29 de mayo de 2008

De almejas y eternidades

Alvaro de la Iglesia era todo un personaje; escritor y humorista, marcó época como director de “La Codorniz”, ese semanario satírico que en los años sesenta hacía equilibrios con las dobles intenciones y jugaba al escondite con la censura. Alvaro de la Iglesia pertenece por derecho propio a la nómina de los clásicos del humor español del siglo XX junto a Wenceslao Fernández Flórez, Julio Camba, Jardiel Poncela, Ramón Gómez de la Serna, Muñoz Seca o Miguel Mihura. De la Iglesia escribió unos cuantos libros en los que exhibía ingenio, sentido del humor y sana crítica; entre ellos destaca uno titulado “En el cielo no hay almejas”: ni lo he leído ni sabría describir el argumento del mismo, pero siguiendo el juego al doble significado de las palabras que maneja el autor, puedo asegurar que éste tiene razón: dudo que se pueda llegar al paraíso con un alma estrecha, rancia y de medio pelo.

No trato aquí de realizar consideraciones serias sobre lo que debe hacerse para ganar el cielo; es un tema que me merece mucho respeto y quien quiera conocer la buena doctrina tiene, incluso en la red, sitios donde acudir. Cuentan que hubo un ministro de Franco, antecesor de D. Manuel Fraga en el Ministerio de Información y Turismo, que guardaba entre sus papeles una lista de personas con proyección pública en la que apuntaba quien de ellas se iba a salvar y quien no; no seré yo quien entre en valoraciones de esta naturaleza, me parecería osado, pretencioso y arriesgado, lo que si me apetece es hacer una cierta disección de aquello que pienso influirá lo suyo para ser recibido en la gloria. Y es que me gustaría contradecir a quienes afirman que al cielo sólo llegan los aburridos.

Las “almejas” suelen ser calculadoras y algo retorcidas; les preocupa mucho su interés y casi nada el de los demás; no es infrecuente tropezarte, en el trabajo y en tu vida de relación social, con quienes miden sus pasos hasta el detalle y tienen perfectamente estudiado desde el volumen de trabajo que van a ofrecer hasta aquél o aquélla con quien les conviene relacionarse, ser amable o hasta contraer matrimonio, tarea ésta última en la que se manejan con auténtica maestría en determinados ambientes de determinados lugares. Y mejor no hablar del mundo de la política, todo un escenario de conspiraciones, dobles juegos y puñaladas traperas, un mundo en el que tantas veces se echa de menos la lealtad y la magnanimidad.

Característica común de la "almeja" es el egoísmo y la ausencia de espíritu de servicio; no tiene más interés que el propio, no piensa más que en sí mismo y no es capaz de ver más allá de sus ambiciones. Vivimos en un mundo donde no es fácil encontrarse con gente que ni se compara con el resto ni mide sus favores, gente capaz de entender el servicio como algo libre y gratuito.

Un alma grande tiene que tener mentalidad abierta, asumir que los tiempos evolucionan y en un elevado tanto por ciento de cosas esa evolución es positiva; hay quien se quedó anclado en los años 70, quien no es capaz de modificar su criterio por presuntos dogmas incorrectamente interpretados, tradiciones mal entendidas o reglamentos con los que no se es capaz de tener la mínima flexibilidad. Pienso que Juan Pablo II nos dio continuas lecciones de dinamismo, adaptación a los tiempos y verdadera apertura de mente.

Y podríamos seguir hablando: ser espléndido –más con los demás que con uno mismo-, no rebañar hasta la última gota, no convertir el detalle en manía, la sobriedad en aspecto rancio y las formas en estereotipos. Y, por supuesto, el respeto a la opinión contraria, renunciando a tentaciones como creerse en posesión de la única verdad, ampliar los dogmas o confundir la ética con la estética. Es posible que en este país tendríamos todos que aprender bastante de esto último, de manera muy especial buena parte de nuestra clase política.

A mí me pasa con frecuencia que me descubro funcionando como “almeja”, advirtiendo, tal vez cuando ya es tarde, que me he comportado con estrechez de miras, sin perspectiva, sin entender de matices. La vida es como una carrera para transformarse de “almeja” en “alma”.

28 de mayo de 2008

"Mar de amor", José Antonio Labordeta










He estado desde el domingo en Madrid y hoy me he encontrado la mesa hasta arriba. No he tenido tiempo de escribir nada, pero me hace ilusión compartir la letra de una canción de Labordeta que me parece preciosa.





He posado mis manos en tus hombros

igual que el viento sobre el Mar,

he cubierto de besos tus orillas

y de luz tu soledad.


He navegado el iris de tus ojos

como navegan barcos al azar,

y he prendido mis labios a tu rostro

con la fuerza de un huracán.


Amor, esperanzadamente amor, amor...

Lejanamente amor, amor...

¿En qué lado del Mar está tu vida?

¿En qué lado del Mar está la luz?


He cruzado la lluvia de tus pechos

igual que albatros al volar,

y he dejado muy suave en tus cabellos

el sabor de las olas y la sal.


He traspasado el Mar de los olvidos

buscando tu figura en el rincón,

donde crece tu frente como alisio

e indican el poniente para el sol.


Amor, esperanzadamente amor, amor...

Lejanamente amor, amor...

¿En qué lado del Mar está tu vida?

¿En qué lado del Mar está la luz?

25 de mayo de 2008

La parejita de la hora del café

Como buen funcionario, casi todas las mañanas me dirijo con unos cuantos compañeros de trabajo a tomar un café; si no hay abusos y uno es puntual en su horario -y prudente en el tiempo de tomarlo- no deja de ser una costumbre sana y hasta productiva.

En la cafetería donde acostumbramos a tomar el refrigerio coincidimos casi siempre con una joven pareja de enamorados que ha llegado a robarme el corazón, y lo digo completamente en serio. Y los llamo "enamorados" porque no me cabe ninguna duda de que lo están y ellos mismos no hacen nada por disimularlo: su recíproco cariño es tan tierno y llamativo que todos nos damos cuenta.

No se nada de ellos, ni como se llaman, ni a que se dedican ni si viven en mi ciudad o solamente están estudiando o trabajando aquí. Dudo que ninguno de los dos haya llegado a los 20 años, él es rubio, delgado y llega al bar en bicicleta, mientras ella, que tiene pinta de llamarse Sara aunque seguro que no acierto, morena, de tez blanca y con aire de persona espabilada.

Todos los días llegan, cada uno por su lado, y se sientan juntos a tomarse un zumo de naranja y un bocadillo, mientras se miran a los ojos con esa mirada que nunca deberíamos perder y que refleja ilusión, cariño y disposición de entrega. Vete a saber cómo acabará todo, a lo mejor es una historia pasajera que recordarán, seguramente con una sonrisa en la boca, cuando sean cincuentones o a lo mejor es el principio de un matrimonio duradero, como deberían de ser todos los matrimonios. Pero, en estos momentos, ¡¡¡qué mas da!!!, a mí, mientras me tomo el insípido cortado descafeinado con sacarina al que estamos condenados los cardíacos, me producen alegría, ternura y,  ¿por qué no decirlo?, hasta cierta envidia.

Ya se que este comentario de hoy es superficial, cursi, .... habrá quien opinará que hasta frívolo, pero a uno le gusta a veces poner por escrito también sus pensamientos menos trascendentes. Y, ¡¡¡que caramba!!!, también tengo derecho a alegrarme y disfrutar con la felicidad ajena.

Además, me gusta confesarlo: ¡qué bien me cae esta parejita que se encuentran, se miran y se hacen cucamonas mientras me tomo el café mañanero!.

24 de mayo de 2008

Detrás del mostrador

Siempre he admirado a aquellas personas a quienes su trabajo profesional exige estar permanentemente cara al público: dependientes, camareros, enfermeras, taxistas, … a todos ellos les toca la frecuentemente difícil y poco agradecida tarea de enfrentarse diariamente al ciudadano, alguien que, por desgracia no pocas veces, tiende a mostrar su cara menos amable, a desarrollar los rasgos más feos de su carácter, cuando se convierte en cliente.

Quien tiene que atender al público viene obligado a mostrar siempre un rostro sonriente, una actitud atenta y una disposición absoluta a satisfacer lo que se le demanda; no es esto algo que a simple vista haya de incluirse en la nómina de lo indeseable: la amabilidad y la laboriosidad no dejan de ser virtudes notables. Pero el mérito aparece cuando quien ha de ofrecer un servicio con esas características tiene que hacerlo con la máscara de la satisfacción y la alegría colocada de modo permanente, sin posibilidad de receso, también cuando llueva o truene. Quienes trabajamos protegidos por la discreción de un despacho tal vez no valoremos lo suficiente el privilegio de la intimidad, de poder poner mala cara cuando no estamos para dar botes por razón de dolores exteriores o interiores sin que nadie nos pueda reclamar lo contrario.

En una escena de “Con la muerte en los talones”, el magnífico thriller cinematográfico dirigido por Alfred Hitchcock, Cary Grant, a quien retienen dos esbirros en el interior de un vehículo, emplea como último argumento para reclamar libertad a sus secuestradores el que “existen unos cuantos camareros que dependen de mí”. No me cabe la menor duda de que aún circulan por esos mundos personas que viven y actúan con el convencimiento de que cualquier empleado que les sirve desde el otro lado de la barra ha de someterse a sus órdenes y, todavía peor, a sus caprichos: todos hemos sido testigos en más de una ocasión de la paciencia que debe ejercitar quien atiende la mesa en un restaurante ante la puntillosidad de alguno con relación al punto del solomillo, la etiqueta del vino o la temperatura del café.

Con frecuencia el problema radica en la errónea conciencia de que el pagar da derecho a todo; siguen existiendo personas que al entrar en un establecimiento se erigen al instante en señores y dueños de quien les atiende. En ocasiones la actitud viene caracterizada por un trato arrogante y despótico, propio de quien, siempre injustificadamente, se siente superior, de quien todavía utiliza como argumentos incontestables apelaciones tan trasnochadas como las realizadas a la cuna, el cargo, los años o el poder de cualquier tipo.

Otras veces se muestra el más rancio paternalismo , dedicando al empleado de turno la irritante condescendencia de aquellos a quienes gusta compaginar una falsa inquietud social con la arraigada costumbre de mirar por encima del hombro.


Tenemos mucho que aprender y, en ocasiones, que rectificar: y es que nos preocupa mucho la educación de los más jóvenes y olvidamos la necesidad de enmendar la nuestra. No pocas veces hemos suspendido la asignatura del respeto: tratar a los demás como nos gustaría que lo hicieran con nosotros, como a ciudadanos iguales, sujetos de los mismos derechos y obligaciones. Debe cuajar en nuestro interior el convencimiento de que al otro lado del mostrador hay una persona, con su humanidad, sus sentimientos y sus problemas, alguien capaz de sufrir y alegrarse, a quien lo que hagamos y digamos no le va a dejar, para bien o para mal, indiferente. Es posible también que a veces nos olvidemos de utilizar una capacidad tan importante como poco onerosa: la de ser agradecidos, incluso con la palabra.

Repito: todo mi respeto y mi cariño a aquellos que tienen la paciencia y la disposición de servirme cada día.

21 de mayo de 2008

Enrique VIII: el rey y su corte, Alison Weir

Estoy terminando esta magnífica biografía de Enrique VIII; un libro completamente recomendable, de esos que hay que leer sin prisas, disfrutando de todas y cada una de sus páginas. El autor ya había escrito un libro titulado “Las seis esposas de Enrique VIII”, obra que sirvió de guión para una magnífica serie inglesa de televisión, ofrecida en España en los años 80 en seis excelentes capítulos. En esta ocasión, el propio Weir explica en el prólogo que se va a centrar en la figura del monarca inglés, dado que de sus sucesivas parejas ya había hablado en el anterior.

La descripción de la vida, carácter, decisiones, aficiones, aciertos y errores de Enrique VIII es magnífica; se trata de un personaje apasionante, lleno de vitalidad y de excesos, pero también un gobernante importante y decisivo, no siempre para bien, en su época. La vida de Enrique VIII estuvo marcada por su decisión de romper con la Iglesia romana: no deja de ser triste que la pasión desordenada y el orgullo personal llevaran al rey inglés a iniciar un cisma que pervive al cabo de tantos siglos. Pero es de agradecer a Weir que junto a un certero y objetivo relato de las torpezas del monarca, no haya convertido su libro en un libelo contra Enrique VIII, sino en un magnífico tributo a la historia veraz, desapasionado y creíble.

Ya quedó dicho que no era propósito del autor hablar a fondo de las seis esposas del rey, pero no por ello deja de describir con precisión la fortaleza y destino trágico de Catalina de Aragón, la ambición y elegancia de Ana Bolena, la suave presencia de Jane Seymour, la fugaz aparición de la repudiada Ana de Cleves, la pasión y juventud de Catalina Howard y la discreción de Catalina Parr.

Junto a éstas desfilan los más destacados personajes de la Corte británica del momento: el codicioso y manipulador obispo Wolsey, los duques de Norfolk y Suffolk, el ambicioso clan de los Boleyn, el obispo Fischer y el canciller Tomas Moro, que murieron en el cadalso por no transigir con los caprichos de su rey, o el intrigante y poderoso Thomas Cromwell, que como tantos llegó primero a la cúspide para acabar en el patíbulo. También hay lugar para destacadas figuras europeas de la época: el emperador Carlos, el rey francés Francisco I o el pensador Erasmo de Rótterdam.

La obra no se limita a narrar los sucesos históricos y a profundizar en la psicología de sus protagonistas, también destaca por una minuciosa y brillante descripción del ambiente de la época: desde los vestidos de los reyes, nobles y cortesanos hasta la decoración de casas y salones, pasando por una detallada exposición de las costumbres y modos de vida de la época.

Creo que estamos ante una biografía que seguro no va a decepcionar a quien se enfrente a las casi 600 páginas que la componen.

20 de mayo de 2008

El Parque de Artillería de Valencia

Dicen que los hombres nos volvemos insoportables cuando empezamos a hablar de nuestro servicio militar: es posible, pero quienes llegamos a la mayoría de edad cuando “cumplir con la patria” aún era obligatorio tuvimos en la mili, para bien o para mal, una experiencia vital importante.

Hace dos semanas razones profesionales me llevaron a pasar tres días en Valencia; como llegué a la capital del Turia con unas cuantas horas de anticipación, me dejé llevar por la nostalgia y, cogiendo la línea 27 de autobús, me dirigí al Parque de Artillería, cuartel donde hace 27 años pasé un año de mi vida. El cuartel, ubicado al final de la Calle San Vicente Martir, muy cerca de la “Cruz Cubierta”, se encuentra en la actualidad desocupado y sumido en el más total abandono y pronto será derribado para construir viviendas de protección oficial; a pesar de ello, al reconocer sus paredes vetustas, sus garitas hoy desocupadas, mi cabeza y mi corazón no supieron evitar regresar al pasado, a aquellos tiempos de juventud, a aquella época de mi vida llena de contrastes, vivencias sorprendentes y experiencias contradictorias.

Resultó cuando menos curioso el contraste entre esos recuerdos plenos de rigorismo, marcialidad e imposiciones con la desoladora imagen de unos edificios destrozados por el abandono, la humedad y los graffitis y de la calle principal del cuartel invadida por el polvo y la maleza.

No seré yo quien defienda el servicio militar obligatorio; siempre me ha parecido una pérdida de tiempo y, sobre todo, una violenta e injustificada interrupción, en momento clave, del lógico curso de la vida de una persona. Llegué al cuartel con la carrera de Derecho recién acabada y todo por hacer en el campo profesional y la mili se presentaba como un obstáculo inútil, hostil e inoportuno.

Pero también es verdad que ese año pasado en Valencia vestido de caqui, haciendo guardias, retenes y otros servicios y preocupado de mil amenazas que hoy me parecen ridículas, no fue ningún trauma y, no se si por la anestesia del transcurso del tiempo, hoy soy capaz de extraer enseñanzas positivas.

Llegué al Parque de Artillería con un gran desconocimiento del mundo que me rodeaba; era una persona de una enorme timidez , algo que nunca me había facilitado la relación con los demás y que se agravaba por haber vivido hasta ese momento en una especie de burbuja protectora que había generado una ingenuidad excesiva, cierto individualismo y una ignorancia monumental de la condición humana.

Entre reclutas me enfrenté por vez primera con realidades que hasta entonces solamente había contemplado en la ficción o en la prensa, contemplé en vivo y en directo tanto la grandeza como la miseria humana y estuve sometido, por vez primera en mi vida, al poder ajeno, a las decisiones a veces caprichosas de quienes tenían más galones que yo, a la arbitrariedad de los hombres.

Entre baterías y salas de armas fui consciente, sin velos ni reducciones, de la complejidad de la condición humana, del dolor, la pobreza y las tristes consecuencias de ciertos errores. Pero es igual de cierto que en esos días también aprendí otras cosas: allí descubrí, en mis compañeros de fatigas, toda la belleza interior de las personas: la bondad, la generosidad, la entrega y el servicio, toda la capacidad de querer y agradecer del corazón humano, posiblemente porque muchos de quienes compartían aventura habían aprendido a vivir mucho antes que yo. Creo que no exagero si afirmo que entre el torpe manejo de las armas, los interminables fines de semana “pringado” y las dianas, retretas y otras “gaitas” aprendí el sentido y el valor de la amistad más profunda. El lugar no dejaba de ser peculiar, pero entre los que conmigo habían llegado de fuera y a la fuerza, tuve quienes me abrieron los ojos a muchas cosas.

Ocurrieron muchas cosas en la época que va de principios de octubre de 1980 a finales de septiembre del año siguiente, entre otras los lamentables sucesos del 23 de febrero de 1981, cuando unos cuantos descerebrados quisieron suprimir de un plumazo las libertades recientemente recuperadas, pero de estos avatares, vividos en el centro del huracán, y de otros muchos hablaremos en otra ocasión.

19 de mayo de 2008

El Zaragoza en Segunda División

Los que desde pequeñitos somos adictos a la droga del fútbol tendemos a vivir unos lunes llenos de contrastes. Y este año los seguidores del Real Zaragoza hemos vivido una auténtica pesadilla con nuestro equipo. Ayer todo terminó de la peor manera posible, y el Real Zaragoza se ha ido con armas y bagaje al pozo de la 2ª División. Es el cuarto descenso del que soy testigo; en los tres anteriores el purgatorio de la División de Plata solamente ha durado un año….. espero y deseo que en esta ocasión ocurra lo mismo.

El descenso del Zaragoza ha sido el colofón de un cúmulo enorme de errores, toda una demostración de cómo hacer las cosas mal. En el club aterrizaron unos nuevos dueños que han demostrado carecer de los mínimos conocimientos para llevar a buen puerto una nave futbolera. Ha faltado humildad, se habló al comenzar la Liga de jugar la Liga de campeones, ganar la Copa de la UEFA y dar espectáculo por toda España ….. al final fuimos eliminados a la primera por el Aris de Salónica, un equipo griego de segunda fila, no hemos rebasado la zona mediocre en 38 partidos y el equipo solamente ha sido capaz de sacar 8 puntos a domicilio.

En fútbol que se juega hoy en día es muy distinto al de hace 10 o 15 años, es precisa una gran preparación física, se imponen los jugadores fuertes y con presencia y un buen entrenador tiene que preparar cada partido estudiando al rival y sabiendo colocar y dosificar a sus jugadores adecuadamente; el Zaragoza del 2008 ha sido un equipo cuyos jugadores llevaban la lengua fuera en las segundas partes, estaba cuajado de jugadores blanditos y bajitos, a los que cabe añadir más de un “mingafría” y comenzó la liga con un entrenador que alardeaba de que solamente le preocupaba su equipo.

Ha habido un exceso de confianza; las cosas ya comenzarona marchar pésimamente en la pretemporada, luego vino el fracaso en Europa y dos ridículos espantosos en el Nou Camp y el Vicente Calderon, fuera de casa el equipo fracasaba cada quince días, mientras en casa hubo patinazos tremendos frente a Getafe, Valladolid y Español, partidos éstos últimos en los que nos marcaron tres goles en cinco minutos. Pero no hubo reacción: ni se tomaron medidas, ni se fichó gente en el mercado de invierno; y cuando se reaccionó se hizo tarde y mal: cuatro entrenadores en un año¡¡¡¡.

A lo dicho cabe añadir algo que empieza a ser realidad en la Liga española: los grandes jugadores duran poco: se endiosan enseguida, rinden año y medio y viven de rentas y tienen unos representantes que cada mes de junio piden una revisión de contrato, de esta manera, las grandes estrellas de la plantilla blanquilla –Diego Milito, Diogo, Ayala, Aimar, Matuzalem,….- han navegado entre lesiones y mediocridad casi toda la liga.

Pero no cabe el desánimo: es el momento de iniciar la reconquista y el sol volverá a salir, esperemos que pronto.

16 de mayo de 2008

La reforma de la Justicia

Es uno de los temas estrella del momento, parece que por fin los políticos están dispuestos a encarar una de las asignaturas pendientes de nuestra historia reciente. Los aconteceres y efectos de ala reciente huelga de funcionarios, el triste caso de la niña Mari Luz, presuntamente asesinada por quien debería llevar tiempo cumpliendo condena, las noticias sobre juzgados anegados por montañas de expedientes acumulados son realidades que han provocado la alerta roja.

El problema de la Justicia no es menor; es un poder del Estado, pero sobre todo, se trata de poner remedio a la frustración de tantos ciudadanos que acuden en busca de solución a problemas frecuentemente graves y suelen encontrar ineficacia, retrasos y desengaños. Los protagonistas del tema solemos hablar de falta de medios, y es cierto, no se trata de un recurso que suena a cantinela, sino de una verdad sonrojante: solamente con que se hubiera invertido en esto la mitad de lo dedicado a hacer funcionar la Agencia Estatal de Administración Tributaria, seguro que las cosas irían muchísimo mejor, pero ya se ve que en este país a quienes gobiernan les resulta más urgente recaudar que distribuir con eficacia el derecho que a cada uno corresponde.

Pero nos engañaríamos si pensáramos que todo se arregla con inversiones, porque hay otras cosas que corregir. En los Juzgados se trabaja con criterios y formas completamente obsoletos; es urgente una reforma de la oficina judicial, en la que se aporten criterios de racionalidad, orden y eficacia, que permitan controlar tanto la calidad del trabajo como la utilidad del mismo. Nunca me han parecido justas las críticas indiscriminadas a un grupo profesional, y en cuanto a los funcionarios de Justicia se refiere, tengo un profundo respeto a muchos a los que veo trabajar con responsabilidad, pero salta a la vista que es preciso romper moldes en muchos aspectos, desde el cumplimiento riguroso y controlado del horario hasta la exigencia de un servicio inmediato, permanente y amable al ciudadano.

Desde el Ministerio se habla de voluntad de hacerlo, pero yo soy escéptico; y lo soy porque llevo muchos años observando cómo cada gobierno solamente ha intentado arrimar el ascua a su sardina, cómo las leyes se promulgan o bien como errática reacción a los vaivenes, no siempre equilibrados, de la opinión pública o, aún peor, a impulsos del más lamentable sectarismo. El espectáculo ofrecido con la necesaria renovación del Consejo General del Poder Judicial se ha convertido en una penosa demostración de politización de la Justicia de la que son responsables por partes iguales gobierno y oposición. Dudo mucho, y siento hablar así, que las decisiones en esta materia se tomen al dictado de las verdaderas necesidades de la Administración de Justicia, al menos si tenemos en cuenta la trayectoria de los últimos años, incluyendo aquellos en los que gobernaban otros equipos políticos.

Y en esta tema tendríamos que seguir hablando de muchas otras cuestiones, como el fenómeno de los juicios paralelos, donde con no poca frecuencia se intuyen escondidas pretensiones de manipulación e influencia en las decisiones de los tribunales, a los que no se deja trabajar con la discreción y la independencia indispensables, y no estoy hablando, precisamente, de limitar la libertad de información: en materia de Justicia, por supuesto, luz y taquígrafos.

Tampoco es cuestión secundaria la utilización del Derecho y la Justicia como vehículo al servicio de ideologías y opiniones personales; y es que no han faltado quienes se han servido del entramado judicial para usarlo como laboratorio de experimentación, como púlpito difusor de doctrina o como simple plataforma de proyección personal.

Pero hoy no queda ni tiempo ni espacio para más: otro día seguiremos informando.

15 de mayo de 2008

Total Kheops, de Jean Claude Izzo

Total Kheops
Jean Claude Izzo
Akal literaria Madrid (2003)
283 páginas

Me encanta la novela negra, y en la búsqueda de valores he acabado teniendo un amplio catálogo tanto de buenos contactos que me informan de buenas lecturas como de enlaces de internet con datos interesantes al respecto.

Uno de esos contactos, un buen amigo de Tarragona, me facilitó el nombre de Jean Claude Izzo. Se trata de un autor francés, prematuramente fallecido, que tras dedicarse al mundo de la poesía, lanzó en los últimos años de su vida una trilogía protagonizada por el inspector de policía Fabio Montale y que tiene como escenario la ciudad de Marsella.

Izzo escribe con brillantez y agilidad, en un narración no exenta de crudeza, con un realismo notable que, entre otras cosas, consigue mantener tu atención hasta el final. Izzo es un escritor comprometido políticamente -pertenecía al PCF- y su vinculación política queda patente en la novela. Tras leerla uno no encuentra resquicio a la esperanza, todo planteamientio es a ras del suelo y aparecen matices de amargura y resentimiento.

A pesar de lo dicho, la novela merece la pena: es buena literatura, describe maravillosamente el ambiente marsellés, con sus peculiaridades, circunstancias y riqueza de personas y ofrece una visión cruda y real del problema de la inmigración, por más que uno pueda discrepar de sus conclusiones.

Dejo la referencia argumental publicada en http://www.negraycriminal.com/:

"La muerte de una destacada figura de la mafia marsellesa llevará a Fabio Montale, un policía escéptico y amante de los placeres de la vida, a introducirse en una oscura trama en la que se entretejen la xenofobia, la marginación y la satanización de los inmigrantes magrebíes, la corrupción y la amenazadora sombra de la extrema derecha. Y en medio de todo ello, Marsella, una ciudad en la que "hay que tomar partido" y donde, "demasiado tarde, unos se encuentra de lleno en pleno drama.Un drama antiguo, donde el héroe es la muerte".

Ahí van dos enlaces sobre la novela:

http://www.lacoctelera.com/sangrepolar/post/2006/03/05/caos-total
http://gangsterera.free.fr/critIzzo.htm

Foto obtenida en www.negraycriminal.com

Aquella infancia en blanco y negro


Cuando estás llegando a la cincuentena asoma una cierta tendencia al recuerdo y, con él, a la nostalgia, a la añoranza; no se si esto se debe a la conciencia de que empieza a haber más camino recorrido que tramo por recorrer, a una escondida necesidad de entablar comparaciones entre los tiempos pretéritos y los actuales o, simplemente, a la constatación de que, con la lejanía de los años, todos los recuerdos se convierten en amables.

Yo soy de aquellos que desarrollaron su infancia y primera juventud en el transcurso de los años 60 y la primera mitad de los 70; mi generación dio sus primeros pasos y se adentró en el laberinto de la vida al impulso de los planes de desarrollo, mientras nos contemplaban los tableros de madera, los cines de sesión continua y la televisión en blanco y negro.

Eran tiempos felices que vivíamos tranquilamente, ayunos de incertidumbres y problemas graves; nuestra visión del mundo y del entorno era corta y condicionada, aunque no por ello dejamos de tomar conciencia de las noticias que conmocionaban a nuestros mayores: los asesinatos de John y Robert Kennedy y Martin Luther King, las guerras de Vietnam, el Congo belga o Biafra, la crisis de los misiles o los dramáticos sucesos que convirtieron en tragedia la Olimpiada de Munich de 1972. Eso sí, nada nos impresionó tanto como el inesperado fallecimiento de Walt Disney, a quien cada domingo veíamos en plena forma por la tele y cuya desaparición nos dejó en la orfandad a los niños de la época.

Fue una infancia sin problemas ni traumas, pero también sin excesos: el descanso, la práctica de deportes, las vacaciones, … venían teñidas de sobriedad, no cabían lujos, caprichos ni etiquetas; la diversión llegaba en forma de juegos en la calle, cines baratos, librerías de lance y monedas de duro bien aprovechadas.

Todos disfrutamos de “El Virginiano”, “Daktari” y “Super-agente 86”, aunque en ocasiones nuestros padres nos permitían ver “Ironside”, “Misión Imposible” y hasta “los Intocables de Elliot Ness”, en aquellas noches televisivas de concursos, teatro y rombos. Nos apasionaban las películas de romanos, en las que solía aparecer un centurión noble y aguerrido, alguna patricia de buen ver y el inefable “perverso” que siempre acababa mal, aunque no sería justo omitir a los westerns –John Wayne siempre estuvo presente-, Tarzán, el zorro y alguna que otra catástrofe en edificio, barco, o avión.

En nuestra torpe ingenuidad no dejamos de ser conscientes de vivir momentos históricos cuando Neil Armstrong piso por vez primera el suelo del único satélite de la tierra; aunque a la hora de la épica sentimos mayor emoción con el gol de Marcelino a Rusia o con el título mundial de los pesos pluma que Pepe Legrá arrebató al galés Howard Winstone en el Caney Beach Arena de Portchaw.

Esta mirada atrás quedaría incompleta sin un acercamiento a aquellas cosas que aprendiste y nunca hubieras debido olvidar: la nítida distinción entre el bien y el mal, el respeto a los otros, especialmente a los más mayores y a los más débiles, la lealtad a tu familia y a tus amigos, la importancia de la verdad, por encima de intereses, tácticas y egoísmos, la clara conciencia de error cuando estabas haciendo algo mal, con daño a terceros, y la disposición a corregirlo. Y, por supuesto, el pleno convencimiento de que para cuajar un futuro es necesario el trabajo constante y sacrificado.

Claro que, junto a lo aprendido, es aconsejable referir también aquello que no te enseñaron, al menos con la nitidez y extensión exigible; eran tiempos en los que ni todos podían expresarse libremente ni todos teníamos la largueza y madurez para leer y escuchar más allá de las palabras. Por ésto eché en falta una visión más objetiva, sin sesgos ni atajos, de la historia más reciente, una educación que entre los valores a transmitir incluyera también la devoción por los derechos y libertades, su importancia y alcance y el impulso valiente y creativo de la propia capacidad de autocrítica. Son valores que tuvimos que recuperar al cabo de los años, tal vez a trancas y barrancas; a veces me da miedo pensar que a los chicos de hoy les pueda estar pasando algo parecido.

Hay una última enseñanza, una realidad que solamente el paso del tiempo te permite adquirir y asimilar; desde esos años a hoy, muchos de los protagonistas de tu vida, los cercanos y los que pasaban a distancia, han ido desapareciendo. La realidad de la muerte, algo que a los siete, a los diez, a los catorce años no es más que una vivencia trágica que uno contempla como lejana y casi irreal, ha ido transformándose en algo tan vivo como inmediato, cada vez es más frecuente y te afecta más en directo. El retorno al pasado, la evocación de ese tiempo que no volverá, la añoranza de tu vida anterior va siempre acompañada de la presencia de los que ya no están, de quienes son causa eficiente de que esa nostalgia tenga cada vez más razón de ser, tal vez porque observas que las vidas de muchos de ellos tuvieron sentido y permanecen allí, como ejemplo y acicate.

Viene a mi memoria esa poesía del poeta británico William Wordsworth, esa preciosa estrofa que se convirtió en lema de la magnífica película de Elia Kazan “Esplendor en la hierba”, protagonizada por Warren Beatty y una espléndida Natalie Wood: “ … aunque mis ojos ya no puedan ver ese puro destello, que me deslumbraba. Aunque ya nada pueda devolver la hora del esplendor en la hierba, de la gloria en las flores, no hay que afligirse, porque la belleza siempre subsiste en el recuerdo”.