin que en esta ocasión tenga duda alguna de cual ha sido el libro que más me ha gustado: "El fin de la soledad", una novela de matrícula de honor. El resto ha tenido bastante de satisfacción de curiosidad, con mención especial al ensayo de Mendoza y a la novela de Bentley a la que han quitado con acierto las telarañas.
Como es lógico y comprensible, mis primeras lecturas de este año tuvieron su comienzo en el último mes del anterior. Es el caso de "El fin de la soledad", novela con la que el alemán Benedict Wells obtuvo el Premio de Literatura de la Unión Europea en 2016. Una muy laudatoria crónica de "Babelia", el haber sido record de ventas en su país y la calificación del libro como una conmovedora historia de amor a la vida, me ocasionaron cierta ansiedad por leerla y aproveché la primera oportunidad de alquilarla en la Biblioteca de la zaragozana calle del Doctor Cerrada. Desde que comencé a leerla me dí cuenta de que era una gran novela, bien escrita y con un argumento sólido y creíble. Esta buena impresión pasó su crisis con alguna pequeña fase algo lenta y ante la intensidad dramática de lo que ocurría allí, pero enseguida recuperé el entusiasmo. La situación del protagonista, cuya vida y la de sus dos hermanos sufre un giro radical al morir sus padres en un accidente de tráfico, me recuerda algo a la de los protagonistas de dos novelas formidables: "La ciudadela", de A.J. Cronin y "La sombra del ciprés es alargada", de Miguel Delibes, pues en los tres casos la muerte asoma como el obstáculo permanente a la felicidad del personaje. Conforme se acercaba el final del relato se afianzó mi convicción de haber leído una excelente obra, con un desenlace lleno de emotividad y belleza.
El problema conocido como el del "Procés" lleva tiempo establecido como tema central de discusiones, preocupaciones, elucubraciones, etc. Por eso me pareció interesante calibrar las ideas que al respecto tiene alguien como Eduardo Mendoza: el escritor es catalán, anda alejado de cualquier radicalidad en uno u otro sentido, parece bastante sensato e inteligente y, por encima de todo, un hombre que escribe de maravilla. "Seix Barral" publicó recientemente "Qué está pasando en Cataluña", un brevísimo ensayo del escritor barcelonés en el que más que darnos una versión sobre el problema, realiza una serie de valoraciones socio-culturales e históricas para intentar explicar el origen de los problemas. Ante todo, me ha parecido un libro excelente, con la chispa, el acierto y el buen hacer literario habitual en Mendoza. Por otra parte, el escritor va reflejando unas ideas llenas de sentido a la vez que realiza un análisis interesante e inteligente. Su problema, en mi opinión, es que su diagnóstico no entra en la nómina de las posturas apasionadas, además de no decantarse por bando alguno, algo que añade valor e interés a su trabajo, pero con el que se arriesga a ser acusado de equidistante y de no "mojarse". Yo me quedo con el excelente regusto de una pequeña obra magníficamente trabajada.
En ese discreto y modesto recorrido que vengo realizando últimamente por diversos autores aragoneses, encontré un hueco para Ismael Grasa, escritor oscense bien considerado entre los contemporáneos de las letras aragonesas. Sentía curiosidad por leer "Una ilusión", un breve texto de recuerdos publicado hace unos dos años y que encontré en la Biblioteca Pública. Como ya he dicho, pienso que en este caso cabe hablar más de "recuerdos" que de "memorias", entre otras cosas porque Grasa anda próximo a los 50 años, edad en la que todavía no es momento de lo segundo, además de que no me ha parecido que en el texto se intentara reflejar una relación exhaustiva de sucedidos. Ismael Grasa nos habla de su época estudiantil en Huesca, Pamplona y Madrid y su interesante experiencia vital en China, lugares donde se forjó su carrera literaria y su vinculación con el mundo de la cultura. Me han parecido gratos e interesantes sus recuerdos familiares, su visión del mundo rural reflejada en los veranos pasados en el pueblo de su madre y sus recuerdos de otros autores aragoneses, entre otros los ya fallecidos Javier Tomeo y Félix Romeo. Un libro agradable de leer, ausente de elementos de tensión y que invita a hacerse con alguna novela de ficción del autor ... y también con "Ropa tendida", escrito por su pareja, Eva Puyó y citada en el libro.
Aixa de la Cruz es una joven escritora bilbaína , que podríamos incluir entre esa nueva generación de mujeres que destacan en el panorama literario español. Me llamó la atención en su día "La línea del frente", un relato que trata el tema tan recurrente en los últimos tiempos de las secuelas del terrorismo de ETA. No hay más que comprobar el éxito de "Patria", aunque en esta ocasión estamos ante una novela mucho más breve y, podríamos decir, más intimista. La protagonista es Sofía, una joven vasca de buena familia que tras romper con su pareja en Barcelona se instala en Laredo con el único fin de estar cerca de un antiguo novio, preso en "El Dueso" por sus vinculaciones con la banda terrorista. La autora escribe bien, sin lugar a dudas, aunque con ese estilo que a veces no termine de conseguir que me entere del mensaje. La novela alterna tres tipos de narración: la de la protagonista en primera persona, que se suele retroatraer a su vieja relación con quien ahora cumple condena, unos breves relatos de un supuesto escritor argentino que habla acerca de un escritor vasco exiliado en ese país y los diálogos de Sofía con su ex novio en la cárcel de Santoña reflejados a modo de teatro. Tal vez ha sido esta triple dimensión la que ha hecho que me haya costado la lectura. Novela curiosa y un tanto pesimista.
En ocasiones hay libros que eliges más por curiosidad que por otra cosa. Puede ser el caso de "Alcohol y literatura", un ensayo del aragonés Javier Barreiro en el que desarrolla la llamativa relación que existe con frecuencia entre la capacidad literaria y la afición a la bebida. Barreiro nos ofrece una larga relación de escritores célebres y brillantes que, en mayor o menor medida, tenían en común la afición al "frasco". El autor nos ofrece sus datos y anécdotas perfectamente clasificados y convirtiendo su relato, que tiene su algo de transgresor e irreverente, en un estudio ameno e interesante. Así entramos en el mundo de los británicos, los norteamericanos, la novela negra, etc, etc, apareciendo nombres tan variados y conspicuos como Scott Fitzgerald, Dámaso Alonso, Baudelaire, Poe, Cheever o Virginia Woolf, entre muchos otros. Los dos últimos capítulos contienen un catálogo sobre diferentes establecimientos del "ramo" de la Zaragoza de los últimos 50 años, que resulta especialmente atractivo para quienes somos de aquí y una nómina de anécdotas de todo tipo y variedad. Un libro entretenido, aunque tal vez la isnsistencia sobre el tema pueda llegar a cansar en algún momento.
A pesar de venir escuchando desde hace bastantes años grandes alabanzas de Claudio Magris -en el caso de "El Danubio" el prestigio se prolonga décadas- no había leído todavía ninguna obra suya, a pesar de haber publicado ensayos tan interesantes y exitosos como el citado, "Microcosmos", "El infinito viajar", "Utopía y desencanto", "Así que uested comprenderá" o "No ha lugar a proceder".. He aprovechado tener a mano uno de esos pequeños cuadernos con tapas de colores que saca "Anagrama" para comenzar a leer a este notable escritor italiano. El ensayo se titula "El secreto y no" y más que de un libro, cabe hablar de un artículo grande, pues ni siquiera llega a las 50 páginas. En dicha "obrita" Magris elucubra en torno a los secretos, haciéndolo en las diversas acepciones de la palabra y en las diferentes situaciones y circunstancias en las que cabe aplicar el concepto. Son interesantes las disquisiciones del escritor de Trieste, un hombre notoriamente culto y equilibrado, si bien la ya referida extensión de su trabajo no da para muchas ni grandes conclusiones. Un texto entretenido y a la vez elevado para pasar un rato tranquilo. Y un incentivo para decidir de una vez comenzar la lectura de libros más extensos y "sesudos" de Claudio Magris.
Había oído hablar muy bien de E.C. Bentley. un autor de novela de intriga londinense que vivió entre la segunda mitad del siglo XIX y la primera del pasado -falleció en 1956-. A esto se añadía cierta añoranza de esas viejas novelas policíacas británicas de ambientes nobles y ritmo sosegado a cuyo éxito contribuyó tanto Agatha Christie, sin que andaran muy lejos P.D. James o Ruth Rendell, entre otras. Por esta razón aproveché la reedición por la prestigiosa editorial "Siruela" de su novela "El último caso de Philip Trent", una intriga protagonizada por el personaje que da nombre al título quien, curiosamente, no es policía ni detective sino un pintor y colaborador ocasional del periódico "Record" con afición e instinto investigador. Se trata de una novela bien escrita, que se lee con agrado, sin excesiva sangre y en las que es más importante poner la atención en la forma de esclarecerse el crimen que en la identificación de su autor. Como bien dice el autor del magnífico blog dedicado a la materia, "Mis detectives favoritos", estamos ante una de esas viejas novelas policíacas que ha envejecido bien, que "no huele a naftalina". Eso sí, que nadie espere grandes complejidades ni llamativas sorpresas de última hora.