Hoy es el domingo de Pentecostés; para los cristianos esta fiesta conmemora el día en el que Dios, tras la Ascensión al cielo de Jesucristo, envía al Espíritu Santo a los hombres para que les asista, para que sea el Consolador. La llegada del Espíritu Santo da el pistoletazo de salida a la Iglesia y su presencia es la que garantiza precisamente que Dios no abandona nunca su barca.
Habrá mil tratados teológicos y ascéticos sobre esta fiesta y sobre la acción del Espíritu Santo en las almas, pero ni es el lugar para grandes sermones ni estoy para ello; simplemente me parece importante tener presente que en estos tiempos difíciles y en esta vida complicada, en la que muchas veces caminamos solos, el Espíritu Santo desempeña el papel de consolador, de amigo que nos acompaña.
Dicen que Dios es infinitamente justo e infinitamente misericordioso: seguro que sí, aunque yo tiendo a agarrarme que si en su día dijo que la caridad es la virtud más importante esa misericordia prevalecerá siempre: más nos vale. Por eso, me sirve su compañía y me anima saber que pese a todo uno no está nunca solo del todo.
A veces convertimos nuestra vida en algo demasiado complicado, de la misma manera que también podemos complicar nuestra visión de como vivir el cristianismo. Yo me conformo con pedirle al Espíritu Santo con que me ayude a tres cosas; en primer lugar a saber ir por la vida de manera que no haga daño a nadie; que mi comportamiento no haga sufrir a ninguna persona, que aprenda a no criticar y a tratar bien al contrario, que se me meta de una vez en la cabeza que detrás de los asuntos, detrás de los papeles hay alguien que, frecuentemente, lo está pasando mal.
En segundo lugar, me gustaría que me ayude a aportar un mínimo de alegría y sosiego en el mundo, o dicho en "román paladino", a no ser un cardo, una figura hierática, distante o arisca. Cuando unimos a la fe la distancia, la rigidez, la trascendencia formal, podemos convertir el ejercicio de la misma en algo de lo que huir, de lo que salir corriendo.
Finalmente le pido la paz interior, la serenidad necesaria, la gracia de ir cumpliendo años, los que Dios quiera, asumiendo lo que soy, lo que son los demás y lo que se me venga encima; y, por supuesto, a saber calibrar lo realmente importante, que ni pierda la calma por formalismos ni sea incapaz de percibir detalles que a lo mejor son más importantes.
Ya se que no pido poco.
Foto: www.pastoraladolescente.com