Me pidió Frank que dedicara un post a los "Zaraguayos", y aunque las que hablan de fútbol no son las entradas de mayor éxito de esa bitácora, cumpliré con su deseo, como un detalle con un visitante y porque hace falta bien poco para convencerme de que hable del Real Zaragoza.
El llamado equipo de los zaraguayos protagonizó la época en que más he visto en vivo y en directo al equipo de mi tierra, pues en los años setenta raro era el partido celebrado en La Romareda que me perdía. Este equipo llamado así por tener en su formación titular cuatro paraguayos y un uruguayo, vino a reavivar el esplendor de un equipo que había vivido una larga época de gloria con los 5 magníficos, aventura que había acabado como tantas otras veces en la tortuosa historia del conjunto de La Romareda: en 2ª división.
Tras recuperar la categoría perdida el 1 de junio de 1972, la directiva de José Angel Zalba, entonces un joven y osado presidente, emprendió la tarea de revitalizar el club y devolverle la categoría que había tenido. Para ello se contrató a un entrenador gallego, Luis Cid "Carriega", quien contaba en su palmarés con el mérito de haber consolidado en la división de oro de nuestro fútbol al Sporting de Gijón y de haber haber contribuido a la explosión de jugadores que iniciaban la mejor época de Mareo: José Manuel, Valdés, Churruca, Megido y, sobre todos, Enrique Castro “Quini”.
Zalba tuvo éxito en su empresa y en él tuvieron mucho que ver los jugadores venidos del otro lado del Atlántico. El más veterano era el paraguayo Felipe Ocampos, un jugador fichado por la anterior directiva mediada la temporada 1969-70 y que, tras diversos altibajos, había acabado siendo clave para lograr el ascenso a primera. Ocampos era un ariete altísimo, con una presencia física espectacular y de quien se decía que tenía más años de los que constaban en su ficha. Ocampos destacaba fundamentalmente por poseer un remate de cabeza espectacular: saltaba con un poderío impresionante y sus remates tenían una fuerza y precisión descomunal, desde entonces solamente he visto rematar igual en la liga española al madridista Santillana y a Gustavo Poyet. Hasta la llegada de sus compatriotas, Ocampos era el único arma ofensiva del equipo. Pero el paraguayo tenía un problema grave: un carácter agresivo y una innata tendencia a la gresca, algo que sabían provocar sus marcadores y que acababa con demasiada frecuencia con el paraguayo expulsado del campo. Las polémicas provocadas por el jugador fueron innumerables, destacando especialmente la última de ellas, en un partido jugado frente al Real Madrid en La Romareda a principios de febrero de 1974: los jugadores madridistas le buscaron las cosquillas desde el pitido inicial y el paraguayo, torpe y primario, entró al trapo, de tal manera que tuvo un “rifirafe” con Pirri que acabó con los dos jugadores expulsados; el escándalo que se montó en campo y gradas fue de los que hacen época, organizándose una lamentable trifulca entre los jugadores; Amancio, que unía a una categoría futbolística enorme un talante rastrero y provocador, se encaró con Ocampos, que aún no había abandonado el terreno de juego y éste, ni corto ni perezoso le propinó un “upercut” que le dejó inconsciente sobre el terreno de juego. Tras el bochornoso espectáculo a Ocampos le cayeron ocho partidos de sanción y aunque aún jugó unos pocos partidos, al finalizar la temporada la directiva optó por poner fin a su trayectoria en Zaragoza.
Pero la auténtica imagen de los zaraguayos fue Nino Arrúa, un auténtico jugador "10", un fenómeno el fútbol. El fichaje de quien en su momento era el mejor jugador de su país y uno de los mejores de América fue una gestión hábil de Avelino Chaves, secretario técnico de la época y un auténtico sabio en la materia; Arrúa jugaba en el Cerro Porteño de Asunción y su incorporación convirtió a un equipo discreto en un "gallito". En sus dos primeras temporadas en el club marcó 33 goles y llevó al equipo a los puestos tercero y segundo de la Liga, lo que suponía un hito, pues el Zaragoza nunca hasta entonces había alcanzado el subcampeonato. Arrúa jugaba como los ángeles, tenía una visión de juego espectacular y una habilidad goleadora innata. El contrapunto también era su carácter, si bien donde se mostraba polémico era fuera del campo; por Zaragoza corrieron todo tipo de rumores en relación a sus juergas nocturnas y a sus romances, mientras que fueron constantes sus desplantes: quiso cobrar para obtener la doble nacionalidad, se negó a operarse en verano debiendo hacerlo a mitad de temporada, firmó por al atlético de Madrid a espaldas del club y mantuvo un enfrentamiento causado por los celos con el gran ariete portugués Jordao, fichado en 1976 como sustituto de Diarte, que derivó en una crisis que condujo al equipo de nuevo a segunda. También es justo decir que en la nueva etapa en la división de plata su contribución fue decisiva para ascender de nuevo y consolidarse en primera al año siguiente, 1979, que fue el último de su etapa aragonesa. En la actualidad Arrúa es un entrenador de prestigio en su país.
El tercer miembro destacado del repoker de "zaraguayos" fue el Carlos Martínez Diarte, quien aun siendo el último en llegar, tuvo un papel muy destacado y acabó siendo en su momento un record de traspaso, al ser vendido al Valencia por 60 millones de los de entonces. El Lobo, así se hizo famoso, llegó a Zaragoza en enero de 1974, mediada la temporada, siendo casi un niño y asegurando que su abuelo era de Bilbao, algo sorprendente a la vista de su cara de indio. Era un jugador alto, rápido y muy hábil cara al gol, y fue aprendiendo poco a poco a pelearse con las defensas españolas. Junto con Arrúa formó durante los tres años que estuvo en el equipo una pareja temible, marcando más de 30 goles con la elástica blanquilla. Diarte también era amigo de la juerga y llegó a tener un juicio por estupro en la Audiencia Provincial zaragozana. En el Valencia el Lobo no tuvo demasiado éxito, aunque éste volvió a asomar a su puerta en sus posteriores aventuras en el Salamanca y en el Betis. Diarte también es entrenador y ha tenido varias aventuras en equipos medianos de nuestro país.
Los otros dos "zaraguayos", siendo excelentes jugadores, sonaron menos. Adolfo Soto era un paraguayo recriado en Argentina que jugaba como ariete o extremo y que tras un paso meritorio por la Unión Deportiva Las Palmas firmó por el Zaragoza en el verano de 1973, en la rueda de prensa del día de su presentación llamó la atención que el paraguayo, al ser preguntado por sus cualidades futbolísticas, afirmará sin ningún rubor que tenía facilidad para provocar penaltis: efectivamente, no era infrecuente ver a Soto entrar en el área buscando el piscinazo. Soto tuvo una brillante primera temporada en la que marcó siete goles, dos de ellos -frente a Málaga y Español- de auténtica bandera y se mostró rápido y hábil con el balón, sin embargo al año siguiente su rendimiento fue bastante menor. Al acabar la temporada Soto recibió la baja y fue fichado por el Cádiz, donde jugó dos temporadas . En cuanto a Cacho Blanco, se trataba de un internacional uruguayo que podía jugar en cualquier puesto de la defensa. Era un jugador sobrio, con buena técnica y de un carácter mucho menos polémico que los anteriores. Hizo dos grandes temporadas como lateral izquierdo, bajando su rendimiento en las siguientes y volviendo a brillar en la temporada 1977-78, en segunda división, en la que jugó partidos espléndidos en la posición de defensa libre.
Pero el equipo de los zaraguayos no estaba compuesto solamente de paraguayos y uruguayos, sino que había una serie de jugadores españoles que contribuyeron en la misma medida a ls éxitos del club; de entre todos ellos hay tres que merecen estar con letras de oro en el libro de honor del Zaragoza. El capitán, José Luis Violeta, es el primero; un jugador que ya había vivido las glorias de los magníficos y que era, sin ningún género de dudas, el alma del equipo. Había renunciado a jugar en el Madrid para devolver al Zaragoza a primera y era internacional. Violeta jugaba de defensa libre, poseía buena técnica y una fuerza y coraje excepcionales, le llamaban el Beckenbauer español y no andaba lejos de ser cierto. En la media destacaban dos jugadores sin los cuales los éxitos de los "Zaraguayos" no hubieran llegado: el aragonés Javier Planas y el catalán Pablo García Castany; el primero, nacido en Almudévar, era un volante con un gran sentido táctico, técnica aceptable y un disparo fortísimo desde fuera del área; sus temporadas entre 1973 y 1975 fueron sencillamente formidables hasta que una lesión en un amistoso frente a Osasuna en agosto de 1975 le retiró del fútbol; García Castany vino del Barça y se convirtió en un ídolo; tenía una planta excepcional y jugaba con una elegancia sublime; era especialista en faltas y penaltis, y tenía mucha precisión con el balón; recuerdo especialmente dos hat-tricks en La Romareda frente al Athletic (3-2) y Real Madrid (6-1) y una excepcional jugada regateando contrarios y dándole el pase de la muerte a Ocampos frente al Deportivo de La Coruña.
En la portería estaban Nieves, un asturiano tan ágil como irregular e Irazusta, venido del Barcelona y que acabó siendo el titular; en defensa también destacaban los laterales Rico, muy ofensivo y Angel Royo, un canterano sobrio y seguro y Manolo González un buen central que era profesor universitario; en el centro del campo los suplentes eran Duñabeitia, un navarro que siempre cumplía y Pepe González, fichado del Betis y poseedor de un disparo durísimo, mientras que arriba destacaban dos extremos: Laureano Rubial, dotado de una velocidad enorme y que a veces corría más que el balón y Luis Leirós, que parecía llevar la pelota pegaba a la bota y que se malogró para el fútbol al romperse la tibia y el peroné en un encontronazo con Urruticoechea.
El nombre de "Zaraguayos" tiene su origen en el "Zaragoza Deportiva", un semanario que tenía en su época una aceptación tremenda; sus titulares solían ser imaginativos e irónicos y tras vencer el 13 de enero de 1974 al Racing de Santander por 5-1 con dos goles de Arrúa, dos de Ocampos y uno de Soto dicho periódico tituló la portada con un "Adelante Zaraguay" que acabó siendo mítico. Como casi siempre ha ocurrido en el Real Zaragoza, el esplendor de los "Zaraguayos" duró poco; tras dos temporadas brillantísimas vino el declive y en dos años el equipo acabó en 2ª División; la lesión de Planas, la operación de Arrúa, las polémicas de los paraguayos, los pocos efectivos de la plantilla y cierta mala suerte convirtieron al Zaragoza en un equipo disminuido y acabaron con una época tan corta como gloriosa.
En la retina de los buenos aficionados zaragocistas quedaron muchas imágenes brillantes, como el subcameponato logrado frente al Barça el año 1975, el 6-1 endosado al real madrid el 30 de abril del mismo año, continuas goleadas frente a Racoing (5-1), Atlético de MAdrid (4-0), Athletic (3-0), Murcia (5-0), Granada (4-1), Sporting (3-0), Vitoria de Setúbal (4-0), Grassophers (5-0), ..., la clase enorme de Arrúa y García Castany, la fuerza aragonesa de Violeta y Planas, las cabalgadas del Lobo con su melena ondeando al viento, las genialidades de Soto, los cabezazos de Ocampos, la solvencia de Cacho Blanco, ... y por encima de todo la seguridad de que se acudía a La Romareda a presenciar espectáculo del bueno.