El buen lector no tiene nada que ver con cualquier individuo sometido a los caprichos y a los vaivenes del consumismo; uno puede encontrar libros en muchos sitios, pero no resulta nada fácil hallar ese lugar donde uno puede acudir, casi con devoción, para consultar, conocer novedades y descubrir esos tesoros que solamente pueden enseñar quienes saben de verdad del tema.
Una de las vivencias más llamativas de la relación entre libros y negocio fue la salida al mercado allá por el mes de junio de 2009 del tercer volumen de la serie "Millenium" del genial Stieg Larsson. Recuerdo que era un miércoles y yo tenía ese día una cena en Zaragoza con la peña caracolera de mis amigos Higinio y Amparo; aproveché para darme un garbeo por la ciudad y recorrer unas cuantas librerías -"Casa del Libro", "General", "Corte Inglés", "FNAC", ...- en todas ellas había notables colas en la caja y más del 90% de quienes las integraban llevaban bajo el brazo un ejemplar de "La reina en el palacio de las corrientes de aire". Salta a la vista que muchos de esos libros, me temo que la mayoría, eran comprados al impulso de la propaganda, la moda e incluso cierto afán de quedar bien, y no fruto de un interés literario o cultural, de un conocimiento serio de lo que es la novela policíaca y los caracteres concretos de la intriga escandinava.
Tal experiencia contrasta con lo sucedido justo un año antes; mi buen amigo Brunetti, como hice yo a principios de año, había hecho su primera visita la librería "Negra y Criminal", donde su dueño, Paco Camarasa, un "librero" de verdad, de los pies a la cabeza, de esos que vende libros y no humo ni fantasmadas; días después Brunetti me envío un mail con los libros que había adquirido y las noticias "negrocriminales" que le habían sido transmitidas: la más llamativa de ellas era la próxima aparición de una trilogía escrita por "un tal Larsson" que iba a causar una sensación superior a la del mismísimo Mankell ... una comparación que viniendo de quien venía provocó que mis antenas permanecieran atentas a partir de entonces. Un par de semanas después la propia web de la citada librería anunciaba el primer libro de la trilogía -"Los hombres que no amaban a las mujeres"- y buscando en la web de la Red de Bibliotecas de Aragón comprobé que en la de Huesca el único ejemplar existente estaba libre: acudí presto y pude leerlo cuando "Millenium" aún era concepto casi desconocido ... un mes después era impensable encontrar disponible el libro: como luego sucedería con los tomos 2 y 3, había largas listas de espera en todas las bibliotecas para conseguir leer a Larsson.
Pienso que las dos anécdotas narradas, tal vez demasiado extensamente, explican perfectamente la diferencia entre tomarse la lectura como una especie de snobismo, como una superficial manera de estar al día y ejercitarla como pacífico ejercicio de una afición que nos enriquece y nos vuelve más humanos. Es como el contraste entre comer con los ojos y ser un "tripero" y sentarse plácidamente a la mesa con los amigos para compartir manjares de calidad.
Y tanto "rollo" viene a cuento de las bondades del buen librero; cualquier viejo aficionado a leer, y conozco varios y muy buenos, no se cansa de repetir la enorme diferencia que hay entre comprar por comprar y hacerlo con cabeza y buscando consejo, es decir, que no es lo mismo un "librero" que un "vendedor de libros". Y para acertar es imprescindible encontrar ese "librero de cabecera", esa persona que disfruta vendiendo libros, que no pretende encasquetarte ese ejemplar que no hay forma de colocar, ni le importa un rábano que empieces una serie por el segundo o tercer libro, ni es incapaz de advertirte que esa novelita con la que te has encaprichado tiene unas características muy especiales y no gusta a todo el mundo, posiblemente porque no sabe ni de que va.
Con el buen librero uno se lo pasa en grande comprando, descubre que no tiene prisa y, frecuentemente, acaba formando, sin proponérselo, una tertulia en la librería donde cada cual aporta su granito de arena y se produce un enriquecimiento mutuo que siempre tiene su inicio en la sabiduría del primero. Así se crea entre vendedor y cliente una relación de confianza, una especie de tutela literaria que lleva a la complicidad y convierte el paso por la librería en un momento de esos en los que uno da gracias a Dios por las cosas ordinarias que a uno le pasan.
Eso sí, un buen librero es peligroso para tu economía personal, porque no es infrecuente que uno vaya con una idea y salga con unas cuantas más, con forma de libro, claro. Eso sí, el dinero no habrá sido malgastado, porque tienes la garantía de que has comprado bien.