El actor Alfredo Landa falleció ayer jueves en Madrid a la edad de 80 años; Landa, que había nacido en Pamplona, llevaba tiempo retirado de toda actividad profesional y con su salud precaria, especialmente desde el ictus que sufrió hace cuatro años. Con Alfredo Landa se marcha, por supuesto, un gran actor pero también un individuo cercano, alguien muy parecido al vecino de la esquina, al panadero, al padre que deja al niño en el colegio con la furgoneta en la que se va a trabajar, al camarero que lleva quinquenios poniéndote el café y echándote la caña como te gusta, ... Landa fue un hombre entrañable, un hispano tipo, alguien con quien se identificó medio país porque respondía al arquetipo del ciudadano español de posguerra. Y, evidentemente, fue también un actorazo, uno de los mejores que ha dado el cine español de la segunda mitad del siglo pasado. Su currículum es espectacular: un premio a la mejor interpretación del Festival de Cannes, dos "Goyas", además de un tercero honorífico, otro de la "Unión de actores", tres "TP de oro" y dos de ACE en Nueva York. Llevamos una tremenda racha de grandes de nuestro cine que se han ido, posiblemente sea Alfredo Landa uno de aquéllos cuya marcha va a doler más a todos, entre otras cosas porque fue un personaje muy querido.
Las primeras películas significativas en cuyo reparto que aparece Landa fueron tres de los grandes "clásicos" del cine español: "Atraco a las tres" (1962), de José María Forqué, "El verdugo" (1963), de Luis García Berlanga y "La verbena de la Paloma" (1963), de José Luis Sáenz de Heredia, en todas ocupando papeles secundarios: en la de Forqué fueron a buscarle al teatro para un papel que estaba previsto para Manolo Gómez Bur, mientras en la de Berlanga anda a la sombra de Isbert y Nino Manfredi y en la de Sáenz de Heredia a la de Concha Velasco. A partir de estas tres intervenciones el actor navarro no para de trabajar, con papeles importantes en películas tan diversas como "La niña de luto" (1964), de Manuel Summers, "Nobleza baturra" (1964), de Juan de Orduña, "Historias de la televisión" (1965), de José Luis Sáenz de Heredia, "Ninette y un señor de Murcia" (1965), de Fernando Fernán Gómez, "La ciudad no es para mí" (1965) y "Los guardiamarinas" (1966), de Pedro Lazaga, "Las que tienen que servir" (1967), de José María Forqué, "Los que tocan el piano" (1967), de Javier Aguirre, "El alma se serena" (1969), de José Luis Sáenz de Heredia y "Cateto a babor" (1970), de Ramón Fernández. En todas ellas Landa interpretaba papeles cómicos que conforme pasaban los años realizaba con mayor soltura y protagonismo.
En torno a 1970 comienza una nueva época, la que se ha llamado el "landismo", que en la Wikipedia se define como "un tipo de cine que intenta aunar la comedia fácil con cierto erotismo de baja intensidad". Landa fue un maestro durante casi una década y fue posiblemente "No desearás al vecino del 5º" (1971), de Ramón Fernández la primera muestra de este "género" y el film que le lanzó al estrellato, allí compartió protagonismo con Jean Sorel e Ira de Fustenmberg y contó con la colaboración de tres damas geniales y simpatiquísimas: Isabel Garcés, Guadalupe Muñoz Sampedro y María Isbert. A partir de ahí los títulos se precipitan: "Vente a Alemania, Pepe" (1970), de Pedro Lazaga, "Aunque la hormona se vista de seda" (1971), de Vicente Escrivá, "No desearás la mujer del vecino" (1971), de Fernando Merino, "Vente a ligar al Oeste" (1971) y "París bien vale una moza" (1972), de Pedro Lazaga, "Manolo la nuit" (1973) y "El reprimido" (1973), de Mariano Ozores, "Un curita cañón" (1973), de Luis M. Delgado, "Fin de semana al desnudo" (1974) y "Los pecados de una chica casi decente" (1975), de Mariano Ozores y "Esclava te doy" (1975), de Eugenio Martín. l lista es interminable, pues Landa era capaz de rodar hasta siete películas al año, y los títulos tenían todos ese tono tan "elocuente" y casi impúdico.
El año 1977 supone un cambio radical en la trayectoria de Alfredo Landa, y por encima de todo la acreditación de ser un actor enorme, un profesional del cine de los pies a la cabeza. La gran aparición del actor en este sentido se produce con "El puente" (1977), de Juan Antonio Bardem, un film de corte claramente comprometido y político en el que Landa presta su figura "característica" para encarnar al "españolito" que coge su moto para ir a ligar un fin de semana a Torremolinos y se encuentra con la realidad española más profunda. A partir de aquí, Landa abandona el "landismo", del que por cierto nunca renegó, y comienza una nueva época en la que destacan interpretaciones tan importantes como las de "Las verdes praderas (1979) y "El crack" (1981), de José Luis Garci y "La próxima estación" (1982), de Antonio Mercero. En 1984 landa hace uno de sus trabajos más espectaculares, con el maravilloso y estremecedor papel del fiel y sacrificado Paco de "Los santos inocentes" (1984), la formidable versión cinematográfica que dirigió Mario Camus de la novela de Delibes con la que Landa consiguió el premio a la mejor interpretación del Festival de Cannes, y sin solución de continuidad vuelve a lucirse por todo lo alto con "La vaquilla" (1985), de Berlanga, "Los paraísos perdidos" (1985), de Basilio Martin Patino y "Tata mía" (1986) de José Luis Borau. Son tres interpretaciones que sirvieron para consagrar definitivamente a un actor de los que marcan época.
En 1987 el actor fallecido consiguió su primer Goya al mejor actor principal por su trabajo en "El bosque animado", una deliciosa novela de Fernández Flórez magistralmente versionada para el cine por José Luis Cuerda, con guión del inolvidable Rafael Azcona y un reparto en el que junto a Landa destacan Alicia Hermida, Fernando rey, Amparo Baró, Luis Ciges y Manuel Aleixandre. En 1988, y junto a "El río que nos lleva", de Antonio del Real, donde vuelve a ser nominado para un Goya, trabaja, con tercera nominación incluída, en "Sinatra", de Francesc Betriu, donde junto a un trío tan llamativamente diverso como Ana García Obregón, Maribel Verdú y Mercedes Sampietro, encarna a un cantante que trabaja imitando al gran "Frankie" en un cabaret de Barcelona. Tras "Bazar Viena" (1990), de Amalio Cuevas y dos trabajos secundarios en "Marcelino, pan y vino" (1991), de Luigi Comencini y "Aquí el que no corre, vuela" (1992), de Ramón Fernández, vuelve a brillar con José Luis Cuerda en "La marrana" (1992), una comedia rural ambientada en el siglo XV que le valió su segunda estatuilla de Goya y sin solución de continuidad nos deleitó como médico de pueblo en "Canción de cuna" (1994), que inevitablemente le supuso su enésima nominación para los Goya. Hasta finalizar el siglo el actor trabaja con Antonio del Real en "¡Por fin solos!" (1994), Manuel Gutiérrez Aragón en "El rey del río" (1995), Carlos Suárez en "Los porretas" (1996) y José M. Borrell en "El árbol del penitente" (1998).
La primera década del siglo XXI supuso el último recorrido de Landa, aunque lo hizo sin perder brillantez alguna; así volvió a triunfar con Garci en la "Historia de un beso" (2002) y con Miguel Hermoso en "La luz prodigiosa" (2003), donde se reencontró con Nino Manfredi y recuperó la costumbre de ser nominado para los Goya. "El oro de Moscú" (2003), de Jesús Bonilla y "Tiovivo C. 1950" (2004), de José Luis Garci fueron la antesala de su último y enorme trabajo, "Luz de domingo" (2007), un trabajo de Garci basado en una novela de Ramón Pérez de Ayala ambientada en la Asturias de principios del siglo XX, cuando imperaba el caciquismo, con otra nominación para los premios Goya. No querría terminar este rápido recorrido por la filmografía de Alfredo Landa sin referirme a su inolvidable trabajo como Sancho Panza en la serie de televisión que en 1991 dirigió Manuel Gutiérrez Aragón y protagonizaron con él nombres ilustres como Fernando Rey, José Luis López Vázquez, Emma Penella, Manuel Aleixandre, José Luis Pellicena, Héctor Alterio, ... y la conmovedora imagen de Alfredo Landa olvidando su discurso y pasándolo mal en la entrega de su "Goya" honorífico, un momento difícil en el que quisimos más a Alfredo por verle más humano y frágil que nunca. Descanse en paz.