Durante los últimos días los graves disturbios que se repiten cada día en Egipto están siendo noticia de entrada de los telediarios; tras lo ocurrido en Túnez, a nadie escapa que los sucesos de El Cairo pueden tener consecuencias imprevisibles para el país que desde hace 30 años gobierna Hosbi Mubarak, con el peligro de que se siga extendiendo el conflicto por todo el norte de África y se consuma una radicalización en el mundo islámico de graves consecuencias para esta Europa en decadencia moral y económica.
Y lo triste es que en el fondo a los occidentales nos preocupa más las consecuencias que la situación nos depare a nosotros que la raíz de los problemas y la situación de los ciudadanos de esas tierras que no da la impresión sea excesivamente boyante en cuanto a libertad, derechos y solvencia económica. Es como si habitualmente miráramos de lejos y de reojo a los habitantes de estos países y sólo nos detuviéramos a fijarnos en ellos cuando se alteran y nos entran los temores. Durante decenios hemos visto desfilar el drama por sitios tan diversos como Camboya, Ruanda, Somalia o Afganistan, pero da la impresión que tan sólo echamos a temblar cuando vemos que el asunto puede tocar nuestros intereses, nuestra comodidad. Somos así de egoistas y en el fondo caemos en el pecado de preocuparnos tan sólo por los problemas de nuestra casa.
Hace mucho tiempo que uno intuye que vivimos en el alambre, que en Europa andamos a la deriva, acomodados en el consumismo y la indiferencia, ciegos ante los conflictos ajenos y con una confianza en que nunca acaba pasando nada que me temo no esté sustentada en cimientos firmes. A mí estas algaradas norteafricanas me dan muy mala espina, me hacen temer que todo se complique hasta límites insospechados, que todo se desborde. Y, no se porqué, siento como si lleváramos tiempo haciendo méritos para ello.
La etiqueta de esta entrada habla de "mis canciones inolvidables", y he de reconocer que en esta ocasión no estoy hablando de un tema que conserve en mi memoria desde hace tiempo, pues a Katie Melua la descubrí gracias al blog "Tirando del hilo" que con tanto arte gestiona Ana; hace pocos días incluyó una versión de "Blowing in the wind" interpretada por esta cantante georgiana -de la Georgia del este de Europa, no del estado de donde era originario Jimmy Carter- que me gustó tanto que inicié una investigación por youtube; así descubrí que Katie Melua también tenía versiones de temas tan bellos y míticos como "Moon river" e "Imagine", así como unas cuantas canciones preciosas más.
Melua, que tiene 26 años y está nacionalizada británica, es capaz de interpretar igual de bien interpretar Jazz y Blues para formar una banda, y se convirtió en la artista femenina que más discos vendió en 2004 en Reino Unido. Después de dudar entre varias canciones -"The Flood", "Nine Million Bicycles", "Thank You Stars", "I Cried For You" y "Just Like Heaven"- he elegido "The Closest Thing to Crazy", un tema que me ha parecido entender es de su repertorio personal, a mí me ha encantado.
Esto de manejar un blog te acaba permitiendo extender tus conocimientos musicales, algo de lo que andaba necesitado.
Los tiempos han cambiado mucho; pienso que en la actualidad pocos aficionados al fútbol, con independencia de sus colores, pueden negar que el F.C. Barcelona supera claramente al Real Madrid. Aunque los merengues han cerrado un equipo excelente, con nombres que asustan a cualquiera -Cristiano Ronaldo, Carvalho, Kaká, Di María, Ozil, Xavi Alonso, ...- los blaugrana siguen apabullando con un fútbol estratosférico. Pero no solamente cabe hablar de una superioridad deportiva, sino que a ésto cabe añadir que mientras, en líneas generales, Can Barça es una auténtica balsa de aceite, en los dominios de Florentino Pérez saltan chispas con inusitada frecuencia, la última con la supuesta amenaza de espantada del mister José Mourinho.
Recuerdo que cuando comencé a seguir el mundo del fútbol la situación era exactamente la contraria: El Real Madrid dominaba el cotarro mientras en casa de los culés todo eran prisas, lo que por entonces se llamaban urgencias históricas: recordemos que los azulgranas se pasaron 13 años sin ganar una sola liga. Santiago Bernabeu, un personaje peculiar y bastante poco diplomático, imponía una disciplina rígida en Chamartín, mientras que Miguel Muñoz, un hombre de la casa se convertía en el entrenador indiscutible a lo largo de catorce largos años. El Real Madrid fichaba bueno, bonito y barato y hombres jóvenes como Pirri, Santillana, Miguel Ángel, Benito, Aguilar o José Luis Peinado se consagraban como grandes baluartes deportivos habiendo salido prácticamente de la nada.
Mientras tanto los eternos rivales del Nou Camp, al mando de Agustín Montal, un empresario tan lanzado como patoso iniciaban cada año con la cantinela de "Aquest any sí", pero las ilusiones siempre terminaban, a las primeras de cambio, en el arroyo. Recuerdo una lista interminable de grandes fichajes que acabaron en fiascos: Endériz, Ramoní, Mendonça, Pellicer, Dueña, Barrios, Seminario, Oliveros, Bustillo, Juanjo, ... jugadores a los que las referidas urgencias impedían rendir conforme a lo esperado. A la vez, los dirigentes culés eran incapaces de controlar la indisciplina de sus estrellas, de manera que grandísimos jugadores como Rexach, Marcial o Sotil perdían fuerza a base de buena vida, de la misma manera que las grandes promesas de la cantera -García Castany, Alfonseda, Martí Filoxía, ...- tenían que emigrar para encontrar oportunidades.
Por eso llama la atención que la situación actual se exactamente la inversa: un Barça serio, disciplinado y, sobre todo, brillante, edificado con unos pocos fichajes de nivel -Villa, Dani Alves, ...- y un montón de jugadores de la casa como Puyol, Xavi, Messi o Iniesta a los que cabe unir unos chavales a los que Pep Guardiola ha dado una confianza que no es habitual en el fútbol, comon es el caso de Sergi Busquets, Pedro o Jeffren. Y la otra cara de la moneda es ahora el equipo de Concha Espina, elaborado a base de millones, con solamente dos españoles en el equipo titular, con unos cuantos personajes endiosados e insufribles y que cada año parece que se van a comer el mundo hasta que visitan el Nou Camp o se enfrentan al Olimpique de Lyon. Ahora las urgencias históricas las tiene un Real Madrid que desde el golazo de Zinedine Zidane al Leverkusen no ha hecho nada relevante, salvo un par de Ligas ganadas a trancas y barrancas, y de eso ya hace mucho.
Por eso, para bien y para mal, hay una cosa bien clara en esto del balompié: ni hay mal que cien años dure ni hay que vender la piel del oso antes de cazarlo.
"Sospecha" José Ángel Mañas Destino-"Ancora y Delfín". Barcelona (2010) 419 páginas
Resumen:
La dependienta de la farmacia de un pueblo de la Comunidad de Madrid ha sido violada y asesinada. Los inspectores Pacheco y Duarte, que seguían la pista de un psicópata excarcelado recientemente que merodeaba por la zona, habían recibido el chivatazo de que podía haber estado amenazándola, y la habían visitado una semana antes del asesinato. Lo que parecía un caso claro se complica cuando empiezan a aparecer indicios de que el propio Duarte podría ser el principal sospechoso.
José Angel Mañas es uno de los jóvenes valores de la literatura española, tal vez "Historias del Kronen", que sirvió de guión a una película de cierto éxito, sea su novela más conocida; con "Sospecha" se introduce en el mundo de la novela policíaca, avalado por su trayectoria y con la compañía de cierto apoyo publicitario. La novela tiene como protagonistas a dos policías nacionales, algo que tiene su atractivo, pues hace tiempo que buscaba una lectura que complemente la serie de los "picoletos" Bevilacqua y Chamorro que ha popularizado Lorenzo Silva.
"Sospecha" está bien escrita, con ciertos aires literarios innovadores y con la habilidad de irte descubriendo características y circunstancias de los personajes conforme avanza la lectura, de manera que si bien no hay sorpresa final, el autor va incorporando una serie de sorpresas parciales, intermedias. La técnica de presentarte los hechos consumados antes de explicarte las circunstancias en que se producen o de incorporar personajes nuevos como dando por supuesto que ya los conoces la maneja magistralmente Mañas. No obstante incluye un recurso literario que me ha parecido un snobismo innecesario cuando se dedica a escribir fonéticamente determinadas expresiones, así habla de "emetreinta" por "M-30", "iteuve" por "ITV" y "peyot" por "Peugeot", algo que al menos aparentemente suena a simple exhibición.
El ambiente policial y social está bien logrado y creo que refleja perfectamente la realidad de la España actual, pérdida de valores incluida, aunque queda claro que escritor no quiere entrar en valoraciones, él lo explica y deja que cada cual concluya lo que quiera. Los personajes, que tienen fuerza, me han parecido, al menos a ratos, poco creíbles, como si no acabara de reflejarlos con mínima convicción. Los policías nacionales Duarte y Pacheco, el jefe Ramírez, el Guardia Civil Besteiros, ... no han acabado de resultarme tan convincentes como los citados de Silva o la Petra Delicado de la reciente ganadora del premio Nadal Alicia Giménez Bartlet. Creo que mis amigos miembros de las fuerzas de seguridad del Estado volverán a insistirme en que no se identifican con estos policías de ficción.
Cada escritor elije terminar sus libros de una manera concreta, por lo que tengo que respetar la opción tan poco convencional -desde mi punto de vista- elegida por José Ángel Mañas, pero a mí me hubiera gustado otro modo de cerrar la novela. Además no me resisto a dejar de poner de manifiesto que en la historia que nos cuentan no existe el arrepentimiento, el perdón ni el ponerse en el lugar del otro.
Conforme uno va cumpliendo años las visitas al médico proliferan, y ya no pasa como antes, que todo se solucionaba con termómetros, reposos y tabletas, sino que ahora tienes que hacer pruebas y cada dos por tres andas con análisis, ecografías, placas, radiografías y otras historias. En Huesca suelo alternar, según los casos, la "Clínica Santiago" y la "Policlinica Altoaragón", dos centros bien montaditos en os que te atienden bien. Fue en uno de ellos, ya hace tiempo, donde presencié una de esas broncas que a veces echamos los ciudadanos cuando asumimos con excesiva vehemencia nuestra condición de sujetos de derechos, a la vez que ejercitamos esa susceptibilidad que nos lleva a pensar que alguien nos engaña constantemente.
Atienden en recepción una serie de jóvenes, todas ellas féminas, que son muy simpáticas y atentas: no se si por obligación o por naturaleza, pero puedo asegurar que su sonrisa y sus palabras amables suenan a verdad. Recuerdo que se trataba de de esas mañanas en las que te enfrentas a unos análisis de sangre que tienden a provocar zozobra: porque acudes en ayunas, porque quien te saca el producto no siempre acierta a la primera y, fundamentalmente, porque algunos solemos acudir con la conciencia de que los resultados van a suponer una serie de suspensos con los que deberás acudir al galeno con el mismo mal sabor de boca que aparecía cuando llevábamos a casa alguna calabaza. Al mostrador de recepción, que es más bien estrecho por cierto, acudía un matrimonio mayor, él llegó malcarado desde la puerta, quedaba claro que ni tenía su día ni las circunstancias matinales parecían favorecerle; la razón -o razones- por las que perdió el "oremus" las desconozco, pero el hombre se indignó con una de las recepcionistas, que se las apañaba como podía para capear dignamente el temporal. Me acuerdo perfectamente que tras exigirle que hiciera qué se yo qué gestiones acabó con el rotundo e incontestable "¡tengo derecho!".
La chica insistía por activa y por pasiva que la situación, repito que ignoro cual, era fortuita, que no tenía la culpa de lo que al parecer estaba pasando, pero el hombre había asumido plenamente la condición de energúmeno y daba la impresión que la única forma que veía de templar su indignación era arremeter contra el personal, en este caso el más débil, añadiría yo. Como nunca supe la verdad del asunto, cabe la posibilidad de que esté siendo injusto, pero creo sinceramente que por muchos motivos que tuviera nuestro veterano "gruñón" no fue de recibo la humillación pública a la que sometió a quien estaba intentando cumplir su trabajo con la mejor intención. Las personas de las que hablo se afanan, al menos para un observador imparcial, por hacerlo lo mejor posible, no son gente "afuncionariada", ni muchísimo menos y a esas horas de la mañana tienen que desplegar una actividad que desde fuera parece una fuente de tensión y agotamiento. Parece mentira que haya ocasiones en las que no tengamos la finura suficiente para respetar y comprender a quien se encuentra al otro lado del mostrador, una situación que empieza a parecerme uno de los oficios menos gratos que conozco.
Hace unas semanas vi "Hotel Internacional", un film de Anthony Asquith con un reparto de auténtico lujo. Ya había quedado advertido por uno de mis entendidos amigos de que se trataba de una película de pura exhibición de actores famosos y, efectivamente, me pareció un drama romántico bastante soso y previsible, con dos protagonistas tan célebres como Liz Taylor y Richard Burton, que me parecieron bastante inexpresivos, un Orson Welles en un papel que me parece no le iba un pelo, Louis Jourdan en plan guaperas, Elsa Martinelli interpretándose a sí misma y Rod Taylor y maggie Smith trabajando por debajo de sus posibilidades. En definitiva, dos horas bastante poco entretenidas. Pero también había sido advertido de que en la película intervenía la veterana actriz británica Margaret Rutherford, una voluminosa londinense que se había hecho famosa interpretando a Miss Marple en diversas versiones de las célebres novelas de Agatha Christie, con un trabajo que le había valido, nada más y nada menos, que el Oscar de 1963 a la mejor actriz de reparto. Efectivamente, la Rutherford se quedó conmigo y su actuación salvó en buena parte la sensación de tedio.
Márgaret Rutherford encarna a una vieja duquesa inglesa tan noble como arruinada que viaja a Miami para intentar encontrar un comprador de sus posesiones en Londres, alguien que le pueda facilitar el dinero que alivie su precaria situación. Las apariciones de esta señora están llenas de humanidad, simpatía y ocurrencia; el personaje se nos muestra como alguien tan entrañable como irónico, tan divertido como elocuente. Formidable la escena en la que un viejo camarero del Hotel la encuentra dormitando en el hall e hilarante la de su ubicación en el avión, ocupando toda su humanidad entre dos caballeros que acaban pareciendo insignificantes, y no sólo por el tamaño.
La actuación de la Rutherford viene a ser todo un homenaje a las señoras mayores que conservan el sentido del humor, que mantienen la fortaleza suficiente para defender sus intereses y que ponen de manifiesto, en definitiva, una humanidad a prueba de bomba. Y añadiría mi homenaje a quienes no se averguenzan de estar gordos, que no deja de ser un encanto más, a quienes incluyen la amabilidad, el respeto y la educación en su bolsa de viaje y, ¿por qué no decirlo? a quienes ejercen de "británicos" en el mejor sentido de la palabra.
El orujo, y estoy hablando del orujo blanco, que el de hierbas no deja de ser una variante, casi un sucedáneo, hace que acuda a mi cabeza cierta idea de purificación. Y es que una copita de orujo, en dosis breve, frío y en un vasito, es el remedio ideal para las digestiones difíciles. Si uno ha estado de comilona y ha caído en la tentación "tripera" no hay como echarse unos tragos de orujo para aliviar malestares, para conseguir "desfragmentar" el disco duro de nuestro aparato digestivo. Y es que dicen que lo que escuece alivia, y me parece que es bien cierto; de la misma manera que las infecciones del cuerpo se curan con alcohol y las del alma con penitencia, a la pesadez interior a la que nos ha podido llevar nuestra mala cabeza le viene bien un buen chute de este aguardiente para tonificar el cuerpo, y así, lo que incialmente puede ser un trago no en exceso grato, acaba convirtiéndose en chupito placentero. Con los años uno va aprendiendo que lo que más le conviene no suele tener que ver con la primera apetencia y si tras los postres lo que primero deseas para acompañar al café puede ser un gin-tonic o un whisqui, la experiencia acabará por hacerte optar por algo menos espectacular pero que sabes va a ser mucho más eficaz. Y es que la cosa hasta tiene su moraleja, porque así de entrada no es el orujo un manjar irresistible, una delicatessen de esas que uno reserva para las grandes ocasiones, ni siquiera un colofón que cierra una comida notable ... el orujo es eso, un punto de equilibrio, un remedio curativo.
No se porqué, tal vez por esos extraños vericuetos por los que discurren con frecuencia nuestra memoria y nuestra imaginación, la simple mención del orujo me lleva de regreso a mi servicio militar; como ya he contado en otras ocasiones, hice la mili en el Parque de Artillería de Valencia, un cuartel del que sólo quedan las ruinas y que en aquella época -hace treinta años- se caracterizaba por tener un número de servicios -guardias, retenes, refuerzos, ...- inversamente proporcional al reducido plantel de soldados, razón por la que uno acababa pasando muchísimas horas en su vetusto recinto. Y allí recuerdo, como si fuera hoy, una intrascendente conversación en la que intervenía, entre otros, un soldadito de Zamora: un hombre sencillo, pulcro y renegrido que hablaba con respeto y admiración de su abuelo, habitante de uno de esos pueblos castellanos donde el frío y la sequedad del paisaje curte tanto como la vida, y contaba como el hombre cada mañana incluía en su almuerzo unos cuantos lingotazos de un orujo cargado de grados que le recomponía para soportar las temperaturas heladoras y la crudeza del trabajo. Y yo, a pesar de la ignorancia que provoca pensar que la vida se reduce a ir a la Universidad y pasear por el asfalto, capté enseguida que allí había algo más que unos tragos de alcohol, que ese viejo castellano, a quien sin conocer podía imaginar como si lo estuviera viendo en persona, era viva representación de los hombres de su época y de su tierra, gente dura, poco habituada a las compensaciones de la vida, curtidos en la abnegación y el sacrificio, tan parca en frivolidades y chistes como abundante en honestidad, personas de fiar, aunque a lo mejor su mirada te echara para atrás en el primer contacto. Y ese orujo no era un capricho, un consuelo de media mañana, era casi una filosofía de la vida, un modo de enfrentarse a la rudeza del paisaje, la afirmación de una vida sin aristas.
Y no parece que la anécdota sea una exclusiva de los hombres de la vieja Castilla, porque no hay más que viajar, no de turista de visitas efímeras, no solamente a ver monumentos, sino mezclándote entre la gente, mirando en profundidad y uno se encuentra, con la misma piel rajada, las manos callosas y la mirada firme a viejos montañeses del Pirineo, gallegos que miran, piensan y hablan poco, andaluces trabajados por el cultivo de los olivos, extremeños recios y sufridores, ... personas de aquí y de allá que podrían escribir un libro redactado con trabajo, sufrimiento y sabiduría.
Hace ya días, el pasado 10 de enero en concreto, que falleció en Madrid Juanito Navarro, y dada la costumbre es posible que no me haya portado lo suficientemente bien con él al no haberle dedicado aún un post de homenaje; como Tommy me recordó mi omisión ya no me quedan excusas para hablar de este madrileño típico que tenía cara de chiste y aspecto de bellísima persona. La carrera profesional de Juanito Navarro fue dilatadísima, aunque para quienes vivimos de recuerdos parciales, delimitados por la fecha de nacimiento y por haber bebido de fuentes incompletas nuestra visión de la misma queda condicionada: en concreto, las primeras nociones que conservo del actor van intimamente unidas a Lina Morgan, la popular actriz con la que Navarro actuaba en las revistas de Colsada; en concreto la imagen de esta pareja de cómicos tiene mucho que ver con sus actuaciones en el Teatro Argensola, ubicado en el Paseo Independencia, ya cerca de la Plaza España, durante las fiestas del Pilar. Un humor fácil, no demasiado fino, pero lleno de simpatía y con muy poca maldad; un humor que venía reforzado por tratarse de dos personajes con una soltura tremenda para tomarse a mofa lo que fuera, y es que en esto del humor la utilización de la propia cara y de los gestos se hace imprescindible para salir adelante con éxito. Y curiosamente, el otro recuerdo que me viene a la cabeza es el de Juanito Navarro como candidato a la presidencia del Real Madrid; si no recuerdo mal fue en 1995 cuando el actor saltó a la palestra para disputar a Ramón Mendoza y Florentino Pérez la presidencia del equipo del Bernabeu: hubiera sido, sin ninguna duda, un presidente peculiar, un directivo que llamaría la atención, aunque puestos a dar la nota es posible que de hecho la acabara dando más quien terminó saliendo elegido, el ínclito Ramón Mendoza.
Cuentan los entendidos que Juanito Navarro cursó estudios de Ingeniería Aeronaútica, que no es moco de pavo, aunque enseguida sintió el gusanillo de las candilejas. Fue un hombre dedicado en buena parte a la revista, donde compartía su calva notable y su cara de broma con esculturales vedettes, todo un contraste. Entre otras, intervino en una de las versiones de la zarzuela cómica "La blanca doble", de Jacinto Guerrero, a principios de los años cincuenta trabaja en la compañía de revistas del madrileño teatro La Latina, sala a la que siempre estaría muy ligado, con espectáculos como “El Trust Tris Tras” con Luis Cuenca, Antonio Garisa y Raquel Daina; en 1952 entra en la compañía de revistas del Maestro Cabrera, interpretando obras cómicas y musicales como “Pan, amor y… postre” (1956) con la vedette Carmen Jareño y “Lo tomas o… lo dejas” (1957) junto Amparo de Lerma. Su primer trabajo con Lina Morgan lo realiza en 1959 con la antología de los maestros Francisco Alonso y Jacinto Guerrero titulada “Un matraco en Nueva York”, desde luego un título "sugerente". No obstante sus mayores éxitos los tiene en la década de los 60, primero con Toni Leblanc y luego con Matías Colsada. Con Lina Morgan estrenan desde noviembre de 1965 nueve espectáculos escritos por Ernesto Arena, Giménez y los Maestros Domenico de Laurentis y Pepe Dolz: “Dos maridos para mí” (1965), “…y parecía tonta” (1966), “La rompeplatos” (1967), “La chica del barrio” (1968), “¡Qué vista tiene Calixta!” (1969), “La chica del surtidor” (1970) y la última hasta junio de 1972 “Nena, no mes des tormento”. Con Lina Morgan presentó "Noches del Sábado", que fue el antecedente de las "Galas del Sábado" de las que hablaba el otro día.
A partir de 1972 Juanito Navarro encuentra otras parejas artísticas: como Vicky Lussón, Rafaela Aparicio, Ingrid Garbo, Paloma Hurtado y Eugenia Roca, presentando obras como “Nena no me des tormento”, "Tú Novia es mi mujer”, “Llevamé a París” y “La chica del Barrio”. En 1978 forma su gran Compañía de Revistas en el Teatro Calderón de Madrid, con éxitos como “¡Una vez al año no hace daño!” con el cómico Simón Cabido. Desde este instante Cabido y Navarro se hacen populares gracias a las historias de Doña Cocleta y Don Ciruelo que marcaron una época en la historia del humor español gracias a sus actuaciones en el programa “300 Millones” y “625 líneas".
En el cine sus mayores éxitos son "Las Leandras" (1969), de Eugenio Martín, junto a Rocío Durcal, Isabel Garcés, Saza, Celia Gámez y Alfredo Landa, "El taxi de los conflictos" (1969), de Mariano Ozores y José Luis Saenz de Heredia, junto a Carmen Sevilla, Juan Diego y Juanjo Menéndez, "Todos al suelo" (1982), con Pajares, Esteso y Antonio Ozores, y "Esto es un atraco" (1987), ambas de Mariano Ozores. La lista, con títulos igual de "llamativos" -"Me has hecho perder el juicio" (1973), "Celos, amor y mercado común" (1973), "Cuando el cuerno suena" (1974), "Strip-tease a la inglesa" (1975), "Esclava te doy" (1975), "El hijo del cura" (1982), "Cristóbal Colón, de oficio descubridor" (1982), "Los caraduros" (1983), "La Lola nos lleva al huerto" (1983), "Juana la loca... de vez en cuando" (1983), "El currante" (1983), "Cuando Almanzor perdió el tambor" (1983), ...- sería interminable y si las películas no pasarán a la historia, los actores que las hicieron sí que forman parte de la "enciclopedia" del cine español.
Muchos también le recordamos de algún "Estudio-1" más bien gracioso, de series de televisión como "Este señor de negro", con guión de Mingote y protagonismo de José Luis López Vázquez o "Ninette y un señor de Murcia", basada en la obra de Miguel Mihura. Y por supuesto, de sus apariciones en "Un, dos, tres responda otra vez" junto a Antonio Ozores en la época de Mayra Gómez Kemp. Y, desde luego, Juanito Navarro al menos desde fuera, parecía buena gente.
Ni Celine Dion ni Barbra Streissand reciben aplausos unánimes; hay quien acusa a la cantante franco-canadiense de no tener la voz suficiente para ser una diva de la canción, mientras que a la actriz neoyorquina no pocos le niegan el pan y la sal tanto en su faceta cinematográfica como en la de solista. Yo, que siempre he reconocido que mis gustos musicales son puramente intuitivos y sentimentales, no sería capaz de dar otro argumento a favor de ambas que el que se deriva de lo a gusto que suelo escuchar las canciones de una y de otra. Así, si ambas interpretan a dúo, el placer tiene que ser doble, sin entrar en más profundidades acerca de la calidad de lo que cantan y de cómo cantan.
No sabría explicar la historia de esta canción, hasta que la he descubierto por la red "Tell him" era para mí un tema movido y de gran ritmo que interpretaba un grupo de hombres y mujeres de color llamado "The Exciters", una canción pegadiza, de esas que uno ha oído mil veces aunque nunca acabe de saber quien o quienes la interpretan. Pero el "Tell him" de la Dion y la Streissand es bien diferente, es una canción lenta y romántica que mueve más al sentimentalismo que al baile, o de cualquier manera a otro tipo de baile. La canción, además, es cantada con una elegancia sublime, con un estilo especial.
Tanto celine Dion como Barbra Streissand ya han pasado por esta casa, "¿Qué me pasa doctor?", "El príncipe de las mareas", "Hello Dolly", "My Heart Will Go On", o "Oh holly night" son títulos con protagonismo en este rincón de la red. Hoy las traigo juntas, me ha encantado esta canción.
"No hay bestia tan feroz" Edward Bunker Sajalín editores S.L. . Barcelona (2009) 414 páginas
Resumen: Tras ocho años entre rejas, Max Dembo vuelve a Los Ángeles con sesenta y cinco dólares en el bolsillo, un traje pasado de moda y la intención de reinsertarse en la sociedad. No es tarea fácil para quien, en su corta vida, no ha conocido otra cosa que el crimen y cuenta sólo con la improbable ayuda de un rígido y prejuicioso agente de la condicional. Descreído de sus posibilidades de éxito, abrumado por los fantasmas de su vida anterior, Dembo se verá en poco tiempo arrojado a una encrucijada de la que su instinto criminal podría salir reforzado. Trepidante y profunda, de un verismo difícilmente igualable.
Es éste uno de esos libros que me entraron por el ojo derecho desde el primer momento; recuerdo perfectamente que lo palpé y hojeé hace ya un tiempo en la FNAC de Zaragoza y desde entonces lo he tenido en la cabeza. Mi decisión de leerlo en cuanto pudiera la acabó de impulsar la recomendación de un blog vecino -"Cosas que me pasan"- que hasta ahora nunca me ha fallado, así que en cuanto encontré "hueco" en mi lista de lecturas pendientes y ejemplar libre en la Biblioteca pública me dispuse a cerrar cuestión y a comprobar que la recomendación estaba plenamente justificada.
No tengo conocimientos suficientes para acabar de delimitar cuando estamos ante una novela negra: he oído afirmar que este género terminó con los clásicos Hammet, Chandler y McDonald, aunque no acabo de entender que se excluya de estos conceptos a autores como Walter Mosey, Elmore Leonard y, por encima de todos, James Ellroy. Por esta razón hasta me da miedo llamar negra a esta novela, aunque puedo asegurar que "No hay bestia tan feroz" tiene todos los atributos exigibles: se desarrolla en los bajos fondos de Los Ángeles, sus personajes se mueven todos ellos en la marginalidad, tienen unas vidas "negras-negras" y el argumento sólo habla de delincuentes, cárceles, drogas, atracos y huidas, a lo que cabe añadir la propia historia personal del autor, Edward Bunker, que se crió en reformatorios, estuvo en la cárcel y fue en su día uno de los fugitivos más buscados por la FBI. Todo un personaje Bunker, que interpretó a Mr. Blue en la mítica "Reservoir dogs", de Tarantino, asesoró a Michael Mann en "Heat" y llegó a ser nominado para el Oscar al mejor guión por "El tren del infierno" (1995).
Estamos ante una novela protagonizada por gente del hampa, Max Dembo es alguien que solamente sabe delinquir, y cuando sale de la cárcel comprende que sus buenos deseos de regeneración chocan con la realidad y se resigna a vivir de lo único que se cree capaz de hacer bien: cometer delitos. El planteamiento es bien triste, pero no deja de tener sus buenas dosis de realidad; el autor no deja excesivas puertas a la esperanza, aunque -todo hay que decirlo- al menos a mí me ha parecido que ha tratado de dulcificar la situación y no estamos ante una narración desesperada, tan sólo dura y realista. Pienso que la novela adolece de cierta amoralidad, pero también de aportar el lado humano que hay en toda persona, de ahí su título, porque la tesis es que no hay bestia tan feroz que sea incapaz de tener sentimientos.
Hace unos días quedé con un conocido en Zaragoza para regresar con él a Huesca: ya se sabe que soy "peatón" y no es infrecuente que ande pidiendo este tipo de favores; lo que no sabía era que el hombre antes de partir rumbo al Altoaragón había quedado con unos amigos para echar una partida de guiñote en un bar cercano. Para quien no sea entendido de las especialidades aragonesas en juegos de naipes, hay que explicar que el "guiñote" viene a ser como el tute, si bien las "cuarenta" y las "veinte" se cantan con el Rey y la Sota, y puedo asegurar que se trata de una práctica muy extendida por mi tierra que provoca pasiones en los bares más típicos y tópicos de las cuatro esquinas de la Comunidad Aragonesa; existen la modalidad "individual" y la modalidad "parejas".
Tras tantos años en tierras tan serias y poco dadas al azar como las catalanas, ando muy perdido de las formas y circunstancias de las partidas de cartas, y más en concreto de las que están protagonizadas por la variedad citada. Por eso me hizo especial gracia contemplar las incidencias del envite en cuestión, por mucho que mi atención la compartiera con el partido que en San Mamés disputaban el Athletic y el Racing de Santander y era transmitido desde la tele del citado bar, un establecimiento de la calle Arzobispo Apaolaza de Zaragoza que reunía todos los requisitos que un buen observador exigiría a una partida de guiñote: público ruidoso, ambiente castizo y, ¿por qué no decirlo?, cierta "cutrez".
Por supuesto, la partida tiene que ir acompañada de unos buenos tragos: tres de los participantes tomaron cerveza -a morro, por supuesto- y solamente uno un vaso de Somontano que no se si es demasiado lujo para tal evento; también lucía en la mesa un platito de cacahuetes, de los que hay que pelar, algo que me parece más propio si de "tradiciones" hablamos. El escenario reunía todas las condiciones: la mesa y las sillas, de Formica, el suelo, lleno de cáscaras -no de langostinos precisamente-, los comentarios del personal, sabrosos y el sonido ambiente inflamado por esa costumbre tan aragonesa de hablar a todo trapo; encima de la mesa se colocó un mantel verde que estaba claramente trabajado por el "humo de cien batallas".
La partida se jugó -no podía ser de otra manera- con baraja española, facilitada por la casa y también notoriamente "revenida", y los jugadores se hicieron con papel y bolígrafo para ir apuntando los resultados que iban obteniendo en las sucesivas rondas. En este tipo de juegos suele ser muy enriquecedor el vocabulario y las expresiones de los rivales; para estas ocasiones hasta los más tímidos se sacan de la manga una especial soltura para la picardía, la sorna y el recochineo. Fui recordando los distintos envites del juego, que solamente practiqué en ingenuas partidas infantiles, resurgiendo conceptos como el de "triunfo", "cantar las 20 y las 40", "pintar bastos", "tener buena mano" o "soltarse un farol". El encargado de ello fue anotando resultados, con palotes y números muy característicos, y al final ganó una de las dos parejas, aunque no me pregunten la razón que aún me queda por descubrir cómo se reparten ganancias. Por cierto, el bar facilitó un puñado de viejas monedas de 100 pesetas para animar el cotarro, dinero tan inútil como efímero, pues al acabar el juego regresó a la barra. Y terminado el evento regresamos a Huesca, que uno no se suele acostar nunca sin conocer algo nuevo ... o cuando menos rememorarlo.
La verdad es que no se cuando comenzaron estos rumores, pero ya hace unos cuantos días que la prensa, especialmente la "cardiaca" anda revolucionada con el presunto romance entre el futbolista y la diva, y es que se asegura que el central del Barça y de la selección nacional Gerard Piqué y la cantante colombiana Shakira viven desde hace siete meses un encendido romance. Si os digo la verdad, me importa un pito que el campeón del mundo y la cantante anden amarraditos los dos, pero no me cabe duda que es un tema que nos da para sacarle bastante jugo.
Lo primero que me planteo a raíz de este supuesto idilio entre famosos es lo que piensan ellos; en el caso de que sea cierto me gustaría saber si tanta noticia cultiva la vanidad de uno y otra, incluso si hasta alientan la noticia o si, por el contrario, sienten la fama como una carga agobiante que les impide disfrutar de sus amoríos. Imagino que también dependerá de los planteamientos y caracteres de cada uno, pues como ocurre en botica supongo que habrá de todo en el mundo del famoseo.
De cualquier manera no deja de ser triste que con la que está cayendo, con un número de parados escalofriante, con conflictos gravísimos por todo el planeta e inmersos en una crisis que afecta a tantos campos, acabemos dedicando tanto tiempo a un romance que no deja de ser una relación entre un hombre y una mujer libres que debería pertenecer a su intimidad personal y abarcar, en todo caso, el ámbito de su familia y amigos. Al igual que durante el reciente Mundial de fútbol, en el que tan bien le fue a la selección española -con notable influencia de Piqué, por cierto- los aficionados al fútbol "strictu sensu" tuvimos que aguantar la brasa de la prensa acerca del cariño que se profesaban Iker Casillas y Sara Carbonero, no deja de ser una lata que en vez de debatir en torno a los problemas de Mourinho en el Madrid, la crisis -aparcada en la Copa- del Sevilla, la angustiosa situación económica y deportiva del equipo de mis amores o las excelencias de Iniesta, Xavi y cía, tengamos que andar preocupados por lo lejos que llegaron Piqué y Shakira en el beso de tornillo del que se les acusa.
Hace un par de días estuve en el Tanatorio de Zaragoza dándole el pésame a un amigo por el fallecimiento de su madre, en el bar de dicho lugar la tele transmitía uno de esos programas del corazón de las tardes de Tele-5-que manda narices que se elija eso con la cercana presencia de quienes ya dan cuenta ante Dios- y mientras veía -que gracias a Dios no escuchaba- a Karmele Marchante, Mila Ximénez y demás primos hermanos me estremecía pensar el nivel de elegancia, cultura y respeto a la persona que se puede obtener formándose ante semejante bazofia.
Gerard Piqué es un jugadorazo, un tipo que llegó al Zaragoza hace cuatro años cedido por el Manchester United y en edad juvenil y que demostró una clase, un dominio del juego y, por encima de todo, una inteligencia descomunales: era evidente que su destino era el éxito en un grande; Shakira es una cantante consagrada, una mujer que canta a la altura de su belleza. Me parecería estupendo que ambos hayan llegado a la conclusión que están hechos el uno para el otro, pero aún me haría más que su relación -si es que existe- fuera una cosa natural, una noticia sin más relieve que cualquier noviazgo.
Hablar de un bocadillo es hablar de una auténtica leyenda; por ejemplo ¿quien no recuerda aquellos que nos ponían nuestras madres para tomar en el recre?, podían ser de tantas cosas: chorizo -de Pamplona o, más fino, de la marca "Revilla"-, salchichón o mortadela, incluso aparecían el queso manchego o el jamón serrano en días más señalados, sin olvidar los productos "untados", como el foie-gras o la sobrasada, incluso la nocilla. También había ocasiones que el bocadillo llevaba una pastilla de chocolate en su interior, concepto más propio de horas de merienda. Y nada más típico que los bocadillos que uno veía portar a primera hora de la mañana a los currantes de la época envueltos en papel de periódico, que no se porqué tendías a intuir que eran de sardinas, con el aceitillo que rezumaba entre las noticias de la bomba de Palomares, los goles de Amancio o el éxito de Massiel en Eurovisión.
Pero los tiempos cambian, y la comercialización ha llegado incluso al comercio del bocadillo. Los "MacDonalds", "Pans & Company" y otras franquicias parecidas han impuesto unos "bocatas" que tienen bastante de impersonales, y hace ya años que al niño medio le han engañado con los inventos de las hamburguesas y salchichas de Frankfurt vete a saber de qué composición, las patatas fritas a granel y las salsas semiartificiales.
Pero siempre quedarán los de siempre, quienes son capaces de mantener el nivel e incluso sorprender y deleitar desde la sofisticación. Uno ya va teniendo años, y pueden estar cercanos los tiempos en los que uno tiemble ante un bocadillo por razones de dentadura, pero mientras pueda no debe disgustarse si las prisas o las circunstancias te exigen utilizar este viejo recurso. Casi todos los miércoles me toca alimentarme de esta manera, y no deja de ser un aliciente renovar lugares y materias: el Café-Bar "Roma", el "Mi bar", "Duquesa" o el "Oscense"son sitios donde puedo garantizar buenas opciones.
En Zaragoza también hay establecimientos donde dominan el arte del "bocata"; la zona próxima al Campus universitario está sembrada de éstos: la presencia de estudiantes asegura una clientela necesitada de una comida nutritiva a la vez que económica, y hay pocas cosas que produzcan tanto hambre como unas clases continuadas. Poco después del verano tuve ocasión de cenar de esta manera en el Bar "London", ubicado en la calle Pedro Cerbuna, un sitio que desconocía pero que luego descubrí que gozaba de amplia fama, que puedo asegurar es absolutamente merecida; la carta de bocadillos es tan extensa que uno se puede marear y, si es indeciso, puede tener auténticos problemas de elección. Sus bocadillos se caracterizan por ser enormes, y cada opción contiene un número variadísimo de ingredientes; los fines de semana y, de manera especial, al final de los partidos del Real Zaragoza, el establecimiento se pone hasta los topes, aunque es asombrosa su rapidez y eficacia al servir. A partir de ese ´día, cuando paso por el "Londón" comienzo a sentir ese movimiento interior que produce la cercanía de los buenos manjares, por mucho que como es el caso anden revestidos de aspectos tan sencillos.
En la misma zona está un bar de auténtica leyenda: el "Nevada", situado en la esquina entre Fernando el Católico y la Plaza San Francisco; de entrada lo bautizaría como todo un monumento a la hamburguesa, nada que ver con esas grasientas e infumables que ofrecen por ahí, que solamente sirven para sumar colesterol y hasta infecciones, sino unas hamburguesas genuinamente de carne, primorosamente elaboradas y servidas de las más variadas maneras, todas magistrales. Y, por supuesto, la oferta no se limita al producto alemán, sino que su gama de bocadillos es tan amplia como la del "London", diferenciándose de éste en que su tamaño es más tradicional, y que, en su conjunto, hay una mayor pulcritud de presentación. Estoy seguro que la simple mención del "Nevada", que en mis tiempos de estudiante estaba ubicado en un lugar próximo al actual, provocará en quienes viven o han vivido en Zaragoza recuerdos imborrables, y por supuesto sabrosos.
El bar "Dirham" se encuentra en la calle Fray Luis Amigó, en las inmediaciones de esos edificios cercanos a la Clínica "Quirón" con nombre de piedras preciosas -Topacio, Rubí, Zafiro, ...-. El estilo de sus bocadillos es notablemente distinto al de los otros, pues se caracteriza por una mayor sofisticación, aunque su calidad es equiparable: nivel A. Para hacerse una idea del tipo de "bocatas" que ofrecen basta una muestra de ellos: "Pavo al curry con plátano", "Puding de gambas con mahonesa", "Ternera con curry", "Salchichas con salsa Dirham", "Pollo con champiñon,salsa tártara,lechuga y huevo duro", entre muchos otros. Eso sí, debe quedar claro que los bocadillos no son excesivamente grandes y aquellos que tengan un buen "saque" deberán pensar en pedir algún complemento para que el estómago no les haga recordatorios. El local es más bien pequeñito y tiende a la aglomeración, por lo que si uno quiere cenar con calma más vale que se apunte a la merienda-cena, aunque con mucha gente rodeándote el bocadillo también sabe de fábula; las viandas se sirven con un pan tostadito que perfecciona notablemente la calidad del producto. Vecino a éste es el Bar "La Antilla" de cuyos bocadillos también hablan maravillas, aunque en este caso no puedo dar fe.
Y hablando de bocadillos, uno no puede omitir la mención de los históricos "bocatas" de calamares del Tubo; en estos momentos no puedo dar fe de como anda la oferta, pues me da la impresión de que esta mítica zona zaragozana está muy centrada ahora en restaurantes y bares de tapas -amen del "Plata", que es harina de otro costal-, pero habrá que investigar.
Augusto Algueró murió el domingo mientras dormía; tenía 76 años -yo hubiera jurado que era más mayor- y se encontraba en su domicilio de Torremolinos, que parece un lugar muy adecuado para ubicar el fallecimiento de alguien que triunfó en la época del desarrollo y el turismo y cuya figura, no se porqué, me resulta fácil identificar con la Costa del Sol, al igual que con Torrevieja, Gandía, Benidorm, Salou, ... esas zonas de veraneo que crecieron por entonces. Augusto Algueró me trae inmediatamente a la memoria la tele y las revistas de la época, donde aparecía con sus gafas oscuras, su sonrisa absolutamente "profidén" y su apariencia de "latin-lover". Su nombre iba intimamente unido al de su mujer, carmen Sevilla, que por entonces era una de las bellezas más notorias de la farándula española; también surge el recuerdo del Festival de Eurovisión, en el que era él quien frecuentemente aparecía dirigiendo la orquesta que acompañaba al representante español de turno, en concreto recuerdo su intervención cuando Julio Iglesias nos representó en Amsterdam cantando "Gwendolyne" en 1970, incluso compuso la canción con la que España participó por primera vez en el certamen, "Estando contigo", interpretada en 1961 por Conchita Bautista, así como colaboró con Ramón Arcusa en "Amanece" un cierto "bodriete" con el que nos representó Jaime Morey en 1972; incluso hay quien le atribuye el "Vivo Cantando" con el que Salomé venció, junto a tres cantantes más, en 1969, aunque a mí me parece que la hicieron otros -creo recordar que Aniano alcalde y Mª José Ceratto-. Algueró compuso igualmente para intérpretes punteros como los Cinco Latinos, Connie Francis, Marisol, Elsa Baeza, Rocío Jurado y Juan Manuel Serrat.
Augusto Algueró también trabajó en el cine: ya en 1950 compuso su primera banda sonora para el filme «Brigada criminal»; también es autor de la música de f «El ruiseñor de las cumbres» (1958), de Joselito, «Las chicas de la Cruz Roja» (1958), «El día de los enamorados» (1959) o los grandes éxitos de Marisol, con «Cabriola» (1965), "Marisol, rumbo a Río» (1963) o la propia «Tómbola» (1962). Algueró asoció su nombre a cerca de 100 películas y sus últimas colaboraciones fueron nada más y nada menos que para «Torrente, el brazo tonto de la ley» (1998), para la que compuso «Será el amor», y «Primer y último amor» (2002), dirigida por Giménez Rico. En televisión, sus colaboraciones más interesantes quizás hayan sido Historias de la frivolidad de Narciso Ibáñez Serrador, con la que logró la Rosa de Oro del Festival de Montreux y El Irreal Madrid, con el que ganó la Ninfa de Oro del Festival de Televisión de Montecarlo.
Algueró es todo uno icono de la música comercial española anterior a la transición, gracias a composiciones que llevaban un sello personal: ligereza en textos, arreglos preciosistas y melodías fácilmente tarareables. Si tuviera que elegir una canción, no tengo ninguna duda de que optaría por "Penélope", una de las canciones de Serrat que más me gusta escuchar. Dos de los mayores éxitos de Nino Bravo tienen también su sello: "Te quiero te quiero" y "Noelia". Eso sí, posiblemente ningún tema revoluciono tanto la música española como "La chica ye-ye" que hizo popular Conchita Velasco, una canción que cantaba todo el mundo allá por 1965 y 1966. Rocío Durcal también tuvo sus éxitos elaborados por Algueró: "Canción de juventud" y "Acompañamé", ambos sacados del cine, como "Tómbola" o "Cabriola" en el caso de Marisol. Mucho más reciente es "Gracias", tema compuesto por el músico fallecido para Tamara.
Las personas somos a veces tan injustas que descartamos a un profesional porque consideramos que ya está "pasado"; es posible que la música de Augusto Algueró sea propia de épocas finiquitadas, pero en su día fue un hombre innovador y creativo, y ahora nos queda su recuerdo, su música y la nostalgia. Descanse en paz.
No hay duda alguna de que Javier Bardem es un excelente actor; ha pasado, además, a la historia por ser el primer actor español en ser galardonado con un Oscar por su magnífico trabajo en "No es país para viejos", el exitoso film de los Hermanos Coen basado en la novela de Cormac McCarthy. En su papel de Anton Chigurh, un psicópata de primer orden, Bardem borda su trabajo. Pero desde el primer momento, no lo puedo evitar, este chico me ha caído gordo, y repetidamente me pregunto si estaré siendo injusto con el mozo, que ni me ha hecho nada ni parece que su éxito y fama sean, en absoluto, inmerecidos. Eso sí, en el cine español no hay un antes y después de Bardem, que a veces lo parece, porque hace muchos años ya había quienes daban lustre a nuestro cine, incluido su abuelo, y ahí están los nombres de Berlanga, Buñuel, Pepe Isbert, Alfredo Landa, ... cada uno hijo de su padre y de su madre, pero que pueden presumir de una profesionalidad a prueba de bomba y de haber salido adelante con bastante menos medios y promoción que los que ahora se pasean por la farándula cinematográfica, y me parece que ellos lo hacían con menos ínfulas y mucha más naturalidad.
No se, a mí Bardem me da la impresión de que con frecuencia nos perdona la vida a los ciudadanos de a pie, como si se atribuyera una superioridad moral que no se si tiene ... bueno, me parece que no, porque entre otras cosas lo normal es no tenerla, que en este mundo cada cual cargamos con nuestros valores y nuestras miserias. Cuando le veo aparecer en un reportaje, en una foto de la prensa, intuyo que se da aires de como si el cine español fuera propiedad de él y su familia, como si hubiera abierto su pequeña camareta de intocables que pasean su gloria y su criterio por salones y pasarelas, como si andara investido de un imperio ante el que cada cual hubiera de inclinar su rodilla, genuflexo ante la estrella del cine, el icono de la izquierda, el genio capaz de llegar al máximo.
Pero sinceramente, me temo que exagero, que trasciendo en exceso mis fobias, que extiendo demasiado lejos mis intuiciones, que debería poner por encima de todo su condición de actor de los pies a la cabeza, su genialidad interpretativa, su capacidad de hacer todo tipo de papeles. ¿Será la visceralidad?, ¿será la envidia?, ¿será que no soy intuitivo y en el fondo es un hombre encantador? ... porque he de reconocer que en cuanto lo veo afloran en mí todos los espíritus: el crítico, el de contradicción, ...
Me parece que Javier Bardem, nos puede dar grandes lecciones de interpretación, de capacidad de enfrentarse a una cámara, pero nada más; en esto debe de ser un genio, alguien tocado por la mano de Dios, pero nada más. Vamos, que cuando estoy viendo la tele y aparece el chico no me hace ninguna gracia que me perdone la vida. Y, lo cortés no quita lo valiente, ojalá le den otro Oscar, aunque disfruté más con el de Garci.
Hay quien casi daría la vida por una mariscada, quien disfruta comiendo un cochinillo gramo a gramo y quien pierde el oremus por grandes "delicatessen" como las ostras, el caviar o los percebes; no digo que los desprecie, pero ninguno de estos manjares me hace tanto tilín como una buena tortilla de patata. Y es que en España no solamente podemos presumir de facilitar el descubrimiento de América, haber albergado el nacimiento del autor del Quijote o ser compatriotas de Velázquez, Goya y Dalí, sino que también tenemos, entre otros signos distintivos gastronómicos, la tortilla de patata, uno de los "inventos" más deliciosos y capaces de satisfacer que he conocido.
Me parece que el entusiasmo por la tortilla de patata es algo generalizado en muchos ciudadanos, aunque he de admitir que no he hecho encuestas. De cualquier manera en esos vinos españoles -y equiparados- que algunos nos tenemos que tragar -nunca mejor dicho y no niego que frecuentemente con agrado- es la tortilla española la primera que suele desaparecer del mapa. Evidentemente hay que tener arte para que esta sabrosa: a mí me gusta que sea gruesa, aunque no siempre coincide el tamaño con la excelencia. Por otra parte se pueden establecer debates entre los partidarios de poner cebolla y aquellos que la rechazan: en mi opinión la cebolla bien aplicada es capaz de crear un manjar insuperable.
Hace pocos días hablé de las excelencias de la tortilla del Bar "El Circo", ubicado en la calle Blancas de Zaragoza, entre el Coso bajo y San Miguel, y estoy seguro que más de un lector de este blog podría darnos datos de otros establecimientos donde luce la habilidad de quien la hace. En Huesca eran célebres los pinchos del Bar "Valero", aunque ahora permanece cerrado, esperemos que no de forma definitiva; también es buenísima la del Café Bar "Roma", sito en la calle Caspe, aunque hay quien asegura que es la mejor la del Bar "Olimpia", frente al teatro del mismo nombre en el Coso Alto, y no debe andar descaminado, pues la probé una vez y es excelente.
Pero no me cabe duda de que la mejor tortilla de patata es la que se hace en muchas casas particulares, y es que quien tiene un amigo o amiga con duende para hacerla, diría que tiene una joya, y ya no digo si está casado con aquél o aquélla ... me parece una auténtica razón para jurar amor eterno.
Acabo de terminar este magnífico libro, una entrevista del periodista y escritor alemán Peter Seewald a Benedicto XVI que me ha parecido una auténtica joya, cerca de 200 páginas en las que el Santo Padre da un repaso amplio a asuntos y cuestiones que nos interesan a todos los cristianos. Para conseguir cerrar un libro tan bien era necesario que el entrevistador actuara con tanta imparcialidad como respeto y acierto al seleccionar y plantear los temas, como que el Papa demostrara una vez más su enorme altura espiritual e intelectual.
A lo largo de la entrevista Benedicto XVI va tratando temas tan importantes e interesantes como el problema de los abusos sexuales por sacerdotes y religiosos, el caso "Williamson", su elección como sucesor de Pedro, la adaptación de la Iglesia a los tiempos, el celibato, la ordenación de mujeres, el Concilio Vaticano II, la expansión de la Iglesia por el mundo, ... y lo hace abiertamente, con una serenidad y una claridad notables. Y yo añadiría algo más: las cosas que dice el Papa, por mucho que nos cuenta la doctrina de siempre, tienen un aire distinto, nuevo, que llama especialmente la atención.
Y me he encontrado un Benedicto XVI humilde, que reconoce errores, que acepta la crítica, que asume cosas que cambiar; he visto un hombre ajeno a vanalidades y a pompas, que baja al mundo, muy lejos de esa especie de rigorista que nos vendían cuando era el Cardenal Ratzinger. Y un Benedicto sencillo, asequible, sin perder por ello un ápice de su altura intelectual y de su relevancia personal y espiritual. En definitiva, he visto un Papa asequible, porque la entrevista refleja un Papa muy humano, y además que lo es para todos.
Un libro que no hay que comentar demasiado, porque lo que compensa realmente es leerlo.
"La hija de Robert Poste" Stella Gibbons Impedimenta. Madrid (2010) 368 páginas
La hija de Robert Poste está considerada la novela cómica más perfecta de la literatura inglesa del XX. Brutalmente divertida, dotada de un ingenio irreverente, narra la historia de Flora Poste, una joven que, tras haber recibido una educación «cara, deportiva y larga», se queda huérfana y acaba siendo acogida por sus parientes, los rústicos y asilvestrados Starkadder, en la bucólica granja de Cold Comfort Farm, en plena Inglaterra profunda. Una vez allí, Flora tendrá ocasión de intimar con toda una galería de extraños y taciturnos personajes: Amos, llamado por Dios; Seth, dominado por el despertar de su prominente sexualidad; Meriam, la chica que se queda preñada cada año «cuando florece la parravirgen»; o la tía Ada Doom, la solitaria matriarca, ya entrada en años, que en una ocasión «vio algo sucio en la leñera». Flora, entonces, decide poner orden en la vida de Cold Comfort Farm, y allí empezará su desgracia.
No podría asegurar que la Editorial "Impedimenta" sea nueva, aunque me da la sensación de que sí, y no solamente eso, sino que se trata de una de esas empresas editoriales que se dedican últimamente a reeditar libros con un enorme acierto en la elección de los mismos, es el caso de las novelas que han ido sacando, entre otras, "Lumen", "Acantilado" o "Libros del asteroide". En las novedades que muestran librerías y catálogos van apareciendo títulos y autores que publica "Impedimenta" que, al menos de entrada, resultan tremendamente atractivos: "Picnic en Hanging Rock", de Joan Lindsay, "Las batallas perdidas", de Eudora Welty, "La librería", de Penélope Fitzgerald o "Los escritos irreverentes", de Mark Twain son ejemplo de ello. "la hija de Robert Poste" ha sido una de las novedades más comentadas del 2010, y si añadimos que la "Casa del Libro" la ha designado como una de las cinco novelas estrella del año, parece justificado tomar la decisión de leerla.
Se trata de una clara muestra de la literatura de humor inglesa, en la más pura esencia del concepto. Hay quien identifica la forma de escribir de Stella Gibbons con Evelyn Waugh, aunque me temo que se puedan enfadar esos incondicionales del escritor londinense que, como comentaba el otro día respecto a Paul Auster, primero compran el libro y luego valoran si les gusta ... algo que, por cierto, siempre ocurre. No obstante, tras leer el libro, encuentro una mayor similitud con P.G. Wodehouse, el creador del inolvidable mayordomo Jeeves.
"La hija de Robert Poste" es una novela de ambientes y de personajes; Gibbons describe magistralmente el campo inglés de mediados del siglo pasado, con una capacidad excelente para describir paisajes, edificios e interiores y, por encima de todo, crear un escenario perfecto. Pero igual de magistrales son sus personajes, no solamente la protagonista, Flora Poste, la joven dama londinense que se ve rebajada a convivir con unos parientes tan originales como desastrados, los Starkadder, quienes forman una familia demencial, llena de peculiaridades y manías ancestrales. Es tan asombrosa como admirable la forma en que Gibbons nos muestra el carácter rancio, casposo y retorcido de la gente de campo de la época. la locura de la tía Ada Dom, la simpleza del viejo Adam, el egoísmo del primo Reuben, la brutalidad irredenta de Urk o el fanatismo religioso del tío Amós quedan reflejados con una maestría y una gracia imponentes. El esperpento, la caricatura, los diálogos demenciales, .... se convierten en fuente de sonrisa continua.
La novela no tiene ni un ápice de dramatismo, se puede decir que no pasa nada y que la protagonista va consiguiendo lo que se propone sin obstáculos ni marchas atrás; ésto puede quitar emoción a la lectura, pero "La hija de Robert Poste" no es un libro para devorar con interés ni para leer en tensión, sino una novela hecha para disfrutar tranquila y pausadamente.
Hace un tiempo ya escribí una entrada con el título de "Los nuevos colonos" en relación a esta cuestión; hubo quien la interpretó como algo peligroso, en cuanto cualquier planteamiento que pueda parecer cuestionar el progresivo incremento de los negocios regentados por orientales en nuestras ciudades corre el riesgo de provocar rechazo y cierta xenofobia. Ya de entrada quiero dejar claro que no pretendo poner en solfa que los chinos y demás orientales vengan a España y trabajen aquí, sino simplemente tratar en voz alta y someter a opinión algo que no deja de ser un tema que creo interesante y digno de análisis.
No es ningún secreto que las personas de nacionalidad china van ocupando un espacio cada vez mayor en la sociedad española; se les ve con frecuencia regentando bares y restaurantes, además de los ya clásicos bazares que, según me cuentan, van poco a poco convirtiéndose en establecimientos de mayor envergadura y pretensiones, sin olvidar una de las últimas cosas que he oído: al parecer muchos restaurantes japoneses son regentados por naturales de China. Todo el mundo habla de su capacidad de trabajo: no tienen horarios ni vacaciones, se dedica al negocio toda la familia y poseen una gran capacidad de apañarse, pues si tienen que hacer un arreglo, construir un mueble o crecer en espacio son ellos mismos quienes realizan el trabajo pertinente.
De entrada hay que admirar la capacidad de estas personas, además de respetar sus valores y méritos así como el legítimo derecho que tienen a instalarse aquí y trabajar. Pero lo que me cuestiono, y siendo sincero no soy capaz de encontrar una respuesta clara, es en qué medida su competencia es lícita, en cuanto abren domingos y festivos, trabajan sin someterse a exigencias salariales, no se sabe si respetan afiliaciones a la Seguridad Social y, en suma, dan la impresión de haber creado como una estructura paralela, una forma sometida a una especie de filosofía oriental propia que no es controlable y contra la que el ciudadano occidental medio no es capaz de competir. Creo que es éste un debate interesante, algo que puede provocar argumentos y valoraciones distintas, incluso contradictorias; un debate que puede llevarnos a hacer equilibrios y experimentar sentimientos encontrados.
Quiero dejar claro que estoy tocando de oído, pero que intuyo un problema que va a ir creciendo y no tengo claro en que medida uno se debe dejar llevar por el deseo de respetar la libertad de cada cual o en el fondo habría que tomar alguna medida para que no haya quien juegue con ventaja. Y es que, de una parte, uno no puede dejar de admirar la abnegación y la seriedad de quien lucha por salir adelante a base de poner horas en tierra extraña, pero de otra le gustaría tener más claro si estamos ante unos señores que se pasan la ley por donde les apetece ... algo que, no nos engañemos, desearíamos hacer más de una vez el resto de los mortales de por aquí.
Puede que los sábados fuera en aquellos lejanos tiempos de la tele de dos canales el día televisivo por excelencia; las mañanas solían estar dedicadas a programas infantiles, mientras que las tardes -ya hablé de ello hace un tiempo- solían comenzar con la película de "Sesión de Tarde", para continuar con programas tan variopintos como "Cesta y Puntos" o "Viaje al fondo del mar"; las noches estaban impepinablemente dedicadas a las variedades, y entre los distintos programas de esta naturaleza que fueron pasando -"Noches del sábado", "Pasaporte a Dublín", "Canción 71", "La gran ocasión", ..."- recuerdo muy especialmente las "Galas del sábado", pues el programa, dirigido por un maestro en la materia, Fernando García de la Vega -inolvidable "Escala en Hi-Fi"-, era sacado adelante por dos presentadores con una soltura y unas tablas impresionantes: Joaquín Prat y Laura Valenzuela, dos históricos de la tele -y de la radio- que rezumaban simpatía por arrobas.
El programa estuvo en pantalla entre 1968 y 1970 y a lo largo del mismo fueron pasando por los rudimentarios platós de entonces los mejores cantantes españoles de la época: Raphael, Mari Trini, Nino Bravo, Julio Iglesias, Juan Pardo, Miguel Ríos, Los Brincos, Marisol, Karina, ... así como un séctor de foráneos que se dignaban en aquellos tiempos aparecer por nuestro país, entre los que recuerdo a Matt Monro, Henry Stephen, Armando Manzanero, Palito Ortega o la cantante inglesa Valerie Master. También recuerdo que allí escuché por vez primera cantar a "Mocedades", así como que dicho programa supuso la consagración en toda España de dos humoristas ya fallecidos que eran sencillamente geniales: Luis Sánchez Pollack y José Luis Coll, "Tip y Coll": ambos eran casi fijos en el programa y se convirtieron en una de las actuaciones más esperadas primero y comentadas después.
Mención aparte para los presentadores; Joaquín Prat era un auténtico "monstruo" de la televisión y la radio, con una profesionalidad espectacular; en TVE se hizo famoso con los programas concurso -desde el mítico "Un millón para el mejor" hasta "El precio justo"- mientras los seguidores del fútbol le recordamos como el infatigable director del Carrusel Deportivo de la SER; Prat era el típico valenciano echado para adelante, con una caradura y una audacia inmensas. Laura Valenzuela había sido una de las pioneras de la televisión en España, desde los viejos tiempos del Paseo de La Habana, habiendo hecho sus pinitos cinematográficos -"El tulipán negro", "Luna de verano", "Las que tienen que servir", ...- y se había consagrado como una de las caras más valoradas de la pequeña pantalla, tanto que acabó siendo la elegida para presentar el Festival de Eurovisión que organizó por primera y única vez España en 1970. Laura Valenzuela ponía el contrapunto de dulzura y elegancia a la soltura de Joaquín Prat.
Creo recordar que también fueron éstos los tiempos del ballet de Alberto Portillo y el de Gisa Gert, la dirección de la orquesta por directores Rafael Ibarbia, Adolfo Waitzman, ... todo en un formato bien sencillo, con actuaciones que no tenían forma de "video-clip", sino que estaban conformadas de manera mucho más sencilla y tradicional. Luego ya llegó Valerio Lazarov, con el ballet "Zoom" y las idas y venidas de las cámaras, pero es otra historia.
Cuando oí hablar por vez primera de Edward G. Robinson ya fue con su cliché de actor especializado en papeles de "hampón" y "villano"; pero tan cierto como ésto es que las tres primeras veces que le ví actuar en algún film fue en películas muy alejadas del género negro: "Los diez mandamientos" (1956), de Cecil B. DeMille, donde Robinson encarnaba a Datán, un judío colaboracionista con los egipcios que acaba liderando la rebelión contra Moisés en el desierto construyendo un becerro de oro, "Cuando el destino nos alcance (Soylent Green)" (1973), una aventura futurista de Richard Fleischer en la que el actor realiza el último papel de su vida, el de Sol Roth, compartiendo protagonismo con Charlton Heston y "El oro de Mackenna" (1969) un western dirigido por J. Lee Thompson de la que hablé no hace mucho en la que desempeñaba un breve papel de ciego que se unía a Gregory Peck por la codicia de encontrar oro. No parece que ninguno de ellos fueran los mejores trabajos de este gran actor nacido en una familia judía de Bucarest y que durante su infancia vivió en una comunidad Yiddish -su verdadero nombre era Emanuel Goldenberg-.
Además de las tres citadas, solamente recuerdo haber visto tres películas que incluían a Edward G. Robinson en el reparto, aunque de estas tres sí que puedo dar fe de que se trataba de films extraordinarios. El primero que viene a mi memoria es "Cayo Largo", una película mítica que dirigió John Huston en 1948 cuya cabeza de cartel la formaban nada menos que Humphrey Bogart y Lauren Bacall y en la que Robinson se encuentra como pez en el agua en el personaje del jefe de los gangsters que se alojan en el hotel a donde llega Humphrey. Como Johnny Rocco Edward. G. Robinson borda uno de los mejores villanos del cine, con momentos tan magistrales como la escena del pánico del gangster ante la inminente tormenta, la maldad con la que trata a su pareja -una espléndida Claire Trevor, que ganaría un Oscar por su actuación- o su desesperación final en el barco.
Uno de esos films que ví por la tele hace muchísimos años -estaba en los inicios de mi carerra universitaria- fue "La mujer del cuadro" (1944), una película dirigida por Fritz Lang en la que Robinson no hace un papel de malvado, sino que encarna a Wanley, profesor de psicología de la Universidad de Gotham que se obsesiona con la mujer que aparece en un retrato y acaba pasando un auténtico calvario cuando se la encuentra en la realidad y se ve involucrado en un crimen. En esta ocasión el actor brilla reflejando la angustia y el terror que sufre un despistado profesor al verse metido, sin comerlo ni beberlo, en una situación delictiva que le es completamente ajena.
Hace unos días, al hablar de Barbara Stanwyck hacçía referencia a "Perdición" (1944), la película de Billy Wilder que se había convertido en una de mis asignaturas pendientes; ya ha dejado de serlo, y además de confirmar que se trata de una obra maestra, quedé impresionado por el trabajo de Edward G. Robinson que vuelve a estar inmenso como investigador de la compañía de seguros donde trabaja Walter Neff, un Fred Macmurray convertido en un criminal por la perversidad de la Stanwyck. Aquí Robinson no es ni un villano malvado ni un profesor agobiado, sino un hombre dinámico, imaginativo y con un activismo espectacular; otro trabajo formidable.
Como he dicho al principio, Edward G. Robinson, que murió dos meses antes de recibir un Oscar honorífico -nunca había sido ni siquiera nominado-, ha sido siempre considerado el mejor intérprete de "malos-malísimos"; queda claro que mis lagunas en la filmografía del actor son enormes, pues de las películas citadas tan sólo hay una en las que interpreta a un gangster. por esta razón he hecho un elenco de nuevas asignaturas pendientes con Robinson de protagonista: "Hampa dorada" (1931), de Mervyn LeRoy, "Ciudad sin ley"(1935), de Howard Hawks y William Wyler, "El lobo de mar" (1941), de Michael Curtiz, "Perversidad" (1945), de Fritz Lang, "El extraño" (1946), de Orson Welles, "Odio entre hermanos" (1949), de Joseph L. Mankievicz "El premio"(1963), de Mark Robson, "Cuatro gángsters de Chicago" (1964), de Gordon Douglas y "El rey del juego" (1965), de Norman Jewison: seguro que no están todas las que son, pero sí son las que están.