29 de septiembre de 2014

El síndrome Kowalski

"Viaje al fondo del mar" fue una serie que hizo las delicias de los niños de mi generación los sábados por la tarde. Era dirigida por Irvin Allen y protagonizada por unos cuantos audaces marinos, quienes a bordo del submarino Seaview vivían cada capítulo aventuras llenas de tensión, emoción y peligros. Científicos medio locos, monstruos marinos, animales a los que las profundidades abisales habían convertido en terribles, peligrosos terroristas y espías internacionales y todo tipo de situaciones complicadas protagonizaban un buen trozo de las televisivas tardes sabatinas de la época. Al mando de la nave estaba el enérgico almirante Harry Nelson, encarnado por Richard Basehart, e inmediatamente por debajo el apuesto capitán Lee Crane, que interpretaba David Hedison. También destacaba el rubio teniente Chip Morton (Bob Dowdell), el cascarrabias Curly Jones (Henry Kulky) o el interesante Francis Sharkey (Terry Becker). Pero entre la clase de tropa figuraba un tal Seaman Kowalski, un marinero feo y fornido cuyo papel le correspondóía al actor Del Monroe, un habitual de las series televisivas que también apareció con mayor o menor frecuencia en otras como "Mannix", "El túnel del tiempo" o "Área-12". Mientras Nelson y Crane ejercían el papel de héroes, Kowalski se solía caracterizar por recibir bofetadas por todas partes. Si a alguien le daban una paliza, si alguno de los personajes tenía un accidente o era sometido a cualquier tipo de agresión o tortura, ese era Kowalski. Y debía de ser así, imagino, por ser feo, fuerte y tener apellido extranjero.

Y en este mundo en el que nos ha tocado vivir siempre hay unos cuantos a los que les toca el sufrido papel de Kowalski. Ya cuando íbamos al colegio compartíamos clase, incluso pupitre, con chavales que tendían a recibir todas las tortas, bien porque tenían cierta torpeza natural, porque su carácter o sus formas les hacían poco simpáticos al resto o simplemente, no se sabe porqué, siempre terminaban siendo los protagonistas de caídas fortuitas, tropezones inesperados, enfermedades repentinas, picaduras de bichos o bofetones mal administrados. Y conforme crecemos seguimos encontrándonos con los Kowalskis de turno, en la Universidad, en la mili, cuando ésta existía, en las entrevistas de trabajo, oposiciones y equiparables, en la vida de familia y en la vida social ... siempre habrá quien reciba golpes constantes, y me temo que no siempre será el que más lo merezca.

28 de septiembre de 2014

Día de lluvia


El blog lleva días enganchado con la mantequilla de cacahuete, sin duda un post de serie B: en esto de los blogs también pasa como con las películas y hay post algo prefabricados por sí cae un "Oscar de la blogosfera", otros del "montoncillo" que no pasarán a la historia, casi de rutina o compromiso  y de vez en cuando puede salir alguno que hasta podría pasar a la posteridad ... dentro de unos límites y salvando las distancias, por supuesto. Hoy no se qué decir, pero necesito renovar la portada y tras mirar por la ventana, observo un domingo lluvioso, la calle vacía, el cielo oscuro, el ambiente gris y la poca gente que atraviesa el Paseo de las Autonomías andando deprisa y con pintas de estar deseando llegar a casa.

A mi amigo Brunetti le gustan los días así, con lluvia y necesidad de refugiarse en el nido, y hasta puedo comprenderle pues la situación puede favorecer la vida sencilla y familiar, practicar aficiones simples y poco onerosas como la lectura y hasta fomentar esos sentimientos poéticos que, quien más quien menos, todos tenemos aunque sea en ocasiones. Pero, no se bien por qué razón, los días lluviosos me bajan los ánimos, la moral y el entusiasmo; recuerdo que de niño mis peores días de colegio coincidían con la lluvia y que un chaparrón suele tener esa triste capacidad de estropear o suspender acontecimientos, viajes o encuentros que uno espera con ilusión.

Pero seamos positivos, pensemos que no hay mal que por bien no venga, emulemos a Brunetti y repitamos con elegancia y estilo la vieja tonada infantil: "que llueva, que llueva, la Virgen de la Cueva" ... 


24 de septiembre de 2014

Lo que también enseñan los libros


La afición a leer novelas tiene también sus ventajas complementarias, una serie de enseñanzas que van más allá de mensajes, ideologías o "moralinas" de esas que tienden tantas veces a incluir los escritores de ayer y hoy. En concreto, cuando el autor es nacido en los Estados Unidos y desarrolla la trama de su libro en dicho país, especialmente si se trata de thrillers o novelas policíacas, suelen encontrarse frecuentes referencias a los usos alimenticios del yankee medio: hamburguesas bien grasientas, salchichas enormes, coca-cola a tutiplén, patatas fritas abundantes y sin control de calidad, ... una dieta adecuada para engordar cinturas y demás que carece además de cualquier "glamour" gastronómico, ¡menuda diferencia con los añorados desayunos y meriendas que se zampaban los protagonistas de los libros de Enid Blyton que leíamos de pequeños!, cuiando descubríamos, sólo en papel, la cerveza de jengibre, el pastel de frambuesas o los sandwiches de contenidos más sorprendentes.

Estos días ando entretenido con un thriller ambientado en California, una novela sin pretensiones que está resultando bastante amena, aunque en alguna ocasión se me ha "destorotado" la digestión comprobando la afición de la hija del protagonista a mantener una dieta de rebanadas de pan con mantequilla de cacahuete. En cuestiones alimenticias, como en tantos aspectos de la vida, cabe admitir opiniones para todos los gustos: hay quien considera que el marisco es lo fetén, quien siempre pedirá carne mientras la haya buena, quien considera el pescado un plato mucho más equilibrado que la carne, y por supuesto, dentro de unos y otros se encontrarán los que prefieren el cordero y los partidarios de la ternera, el cerdo o las aves palmípedas, a la vez que no podrás criticar ni al que disfruta con el mero, el besugo o la merluza ni al que es feliz con el atún, las sardinas o el pescadito frito. Pero coger la costumbre de darle a la mantequilla de cacahuete, por mucho que la dores, empieza a parecerme un hábito casi pernicioso, y ya no sólo por la preocupación del daño que pueda hacer en el organismo de quien la consume, sino en el mal cuerpo que produce en quienes nos limitamos a contemplar su consumo por escrito.


23 de septiembre de 2014

¿Deporte nacional?


 «¡Igualdad!, oigo gritar / al jorobado Fontova. / Y me pongo a preguntar: / ¿Querrá verse sin joroba / o nos querrá jorobar?».

Leonardo Castellani

En el último "Semanal" Juan Manuel de Prada habla de la envidia, y además de citar a Cervantes y Quevedo -¡nada menos!- recoge esta frase del controvertido pensador argentino Leonardo Castellani que me parece toda una muestra de tino y sabiduría. Hay quien dice que en España la envidia es deporte nacional, afirmación que no soy capaz de valorar como cierta o incierta, aunque tengo bien claro que la envidia existe y que con frecuencia damos buena muestra de que se trata de vicio que ejercitamos. Es lógico que el personal ande enojado con algunas cosas que pasan, que se de rienda suelta a la crítica por la corrupción, los abusos, las desigualdades y los desgobiernos, pero cada vez tengo más claro que en ocasiones lo que mueve al personal es la envidia y no el recto afán de que se cumpla lo que puesto en boca de Ulpiano parecía sencillo y a la hora de la verdad nos cuesta tanto lograr: dar a cada uno lo que en justicia corresponde.

Me temo que hay veces en que detrás de esas aceradas críticas, esa demoledora forma de valorar la conducta de personajes públicos y privados, se esconde la frustración de no tener el poder, el dinero o la influencia de los criticados. Entiendo -y comparto- la indignación del personal ante la trampa y la codicia, pero cuando escucho a algunos asegurar que no se puede ser rico sin robar, poderoso sin trepar y pisotear u ocupar un puesto alto sin medrar o abusar de influencias, no puedo evitar que me pase por la cabeza que la envidia se está imponiendo a la capacidad de razonar y a la buena fe.

Prada cita también a John Stuart Mill: «Los españoles persiguen con saña a todos sus grandes hombres, les amargan la existencia y, generalmente, logran detener pronto sus triunfos», triste sería que siguiéramos dándole la razón.

21 de septiembre de 2014

El toro de la Vega


En la última semana hemos tenido polémica con motivo de la celebración del "Toro de la Vega", un evento taurino celebrado en la localidad vallisoletana de Tordesillas y que consiste en la caza y persecución de un toro por multitud de lanceros a pie y a caballo por calles y campos de la villa hasta conseguir matarlo y, en el caso de no lograrlo, proceder al indulto del animal. Un importante sector de ciudadanos consideran que se trata de una costumbre ancestral y salvaje en la que se somete al toro a continuos e innecesarios sufrimientos y postulan la supresión de tal evento. Esta reivindicación parece razonable y es posible que a estas alturas de la historia costumbres como ésta no sean más que vestigios de brutalidades ancestrales que sería bueno erradicar y quizá sustituir por otras más pacíficas y menos polémicas.

No obstante, no puedo evitar que me venga a la cabeza el exceso de pasión que se emplea en ocasiones para criticar determinados modos y usos y la poca fortaleza con la que se defienden otras cuestiones que vete a saber si son más sustanciales. Vamos, que choca, al menos a mí, que sea menos polémico y conflictivo postularse por los derechos del toro que por los del concebido y no nacido.

18 de septiembre de 2014

Un señor de la cabeza a los pies


Entre 1978 y 1985 ocupó la presidencia del Real Madrid D. Luis de Carlos Ortiz, un caballero al que le pongo conscientemente el "Don" por delante porque ante todo era eso: un auténtico señor, algo que ya por entonces no solía ser frecuente entre quienes regentaban los equipos de fútbol. A de Carlos le tocó la papeleta de sustituir a Santiago Bernabeu, toda una institución en el club de Concha Espina, a cuyo mando había estado durante 35 años en los que habían proliferado los éxitos más llamativos. Aunque durante su mandato los "merengues" consiguieron dos Ligas, dos Copas del Rey y una de la UEFA, el equipo no brilló como en él era habitual, a pesar de tener en su nómina jugadores de la talla de Camacho, Del Bosque, Stielike, Gallego, Santillana o Miguel Ángel, de haber disputado aquella desgraciada final de la Copa de Europa frente al Liverpool y de que en su última temporada debutara con el primer equipo la célebre "Quinta del Buitre".

Pero independientemente de los éxitos del equipo de fútbol cuya presidencia ostentaba, del mayor o menor acierto de sus decisiones como primera autoridad del club de Chamartín, Luis de Carlos era todo un caballero, un hombre intachable, elegante, bondadoso y honrado a carta cabal. Recuerdo que con frecuencia acudía como invitado a "Estudio Estadio", el añorado programa de los domingos por la noche donde veíamos los resúmenes de los partidos. De Carlos solía andar quejoso con determinadas decisiones tanto arbitrales como federativas, aunque nunca perdía los papeles, insultaba ni acusaba agresivamente. No faltaba la utilización de una fina ironía, como el día en que afirmó que si "el santo Job viviera en nuestra época, no sería santo". 

De Carlos había nacido en Almansa (Albacete) en 1907, con lo que le tocó gobernar el Real Madrid con más de 70 años. Personas como él ya no se ven por los palcos de primera. Recordar su formas de hacer y actuar me provocan tanta admiración como nostalgia, él nunca montaría una escena en pleno partido, ni conspiraría contra jugadores o entrenadores, ni haría declaraciones a favor o en contra sobre cuestiones que deberían estar reservadas a los políticos, ni caería en usos semi-mafiosos o en poses chulescas. 

En mayo se cumplieron 20 años de su fallecimiento, hoy en día harían falta unos cuantos como él, pero el fútbol ya no es o que era.


15 de septiembre de 2014

¿Es éste el estilo que impera?


En las misma semana han fallecido el presidente del "Banco de Santander", Emilio Botín y el Presidente de "El Corte Inglés", Isidoro Álvarez.. Es un buen momento para recordar que la muerte no hace distinciones, que como decía un viejo amigo es "la gran igualadora". Aún recuerdo el ripio de quien era hace unos 25 años párroco de la iglesia del Serrallo de Tarragona: "Muere el rey, muere el Papa, muere el que no tiene capa, de la muerte nadie escapa" ... y así es.

Botín era un banquero y Álvarez un empresario; no conocí a ninguno ni tengo datos fehacientes sobre su vida personal y profesional, aunque parece que muy mal no lo debieron hacer para mantener en pie dos entidades tan importantes. No me considero nadie para juzgar ni a uno ni a otro, ni a nadie y, por supuesto, respeto la opinión que pueda tener cada cual sobre ellos ... muy especialmente la de quienes les conocieron en profundidad y la de quienes sin conocerlos manejan datos objetivos con imparcialidad. Lo que me ha llamado la atención, ... más bien me ha puesto los pelos de punta es la gratuidad que en redes sociales y foros, frecuentemente desde la "audacia" del anonimato, se han dedicado a manifestar la alegría que les daba su fallecimiento, a insultarles con todo tipo de epítetos de los más "delicados" y a presumir que fueron responsables de todo tipo de tropelías y delitos, por supuesto sin pruebas ni conocimientos y con no poca frecuencia con llamativas faltas de ortografía. Me parece preocupante, a ver si a este paso terminamos pasando de la "casta" a la "chusma".

11 de septiembre de 2014

Aquella Misa de infantes


Todos tenemos nuestros recuerdos infantiles, recuerdos que con no poca frecuencia hacen referencia a hechos sencillos, intrascendentes: algún episodio veraniego, reuniones familiares, alguna clase concreta en el colegio, incidentes, eventos felices, ... Entre los que conservo se encuentra una excursión al Monasterio de Piedra; corría el mes de marzo de 1972 y el citado paraje era para mí un lugar mítico al que no había ido nunca, razón por la que esperaba con llamativa ilusión el día señalado para esa visita. Nuestro guía y acompañante mayor de edad sería un joven profesor de literatura que se había incorporado ese año al colegio y que había caído con buen pie en el alumnado, gente de lo que entonces era 4º de bachillerato que próximos a los 14 años entrábamos en el umbral de la adolescencia. El hombre nos propuso un plan que nos pareció excelente: asistir a la tradicional Misa de Infantes, que creo recordar se celebraba a las 6.30 de la mañana, y posterior desayuno de chocolate con churros en alguna cafetería próxima, tras lo cual cogeríamos el autobús que nos llevaría al destino final. Supongo que el chocolate hizo de anzuelo para superar la pereza por el madrugón.

Como estaba previsto asistimos a la Santa Misa en la capilla de la Virgen, donde sin duda llamó la atención la asistencia de un buen número de chavales que se sumaban a los fieles habituales, que no eran pocos. A mi izquierda se situó un señor mayor de quien recuerdo su aspecto elegante, su pelo cano, su edad más bien elevada -aunque a los 13 años te parece viejo cualquier hombre simplemente maduro-, su delgadez y su figura estilizada. Al llegar el momento de dar la paz, el individuo se dirigió a mí y me saludó del modo habitual, haciéndolo con una mirada que denotaba emoción y cariño, no se si porque le recordaba a alguien, le agradaba tanta presencia joven en la Misa o fue una mera sensación mía. Recuerdo que al salir algún compañero me preguntó si conocía a ese señor, a lo que respondí sinceramente que no. De vez en cuando me viene a la cabeza el recuerdo de aquel hombre desconocido, una evocación que más allá de la nostalgia, me provoca ternura, como una seguridad de que hace ya 42 años hubo una persona que en presencia de Jesús Sacramentado y delante de la imagen de la mismísima Virgen del Pilar me miró con afecto y complicidad. Probablemente, es ley de vida, este señor fallecería hace bastantes años, y bien pensado no viene mal saber que en el cielo -¿dónde iba a estar sino?- mi compañero de banco habrá tenido el detalle de interceder por mí, que buena falta me hace por otra parte.

9 de septiembre de 2014

Asturianos


Ando de vacaciones, las pocas que me sobraron en julio, y no tengo ni ocasión ni mínima inspiración para hablar. Me ha pasado por la cabeza un refrán que escuché en una ocasión sobre los originarios de Asturias: "Asturiano, vano, vago y mal cristiano", y como mi experiencia es completamente distinta a lo que se afirma con este dicho, intentaré en dos líneas desagravias semejante afirmación.

He pasado en Asturias las vacaciones de verano en dos ocasiones -años 2003 y 2006-, amen de un par de viajes más por motivos profesionales, y lo que allí he vivido ha sido siempre estupendo, inolvidable.

Dicho queda, y a ver si entre todos vamos aparcando la maldita costumbre de etiquetar a las gentes de cada lugar, si aprendemos a sacar lo bueno de cada uno.

8 de septiembre de 2014

El humo que nos tragamos



No cabe duda de que hay que estar informado; no podemos vivir al margen ni de la sociedad concreta en que vivimos, ni del país al que pertenecemos ni de ese mundo que siendo tan extenso nos pertenece un poco a todos y cada uno de nosotros. Por eso mismo, nos viene bien leer la prensa, escuchar la radio, saber lo que pasa ... el problema es conseguir llegar al núcleo de la buena información, algo que cada vez me parece más complicado, más difícil.

Dicen que estamos en la era de la información, que con los nuevos medios tecnológicos y la fuerza de las redes sociales estamos informados casi al minuto; pero yo me pregunto ¿estamos bien informados", ... sinceramente, creo que no. En cuestión de información hemos pasado de la rapidez a la indigestión y  la misma noticia, el mismo problema, las mismas crisis, son tratadas de manera distinta según los medios y según las plumas. Y no hablemos de la información que sale de las redes sociales, donde tantos tienden a poner lo que les interesa, con independencia de su mayor o menor veracidad, lo que interpretan o lo que oyen en su entorno sin filtros ni observación de matices.

De esta manera me temo que hemos llegado a una situación en la que la información está o dirigida o condicionada, tiene bastante de subjetivo -sino de sesgado- y se nos está vendiendo humo. Vamos que no se si añorar los tiempos del telex y de los noticiarios de la radio a horas fijas y limitadas.



5 de septiembre de 2014

El lado más cruel de la farándula


El pasado martes, 2 de septiembre, fallecía en Madrid a la edad de 76 años el actor Daniel Dicenta. Mis recuerdos en torno a este hombre con aires de galán y algo perdonavidas se remontan a los magníficos "Estudio-1" de los 60 y los 70, así como a algún que otro programa de teatro de nuestra vieja tele en blanco y negro en los que el actor fallecido aparecía junto a nombres inolvidables como José Bódalo, Carlos Lemos, María José Goyanes, Pablo Sanz o Luisa Sala, entre tantos otros. Obras tan distintas como "Tío Vania", de Chejov", "El santo de la Isidra" de Arniches o "Deseo bajo los olmos" de Eugene O'Neill, tuvieron a Dicenta como uno de sus actores principales. También viene a mi cabeza su interpretación del poeta José María Gabriel y Galán en uno de los espacios "Novela" del año 1970. También intervino en la mítica "¿Es usted el asesino?" de Narciso Ibáñez Serrador y en una especie de remake de sus "Historias para no dormir" emitido en 1982 y titulado "El trapero", compartiendo papel protagonista junto a Narciso Ibáñez Menta, Amparo Baró y Aurora Redondo, amen de intervenciones en series como "Turno de oficio", "Cuentos y leyendas" o "Noche de teatro".

En el cine la trayectoria de Dicenta no es amplia ni constante, habiendo trabajado con Angelino Fons en "Fortunata y Jacinta" (1969) y con Andrés Velasco en "Rebeldía" (1978), así como en "Función de noche" (1981), de Josefina Molina, un excelente trabajo en el que escenifica sus recuerdos en común con su ex-mujer, Lola Herrera. No obstante, quien supo extraer de Dicenta todo su jugo fue Pilar Miró, con quien destacó en "Hablamos esta noche" (1983), "El pájaro de la felicidad" (1993) y por encima de todo en "El crimen de Cuenca" (1979), un film que fue prohibido durante dos años por el gobierno de UCD y en el que encarnó a Gregorio Valero Contreras uno de los dos vecinos condenados injustamente  en el pueblo conquense de Osa de la Vega; se trata de una película que forma parte de la historia de nuestro cine por méritos propios. Donde Dicenta se sintió mejor fue, como tantos otros, en el teatro, allí interpretó a autores del nivel de Pirandello, Harold Pinter, Jaime Salom, García Lorca, Vargas Llosa o Fernando Fernán Gómez. Desde hace 25 años Dicenta no interpretó, dedicándose  al doblaje, donde destacó poniendo su voz a artistas como Robert Englund en diversas entregas de "Pesadilla en Elm Street" o a Peter Stormare en "Fargo".

Daniel Dicenta tuvo una vida tortuosa; se casó con Lola Herrera que con los años se convertiría en la probablemente mejor actriz de nuestra escena, en un matrimonio lleno de peleas y reconciliaciones: el obituario de El Mundo nos habla de las continuas conquistas femeninas del actor mientras su esposa andaba de gira, así como sus frecuentes  deudas por el juego. El día de Reyes de 1967 el actor se fue de su casa, dejando una situación difícil, como cuenta en sus recientes memorias Lola Herrera. Al parecer Daniel Dicenta tenía un carácter muy difícil y problemas con el alcohol; recuerdo que hace muchos años aparecieron unas fotos en la prensa donde aparecía durmiendo en un parque público. Su situación económica era precaria, y necesitaba el apoyo de la Fundación AISGE, organización que gestiona los derechos audiovisuales de los actores, para que le ayudaran a pagar sus gastos manutención y alojamiento. De hecho Dicenta falleció mientras dormía en un modesto Hostal ubicado en el centro de Madrid.

Como tantas veces, comprobamos como detrás de las bambalinas no todo es brillante, como entre candilejas los artistas también cometen sus errores y viven sus tragedias. Descanse en paz.

3 de septiembre de 2014

Tropezando con el snob


Es posible que todos tengamos un poco de snob; claro que también habría que concretar qué es lo que entendemos por snob. Según el diccionario "se aplica a la persona que tiene una admiración exagerada por todo lo que está de moda, sea por afectación o para darse importancia". Como vivimos, al menos por estos pagos occidentales, en un mundo de apariencias, en una sociedad dominada por lo políticamente correcto, no es fácil sustraerse a la reserva mental, a sentir la necesidad de no criticar lo que todos destacan, a tener miedo de no parecer una persona de la época, hasta incluso avergonzarse de lo que antes eran convicciones firmes y arraigadas.

Intuyo que el tema viene de lejos, y de la misma manera que hace 50 años muchos hablaban con pasión de Sartre o del "Ulises" de Joyce aunque no los hubieran leído nunca y de haberlo hecho no hubieran entendido nada, hoy se pueden encandilar más allá de las propias y honestas percepciones con los textos de un ensayista de moda, la música barroca, aunque no distingan el gótico del barroco o las películas de Almodóvar, por poner un ejemplo. A lo largo de las últimas décadas muchos se han apuntado, simplemente porque queda bien, a la pasión por Mayo del 68, la "gauche divine", la pintura de Picasso, las noches de "Bocaccio" o las tertulias del "Cafe Gijón" -según los domicilios-, los viajes a la India o la práctica del budismo. ¿Quién no ha visto catar vinos con protocolos cuasiaristocráticos?, ¿quién no sospecha que al amigo que se marcha encopetado a ver "Turandot" le gusta más el Liceo que la ópera?, ¿cuántas veces hemos contemplado pasiones por el golf, el ambiente de Chueca, la protección de la foca monge o el caviar ruso, según tiempos y circunstancias?.

El resultado de ésto han sido generaciones sin personalidad, convicciones cambiantes, es decir, ausentes, personajes encantados de conocerse que funcionan a base de tendencias, reportajes de revistas de moda, lemas repetidos, frases hechas u opiniones de expertos o famosos que vete a saber si se han emitido con fundamento o instigados por algún incentivo "promocional". Y aquí seguimos, dominados por una cultura de salón, escuchando alegatos sin sustancia dichos con salero, otorgando infalibilidad cuasivaticana a lo que vete a saber qué lobby o qué multinacional quiere imponer como dogma y dando carta de naturaleza a lo que frecuentemente no son más que simplezas. Hace bastantes años un antiguo ministro con vocación de filósofo, fallecido hace ya muchos años, hablaba en estrados ajenos a sus funciones políticas del "crepúsculo de las ideologías" ... en esas estamos.

1 de septiembre de 2014

Libros leidos bajo el calor de agosto


En agosto suele haber más tiempo para leer;  en mi caso este año el mes de la canícula me ha permitido concluir siete libros,  pienso que en esta ocasión caracterizados por una llamativa variedad. Hay uno de fútbol, lo que es un mero capricho ajeno por supuesto a la literatura y exclusivo para psicópatas del tema, del resto mi opinión es positiva, aunque la nota máxima solamente se la pondría al de Kapuuscinski.

Hay libros que podríamos llamar "emblemáticos", tal vez simbólicos; títulos que casi siempre aparecen incluidos en todas las listas de libros imprescindibles que corren por ahí. Entre éstos se encuentra sin duda "El extranjero", la primera de las novelas escritas por Albert Camus, novelista, ensayista, dramaturgo, filósofo y periodista francés nacido en Argelia, ganador en 1957 del Nobel de literatura y a quien un accidente de tráfico truncó la vida a los 46 años. Se trata de un relato más bien corto -160 páginas-, pulcra y brillantemente escrito, en el que Camus pone de manifiesto sus planteamiento pesimista de la vida y del hombre, toda una muestra del existencialismo, filosofía de la vida de la que Camus fue uno de los más brillantes representantes. El libro nos cuenta la historia del Sr. Meursault, un francés que vive y trabaja en Argelia y protagoniza una historia triste y trágica. Es una novela excelente, un relato de culto que deberá leer quien quiera que pasen por sus manos los libros más trascendentales del pasado siglo, pero todos aquellos con los quienes he hablado del mismo coinciden en que se trata de una lectura que deprime, y es que Camus no nos deja ni una puerta, ... ni un resquicio a la esperanza.

El segundo libro que terminé en agosto viene también de Francia; en esta ocasión se trata de una novela policíaca, "Clavos en el corazón", un relato ambientado en Versalles, que obtuvo en 2013  el prestigioso premio "Quai des Orfèvres "-otorgado por un jurado compuesto por jueces, policías y periodistas, aseguran quienes saben de ésto- y escrito por una autora al parecer consagrada en el país vecino, Danielle Thiéry. La novela en líneas generales me ha gustado, aunque, tal vez porque esperaba bastante de ella, no me ha dejado plenamente satisfecho, ni ha conseguido mantener mi atención de manera constante, aunque esto último puede ser culpa propia. "Clavos en el corazón" es por encima de todo una novela de personajes, aunque hay un policía protagonista, Máxime Revel, un hombre lleno de líos personales que nos recuerda continuamente a Kurt Wallander; la autora se detiene también en la personalidad de todos ycada uno de sus colaboradores: un capitán con graves problemas matrimoniales, un joven inexperto y voluntarioso, una policía con traumas infantiles y alguno que otro más. La trama gira en torno a dos crímenes, uno del pasado -diez años atrás- y otro reciente, y a la investigación conjunta de los mismos. No es novela de especiales sorpresas, y Thiéry se centra en mostrarnos cómo la resuelven los personajes y son capaces de llegar a desatar el complejo nudo formado, al mismo tioempo que van peleando con los demonios personales de cada  cual. Una novela policíaca bien hecha,  aunque no es de esas que al terminarlas uno corre a avisar a sus amigos devotos del género para insistirles en que no se la pierdan.

"Tierra de nadie"es uno de esos libros que me entran por los ojos sin saber muy bien porqué; tal vez fue el hecho de que su temática girara en torno a la vida de varias generaciones de una familia italiana, el aval de estar editado por "Salamandra" o el haber recibido el Premio "Strega" de 2010, un galardón que la contraportada del volumen calificaba de prestigioso. Por otra parte, no dejaba de llamar la atención la trayectoria del autor, Antonio Pennacchi, un hombre que fue operario de una fábrica hasta los 50 años y después estudió la carrera de letras y se dedicó a escribir. Se trata de una novela que parece tener algo de autobiográfica -"Sea bueno o malo este libro es la razón por la que vine al mundo"- y que nos cuenta los avatares de los Peruzzi, una familia de aparceros que vive la aventura impulsada por Mussolini de convertir el insalubre cenagal de las tierras del Agro Pontino, al sur de Roma, en una llanura fértil. La novela, paralelamente a los avatares de los Peruzzi, unos personajes pura y deliciosamente italianos, nos narra cincuenta años de historia de Italia, con las dos guerras mundiales por medio y la prolongada época de gobierno fascista de Mussolini: de hecho el título original es "Canale Mussolini". Es llamativo el recurso literario de contar la larga historia -más de 400 páginas- por medio de una supuesto diálogo que mantiene el narrador, nieto de la familia protagonista, con un tercero, un diálogo cuajado de expresiones populares, de comentarios llenos de intención y algún que otro exabrupto, circunstancias que nunca van en desdoro de la calidad narrativa. He disfrutado  con esta lectura que une la épica de una vida dura y una época violenta con la ternura de los personajes y el tono optimista del autor. Tal vez sea en ocasiones desordenada y reiterativa, pero esta vez creo que la intuición referida al principio fue buena.

María Lang es el seudónimo de Dagmar Lang, una escritora sueca de novela policíaca que comenzó a escribir allá por 1949 y falleció hace más de veinte años. Ediciones B comenzó el año pasado a reeditar sus obras, y con ello a excitar el celo de los aficionados al género. Hace no mucho leí a la autora de un excelente blog que también tiene la afición de publicar un resumen mensual de sus novelas, que todos los detectives nórdicos le recordaban a Wallander, algo que no podrá decir de los personajes creados por Lang, a quien viene como anillo al dedo que se le bautizara como la "Agatha Christie sueca": efectivamente, el modo de plantear la intriga, la elegante ambientación, la forma de resolver el caso y hasta la existencia de una lista de personajes al principio de la novela recuerdan mucho el estilo de la dama británica del crimen. El personaje protagonista de los relatos de María Lang no es propiamente un detective, sino Puck Ekstedt, una doctora en literatura de clase adinerada cuya curiosidad le lleva a intentar desentrañar los crímenes que se producen en su entorno. Una narración corta, entretenida, sin complicaciones y bien escrita que satisface a quienes disfrutamos con novelas de esta naturaleza.

Miguel Gutiérrez es un periodista deportivo español nacido en Dortmund y experto en fútbol alemán, de hecho es quien comenta en Canal Plus los encuentros de la "Bundesliga". Gutiérrez ha escrito varios libros, de los cuales pasó por mis manos iniciado agosto "Parecía un buen fichaje", una crónica amena y demoledora sobre una larga serie de  fichajes frustrados de los equipos más importantes de España. Evidentemente, se trata de una lectura exclusiva de quienes como yo andan próximos a la "psicopatía futbolística", pero puedo asegurar que es muy entretenido. Por sus páginas pasan nombres que solamente recordaremos quienes tenemos las antenas puestas en el deporte llamado rey: Balic, Congo, Christanval, Maguy, Corradi, Rochenback, Woodgate, Chigrinskiy, ... una serie de futbolistas comprados a precio de oro que terminaron siendo un fiasco monumental, muchas veces, como demuestra el autor del libro, no tanto por mala suerte sino por la torpeza y la fatuidad de los dirigentes. Un libro para aficionados con ganas de pasar un buen rato ... se lee de un tirón, lo garantizo.

Hay escritores que nunca fallan, y entre éstos hay algunos que garantizan que el lector fortalezaca su cultura -Chaves Nogales, Chesterton, ...-, uno de éstos es Ryszard Kapuscinski, el periodista, escritor y ensayista polaco que falleció en 2007 tras dejar un excelente legado de libros que hablan de historia, personajes, viajes, ... Ya pasaron por mis manos "Ebano", "El imperio" y "Viajes con Heródoto", tres libros magníficos y, siguiendo la recomendación de alguien que suele acertar, he leído "El emperador", un magnífico ensayo sobre el "Negus", el que fuera emperador de Etiopía Haile Selassie. Kapuscinski realizó su trabajo a base de entrevistas a dignatarios etíopes de la época y empleados del propio palacio del emperador y así construye un libro a base de testimonios perfectamente elaborados y redactados adecuadamente por el escritor. Sin ninguna duda estamos ante un personaje, el célebre "Negus" sin duda peculiar, como sacado de otra época, a quien  tanto se puede considerar un trasnochado protector que gobierna a su pueblo con paternalismo, como un tirano codicioso y corrupto. Kapuscinski describe con maestría la situación  de la Etiopía que vivió el largo reinado de Selassie, una nación donde convivía el esplendor del emperador y su entorno con la miseria y el hambre que padecían sus súbditos; el escritor polaco nos presenta a un emperador ciego en su grandeza material, a unos dirigentes corruptos y aprovechados y a un país miserable. El tono de metafórica ironía con que está escrito el relato ayuda a leer con más soltura y a hacerlo tremendamente grato y entretenido.

Hacía tiempo que me había entrado por los ojos una novela publicada en la "Serie Negra" de RBA titulada "El sexto hombre", del joven escritor escocés Charles Cumming. El argumento era interesante y había leído una serie de críticas bastante positivas, entre ellas, por cierto, una de Jiménez Losantos, un hombre de posiciones políticas y formas discutibles pero que, desde mi punto de vista, atina bastante en sus opiniones sobre este tipo de libros. La novela parte de un hecho histórico y apasionante, el caso de los denominados "cinco de Cambridge", un grupo de espías reclutados por la Unión Soviética en el Trinity College de la Universidad de Cambridge durante la guerra fría, a partir de este suceso real Cumming elabora la ficción partiendo de la pretendida existencia de un sexto espía. La novela podríamos calificarla como un thriller de espías, está bien armada y se hace bastante amena, con un personaje protagonista,  Sam Gaddis, profesor en la Universidad de historia de Rusia, que tiene bastante fuerza. A pesar de su base histórica, el relato es pura ficción, y queda claro que el autor ha reforzado el carácter de thriller para hacerlo más ameno. Lo he pasado francamente bien leyendo esta novela, aunque me he quedado con la impresión de que a Cumming le ha faltado algo de fuerza para incrementar el suspense en las partes más "movidas" de la narración. Eso sí, el final está bastante logrado.