18 de octubre de 2008

Constancia queda


A última hora de la mañana me he dirigido al establecimiento "SCHLECKER" existente en la calle Zaragoza de Huesca; necesitaba comprar desodorante y after shave y la verdad es que em encantan estas tiendas: a la vez que tienes facilidad para elegir los productos que deseas, no se por qué extraño motivo disfruto repasando los estantes, incluso fijándome en productos que se no compraré nunca.


Hoy atendía la tienda una joven dependienta a quien conozco de otras ocasiones: una persona amable, simpática ... sin exagerar un ápice, alguien con quien da gusto encontrarse al otro lado de un mostrador, ese tipo de gente que te mira a los ojos y sabes que no te engaña, alguien cuya sonrisa es tan sincera que te marchas con la sensación de no haber estado a la altura, de no haber correspondido como se merece a tan buena atención.

Pero está claro que hay quienes no se merecen que les atiendan bien, siguen existiendo energúmenos que cuando entran en una tienda piensan que todo el mundo que allí trabaja debe de estar a su servicio incondicional y que su condición de clientes les da derecho a la más absoluta exigencia.

Cuando ya me encontraba abonando el importe de mi compra ha entrado en la tienda un individuo malcarado; el personaje en cuestión ya hace tiempo que superó la barrera de los cincuenta, vestía una gabardina excesiva en su tamaño y lucía bigote y sombrero -en estos momentos no se si era de ala ancha o una gorra de lluvia- y enseguida se ha visto que siendo varón no era caballero.

El protagonista de mi historia se ha dirigido a la repisa de las Coca-colas y ha contemplado con horror que no quedaba ninguna; ante semejante atropello ha florecido su indignación y ha comenzado a dar voces, afirmando que no habia derecho y acusando a la dependienta de que las vendía todas a los chinos. La bronca del fulano ha sido notable y ha dejado boquiabierta a la pobre María, así se llama, que se ha defendido como ha podido: imagino que le hubiera gustado poner firmes al maleducado, pero ya se sabe que este tipo de personajes funcionan con el tácito chantaje de que "yo soy el cliente y tu una empleada" y ha optado por la prudencia.

No se que c... pasa con los chinos y la Coca-Cola -¡si Mao levantara la cabeza!- pero nada ppuede justificar semejante reacción. Ni la condición de cliente da derecho ni a gritar ni a exigir de esas formas ni a tratar mal a nadie ni el atender al público tiene que llevar consigo aguantar impertinencias y groserías.

Le he hecho un guiño a la cajera, me he disculpado por quien no se iba a disculpar y la he dejado con el de la gabardina, que se habrá tenido que hacer los cubatas con gaseosa, y bien que se le está.

Y tú Maria, no te preocupes, que lo haces muy bien y lo que le pasa al madurete ese es que es incapaz de sonreir como tú y le amarga.

5 comentarios:

Máster en nubes dijo...

Veo que en otras ciudades menos estresantes que Madrid la gente se pone también muy insoportable. Ay, Dios mío, que tenemos que ir más lento por la vida... Verdaderamente mucha gente de cara al público aguanta carros y carretas...

Anónimo dijo...

También existe la versión contraria, querido amigo: los/as dependientes/as que, al devolverte el cambio, por ejemplo, ni siquiera tienen el detalle de mirarte a la cara; antes al contrario, mientras extienden su mano con las monedas de tu cambio, giran el cuello hacia otro/a compañero/a de caja o hacia el encargado de turno, diciéndoles o advirtiéndoles de cualquier nimia circunstancia.

En cierta ocasión, hice algo que espero no volver a repetir, aunque en aquella ocasión reconozco que no pude reprimirme: mientras la empleada me extendía la mano con el cambio y miraba hacia otro lado (desde luego, no hacia el infinito), cogí y retuve su mano apenas un segundo: fue suficiente para que la chica se girara como un resorte hacia mí, se ruborizara y me pidiera disculpas. No, es evidente que esa chica no era María.

Modestino dijo...

De todo hay en la viña del Señor, amigo. Yo también me he encontrado de esa especie .... incluso en el mismo establecimiento del que hablo;). Y también, afortunadamente, existe la otra versión entre los clientes -seguro que mayoritaria-, gente exquisita tratando al otro.

Pero estar tras un mostrador ejercita especialmente la paciencia, no lo dudes.

sunsi dijo...

Gracias por el post.Me reconforta saber que hay gente que se relaciona con las cajeras, a pesar de que los que hacen cola te miran como si estuvieras "del ala". Con lo sencillo que es ser amable, peguntar cómo te va la vida, qué tal ese resfriado...

Anónimo dijo...

¡Qué impresentable!. Pobre María...

No creo que se trate de dependientes ni de clientes, sino de gente educada y de mal criados.

Dale un beso a María de mi parte que su paciencia y resignación bien lo merecen.