30 de septiembre de 2011

Azkuna da la cara



El alcalde de Bilbao, Iñaki Azkuna, lleva ocho años luchando contra el cáncer; puede que ser alcalde sea una de las funciones más importantes y atractivas que existen; por mucho que suenen muy bien los cargos de Ministro, Presidente de las Cortes o Embajador en el Vaticano, asumir la posición de primera autoridad de una ciudad significa tanto poder como responsabilidad, si encima se trata de Bilbao debe de ser ya la caraba. En 2003, durante un pleno municipal, Azkuna anunció que sufría un cáncer de próstata y comenzó un tratamiento; en el verano de 2008 abandonó durante dos meses el Ayuntamiento para someterse a una operación en Estados Unidos con el fin de corregir las secuelas del tratamiento y mejorar su calidad de vida; el pasado otoño reforzó su tratamiento contra el cáncer y a finales del 2010 admitió que la enfermedad se le había «encabritado»; ahora el primer edil vizcaíno anuncia que el próximo lunes día 3 comenzará un nuevo tratamiento.

Al comentar esta nueva etapa dura de su enfermedad, Azkuna desmintió que fuera a suspender su actividad como alcalde, afirmando con gracia que "me he caído esta mañana de la cama cuando lo he leído" y añadiendo que si el tratamiento comienza el lunes "a lo mejor miércoles y jueves estoy fastidiado, pero el lunes estaré de nuevo trabajando"; también comentó que, eso sí, "no podrá salir a tomar copas al menos hasta Navidad". Es de agradecer que un personaje de la relevancia pública del alcalde de Bilbao se enfrente con tanta valentía como naturalidad a una enfermedad que desgasta y hace sufrir como el cáncer y nos muestre su cara más humana, en especial en estos tiempos de crispación pública en la que los políticos aparecen permanentemente en la picota, no siempre y necesariamente de manera justa.

Es evidente que el cáncer tiene hoy en día unas perspectivas muy distintas a las de hace 20 o 30 años; la medicina ha avanzado espectacularmente y que una persona supere la enfermedad ha dejado de ser un caso excepcional. A pesar de ello, hay que seguir valorando a quien planta cara a una enfermedad así con espíritu deportivo, con una actitud que está tan lejos de la desesperación como de la resignación meramente pasiva. De unos tiempos a esta parte ha sido frecuente que personajes de relevancia pública reconocieran desde el principio sufrir una enfermedad grave: además de Azkuna, a uno le vienen a la cabeza los nombres de Esperanza Aguirre, Luz Casal, Eric Abidal y el propio Chus Pereda, de quien hablábamos hace un par de días y que falleció el pasado martes. Pienso que esta actitud es enormemente positiva pues las personas hemos de enfrentarnos con la enfermedad, que no deja de ser más que una parte de la realidad de la vida de cada uno, con la misma disposición con que en su día fuimos a la Universidad, contrajimos matrimonio, ganamos una oposición o fichamos por una gran empresa. Corren tiempos en los que muchos se niegan a hablar de la muerte, tratan el tema como si fuera una especie de tabú y cerrando los ojos a algo que va a suceder tarde o temprano; por eso la actitud de Azkuna nos muestra el camino, porque si llega un momento en que en tu vida el protagonismo lo asumen las grietas de la salud, la quimioterapia y las salas de los hospitales, hay que recibirlo con el aplomo con que se recibe cualquier otro evento ordinario de la vida de los hombres. Es posible que Juan Pablo II, un hombre vital y deportista que asumió desde el primer día la pérdida de su salud sin ocultar al mundo ni sus limitaciones ni las marcas de la enfermedad en su cara y en su cuerpo, haya sido pionero de esta nueva forma de enfrentarse al dolor, claro que él andaba sin duda preparado para lo que viniera, circunstancia que nos puede dar la clave de todo.

Creo que si he traído hoy a Iñaki Azkuna a este blog se debe, no sólo a su actitud francamente loable y ejemplar, sino también a que hubo un día en que le conocí personalmente; asistía en noviembre de 2004 a las "Jornadas jurídicas del Bidasoa", que ese año 2004 se celebraban en Bilbao, una ciudad que solamente había conocido de paso y me cautivó, como no podía ser de otra manera. Una tarde hubo un acto en el Ayuntamiento y en el Salón de Recepciones, Azkuna realizó un discurso tan brillante como divertido, ausente de esas connotaciones políticas a la que son tan aficionados algunos prebostes y que no siempre son oportunas. Ante su presencia alguien bailó un "aurrresku" -he de confesar que es una danza que te deja alucinado- y después se sirvieron las copas y canapés de rigor. No se cómo ni porqué hubo un momento en el que un colega y yo nos encontramos junto a Azkuna, quien nos trató con elegancia y cariño llamativos, de esos que parecen sinceros y lo deben ser, y nos enseñó el salón y, dirigiéndose al balcón principal, lo abrió y nos invitó a salir y contemplar la imponente vista de la Ría de Bilbao, mientras comentaba que dicho balcón se solía abrir cuando el Athletic ganaba un título, algo que por desgracia no sucedía desde hacía -entonces- veinte años. Apartir de ese momento Azkuna quedó en mi memoria como un personaje entrañable, protagonista de una de esas vivencias personales que con el tiempo y sin significar nada especial, guardas en el cajón de los buenos recuerdos.



29 de septiembre de 2011

Mi debut con el spaguetti-western

Los datos objetivos nos dicen que "Le llamaban Trinidad" fue estrenada en 1970, aunque yo aseguraría que no la vi en los cines de Zaragoza hasta dos años después; recuerdo perfectamente que el film era proyectado en el viejo y desaparecido Cine Goya, ubicado en la calle San Miguel y que lucía en su interior una decoración bastante llamativa, debiendo los espectadores subir unas escaleras para acceder al interior de la sala. Para mí la película fue todo un descubrimiento, pues habiendo visto multitud de pelis de humor, casi todas ellas presentaban un estilo similar, casi siempre avalado por la firma de la Casa Disney; por otra parte, nunca se me hubiera ocurrido pensar la posibilidad de que existiera una versión en humor del western, un género que me parecía muy serio y que consideraba una exclusiva de héroes tan trascendentes como Gary Cooper, John Wayne o Grégory Peck. Las aventuras protagonizadas por un dúo tan esperpéntico como el que formaban Terence Hill y Bud Spencer me provocaron tanta sorpresa como diversión, y recuerdo perfectamente que me pasé la película partiéndome el bazo, saliendo de la proyección con el propósito claro de volverla a ver y de llevar al cine cuanto antes para que la presenciaran a mis hermanos y a mis mejores amigos. Me imagino que si la viera hoy y ahora, mucha de su gracia quedaría aguada y la mayoría de sus gags me parecerían muchísimo más irrelevantes que entonces. Posiblemente no sea esta serie de películas protagonizadas por dos encantadores brutos de las que conserven su entidad con los años, pero no debe de ser menos cierto que quienes eramos, en mayor o menor medida, jóvenes durante la década de los 70 las recordamos perfectamente.

Lo primero que me impactó de la película fue el cartel: me quedé alucinado por la imagen de un hombre tumbado en una hamaca que era arrastrada por el suelo por su caballo; el aire de indolencia, pasotismo y cierta cochambre que desprendía Terence Hill rebozado por el suelo aportaba cierto atractivo, a la vez que daba a entender que se trataba de una película en la que uno se lo pasaba bien. Al final, la forma de conseguir la risa del espectador era a base de tortas, pero el estilo del film de Enzo Barboni no dejaba de ser una novedad, al menos para un espectador adolescente de 1972. La pareja protagonista la formaban dos hermanos, algo que me llamaba la atención, pues no veía parecido alguno entre los dos geniales actores que ponían cara y ojos a los mismos, Terence Hill y Bude Spencer. De lo que me enteré bastantes años después es de que no sólo no eran esos sus verdaderos nombres, sino que además ambos ¡eran italianos!, algo que ni se me hubiera ocurrido en aquella época: el primero se llamaba Mario Girotti y había nacido en Venecia en 1939, mientras el nombre real de Spencer era Carlo Pedersoli, habiendo nacido en Nápoles diez años antes que su compañero de fatigas. Terence Hill ponía el tono chistoso e irreverente, mientras Bud Spencer ofrecía la imagen de tío serio que no se anda con chiquitas.

La película tenía diversas escenas con las que casi me revolcaba por el suelo; hay que profundizar tal vez en lo que estaba acostumbrado a ver un chaval de 13 años en la España de principios de los 70 para comprender que situaciones tan absurdas como una cadena de bofetadas, un eructo tras un almuerzo con fríjoles o un disparo en salva sean las partes puedan llegar a parecer el acabose del humor y la genialidad, pero cuando acompañé a mi hermano a ver la peli por segunda vez estuve esperando cada uno de esos gags -y algunos más- para disfrutar compartiendo una hilaridad que a lo mejor hoy parecería absurda. La película tenía además la descomplicación de delimitar perfectamente quienes eran los buenos y quienes los malos, sin matices psicológicos ni disquisiciones filosóficas. A trinidad y su hermano sheriff se les perdonaba todo y no había nada más que hablar.

El film dio lugar a una saga con los mismos protagonistas que recogiendo el éxito de la primera también llenó los cines de la época; así, inmediatamente después aparecieron "Le seguían llamando Trinidad" (1971), un título que recogía el reflujo del éxito anterior y la tercera entrega llamada "Y después le llamaron El Magnífico" (1972), donde no aparecía Bud Spencer. La pareja Hill-Spencer dio muchísimo juego, ya lo había hecho antes de Trinidad con films como "Tú perdonas... yo no" (1967), "Los cuatro truhanes" (1968) y "La colina de las botas" (1969) y a partir de entonces se extendió casi hasta el infinito: "El corsario Negro" (1971),"¡Más fuerte, muchachos!"(1972), "Dos misioneros" (1974), "Y si no, nos enfadamos" (1974), "Dos súper policías" (1977), "Quien tiene un amigo... tiene un tesoro" (1981), ... También es de destacar la desternillante "También los ángeles comen judías", del mismo autor que las de Trinidad y en la que Bud Spencer cambia la compañía de Terence Hill por la de otro italiano del mismo estilo, Giuliano Gemma.

Buceando por la trayectoria profesional de estos actores uno se encuentra alguna que otra sorpresa, y así he descubierto que Terence Hill trabajó con actores como Yves Montand, Paco Rabal, Yvonne de Carlo, Victor Mature, Stewart Granger, Elke Sommer, Eli Wallach, Fernando Rey, Henry Fonda, Gene Hackman, Max Von Sydow, Catherine Deneuve, Ernest Borgnine, Robert Redford, Debra Winger y Daryl Hannah, así como que compartió reparto, en un modesto papel, con Burt Lancaster, Claudia Cardinale y Alain Delon en "El Gatopardo" (1963) de Luchino Visconti y que representó en el cine papeles tan dispares como el Don Camilo de Guareschi y Lucky Luke. En cuanto a Bud Spencer también estuvo en cartel con actores relevantes: Jack Palance, Eli Wallach, Lee Van Cleef, Paco Rabal, James Coburn, Telly Savalas y Franco Nero, y le recuerdo en un papel dramático en una película del neorrealismo italiano dirigida en 1976 por Carlo Lizzani y titulada "Turín negro". De cualquier manera, uno y otro serán siempre para los de mi generación la genial pareja de hermanos que se liaban a tortas con todo el mundo.


28 de septiembre de 2011

Murió el "asistente" de Marcelino

Ayer falleció Chus Pereda, un hombre cuya vida ha estado siempre vinculada al fútbol; mi primer recuerdo de Pereda viene de las colecciones de cromos, cuando el jugador nacido en la localidad burgalesa de Medina de Pomar militaba en el F.C. Barcelona: recuerdo que ya conocía a quienes entonces -año 1966- eran jugadores internacionales del club catalán: Gallego, Eladio, Fusté, Torres, Sadurní, así como a goleadores como Zaballa y Zaldúa, pero nunca había oído hablar de Jesús Pereda, de quien por cierto lo primero que me llamó la atención fue su alopecia: me llamaba la atención que un futbolista tuviera entradas ... Lo que entonces no sabía era que Pereda ya había hecho historia en el fútbol español y que formaba parte de la alineación que logró para España su primera Eurocopa en el célebre partido en el que la selección nacional se impuso a Rusia con el célebre gol de Marcelino, nombre que por esto mismo ha pasado con todo merecimiento al Olimpo de los dioses futbolísticos nacionales, gloria que también le debería corresponder a Pereda, autor del gol frente a Hungría que nos clasificó para la Final, del primer tanto de ésta y del centro que el ariete gallego del Zaragoza envío a la red de un prodigioso cabezazo; el burgalés hizo un campeonato excepcional. Junto a Amancio, el citado Marcelino, Luis Suárez y Carlos Lapetra formó una delantera pródiga de técnica y capacidad futbolística, y es que hombres como Suárez, Lapetra y Pereda pueden ser considerados con toda justicia y ninguna exageración los genuinos antecesores de los Xavi, Iniesta y Silva, entre otros.

Pereda era un fino interior derecha, con mucha clase y buen promedio goleador, un interior de la época que no se limitaba a trotar y hacer pases, sino que sabía tirar a portería bien, como Amancio, Eleuterio Santos, Luis Aragonés, Marcial, José María, Uriarte, ... Pero la historia futbolística de Chus Pereda no comienza de azulgrana, ya que, además del equipo de su pueblo, militó en dos equipos vizcaínos, el Balmaseda de 1ª regional y el Indauchu, que llegó a jugar en 2ª División y donde salieron jugadores como Panizo, Zorriqueta Gárate, Eusebio Ríos, Amorrortu y el gran Telmo Zarra. Allí destacó tanto que en 1957 fue fichado por el Real Madrid, equipo en el que no acabó de cuajar, jugando solamente 12 partidos un año en el que el club blanco ganó la Liga y la Copa de Europa, siendo primero cedido al Real Valladolid y posteriormente traspasado al Sevilla, donde volvió a ser el de siempre y formó parte de su famosa "delantera de cristal" junto a Agüero, Dieguez, Antoniet y Szalay y marcó 11 goles en su primera temporada. En 1963 es traspasado al Barça, donde adquirió su madurez, jugó 312 partidos, marcó 107 goles y conquistó las Copas de España en 1963 y 1968, además de la Copa de Ferias de 1966, llegando a ser 15 veces internacional, cifra que en aquella época era notable. En el Barça coincidió con grandes jugadores como los arriba citados, el malogardo lateral uruguayo Benítez, el capitán Olivella, que también jugó en el partido frente a Rusia, Rifé, Reina, Mendonça, Vergés, Lucien Muller y un jovencísimo Carlos Rexach.

A Pereda le llegó también, como a todos los futbolistas, el momento del fin de su vida deportiva, aunque antes de retirarse aún jugó un año cedido por el Barça en el Sabadell, club que por entonces jugaba en 1ª y donde solían ir a parar jugadores del Barça que no tenían sitio en el club blaugrana: Montesinos, Palau, Romero, Torrent, Pujol, Seminario, ...; sus dos últimos años los jugó en 2ª con el Mallorca, con quien le vi jugar en La Romareda una fría tarde de Reyes en las que un discreto equipo mallorquín perdió 3-0 frente al Zaragoza de los Violeta, González, Rico, Ocampos, Luis Costa, Planas, Galdós, ... que pasaba por uno de esos años "penitenciales" en la División de Plata. Como se puede comprobar en la foto al llegar al equipo que por entonces jugaba en el Luis Sitjar, Pereda no solamente había perdido aún más pelo, sino que asomaba cierta barriguilla; no obstante siempre conservó una clase y una visión de la jugada reservada a los elegidos y pudo presumir de terminar una carrera deportiva donde lo consiguió practicamente todo: ganar títulos nacionales e internacionales, gozar de la titularidad en un equipo grande y vestir la camiseta de la selección española, algo que solamente pueden conseguir unos pocos.

Pereda, tras su jubilación como futbolista, se dedicó a entrenar, actividad en la que mostró auténtica vocación y capacidad para preparar a jugadores jóvenes; así estuvo cerca de veinte años como seleccionador nacional de categorías inferiores (1975-1993); en el cargo conquistó dos campeonatos de Europa Sub-16 y dos subcampeonatos del Mundo Sub-20; Pereda fue un enamorado del fútbol juvenil, tenía especiales cualidades para descubrir futuras figuras y para tratar adecuadamente a unos aprendices de futbolistas que aún no habían alcanzado su madurez; jugadores de la talla de Raúl, Guardiola, Manjarín, Quico Narváez, Solozábal, Alfonso, Ferrer, o Abelardo pasaron por sus manos. La Federación Española contaba por aquella época con un plantel de entrenadores en el que, junto a Miguel Muñoz, mister de la selección absoluta, destacaban nombres como Vicente Miera, Luis Suárez y Mariano Moreno, que junto a Pereda formaban un plantel de personas serias, poco dadas al exhibicionismo de algunos y que desarrollaron un trabajo eficaz y en ocasiones brillante.

Angel Liceras en "Marca" hace un resumen magnífico de como era Chus Pereda, un obituario que unido al de "El Mundo Deportivo" y el de "El País" conforman tres lecturas breves y acertadas que recomiendo y nos dan una idea de un hombre bueno y que amaba el fútbol, como resume lo que contestó cuando se le preguntaba por la rivalidad creciente entre el Barça de Guardiola y el Madrid de Mourinho: "soy poco amigo de las trincheras", para tras comentar que era el socio 11458 del Barcelona, "yo soy del fútbol": el fútbol le guardará un hueco siempre.



27 de septiembre de 2011

La última corrida



El pasado domingo la Plaza Monumental de Barcelona bajó definitivamente la persiana y, por mor de la ley aprobada por el Parlament catalán, se puede decir que los toros han pasado a la historia en Cataluña. Eso sí, aunque haya a quien no le guste, nadie podrá evitar que a partir de ahora no solamente pasen a la historia, sino que formen parte de ella, incluso habrá quién piense que la historia taurinas del Principat se corresponde más con la realidad que la de Wilfredo el Pilós. No hay que ser excesivamente trascendente, pues lo que los entendidos llaman "la fiesta" no es más que un espectáculo, algo festivo, pero en Barcelona y en el resto de la región dicho espectáculo ha tenido momentos de brillo y gloria importantes. Barcelona ha tenido toreros adoptados como a propios, como fue el caso del onubense Antonio Borrero "Chamaco", quien cimentó su éxito en grandes tardes en "La Monumental"; en la ciudad condal han toreado los grandes diestros de siempre, desde Domingo Ortega, Marcial Lalanda y Manolete, hasta "El Viti", Antonio Ordóñez, Curro Romero, "El Cordobés", Julio Robles, "El Niño de la Capea", Dámaso González, ... También los mejores toreros de la actualidad han frecuentado Barcelona, y sin ir más lejos la víspera del "cierre" torearon y triunfaron allí quienes es posible sean, José Tomás aparte, los tres mejores del momento: "Morante de la Puebla", "El Juli" y José María Manzanares. Y todo ello sin olvidar que también en esa plaza apareció el drama que acompaña tantas veces a los toros, pues allí murieron por asta de toro el banderillero Joaquín Camino, hermano de Paco Camino en 1973 y el diestro portugués José Falcón en el verano de 1974.

Cada cual tiene sus tradiciones y cada Parlamento es soberano para legislar como le venga en gana, pero la prohibición de los toros en Cataluña adolece, desde mi punto de vista, de dos pecados principales: caer en el triste hábito de prohibir, algo que desgraciadamente parece haberse extendido a excesivos ámbitos y hacer ver que de tras de la decisión hay un afán de dar una bofetada al resto de España, porque en Cataluña hay otras costumbres con aspectos igual de discutibles acerca de las cuales nadie dice nada, sin olvidar que, por ejemplo, en tradiciones tan históricas como los "castells" se incide de vez en cuando en el abuso de forzar a niños de menos de 5años a subir a lo más alto de la torre humana contra su voluntad, y lejos de mí insinuar que deberían prohibirlo. Por el momento, el día señalado el coso barcelonés registró un lleno hasta la bandera, y triunfaron por todo lo alto el "number one" indiscutible, José Tomás, y el mejor torero catalán de la actualidad, Serafín Marín, con la presencia del veterano Juan Mora, un torero poderoso y de esencias.

El sol seguirá saliendo cada día sin toros en Barcelona, no es ni necesario ni conveniente hacer una tragedia de la decisión de los políticos catalanes y como tantas cosas imagino que será bueno valorar la medida con serenidad y capacidad de comprender actitudes y ponderar pros y contras. En cualquier caso, non estaría de más contemplar el mundo de los toros no solo con desapasionamiento, cuestión tal vez aplicable a los taurinos, sino también sin visceralidades, no vayamos a caer en la hipocresía de escandalizarnos de un espectáculo mientras sigue habiendo, sin que nadie diga esta boca es mía, Salas X y anuncios de contactos y se sigan tramitando determinadas leyes que afectan a vidas de superior importancia que los irracionales.


26 de septiembre de 2011

Genuino thriller americano









"Condenado al asesinato"
John Lutz
Via Magna. Barcelona (2008)

522 páginas

Resumen: Una invitación escrita con sangre… Un loco está matando mujeres en Nueva York. Cuando encuentran sus víctimas, éstas han sido desmembradas con cuidadosa precisión, sus extremidades apiladas en una grotesca pirámide y se les ha extraído hasta la última gota de sangre. Cazar al asesino, o ser el siguiente… Acostumbrado a trabajar en los homicidios más espeluznantes, los nervios del detective Frank Quinn no se alteran fácilmente. Pero cuando las iniciales de los apellidos de las víctimas del asesino forman la palabra «Q-u-i-n-n», el veterano policía siente que un escalofrío recorre su espalda. Después, aparece una nueva víctima vinculada a una mujer que Quinn no puede evitar desear. Cazar asesinos es la especialidad de Quinn, pero esta vez se enfrenta a una psicópata que le pone a prueba como nunca antes lo ha hecho ningún otro…


Sentía curiosidad por leer algo de John Lutz, un clásico dentro de los autores norteamericanos de misterio; tenía unos cuantos donde elegir y acabé optando por el más reciente: "Condenado al asesinato". Comprobé que estaba en la Biblioteca Pública de Zaragoza y emprendí, como en casos anteriores, la táctica del cazador paciente: fui controlando los préstamos de la novela y cuando vi que estaba libre acudí a por ella. Creo que ha sido una buena lectura, sin grandes pretensiones como ocurre frecuentemente en el género, pero cumpliendo a la perfección el papel de entretener dentro de la corrección literaria. El argumento, eso sí, presenta ciertas dosis de morbo como se puede comprobar con la lectura del resumen que figura más arriba, si bien Lutz no se regodea en lo macabro de los crímenes que narra.

Se trata del tradicional thriller, de esos en los que quien los escribe consigue que no pierdas ni el hilo ni el interés y sabe entrelazar las distintas situaciones de cada protagonista para que quien los lee no se haga un lío ni se despiste. La novela podría servir perfectamente como guión de una película de acción, en una línea similar, por poner un ejemplo, a films tan impactantes como "Seven" o "El silencio de los corderos", salvando por supuesto las distancias y sin ánimo de ofender. Junto al caso policial concreto que se convierte en núcleo de la acción, el autor nos introduce tanto en los antecedentes vitales del asesino como en los problemas personales y familiares del protagonista, aunque acaba relacionando tanto a unos con otros que se acaba intuyendo cierta artificialidad.

Si tuviera que poner una pega a la novela de John Lutz sería la de su extensión; como indico en la ficha el libro tiene 522 páginas, circunstancia que de por sí ya es capaz de echar para atrás a más de un lector avezado; pìenso sinceramente que se podría haber solventado la cosa con ciento cincuenta o doscientas páginas menos. Eso sí, la letra es grande y los párrafos espaciados, lo que supone que se termina más deprisa de lo que uno podría sospechar. Tengo que añadir que el final no me acabó de convencer, me pareció forzado y exagerado ... aunque últimamente me pasa bastante eso de no quedar satisfecho con las formas de terminar las novelas de este tipo, con lo que empiezo a pensar que el problema lo tengo yo.

En suma, un buen thriller, adecuado para aquellos momentos en los que uno necesita evasión y descanso. Está bien escrito y los personajes se hacen amables, ... salvo uno, evidentemente, que de amable no tiene nada.


24 de septiembre de 2011

Cierto sabor a rancio



El otro día entré en una confitería para comprar unos dulces; se trataba de una de esos establecimientos de siempre, con el encanto propio de lo antiguo y lo tradicional. Tal encanto adquiere un carácter especialmente atractivo en las pastelerías, donde se disfruta con los pasteles expuestos en el expositor, los botes de caramelos a granel, con los precios apuntados a boli en pequeñas pegatinas, cajas metálicas de galletas, paquetes de peladillas blancas, amarillas y rosas, tabletas de chocolate de todo tipo, algunos de papel recio con aspecto de tener tantos años como la tienda, chocolatinas redondas y rectangulares, bolsas de chupones y regaliz, mazapanes, guirlaches y cajas de bombones, muchas de ellas envueltas en lazo azul, rojo o verde, sin olvidar una balanza del año la polka o una caja registradora que haría las delicias de un anticuario y, por supuesto, las especialidades propias de cada casa. Se trata de momentos en los que a la vez que regresas envuelto en la nostalgia a la infancia, entras en un mundo cercano a la fantasía.

Pero este tipo de negocios, cuando ya llevan quinquenios atendiendo a la gente y acreditando la calidad de sus productos también corren el riesgo de caer en lo rancio y en el adocenamiento. Así, a la vez que entraba por la puerta de la confitería sonaba una especie de timbre estruendoso y excesivo, más parecido a la sirena de un patio de cárcel o cuartel que al saludo que da la bienvenida una tienda de dulces; estoy seguro de que el timbre tiene historia y es el mismo que escuchaban nuestros padres cuando iban con los suyos -nuestros abuelos- a comprar el postre del domingo. Me atendió una señora ya mayor, correcta y educada, pero seca y distante, que para la operación de coger, envolver y cobrar dos cajas de dulces me tuvo media mañana -dicho sea en tono exagerado-, con una lentitud de esas que le llevan a uno a sospechar que le importa una higa que el cliente vuelva otra vez.

Me encantan las confiterías de siempre, disfruto con ese estilo de comercio clásico, que ha existido toda la vida, y me duele pensar que se trata de establecimientos condenados a la extinción en estos tiempos de franquicias, grandes superficies y chinos, pero a la vez me fastidia que no sea oro todo lo que reluce y uno encuentre ese aire rancio que demuestra que en ocasiones el acierto de conservar lo tradicional no va unido al de adaptarse a los tiempos.


23 de septiembre de 2011

Copa Davis: A ver si en la final responden los pijorros



El fin de semana pasado el equipo de España se clasificó brillantemente para jugar la Final de la Copa Davis al imponerse a Francia por 4-1. La eliminatoria se celebró en Córdoba, lo que supone un auténtico acierto de quien lo decidió así, pues pocas ciudades hay en España tan bellas como la de los califas y quien acudiera a ver los partidos pudo disfrutar no sólo de la victoria de España, sino también del esplendor de la Mezquita, el Barrio Judío, el Museo de Julio Romero de Torres, el Alcázar de los Reyes Cristianos, las Caballerizas Reales, el Puente Romano o el Barrio de los toreros, además de poder meterse entre pecho y espalda el mejor rabo de toro de España en "El caballo rojo", toda una catedral de la gastronomía. Eso sí, a la vista de los calores que se gastan por esas tierras, no se si se asumió el riesgo de achicharrar a los tenistas.

Los cuatro partidos de individuales fueron un paseo para nuestros tenistas; David Ferrer y Rafael Nadal barrieron literalmente a sus rivales de la pista y tan apenas les dejaron ganar unos pocos juegos, también lo hizo Verdasco en el último partido de la eliminatoria, si bien en este caso todo el pescado estaba vendido y no cabe hablar de encuentro competitivo. Nadal volvió a demostrar que sigue siendo un fenómeno y que Djokóvic le puede arrebatar el número uno, pero no la calidad, la fuerza y la vergüenza torera -que de tierra de grandes diestros estamos hablando-, mientras que David Ferrer siguió acreditando que se puede contar con él y es apuesta segura para cualquier eliminatoria, final incluida. Tanto Nadal como Ferrer son fundamentalmente tenistas, gente preparada, que se cuida y procura ser noticia, sobre todo, dentro de la cancha.

Pero la eliminatoria tuvo también su grano, y así la pareja de dobles que formaron Feliciano López y Fernando Verdasco tuvo una actuación flojísma y acabaron siendo sacados de la pista por la pareja francesa que formaban Jo-Wilfried Tsonga y Michael Llodra (1-6, 2-6 y 0-6). No se trata de hacer leña del árbol caído, y menos de dar importancia a una derrota que no influyó para nada en el resultado final de la eliminatoria, pero me llama la atención el sonoro revolcón sufrido por nuestros "apuestos" doblistas. Y sobre todo, no me resisto a comparar a éstos con Ferrer y Nadal, pues mientras los dos titulares de los encuentros individuales se muestran siempre como personas cabales, sencillas y concentradas en lo suyo, intentar ganar partidos, López y Verdasco -a quienes llaman "Feli" y "Fer"- aparecen, al menos cara al exterior, como dos "pijaitos"´tremendamente preocupados por su imagen exterior y especialmente conocidos por sus éxitos con las chicas. La realidad que se percibió en Córdoba es que mientras unos no dejaban resquicio a la sorpresa, otros naufragaban literalmente en la pista.

Tanto Feliciano López como Fernando Verdasco se muestran como una especie de "metrosexuales" -he de admitir que no domino bien estos conceptos y, en consecuencia puedo estar equivocandome- muy preocupados de la colonia que usan, el tipo de peinado que llevan, la camiseta que se endosan y la última top-model con cuyo palmito se pasean por las ciudades y lugares de moda, cuando deberían andar más pendientes de cumplir adecuadamente en el terreno de la verdad. En la Final que próximamente se jugará frente a Argentina en tierras españolas -no se si ya se sabe el escenario- no tengo ninguna duda de que Nadal y Ferrer, sea cual sea el resultado de sus respectivos partidos, darán el do de pecho, a ver si estos dos niños bien se saben portar en esta ocasión y, aunque se despeinen y se manchen un poco, no nos hagan perder de salida uno de los cinco puntos en juego, que me parece que no va a sobrar ninguno, que no estamos en disposición de tirar por la borda ninguna de nuestras bazas.


22 de septiembre de 2011

El típico personaje que no cae bien

Patrick Macgoohan falleció en enero de 2009, pero la verdad es que no recuerdo haberme enterado de la noticia; no fue un actor de primera fila, pero tenía una planta notable y cabía incluirlo en esa nómina de actores que dan un excelente resultado como complemento del reparto, amen de ser un habitual de las series televisivas, algo que le convertía en cercano y familiar al ciudadano que ve la tele, es decir a la mayoría. Eso sí, cercano pero no necesariamente simpático, pues a Macgoohan le iban los papeles de individuo estirado, sino directamente pérfido y malvado. Puestos a recordar a la primera, vienen a mi cabeza tres papeles del actor, nacido en Long Island, pero recriado en Irlanda e Inglaterra, en los que encarnaba con brillantez ese tipo de personajes: la del mafioso Roger Deverau que acosa a Gene Wilder en "El expreso de Chicago" (1976), la de alcaide duro y estirado en "La fuga de Alcatraz" (1979), el magnífico drama carcelario protagonizado por Clint Eastwood y la magnífica caracterización del cruel y venal rey de Inglaterra Eduardo I en la oscarizada "Braveheart" que dirigió e interpretó Mel Gibson.

La carrera cinematográfica de Macgoohan no fue mucho más amplia que las tres cintas citadas, aunque ocupó lugares de cierto relieve en repartos tan llamativos como los de "Estación Polar Zebra" (1968), de John Sturgess, junto a Rock Hudson y Ernest Borgnine, "María, Reina de Escocia" (1972), de Charles Jarrott, en unión de Vanessa Redgrave, Glenda Jackson, Timothy Dalton y Trevor Howard, "Objetivo: Patton" (1978), de John Hough, con Sophia Loren, John Cassavetes, George Kennedy, Robert Vaughn y Max von Sydow como compañeros de cartelera y "Tiempo de matar" (1992), de Joel Schumacher, basada en una de los primeros best-seller de John Grisham y alternando con nombres tan sonoros como Sandra Bullock, Matthew McConaughey, Samuel L. Jackson, Kevin Spacey, Ashley Judd y Kieffer Sutherland. En la televisión Patrick Macgoohan fue un artista habitual, destacando su intervención como artista invitado en series de tanto éxito como "Colombo", donde fue el "malo" hasta en cuatro episodios obteniendo dos premios "Emmy". Su debut en la pequeña pantalla se produjo con la serie "Danger Man", denominada en España "Cita con la muerte", donde protagoniza las aventuras de John Drake, un espía solitario que luchaba contra comunistas y dictadores del tercer mundo. El gran éxito lo obtuvo con "El prisionero", una serie cargada de originalidad y contenido de la que fue autor de varios guiones; el actor interpretaba al personaje protagonista, "Número Seis", en apariencia un antiguo agente secreto del gobierno británico durante la Guerra Fría, nunca es llamado por su nombre ni se indica la naturaleza exacta de su trabajo; tras renunciar a su puesto es secuestrado y retenido prisionero en un pequeño y aislado pueblo costero conocido como La Aldea, allí las autoridades -cuya identidad y lealtad nunca quedan claras- intentan dilucidar por qué el número seis presentó su renuncia. A lo largo de la serie Número 6 intenta escapar mientras desafía todos los intentos de quebrar su voluntad y busca descubrir la identidad del misterioso "Número 1", quien presuntamente dirige La Aldea. La serie tuvo un éxito abrumador.

Profundizando en la biografía de Macgoohan se descubre que tuvo una infancia dura y que la ruina económica familiar le llevo a trabajar como granjero, empleado de banco y conductor de camión hasta que entró en el mundo del teatro como tramoyista; este empleo puramente mecánico le permitió acceder a una oportunidad que no desaprovechó, consolidándose como actor de teatro en el Sheffield Playhouse hasta interpretar varios papeles de protagonista. Posteriormente dio el salto al West End de Londres, donde participaría en prestigiosos montajes, como el de "Mobby Dick Rehearsed", escrito y dirigido por Orson Welles; fue en este ambiente donde conoció a la mujer de su vida, la también actriz Joan Drummond, con quien se casaría y tendría tres hijas, formando uno de los matrimonios más solidos del mundo del cine. También se cuenta que estuvo entre los candidatos para interpretar a James Bond, aunque al final parece que se impuso el glamour de Sean Connery.

Patrick Macgoohan murió el 13 de enero de 2009 en Los Angeles (California).



21 de septiembre de 2011

Cristiano Ronaldo y la solidaridad

A estas alturas pienso que nadie puede discutir que Cristiano Ronaldo es uno de los mejores jugadores del mundo; posiblemente tan sólo Leo Messi puede superar al portugués, que en el Real Madrid está batiendo records goleadores y que fue determinante para que el equipo merengue se impusiera al Barça en la última Copa del Rey, único consuelo que han podido tener los madridistas en estos años de imperio absoluto blaugrana. El luso es un auténtico privilegiado técnica y físicamente y un consumado maestro en casi todas los tercios que tiene el deporte rey; así lo demostró en el Sporting de Lisboa, en el Manchester United y en la selección portuguesa antes de dar el "pelotazo" y firmar un multimillonario contrato con el Real Madrid de Florentino Pérez. Por cierto, tal vez sea curioso saber que el nombre de Ronaldo se lo puso su madre con motivo de la devoción que ésta sentía por el fallecido presidente de EEUU Ronald Reagan, lo que no deja de tener su gracia. Pero Cristiano Ronaldo, un hombre que encandila a las jovencitas, e imagino que también a alguna no tan jovencita más, no es un personaje que caiga demasiado bien, tiene sus enemigos y despierta tantos odios como pasiones.

De la calidad futbolística de Cristiano Ronaldo no se puede dudar, ni siquiera que su presencia aporta un plus enorme de calidad al juego del equipo que tan polémicamente dirige José Mourinho, tanto que su sola presencia eleva a niveles estratosféricos la ya de por sí evidente temibilidad del conjunto blanco. Pero a mí Cristiano me parece que va de sobrado, que es demasiado consciente de su superioridad y liderazgo y que se trata de un jugador sumamente egoísta en su forma de jugar, tanto que a la larga su forma de actuar acaba perjudicando a su equipo en los partidos decisivos. Semejante "egolatría" se manifiesta de manera especial cuando el jugador viste la camiseta de la selección de Portugal. Con el equipo luso, que ahora entrena ese excelente centrocampista que hizo historia en el Real Oviedo llamado Paulo Bento, Cristiano Ronaldo da la impresión de considerarse el único, el elegido ... su actitud altiva, la forma de atragantarse de balones, las miradas críticas y suficientes hacia sus compañeros, ... aparecen como normas habituales de conducta. No hay más que ver lo que ocurre al señalarse una falta peligrosa a favor del equipo de Ronaldo, la pelota es suya, no parece admitir discusión sobre quien debe tirarla y uno mira su cara y piensa que mejor será que nadie le tosa; salta a la vista que el capitán luso tira las faltas de maravilla, pero no es menos cierto que la variedad de lanzadores añaden el factor sorpresa y en la selección verdirroja hay jugadores de excelentes condiciones para hacerlo, como Maireles, Veloso, Nani o el mismísimo Fabio Coentrao.

El fútbol es un juego de equipo y para que un equipo triunfe no basta con la calidad de sus componentes, pues éstos han de tener además buena forma física, compromiso y solidaridad; nadie discute que Leo Messi es un fenómeno, incluso que en ocasiones es quien marca la diferencia a favor del Barça, pero dudo que el éxito de los azulgrana venga sólo y principalmente de las cualidades excepcionales del argentino, sino de un trabajo de conjunto en el que Messi es la guinda. A Cristiano Ronaldo no le discuto ni calidad, ni ganas, ni profesionalidad ni compromiso, pero me temo que le perjudica -a él y al club que le paga- cierto endiosamiento y un individualismo excesivo y habitual. Todos somos conscientes de las grandes diferencias que se han creado en el fútbol español, el Barça y el Madrid se encuentran a años luz del resto de equipos y parece que hoy en día nadie puede conquistar grandes trofeos sin incluir en su plantilla unos cuantos fenómenos cuya existencia se puede contar con los dedos de las manos y cuestan unos cuantos millones, pero no dejo de echar de menos esas ocasiones en las que la Real de Alberto Ormaechea se llevó dos Ligas a base de pulmón y musculatura con Cortabarría, Satrústegui, Zamora y el toque de López Ufarte o el Athletic de Javier Clemente hizo lo mismo con jugadores de la casa -Goicoechea, Zubizarreta, De Andrés, ...- y el "duende" de Sarabia, o cuando equipos desconocidos como Magdeburgo, Aberdeen o Racing de Malinas se llevaban la Recopa. Cristiano Ronaldo es una muestra más de que hoy impera el glamour y la calidad futbolística, pero tal vez hemos creado ídolos deshumanizados.


20 de septiembre de 2011

Huesca, diez años después



Tal día como hoy inicié mi andadura profesional en Huesca; ya quedó dicho que abandonar Tarragona tuvo su parte de trauma y tras tantos años acostumbrado a una ciudad, a unos habitantes y a un estilo, la aventura de Huesca llevaba consigo bastante de reto, de nueva vida. Instalarme en Huesca suponía regresar a Aragón después de más de media vida fuera: había abandonado mi tierra siendo prácticamente un "impúbere" y me ilusionaba reemprender mi vida aragonesa, por más que me iba a encontrar de frente no sólo con lo mejor de mis paisanos, sino también con unos defectos que la ingenuidad de los 18 años hicieron que ignorase en su día. De cualquier manera, mi historia oscense la iniciaba lleno de ilusiones y esperanzas.

A estas alturas del envite, cuando casi sin enterarme han pasado diez años, tengo claro que hice bien cambiando de escenario; cada cual tiene sus circunstancias, pero en mi caso cada año que pasaba he visto más claro que necesitaba un cambio, que en Tarragona ya había dado de sí todo, y me vino muy bien quemar las naves del Mediterráneo, por mucho que al sur del Pirineo hubiera otras esperándo. Instalarme en Huesca tenía una consecuencia inmediata: la cercanía de Zaragoza; 70 kilómetros por autovía y un horario amplio de autobuses son un obstáculo nimio y viajar a la capital de Aragón se convirtió en tentación próxima: es algo que muchos no entienden, pero tras años de abstinencia máxima, pasear por Independencia y aledaños deparó en una vía de escape irresistible.

Trasladar mis reales a la capital del Alto Aragón significó descubrir el Pirineo; ya he dicho muchas veces que soy más de piso que una baldosa, y he necesitado muchos años para valorar las virtudes de los valles pirenaicos, algo que tantos otros supieron hacer ya en la infancia. No hay más que encarar Monrepós un día de buena visibilidad para comprobar la belleza y la grandiosidad del lado aragonés del Pirineo. La Cola de Caballo de Ordesa, la travesía Bielsa-Tella, Canfranc, la Garcipollera y la Virgen de Iguacel, Santa Elena, los cauces del Aragón, el Ara o el Cinca, la lluvia amarilla, Ainsa, Broto, Sallent de Gállego, Benasque, Ansó, ... lugares que te trasladan directamente al paraíso, paisajes que provocan la detención del tiempo, aire puro que respiras mientras escuchas el agua, las aves y el sonido de las hojas caídas cuando las pisas, con el olor puro de la naturaleza y el frescor de la hierba. Y la provincia tiene otras joyas espectaculares: Alquezar, el Castillo de Loarre, Torreciudad, Roda de Isábena, el paisaje de los mallos de Riglos y los de Agüero -nada que ver con el Kun;)-, la Colegiata de Bolea.

Huesca supuso el reencuentro con Aragón, con los finales en "ico", las conversaciones a gritos -incluso de acera a acera-, la actitud "extrovertida" ante la vida, la pérdida de ese respeto a la intimidad habitual en Cataluña y ausente tantas veces por aquí, cuando el personal al comprobar que camina por la calle alguien a quien no controla no tiene ningún pudor en quedarse mirando con cara de sorpresa -¿y quien es éste?-. En Aragón somos nobles y acogedores, pero también es tierra cainita, donde hay a quien no le importa quedarse tuerto con tal de que se quede ciego el vecino: ya decía Labordeta que la "mala uva es una cosa muy de Aragón", pero esa mala uva la compensan el cariño, el sentido de la amistad y la hospitalidad. Volver a Aragón es volver al desierto, a la lucha por superar el famoso "polvo, niebla, viento y sol", a una tierra agrícola de hombres duros, a unos Monegros que se superan, a un Sobrarbe que quiere recuperar identidad y una "franja" que ni reniega de sus lenguas ni de su pertenencia innegociable a Aragón.

Tras diez años aquí los recuerdos también se agolpan, desde aquellos primeros meses en los que iba descubriendo personas, lugares y sensaciones, hasta la nevada del 15 de diciembre de 2001, cuando amaneció con las calles bañadas de blanco, algo que no veía desde mi más tierna infancia. Y poco a poco asumí el nuevo estilo e hice míos los emblemas ciudadanos: el parque Miguel Servet, lo primero que me impresionó de la ciudad, con las Pajaritas y la casita de Blancanieves, un espacio que creaba la ilusión de acudir al trabajo atravesando árboles y luces, las Cuatro Esquinas y la Plaza de Zaragoza, que no se llama así , porque en Huesca las plazas no se denominan por su nombre, y la de Zaragoza es realmente de Navarra, la de los tocinos, del Justicia, la de los taxis, de Concepción Arenal y la del Mercado, de López Allué. Y pasaron a ser de ordinaria administración los Porches de Galicia, con el Flor, el Rugaca, la pastelería Ortiz y la papelería Santiago, todo un reducto de clasicismo comercial, y cómo no, la Catedral y San Pedro el Viejo, monumentales y bellísimos. Y la vida giraba en torno a San Lorenzo, con esa fachada a modo de parrilla, la "Compañía", una iglesia señorial para "señoras y señores", a la Plaza del Ayuntamiento, al Tubo y la parte antigua, el Centro "Matadero" y el viejo Cine "Avenida", que murió en el camino.

Y no puedo hablar de Huesca sin hacerlo de las Fiestas de San Lorenzo; no se si es el hecho de ser una ciudad pequeña, la idiosincrasia del oscense o la fuerza de la tradición, pero nunca vi, ni de lejos, vivir una fiesta así. Por encima de acontecimientos tan significativos como el "Chupinazo", los danzantes -admirable pasión y encanto popular-, la procesión del día 10, los toros o la ofrenda final de flores y frutos, lo que me impactó, y al cabo de diez años y diez "sanlorenzos" lo sigue haciendo, es la ilusión e implicación de la gente, aquí San Lorenzo lo vivimos todos, toda la ciudad se viste del verde de la albahaca y se lanza a la calle a vivir, a disfrutar y a compartir. Las peñas, los vendedores ambulantes, los puestos de venta, interpeñas, los conciertos, esas corridas de toros en las que se imponen las peñas en el sol, que compatibilizan meriendas y juergas con la seriedad del albero para escándalo de los puristas. Un San Lorenzo que invita a cenar con los amigos, a pasear y coger "capazos" uno detrás de otro. Fiestas que marcan un antes y un después en el verano oscense, el camino que va de la alegría y la esperanza de la preparación a la ciudad dormida y apagada a partir del 15 de agosto.

Al hablar de Huesca no se puede omitir su oferta gastronómica, con una estrella "Michelín" grabada en "Las Torres", sinónimo de calidad y buen gusto culinario, el "Lillas Pastia" que no le anda a la zaga y "La Venta del Sotón", en la carretera de Ayerbe, historia pura del buen yantar en Aragón, que nunca decepciona. Y en zona UEFA está "Bazul", "El Bodegón", "Juliana", el "Flor" y, por supuesto, el "Martín Viejo", una catedral de la comida en estado puro: el mejor rodaballo que se puede comer tierra adentro y unos tomates con jamón tan inolvidables como las natillas con helado; pero en Huesca la calidad no desaparece en los sitios más sencillos, y puedes comer igual de bien en el "Hervi", "O'Fogar" o "El Temple". Y si sales por la provincia puedes perder la línea definitivamente en templos culinarios como "La Floresta", en Ayerbe, "Casa Gervasio", en Alquezar, "Monclús" en Radiquero, "El Duende" en Torla, "Casa Sidora" en Laspuña, "Blasquico" en Hecho, "Santos" en Albalate de Cinca o "Casa Frauca" en Sarvisé ... y me dejo un montón.

Y en la lista de recuerdos personales corro el riesgo de ser injusto y omitir más de la cuenta, desde las excursiones del Camino de Santiago aragonés, que empecé casi a empujones y acabé disfrutando ... con final frecuente de pitanzas, que también ayuda: nunca olvidaré la comida en el Hostal Lamiana tras la travesía Bielsa-Tella, con unas costillas con ensalada de lechuga y cebolla -¿para qué más?- con una madre e hija encantadoras a cargo de la cocina; la travesía Biescas Santa Elena o la marcha a la Cola de Caballo de Ordesa en otoño, donde la naturaleza hace maravillas y Dios demuestra que su inexistencia es imposible, la pequeña caminata navideña al belén de Las Gorgas de San Julián o la que te lleva a la Virgen de Ordax, así como aquélla de un mes de enero a las Campas de Bonés con Manolo, Santiago y señoras, en una marcha que yo pensaba era casi un tres mil y acabamos llegando a comer a casa. Inolvidables las noches en Huerrios con quesos, gin-tonic y novela negra, un auténtico canto a la camaradería, el buen humor y el vitalismo o ese curso de cata de vinos del que no me enteré demasiado, pues uno más bien es de paladar basto y, por supuesto, los viajes a Tarbes saliendo con el alba, con Santiago de chófer fijo a la vista de mis nulas prestaciones. Y la noche en que el corazón dio un susto, tiempo a partir del cual me converti en usuario habitual de las farmacias, y en esto siempre me he sentido bien atendido, con Cristina, Rosi, que se fue a vender ropa de mujer -nunca le perdonare que se fuese a trabajar a una tienda a la que nunca entrare-, Pepa, Isabel, Carmen, Cristel y Pilar, sonrisas gratas de cada mañana, ... y los análisis de la Policlínica Altoaragon, las visitas de la Santiago, ...

Los paseos para ver libros en "Masdelibros", las visitas a las Clarisas, que han establecido la Exposición permanente en Huesca, algo que sólo puede traer bondades a la ciudad, el día del ascenso del Huesca a 2ª, con la cruel y paradójica combinación del descenso del Zaragoza de mis desgracias, los congresos de periodismo digital, alguna comida con alguien entrañable en "El Juli", un establecimiento que se merece triunfar porque sus dueños son la bomba, los bocatas del "Mi bar", la tortilla del "Roma", el día que se reinauguró el "Olimpia" y pude saludar a la Infanta Elena -muchos conocen mi faceta del "Hola"-, la maletilla de ruedas de Rosa, los demás compañeros -y compañeras- de trabajo: buena gente, Javier vestido como un Adán, una comida con Tomás y Montse en Colungo, donde nos ventilamos una excelente paella y regresamos cantando canciones de los 70 ... y alguna comida más con la misma compañía y algún otro añadido, las visitas de Celestino, alguna más de Jesús, la boda de María José y Pedro en la que León tomó Huesca sin resistencia, casi con complicidad, Luis, Cristina, que hoy anda por las alturas del poder aragonés, Mariano, Félix, a quien debo una disculpa por cuestionar los "Jaguar", otro Luis, capaz de sacar a todo la punta del humor, ... mucho oscense de bien. Los días de San Vicente, cuando media Huesca se desplaza al Corte Inglés de Zaragoza, ... Y un capítulo aparte para esos almuerzos sabatinos con Agustín, Antonio, Julián, José, Carlos, Fernando, ... huevos, embutidos, vino, ... todo tan prohibitivo como grata la compañía. A lo largo de una década, también hubo quien nos dejó, aunque el recuerdo permanecerá siempre: nunca podré olvidar a Miguel, todo corazón y nobleza, al que el cáncer se llevó con crueldad, poco a poco cuando a su edad era capaz de descubrir la vida cada día. Y cada mañana Huesca amanece con los retos de cada jornada, y recorro la Calle San Jorge y la del Parque, mientras los niños -el futuro- van al Colegio alegres y sin más preocupación que las pequeñeces de la edad, las gentes van al trabajo y la ciudad, pequeña, donde todos nos conocemos, con frío o calor, sigue viva y acogedora. Aquí la historia propia no ha terminado, ¿quién sabe cuando?, de momento también en el Alto Aragón cabe la felicidad.

19 de septiembre de 2011

Esnaider y la selectividad



El ambiente del Real Zaragoza de unos años a esta parte se encuentra habitualmente caldeado; las formas de hacer de Agapito Iglesias y la permanente zozobra deportiva y económica del equipo convierten al club de Eduardo Ibarra en frecuente titular de la prensa, casi siempre con connotaciones negativas. El último seismo lo ha provocado el inefable mister del filial, Juan Eduardo Esnaider, que aseguran no ha dejado al central del Zaragoza B Ramiro Mayor presentarse al examen de selectividad, para lo cual le espetó argumentos tales como "Eres futbolista, tienes contrato profesional, los estudios son incompatibles con el fútbol y lo que hay que hacer cuando terminas de entrenar es descansar, no estudiar", toda una declaración de principios ... o de falta de principios. Posteriormente el mister argentino aseguró que se trataba de un malentendido, y que él se limitó a requerir al jugador que buscara una solución que compatibilizara el examen con el entrenamiento.

No se si a Esnaider le entendieron mal, pero las frases apuntadas indican una falta de respeto y una cerrazón personal tan llamativas como lamentables; si en las categorías inferiores de los equipos lo único que se busca es conseguir a cualquier precio primeras figuras del fútbol, sin importar la educación y formación humana de los jóvenes aprendices de futbolistas, apaga y vámonos. Posiblemente el gran éxito de las canteras hoy en día más brillantes y productivas como pueden ser las del Barça y el Villarreal haya que encontrarlo en que se trata de lugares donde se ha dado mucha importancia al aspecto humano de los jugadores jóvenes. Ya va siendo hora de que los futbolistas españoles dejen de ser esos niños mimados, con excesos de pearcings, tatuajes y "moscas" de barbilla, incapaces de decir tres palabras seguidas con coherencia, con unos discursos llenos de tópicos y palabras comunes y completamente ausentes de imaginación y variedad de vocabulario. Evidentemente no todos son iguales, y ya en tiempos pretéritos uno encontraba futbolistas como Calleja, Gárate, Juan Manuel Villa, los hermanos Lapetra, Zoco, Pirri o Fusté, gente capaz de mantener una conversación interesante.

Ramiro Mayor pertnece a una generación de futbolistas del Zaragoza que han sido internacionales en las categorías inferiores -Kevin Lacruz, Alejandro Roy, Ortí, ...- y que lleva camino de perderse. La situación de los equipos inferiores del Real Zaragoza es de desolación, como si Atila hubiera pasado por la Ciudad Deportiva; los tiempos en los que el filial peleaba por subir a 2ª A quedan lejanos y el primer equipo juvenil, que históricamente puede presumir haber llegado varias veces a la final de la Copa del Rey: en 1977 -con Vitaller, Lafita padre, Güerri, Puértolas, Brualla, ...-, en 1985 -con Villarroya, Celma, Aldea, Corvinos, laureano Echevarría, ...- y hace sólo 6 años -Ander Herrera, Adrian Barba, Miramón, ...- anda ahora de farolillo rojo con cero puntos, ningún gol a favor y once en contra ... sólo faltaba que encima pretendan que crezcan zoquetes.


18 de septiembre de 2011

Tarragona diez años atrás



Hoy hace diez años que abandoné Tarragona; por supuesto he regresado más veces pero desde el 18 de septiembre de 2001 la Imperial Tarraco dejó de ser mi lugar de residencia, si no suceden sorpresas, definitivamente. Quedaron atrás 22 años que aportaron un balance positivo; llegué allí hecho un pipiolo un 12 de septiembre de 1979 y nada hacía predecir que mi estancia a orillas directas del Mediterráneo se iba a prolongar tanto tiempo. En Tarragona me hice un hombre, allí aprendí casi todo sobre la vida, y es que llegué a la "imperial" hecho un pardillo, pensando que la vida siempre es de color de rosa y sin más experiencias personales que un bachillerato en colegio de pago y cuatro cursos de carrera protagonizados por un exceso de cerrazón, protección y timidez.

No soy capaz de entrar en excesivos detalles ni de relatar sucesos y anécdotas, pretendo simplemente dar homenaje a una ciudad que me acogió, donde desarrollé mi vida, primero como un solitario opositor sin apenas vida social y posteriormente como un profesional que pretendió servir a los ciudadanos y recuperar el tiempo perdido. Me acostumbré a un clima privilegiado, a la salida al mar, al olor a pescado del Puerto y a la paz del Mediterráneo desde el balcón, con las puestas de sol que cumplían a la perfección su función de sedar tensiones y disgustos al final de la tarde. Tarragona sirvió adecuadamente para esos paseos recetados por el médico que me llevaban hasta el barrio del Serrallo, con sus barcos de pesca, sus olores peculiares, la iglesia parroquial, "La Puda" y ese ambiente de tabernas, humo y personajes solitarios tan propio de los puertos de mar o hasta el otro extremo de la ciudad, donde la Torre de Pilatos, el paseo de San Antonio, el de las Palmeras o la Vía Augusta.

Durante dos décadas yo vi crecer Tarragona, con la transformación de La Rambla Nova, convertida ahora en un acceso brillante y luminoso al Mar Mediterráneo, así como la restauración del Casco Viejo, la ampliación de la ciudad por el suroeste, con la Carretera de Valencia convertida en avenida y el nacimiento de la actual Avenida Françesc Macià, que acercó a la ciudad un Hospital Juan XXIII al que hasta hace unos años solamente se podía llegar tras una especie de travesía del desierto. Tarragona se fue convirtiendo en una ciudad moderna, a un ritmo que algunos, despistados y tal vez superficiales, no eramos a veces capaces de advertir. La Universidad Rovira i Virgili contribuyó lo suyo a la apertura al mundo de una ciudad hasta entonces provinciana, así como su nombramiento como Patrimonio de la Humanidad cuyo germen y desenlace viví en vivo y en directo. Aunque siempre quedarán los lugares de siempre: el anfiteatro, el circo y el foro romano, la Catedral gótica, el Pont del Diable, la Torre de los Escipiones, ... y los edificios modernos de siempre: el Gobierno Civil, el Hotel Imperial Tarraco, la central de la Caixa de Tarragona, ... ese toque del "Cant dels ocells" que añoro desde entonces cada mañana, como echo de menos el mar, la brisa, las navidades de clima suave, los domingos en la Rambla y, por encima de todo, el talante de quienes sabes que te quieren de verdad.

Con los ciudadanos de allí viví tantos acontecimientos históricos: estando allí accedieron Jordi Pujol al Gobierno de Cataluña y Felipe González al de España, ... ¡quién iba a decir que iban a durar tanto!, allí vi en directo la llegada por primera vez a España de un Papa y en esa ciudad tranquila viví el miedo y la inquietud del atentado contra el RACK de Empetrol que estremeció a toda España y pudo ocasionar una tragedia de dimensiones terribles. Las corridas de toros del verano, que ya son historia pasada, los ascensos y descensos del Nastic, la plumilla de Antoni Coll en el Diari de Tarragona, la columna periodística más entrañable y certera que recuerdo, la reapertura del Metropol, y tantos nombres y apellidos que se quedaron allí, algunos para toda la eternidad, otros dando aún guerra: Paco Riocabo, Carmen Díe, Gabi -que tardes de intimidades en el "Florida"-, Manolita, Rafa Lorenzo y familia, el "Sr. Estil.les", sinónimo de libertad de lectura y cultura, Fernando, Ricardo Vilar y su mujer, que me invitaban a comer por San Esteban para que no estuviera solo, Bernardino, Celes -¡esos partidos en la tele que a veces tenían algo de clandestinos!-, Carlos, Ignacio, Lourdes, ... testigos de mi paso por allí, compañeros del alma, que me aguantaron, me comprendieron, me enseñaron a ser mejor.

A lo largo de los últimos diez años salí cada viernes santo en la procesión del Santo Entierro, la más larga y lucida de Cataluña, con las vestes granates y blancas de la Germandat del Sant Ecce Homo, gracias a la colaboración de Antonio, un hombre cabal con quien estoy en deuda. De esas ocasiones guardo recuerdos imborrables, con el sentimiento propio del tiempo, las circunstancias y el momento. Y con la misma fuerza quedan presentes las celebraciones de la Casa de Aragón el día del Pilar, con la Misa baturra que te transportaba a tus orígenes y creaba ese punto emocional que es posible tenga algo de superficial y teatrero, pero que de cualquier manera se convertía en momento esperado cada año. Y entre procesiones y festejos, los años fueron pasando y las costumbres y usos se convirtieron en rutina habitual ... tal vez pensé que siempre sería así, por eso cuando apareció la oportunidad de regresar a mi tierra la posible marcha, que acabó siendo real, me sonaba a ficticia, a tentación imposible de caer en ella.

Y reflejar recuerdos se haría interminable: las charlas sobre drogas en los colegios con Carmen, las veces que me lío Manolita para ir de tertulia a la cárcel, alguna cena pirata, Salou, Cambrils, el Roc de San Gaietá -¡que momentos!-, las clases a la Policía Local, las comidas con Gabi en el "Pit i Cuixa", las del Bar "Quet", con ese tono tan "lilu", las despedidas de compañeros en "La Caleta", las más "pijas" de "Can Sala" o "Les Coques", los cafés del "Zeus", la época de la caña en "Sumpta", el mercadillo de la Catedral de los domingos, donde encontré por cuatro chavos la trilogía completa de "Los gozos y las sombras", la conferencias con cena posterior de los "Juristas democráticos" y de los "Tarraconins", las fiestas colegiales de los abogados, los partidos de fútbol sala, alguna copa en "Poetas", el "Antiquari" y algún pub más cutre que ahora no recuerdo, "La Goleta" en Salou, "La Cucaña" en Cubellas, "El Pí" en Vendrell y Casa Víctor en Comarruga, ... el bus de Barcelona, el tren que te llevaba al mismo sitio por la costa, con paradas en Vilanova y Sitges, el concurso de Castells del primer domingo de octubre en la Plaza de Toros, las playas Larga, de la Rabassada y del Miracle, las fiestas mayores de Santa Tecla y Sant Magí, ... y tantas cosas que no caben aquí, y algunas ni siquiera en mi cabeza.

He vuelto más veces, ¡faltaría más!, y cada vez se me come la nostalgia, y al dar la vuelta por la rotonda de las palmeras, pasada la vieja cárcel, se me pone el corazón en un puño y me duele más el "agujerito" que se quedó dentro, espero que para siempre. Interiormente vuelvo a vivir tantas cosas, los paseos hasta el tren que me llevaba a estudiar 5º de Derecho a Barcelona, pasando por Prat de la Riba, Gasómetro y Apodaca, tres calles tan representativas, por mucho que no sean especialmente bellas, los viajes en bus a mi primer destino profesional en Barcelona, donde era posible ver hasta cinco veces la misma película sin conseguir enterarte del final porque el vehículo llegaba antes. Seguiré acudiendo a por agua a la Fuente de la Oliva, como esos primeros tiempos en los que del grifo salía salada y a la Rambla Vieja, la de San Carlos, donde existía un local de apuestas en el que los domingos ponían los resultados de fútbol en una pizarra con anuncio de San Miguel, retornarán a mi pensamiento los concursos de fuegos artificiales del mes de julio, que lucían desde el Balcón del Mediterráneo y solían tener colofón con unos helados en los italianos de la Rambla y la iluminación navideña de la Rambla Nova, Unió, Conde de Rius, August, y volveré a visitar a la Virgen del Claustro, y al oasis de Loreto, ... Seguirá corriendo el tiempo y el corazón tendrá que compartir sus latidos, cada vez menos acompasados, con nuevas vivencias, pero la Imperial Tarraco fue el núcleo de mi vida, también de unas cuantas mezquindades -no todas propias-, momentos duros y algún que otro fracaso. Pero por encima de todo queda lo vivido, lo disfrutado y lo amado.




17 de septiembre de 2011

"Spending my time", Roxette (1991)


Roxette es un dúo sueco formado por la cantante Marie Fredriksson y el cantante y compositor Per Gessle. Hasta hace poco había escuchado muchas veces su nombre y me constaba que se trataba de gente de éxito, pero solamente de unos pocos años a esta parte he podido comprobar que sus canciones entraban de lleno en el mundo de mis preferencias personales.

Es inolvidable, por ejemplo, su presencia en "Pretty Woman" con la canción "It Must Have Been Love", así como "The Look", la canción que los elevó al tope de las principales listas musicales de los Estados Unidos. Desde que conocí a Roxette, la música pop sueca comienza a ser algo más que Abba. La historia de sus discos es una larguísima ennumeración de éxitos, de composiciones excelentes.

He elegido "Spending my time" ("Pasando el tiempo"), uno de sus grandes éxitos de los años 90, una canción que habla de un amor que se espera, cuya letra parece ir marchando -y volviendo- de la esperanza a la desazón.



16 de septiembre de 2011

La que montó Babacan ...



Al Atlético de Madrid le ha correspondido enfrentarse en Europa al Celtic de Glasgow 37 años después del histórico partido que en semifinales de la Copa de Europa -hoy Liga de Campeones- jugaron escoceses y madrileños en Glasgow el 20 de abril de 1974 y que acabó convirtiéndose en uno de los partidos más polémicos de la historia de la competición. Quienes nos informábamos de manera exclusiva por la prensa española pusimos desde el principio el centro de la polémica en el árbitro turco Dogan Babacan, un individuo bajito y calvo, con aspecto de minucioso que expulsó a los rojiblancos Ayala, Panadero Díaz y Quique; es más, a partir de entonces el apellido Babacan tuvo las mismas reminiscencias que en su día hicieron famoso al malogrado Emilio Guruceta. No obstante, quienes vimos el partido, a poco que nos vistamos de cierta objetividad tendremos que reconocer que el Atlético de Madrid ejerció una dureza notoria y reprobable, por mucho que los jugadores escoceses andaran de víctimas y provocadores y los espectadores hubieran convertido el Celtic Park en un infierno.

Los rojiblancos eran entrenados en aquella época por el argentino Juan Carlos Lorenzo que había hecho campeón de Argentina a San Lorenzo de Almagro, y ya se sabe que los entrenadores de por allí tienden a alimentar a sus jugadores con "bocadillos de tigre". Lorenzo no lo hizo mal con el Atlético, pues mantuvo al equipo siempre en posiciones privilegiadas de la clasificación y, junto al juego duro, le hizo practicar un inolvidable juego de contrataque que tuvo su más elocuente manifestación en un partido de esa misma Copa de Europa frente al Dinamo de Bucarest: de las veces que mejor he visto jugar en Europa a un equipo español. En la alineación titular presentada por Lorenzo en Glasgow militaban nada menos que seis defensas: los argentinos Panadero Díaz, Iselin Santos Ovejero y Cacho Heredia, el paraguayo Banegas y los españoles Melo y Eusebio; tanto Panadero y Ovejero como Benegas eran de los centrales más duros que corrían por aquella época por los campos de España. Las entradas de los jugadores españoles fueron muy duras, aunque bien es cierto que los delanteros rivales exageraban la nota en cada falta.

Me acuerdo perfectamente como las jugadas más polémicas eran iniciadas casi siempre por Jimmy Johnstone, un extremo derecho bajito, pelirrojo -ese día iba muy pelado- y con aspecto de algo mayor que no paraba de correr por la banda y caer al suelo espectacularmente en cuanto le tocaban: Johnstone, a quien llamaban la pulga voladora y era ya la figura del Celtic cuando en 1967 se impuso contra todo pronóstico al Inter de Milán en la Final de la misma Copa de Europa, se revolvía por el cesped como si le hubiesen intentado lapidar y conseguía excitar a un público exaltadísimo. Como queda dicho, el árbitro turco terminó expulsando a tres jugadores rojiblancos, a dos de ellos -Panadero y Quique- por sendas entradas francamente terroríficas y al Ratón Ayala por doble amonestación, y el encuentro acabó en empate sin goles y con un ambiente enormemente tenso en el campo y en las gradas. Curiosamente, el partido de vuelta se jugó en una balsa de aceite y los del Calderón se impusieron 2-0 con goles de dos históricos: Gárate y Adelardo, un par de caballeros del fútbol que, junto a Ufarte, Martínez Jayo, Melo, Salcedo, Alberto o Irureta daban un toque de elegancia a un equipo con demasiado "cabestro".

Con los años los jugadores atléticos han acabado reconociendo que se excedieron en sus entradas: al equipo se le contabilizaron 51 faltas, todo un record. Al parecer Panadero Díaz ya se la tenía jurada a Jimmy Johnstone de la Final de la Copa Intercontinental de 1968, cuando el lateral argentino jugaba en Racing de Avellaneda y se enfrentó al Celtic. Cuenta Miguel Reina, portero entonces del Atlético y padre de Pepe Reina, que la policía acabó metiendo a los jugadores rojiblancos "a prorrazos en el vestuario". La prensa española de entonces magnificó lo sucedido y ofreció una versión tal vez demasiado parcial de los hechos. Yo, que vi íntegramente el partido por la tele, recuerdo tanto el excesivo teatro de los escoceses como la pérdida de control de los integrantes del plantel madrileño.

Tras pasar esa eliminatoria, el Atlético jugó la Final de la competición con el Bayern Munich de Maier, Beckenbauer, Breitner, Hoennes, Muller, ... un trofeo que voló en un desgraciado último minuto de la prórroga en el que el central bávaro Schwarzenberg marcó el único tanto importante de su vida y el citado Reina cantó más de la cuenta. El 1-1 dio lugar a un partido de desempate en el que los teutones barrieron a los nuestros, pero esto da para otra entrada.