Tres semanas de vacaciones dan para bastante y este año han caído nada menos que nueve novelas; he de admitir humildemente que no he dejado ni un rato para ensayos u otros libros más "intelectuales" ... ¡qué se le va a hacer!. Entre todos ellos quiero destacar tres: "Viento del norte", auténtica literatura española de calidad, "El ladrón de meriendas", donde Camilleri sigue inspirado con un personaje excelente y "La habitación cerrada", un éxito más de Sjöwall y Wahlöö. Además han caído dos novelas ambientadas en Barcelona relativas a épocas paralelas, aunque desde puntos de vista bien distintos, un thriller de abogados y corrupción bastante bien elaborado, una novela policíaca de ambiente rural francés, un clásico de espionaje con sus peculiaridades y el "superventas" del verano que, como comentaré, he llegado a la conclusión de que no es para tanto.
Hasta ahora no había leído nada del barcelonés Andreu Martín y tenía ganas de hacerlo; se trata según cuentan de uno de los grandes de la novela policíaca actual en España y había coincidido con él en la primera de las dos visitas que he realizado hasta ahora a la librería "Negra y Criminal" de la Barceloneta. Me llamó la atención su "Cabaret Pompeya", presentada en artículos y solapas como la gran novela policíaca de Barcelona y de una extensión notable: 625 páginas magníficamente editadas por los madrileños de Editorial "Alevosía". La novela nos presenta tres protagonistas principales, un trío de amigos que inician su relación en un cabaret barcelonés que lleva el nombre que da título al libro, por mucho que el establecimiento quede destruido por una bomba en los primeros capítulos de una novela que se desarrolla en la capital de Cataluña a lo largo de los primeras tres cuartas partes del siglo. Como muy bien han remarcado muchos comentaristas, más que ante una novela policíaca nos encontramos con una genuina novela histórica en la que los personajes van viviendo las distintas etapas de la historia de la Barcelona del siglo XX, desde la semana trágica hasta la muerte de Franco, pasando por la proclamación de la República, del Estat Catalá, el 18 de julio, la guerra y la posguerra, ... a la vez que aparecen a lo largo de la misma nombres tan reales como Martínez Anido, Salvador Seguí "el noi del sucre", Andreu Nin, Lluis Companys, Francesc Layret o Miquel Badía. Se trata de una novela amena e instructiva, pero lo cierto es que no le he terminado de ver la calidad literaria que en la mayoría de las críticas halladas en internet se le atribuye, muy lejos, por ejemplo, del nivel de Juan Marsé, con quien algunos pretenden comparar a Martín, a lo que añadiría que, si hablamos de novela negra ambientada en la ciudad condal, también me quedo, sin ir más lejos, con González Ledesma o Vázquez Montalbán. Por otra parte, el autor toma claramente partido, y aunque nos cuenta con rigor sucesos tan controvertidos como la persecución de los militantes anarquistas y del POUM por los comunistas, creo haber visto unos planteamientos excesivamente maniqueos, cargando las tintas en las maldades de unos para presentarnos a los anarquistas como una especie de héroes idílicos: no digo que no nos cuente la verdad, sólo que la historia la relata con cierto "sesgo". Una novela que se hace demasiado larga, con un tono dramático tremendo y muy bien ambientada.
Había oído hablar con frecuencia de “La máscara de Dimitrios”, una novela escrita por el británico Eric Ambler que fue publicada nada menos que en 1939. Este relato ha sido incluido habitualmente dentro del casillero de las novelas de espionaje, y su autor entre los grandes de un género en el que brillan nombres tan llamativos como John Le Carré o Graham Greene. Tras terminar su lectura mi valoración sobre el escritor citado es positiva, pues el libro me ha parecido un excelente thriller, con el interés añadido de estar ambientado en una época tan apasionante como fue el periodo de entreguerras vivido en la Europa del siglo pasado, desarrollándose la trama en lugares tan variados y significativos como Estambul, Sofía, Belgrado y París. Ahora bien, no termino de ver esta obra como un relato que quepa estrictamente calificar como de “espionaje”, cuando menos en lo que siempre he interpretado como tal, sino más bien como una novela en la que se tratan temas relacionados con el mundo de la mafia y el crimen internacionales. Ambler crea unos personajes principales originales y atractivos; por un lado Látimer, alguien que no es ni policía ni detective, ni siquiera periodista, sino un simple escritor de novelas policíacas que investiga inicialmente unos hechos con el único fin de encontrar argumentos para sus obras y termina jugándose la vida, por otro Mr Peters, un gordo y osado individuo dedicado desde siempre a la intriga y el chantaje. Eso sí, el protagonista principal termina siendo aquél que da nombre al libro: Dimitrios, alguien que paradójicamente no es más que un personaje de referencia, pues la trama se inicia entorno a su cadáver, que ha aparecido flotando en el Bósfóro. La lectura de la novela no da respiro, y a ratos uno tiene la sensación de que más que un relato homogéneo está leyendo diversos episodios sueltos, por mucho que al final todo termine casando adecuadamente. El desenlace, por cierto, está bastante logrado.
En el activo literario del siglo XX destaca una magnífica generación de escritores españoles cuya carrera en el mundo de las letras comenzó durante la posguerra: frecuentemente es en tiempos duros cuando aparecen los grandes escritores y artistas. El premio “Nadal”, que a partir de los años 50 se entregaba cada noche de Reyes en Barcelona, fue uno de los más eficaces puntos de partida de un buen número de nombres ilustres como Miguel Delibes, Ana María Matute, Luis Romero o Carmen Laforet. En 1950 tuvo lugar la sexta edición del certamen, y el premio se lo llevó Elena Quiroga, entonces una jovencísima escritora, con “Viento del norte”, una excelente novela que leí en la primera semana de julio para aprobar por fin una asignatura pendiente desde mis últimos años en Tarragona. Elena Quiroga, fallecida hace años, nació en Santander, aunque se crió en Galicia, por lo que no parece una barbaridad incluirle en la nómina de las grandes aportaciones gallegas a las letras castellanas junto a nombres como Cela y Torrente Ballester. La idiosincrasia, los toques misteriosos del los habitantes y el paisaje de Galicia son sin duda un excelente caldo de cultivo para la literatura y en este ambiente se desarrolla precisamente “Viento del norte”. El relato nos muestra la Galicia profunda de finales del siglo XIX o principios del XX –la autora no concreta la época-con ese ambiente rural donde están perfectamente delimitados y separados los amos de los sirvientes, en el que reinan las supersticiones y se imponen las grandes distancias sociales y culturales, por mucho que también tengan cabida la bondad y la nobleza. El argumento se centra en la clásica historia del señorito cincuentón, dueño de tierras y gentes, que se ha quedado para vestir santos y se enamora de una sirviente que nació, indeseadamente y sin avisar, de una madre soltera, empleada de la casa, que se fue sin dejar recado. La timidez de él y la rudeza de ella, unida a las envidias y maledicencias convertirán el matrimonio en un camino imposible. La historia, un auténtico drama, nos la cuenta Elena Quiroga con un castellano formidable, no exento de giros gallegos, con unas descripciones bellísimas de la naturaleza y una cruda y contundente crítica social a un mundo de pasiones, hipocresías, costumbres ancladas en el pasado y relaciones marcadas por una distribución injusta de bienes y tierras. Me parece absolutamente recomendable.
Hace tiempo que hablo con bastante entusiasmo de las novelas que por los años 60 escribieron el matrimonio formado por Maj Sjöwall y Per Wahlöö; por esta razón me ha sorprendido comprobar que desde la última que leí han pasado nada menos que dos años. Se trata de “La habitación cerrada”, octava entrega de la serie que protagoniza el inspector Martin Beck. El argumento de la novela se desdobla en dos casos criminales: la proliferación de varios atracos a entidades bancarias en Estocolmo y una situación clásica de novela criminal: la aparición de un hombre muerto por disparo en una habitación herméticamente cerrada sin haberse encontrado en la misma arma de fuego alguna. El prólogo de la edición publicada el pasado año por RBA esta firmado por el mismísimo Michael Cónnelly, quien asegura que estamos ante uno de los mejores relatos de la serie; sin ánimo de corregir a tan ilustre personaje, y estando a una altura notable, títulos como “Rosseana”, “El hombre del balcón” o “Asesinato en el Savoy” creo que la superan. Como es habitual en los relatos policiales de Sjöwall y Wahlöö, el libro nos ofrece una intriga bien construida, un personaje creíble, sólido y atractivo y una notable dosis de crítica social, muy en la línea desmitificadora del pretendido estado del bienestar sueco que continuaron autores como Mankell o Larsson, que tienen en aquéllos a sus ilustres predecesores. Se trata de una serie de novelas que nos relatan tramas sencillas y descomplicadas, dentro claro está del misterio propio de este género literario, y nos presentan a unos policías que trabajan con lo que tienen, aún muy lejos de los adelantos que aparecieron posteriormente, como las pruebas de ADN, los medios y archivos informáticos y las técnicas científicas avanzadas. En este libro he descubierto, además, un toque de humor ácido que no recuerdo de las anteriores, y si acaso lo había, no era tan acentuado.
“La verdad sobre el caso Harry Quebert”, escrita por el jovencísimo escritor suizo Jöel Dicker, ha sido el gran “bombazo” literario del año, … e intuyo que de varios años. Puse el libro en mi maleta y lo convertí en el protagonista de mis lecturas veraniegas. Si la novela no viniera acompañada de tanta fama la valoraría como una lectura entretenida y adecuada para sobrellevar el calor y el tedio estivales, pero ante tanto bombo y platillo, no me queda más remedio que opinar que está muy lejos de ser una novela de primer nivel, y que ni se acerca a la trilogía “Millenium” de Stieg Larsson, con quien la han comparado. Es lógico que una novela de intriga contenga sorpresas, giros inesperados y pistas falsas, pero lo que Dicker relata cambia con tanta velocidad que el lector puede terminar agotado, incluso con la sospecha de que el autor está jugando contigo, … incluso he llegado a sospechar que el suizo iba improvisando el argumento conforme lo escribía. Desde mi punto de vista, la historia es artificial y poco creíble y termina siendo un relato excesivo y agobiante. Aunque no soy el único decepcionado por el libro, he encontrado muchas críticas positivas, incluso de algún lector en quien confío y de quien desde luego no cabe sospechar, como si de otros, que se beneficia de alguna comisión o incentivo. Insisto que la narración te “coge”, no lo puedes evitar y admito que, como me indicó la dueña de la librería cuando lo compré, se trata de una novela “diferente”, pero creo que Alfaguara ha hinchado mucho la promoción., … y no vamos a negarle el acierto, pues desde el primer día el libro se ha aupado al número 1 de todas las listas de libros más vendidos: “y lo que te rondaré …”.
Después de que la que pensaba iba a ser la novela puntera de las vacaciones terminara en decepción, hube de acudir a una apuesta segura, por lo que ni dudé en recurrir a Salvo Montalbano; el formidable personaje de Andrea Camilleri es una de las más geniales creaciones de la novela policíaca europea contemporánea y “El ladrón de meriendas” estuvo a la altura de lo esperado. En la referida novela Montalbano se muestra una vez más como un personaje de una fuerza tremenda: entrañable, irónico, vehemente, “tramposo” y con su proverbial “mala uva”. Camilleri construye una trama hábil e inteligente y la sabe resolver con agilidad y ritmo, a la vez que aprovecha para incidir en temas de indudable interés social como la inmigración ilegal, los barrios marginales o el desarraigo, sin que falte el tono irónico habitual y cierto humor negro. En el relato la solución final es lo de menos, Camilleri nos la ofrece pronto y añade a la investigación propia de cada novela del género hechos que dotan de humanidad a los personajes, como es el caso de que Montalbano se plantee por vez primera casarse con su novia de siempre, lidia, conmovido por el desamparo del hijo de una de las víctimas o la noticia de que su padre se encuentra enfermo de un cáncer terminal, sin que falten la referencias gastronómicas de siempre, porque leyendo las historias de Salvo Montalbano no solamente encuentras intriga y entretenimiento, sino que frecuentemente se te hace la boca agua.
Llevaba dos veranos incluyendo en mi maleta “Habitaciones cerradas”, novela con trama ubicada en Barcelona de la escritora catalana Care Santos, a la tercera ha ido por fin la vencida y he leído de principio a fin este relato de cerca de 500 páginas entretenido y bien escrito. Habría que incluir este libro dentro de un género literario que podríamos definir como “novela folletín”, al estilo de títulos de tanto éxito como “El tiempo entre costuras” y “¿Quién soy yo?”, aunque su éxito y, posiblemente, su calidad no lleguen tan lejos. Santos nos da una visión panorámica de la Barcelona del primer tercio del siglo XX, centrada en la burguesía catalana, pues el núcleo del relato se ubica en la familia Lax, que viven en pleno Paseo de Gracia y tienen una industria textil; la narración va y viene en el tiempo, ya que parte de la investigación de Violeta Lax, descendiente actual de la familia protagonista, desde cuyas averiguaciones la autora se retrotrae a distintas épocas que van desde finales del XIX a los prolegómenos de la guerra civil. La Semana Trágica, el Liceo, la visita del Rey Alfonso XIII a la ciudad condal, la pujanza de los cafés cantantes y el bodevil en los felices años 20, la afición por el espiritismo, … dan un toque histórico a la novela, a la vez que se nos van mostrando las virtudes y defectos de la burguesía catalana. Como recurso literario de cierta originalidad, la autora completa la narración con cartas, noticias y una curiosas descripciones de los cuadros supuestamente pintados por el protagonista. Un libro que entretiene que gustará necesariamente a los aficionados a este tipo de relatos y a los amantes de Barcelona.
Entre las lecturas de este julio de vacaciones no podía faltar un genuino thriller; en esta ocasión escogí “Los 500”, un electrizante relato del joven escritor norteamericano Matthew Quirk. Con novelas como ésta el citado autor no hará méritos para el Nobel de literatura –sin que con tal afirmación le niegue que aquélla esté bien escrita-, pero sí que puede ofrecer una buena solución a quien necesite una lectura de evasión para un fin de semana de relax o una mañana en la playa. El planteamiento argumental es bien sencillo: un joven abogado recién licenciado y sin padrino algunos es contratado por un gran bufete de Washington D.C., un despacho que oculta una actividad oscura y prácticamente delictiva; el relato recuerda mucho a “la tapadera”, una de las primeras obras de John Grisham que llevó al cine Tom Cruise, aunque sea bastante menos elaborada que ésta, pues Quirk no se detiene en tantas explicaciones jurídicas como Grisham y se vuelca del todo con la acción continua. El título hace referencia a las 500 personas más influyentes de la capital federal de USA a quienes los jefes del protagonista, Michael Ford, pretenden controlar del todo.Se trata de una novela que “engancha”, una narración que no tiene interrupciones ni respiros y que se lee con agrado, por mucho que adolece de lo mismo que casi todas las de su naturaleza: es previsible y mucho de lo que ocurre difícilmente creíble, por mas que ya no dudemos que el mundo de las altas esferas tiene corrupción en abundancia.
“Bruno, jefe de policía”, de Martin Walker, fue un libro comprado a ciegas; nadie me había hablado de él y si lo incorporé a mi librería particular fue por la curiosidad de encontrar un nuevo policía de ficción, esta vez ubicado en Francia – aunque curiosamente el autor es inglés- y por esa cierta garantía que ofrece una novela publicada por Mondadori, empresa que no suele editar cualquier cosa. El protagonista es Bruno Courrèges, jefe de la policía local de la pequeña localidad de Saint Denìs, en la región francesa de Perigord, en el sudoeste del país que se ubica más allá de los Pirineos. Precisamente el gran activo del relato es este individuo, un hombre de fuerte personalidad, marcado por el hecho de haber sido educado en un orfanato –su madre le abandonó en una iglesia a los pocos minutos de nacer- y por su intervención como militar en la guerra de los Balcanes, donde tuvo diversas experiencias traumáticas. Courrèges es un personaje querido en su pueblo: entrena a los equipos infantiles de tenis y rugby de la localidad, es cazador y se reune con sus amigos a hacer deporte y cenar. Frente a la importancia de la policía nacional francesa y le “Gendarmerie”, el papel de un policía local es mucho menos relevante, aunque Bruno domina lo que los jefes de éstas denominan el “conocimiento local”. En Saint Denìs no suelen ocurrir grandes cosas, pero la habitual calma queda interrumpida por el atroz asesinato de un anciano de origen argelino a quien han marcado con una esvástica en el tórax. La novela se lee con gusto mientras se nos relata cómo es el mundo rural francés desde el punto de vista de un policía, pero pierde fuerza en cuanto se extiende demasiado en la vida social del protagonista sin que uno observe excesiva habilidad por el autor en darle “vidilla” a la intriga. No obstante, Walker, escritor y periodista con buenas ventas por Europa, ha escrito dos entregas más de las aventuras de Bruno Courrèges que habrá que tener en cuenta si es que se traducen a nuestro idioma. He leído buenas críticas en la red, globalmente es un libro bien escrito y que se “lee bien”, y me llamó la atención el comentario de un lector que ponía como pega el que el personaje protagonista era demasiado perfecto, lo hacía todo bien: no negaré que en general me pareció intuir un cierto maniqueísmo en la narración.