30 de enero de 2017

El dolor lejano


Las personas tendemos al egoísmo ... solemos andar mucho más preocupados de nuestras pequeñas batallas que de lo que le pasa al prójimo. No obstante, las penas de los demás, el dolor ajeno, a poco que tengamos algo de sensibilidad, mínima capacidad de querer, nos conmueve e incluso, si está en nuestras manos, andamos dispuestos al consuelo, al apoyo. Las lágrimas de un niño, una enfermedad grave, la soledad de alguien mayor, un brote de violencia sobre la mujer presenciado en vivo y en directo, ... son escenas, situaciones que pueden llevarnos a sentir un dolor casi propio.

Pero tenemos el peligro de vivir de espaldas al mal ajeno cuando éste nos pilla lejos. No cabe duda de que lo que nos enseña la tele, las redes o la prensa sobre la situación de los refugiados en Europa, el hambre el África o tantas villas devastadas por las guerras que se multiplican por todo el planeta, nos estremece, nos remueve y nos indigna, ... pero no es lo mismo. No tenemos experiencia directa y hasta nos puede pasar que tras la primera impresión suceda la tibieza y hasta el olvido. Esas cuitas personales que nos ocupan y preocupan a cada cual se convierten en causa principal y dejamos aparcadas las desgracias de los demás ... casi siempre mucho más graves ... no debería ser así.

Ese dolor ajeno existe, y no puedo dejar de admirar -y mucho- la generosidad de esos pocos que marchan en busca de ese dolor, para vivirlo cerca, para aliviarlo, para compartirlo. Me da igual que sea en nombre de Dios, de los derechos humanos o por cualquiera de esos valores que acredita que la naturaleza humana no es tan mala. Estoy seguro que ese dolor se ve de otra manera cuando se entra en la choza, se cura la herida, se acompaña en la pérdida, se llora piel con piel con el que sufre, ... se siente la impotencia de no poder hacer nada ... salvo "estar ahí".

Seguramente muchos no estamos en situación de emprender aventuras, de acercarnos al dolor ajeno, ... pero está bien que recordemos muy frecuentemente, cada día, que existe, que ellos, los que lo sufren en su carne son exactamente como nosotros, que nos pongamos en su lugar.

28 de enero de 2017

Muere un actor británico


Inglaterra siempre ha sido cuna de magníficos actores -Lawrence Olivier, Charles Laughton, Alec Guiness, ... y muchisimos más-. Por esta razón siempre es una pérdida notable para el mundo de la gran pantalla el fallecimiento de un actor inglés como John Hurt, a quien un cáncer de páncreas ha llevado a la tumba a los 77 años de edad. Como tantos compatriotas suyos que han trabajado en el cine, Hurt surgió del teatro, y fue grande en las tablas como lo sería después en el cine y en la tele. Llaman la atención las frases de su viuda tras su muerte: "El actor más sublime y el más caballeroso de todos los caballeros, con el corazón más grande y el espíritu más generoso". "Llegó a tocar nuestras vidas con alegría y con magia, y el mundo será un lugar extraño sin él" No cabe duda de que Hurt fue un auténtico "primer espada" y tuvo esa gran capacidad de adaptarse a papeles tan distintos como el de astronauta, el de preso el de hombre deforme o el de Calígula.

Todos son unánimes en considerar "El hombre elefante" (1980), de David Lynch,  como el mejor trabajo de John Hurt, y sin duda  tiene mérito lucirse en un papel de las características de Joseph Merric. En el film comparte cartel con actores del nivel de Anthony Hopkins y Anne Bancroft y su trabajo mereció una nominación al Oscar al mejor actor principal, galardón en el que tuvo como rivales nada menos que a Jack Lemmon, Robert de Niro, Robert Duvall y Peter O'Toole. Al final la estatuilla fue para de Niro por su papel en "Toro salvaje", pero el trabajo del actor fallecido estaba a la altura de las mejores interpretaciones de la historia del cine. Se trata sin ninguna duda de una historia impactante, de un argumento donde se mezclan el drama, el terror, la heroicidad y su toque de romanticismo. Sacar adelante con éxito este film era una empresa complicada y Lynch lo logró plenamente, para lo cual no fue poca la colaboración de este actor inglés.

El otro gran papel de John Hurt fue el de Max, el preso adicto a la heroína de "El expreso de medianoche" (1978), la película de Alan Parker basada en un hecho real que tanto impactó en su día. También en este film fue nominado para un Oscar, el de mejor actor de reparto, siendo esta vez Christopher Walken quien impidió el éxito con su inmenso trabajo, también relacionado con aquélla droga, en "El cazador".  Sin duda, fue un año en el que el "Sanedrín" de la Academia tuvo predilección por las películas duras. Antes de su gran entrada en Hollywood tuvo un papel de cierta importancia en "Un hombre para la eternidad" (1966), la película sobre Tomas Moro con la que Fred Zinnemann consiguió seis Oscars y en la que le correspondió encarnar nada menos que a Richard Rich, el ambicioso joven cuyo perjurio le costó la cabeza al canciller inglés.

Otros trabajos notables del actor fueron "Alien, el octavo pasajero"  (1979), "La puerta del cielo" (1980), "Spaceballs" (1987), con Mel Brooks, "El prado" (1990), "Rob roy" (1995), "Contact" (1997), "La mandolina del Capitán Corelli" (2001), "El perfume" (2006) y "Los crímenes de Oxford" (2007), sin olvidar sus papeles importantes en "Harry Potter y la piedra filosofal" (2001) e "Indiana Jones y el Reino de la calavera de cristal" (2008). Con su muerte, todos estos trabajos -y unos cuantos más- han pasado a la inmortalidad. Descanse en paz.

26 de enero de 2017

Incertidumbres


Estoy terminando de leer "Tu no eres como otras madres", ese magnífico testimonio de la alemana Angelika Schrobsdorff en el que nos relata la azarosa vida de su madre, paralela a la historia alemana de la primera mitad del siglo XX, desde los felices años veinte hasta el drama de la hegemonía nazi, agravado en su caso por la condición de judía de su familia. Se trata de un libro al que vale la pena dedicarle tiempo, donde se refleja con una crudeza dramática cómo la tragedia se cernía sobre el pueblo germano -y sobre Europa- ante la indiferencia, la imprevisión y la ingenuidad de muchos alemanes. La protagonista de la historia, madre de la autora, vivió irresponsable y desenfadadamente hasta que las circunstancias, ... la guerra, el holocausto, ... le lllevaron primero a la desolación y luego a la heroicidad.

Quienes rebasamos la cincuentena -y unos cuantos más- crecimos y maduramos en un mundo feliz, en un Occidente ausente de dolores, sustos y riesgos, a pesar de muros de Berlín, telones de acero o guerras frías, situaciones que nos sonaban a problemas lejanos, a peligros que no rebasaban las distantes noticias e imágenes de los telediarios. Cuando cayó el Muro de Berlín y cuando la Unión Soviética se deshizo como un azucarillo, algunos pensamos ingenuamente que llegaban tiempos próximos al paraíso, ... pronto nos caimos del "guindo" y nos dimos cuenta de lo errados que andábamos. Han ido pasando los años y se han ido echando encima demasiadas realidades negativas: el terrorismo islámico, la crisis de los refugiados, la comprobación de que la unidad europea no pasa de ser un apaño lleno de grietas, la desmitificación de la hegemonía de los Estados Unidos, la aparición de líderes con los pies de barro y las intenciones dudosas, ... El mundo se parece cada vez más a un polvorín y si no hay guerra fría más bien parece que se debe al peligro de que ésta pueda ser caliente y explosiva.

Las canas me han enseñado a no poner la esperanza en las intenciones de los hombres, incluso cuando éstas son buenas. Pero hay que seguir adelante. Eso sí, que no nos pase como a esos hermanos teutones de los años veinte, que bailaban y cantaban despreocupados mientras se consolidaban los cimientos de un horror que sería real, por mucho que entonces fuera inimaginable. Afortunadamente no estamos solos, nos queda confiar en Dios y en la bondad de tantos y tantas.

19 de enero de 2017

Cosas de la memoria


Ayer participé en una reunión -lo que algun que otro snob llama "tormenta de ideas"- organizada por UNICEF sobre protección de menores, Sin duda, un tema atrayente, sugestivo y, por encima de todo, una cuestión en la que hay que trabajar y comprometerse cada día más. Entre las personas que participaban se encontraba una mujer, joven y animosa, a quien reconocí de una charla sobre discapacidades que me tocó impartir hace ya más de 13 años,  cuando vivía mis primeros tiempos de Huesca. Varios días después de mi intervención, esta persona se presentó, junto con otra, en mi despacho para entregarme un obsequio en agradecimiento por mi colaboración. Recuerdo perfectamente que me entregaron  el formidable libro  sobre Lucien Briet en el que se comparan las fotos realizadas por el célebre fotográfo y explorador francés en diversos lugares del Pirineo Aragonés, con otras que reflejan el estado actual de cada paisaje fotografiado por Briet. Pero por encima de la categoría del regalo recibido, lo que se grabó en mi retina fue la sonrisa sincera y bondadosa de la citada joven ... saltaba a la vista que se trataba de un acto de cariño y que le satisfacía hacerlo.

Cuando me dirigí a ella para saludarla y recordarle que nos habíamos conocido entonces, quedó sorprendida de mi memoria, ... que he de admitir que aún es notable. Eso sí, ¿qué excusa debía poner para justificar el hecho de recordarla? ... podría decirle que el motivo era su belleza, y no exageraría, pero me pareció mejor no decir nada. Y en realidad, y dando por descontado que la naturaleza le ha dotado de tal belleza, lo cierto es que si la recuerdo es fundamentalmente porque en su día me impresionó, ... quede cautivado por la estampa de bondad y sinceridad que contemplé en una mirada y en una sonrisa.

17 de enero de 2017

Dicen que llega el frío


En los medios de comunicación hablan de alerta máxima en la provincia de Huesca: al parecer se avecinan nevadas grandes, temperaturas bajo cero y peligros de quedar poco menos que congelado. Ayer, a través de esos maravillosos avances que facilita la tecnología, presencié en directo, vía Facebook, cómo nevaba en Benasque: verdaderamente espectacular. También ha nevado en Canfranc e imagino que en unos cuantos sitios más. Cuando esta mañana he salido a la calle pensaba que me iba a enfrentar con una temperatura polar, pero no ha sido para tanto y camino del trabajo no me he cruzado con ningún pingüino, ... aunque vete a saber si, ¡despistado que es uno!, los había y no me he dado cuenta.

Supongo que no es que la ola de frío haya pasado de largo, sino más bien que llega despacio y nos cogerá de sorpresa esta noche o la que viene. Pero para resguardarse del frió externo nos basta con poner los medios,  ser precavidos: ropa de abrigo, bufanda, guantes, estufas y las mantas que hagan falta. Tiene mucho más peligro el frío del corazón, la actitud gélida ante las desgracias, los traumas, las penas de los demás. No se si andamos demasiado ensimismados por los problemas propios de estos tiempos o por nuestras particulares cuitas, pero duele la indiferencia frente el dolor ajeno. También cuando se trata de un dolor lejano: por ejemplo, en la cuestión de los refugiados cada cual podrá tener sus tesis políticas o estratégicas, pero entiendo que mirarlo como si no fuera con nosotros no es más que un síntoma de esa frialdad interior.

Muchas veces el dolor, el drama, la zozobra personal, el desasosiego, ... lo tenemos cerca y no nos enteramos, ... o si nos damos cuenta vivimos como si no nos quisieramos enterar. Afortunadamente uno se sigue encontrando con quien sufre "por los demás" y "con los demás" ... con quien nos da ejemplo y nos viene bien para espabilar la conciencia. Siempre es consolador sentirse cercano a quien va más allá de sus personales "egoísmos", sabes que cuando te toque allí estará ... y te anima a la reciprocidad.

15 de enero de 2017

Adios a un pionero de la tele

El año recién terminado fue aquél en el que cumplimos 58 los del 58. Y es posible que los de nuestra generación -y alrededores- seamos los primeros que fuimos educados con la televisión como paisaje de nuestra casa. Y sin duda, entre quienes nos acompañaban sobremesas, anocheceres y tardes de sábado y domingo, recordamos a José Luis Barcelona, un presentador que trabajaba en los estudios de Miramar, en la ciudad condal,  y que a pesar de su apellido había nacido en la zaragozana localidad de Borja. El pasado 9 de enero este pionero televisivo fallecía a la edad de 84 años. En algunas de las fotos que han aparecido en los medios digitales José Luis Barcelona lucía una llamativa barba, había perdido pelo y se le notaba en la cara el paso de los años. Eso sí,  la mayoría le recordamos con sus características gafas, su pelo perfectamente peinado, una imperturbable sonrisa y esa dicción tan bien modulada de aquellos primeros héroes de la tele. Es uno de los más recordados presentadores de la sede televisiva de Barcelona junto a Joaquín Soler Serrano, Irene Mir, Federico Gallo y Mario Beut, entre otros.

La nómina de programas en los que intervino el locutor fallecido es larga, aunque el primer recuerdo que guardo de él, el que permaneció desde entonces unido a su persona en mi memoria, fue el de "Reina por un día", un espacio que presentaba junto a Mario Cabré, un polifacético personaje que, además de presentador, fue torero y actor, llegando a presumir -al parecer con exceso- de haber mantenido un romance con Ava Gadner. El programa estaba dedicado a las mujeres: éstas debían de enviar una carta a TVE con su sueño más importante: reencontrarse con un familiar, hacer un viaje, conseguir un electrodoméstico, ver el mar, ... La elegida era invitada a los estudios de Miramar, donde se le coronaba reina ... aunque solamente fuera por ese día. Como afirmaba Manuel Román en su obituario, Reina por un día "venía a ser una especie de la Cenicienta del cuento, llevada a la tele". La emisión tenía lugar la tarde del domingo, tras una serie del oeste -"Bronco Lane", "Cheyenne", "Bonanza"- y el inolvidable "Tarde de fiesta" de Juan Viñas, Franz Johan, Gustavo Re y las marionetas de Hertha Frankel. El espacio solamente duró un año, pero tuvo mucha fama, tanta que tras su finalización Barcelona y cabré hicieron una gira por España trasladándolo a la calle.

La lista de programas presentados por José Luis Barcelona es larga: "Música en su pantalla", "Primer aplauso", "Club del martes", "Orbe", "Discorama", "Lección de ocio", "Salto a la fama", "Kilómetro lanzado", "Carrusel del domingo" y "canciones de una vida", entre otros. En todos ellos exhibió una profesionalidad fuera de toda duda, un saber estar llamativo y una simpatía permanente. A él se le atribuye el acierto de trasladar a España la máxima de Groucho Marx de que “la televisión es cultura y cuando un programa no te gusta siempre puedes leer un libro”.

Poca gente conoce que José Luis Barcelona llegó a grabar un disco con la mítica casa "Belter"; en dicho "single"  interpretaba cuatro temas: "Bang bang", "Largo el camino", "Guantanamera" y "Poema de despedida". También aparece en la nómina de actores de doblaje, aunque no he conseguido averiguar si llegó a darle voz a algún actor. Fue un hombre discreto, cordial, con fama de excelente maestro colaborador de quienes empezaban a trabajar con él, amante de la fiesta de los toros y aragonés de pro. Descanse en paz.



6 de enero de 2017

El breve momento de gloria de un ciclista

Me entero "picoteando" por internet de la trágica muerte -al parecer se quitó la vida- hace ya más de tres años (12 de agosto de 2013) de Raymond Delisle, uno de esos ciclistas que formaban parte del larguísimo pelotón que cada año,  finalizando el mes de junio, iniciaban el Tour de Francia por los años 60 y 70. Delisle, nacido en 1943 en Ancteville, ciudad de la Baja Normandía,  era un fijo en la nómina del equipo Peugeot, uno de los más fuertes de Francia y cuyos ciclistas lucían un inconfundible maillot blanco con las siglas de la célebre factoría de vehículos en el pecho y cuadritos blancos y negros en la cintura. Eran tiempos en los que ni la radio ni la televisión española retransmitían en directo las etapas, y tan sólo conectaban para ver la disputa de los últimos 20 o 30 kilómetros. El inicio de la retransmisión del final de etapa era esperado con expectación, y fundamentalmente por razón de ver a diario esas breves imágenes quedaron en mi memoria los nombres de los grandes ciclistas de la época. Los franceses más brillantes de esos años eran Roger Pingeon, Raymond Poulidor y Bernard Thevenet. Delisle no estaba entre la flor y nata de los corredores, pero destacaba como un buen ciclista que aportaba sus mejores prestaciones en la montaña y solía terminar entre los veinte primeros clasificados. Fue uno de los mejores colaboradores de líderes del Peugeot como los citados Pingeon y Thevenet y junto a él, en distintos equipos,  también lucían excelentes "secundarios" franceses de la bici como Letort, Labourdette, Riotte, Danguillaume, Hezard, Catieu, Guyot, Chappe y muchos otros.

El corredor normando tuvo una brillante participación en el Tour del Porvenir, dedicado a jóvenes promesas, de 1963, donde quedó tercero tras el  luxemburgués Zimmerman y el suizo Maurer. No obstante, su gran momento llegó en 1969, cuando ganó el campeonato francés de fondo en carretera, victoria que le permitió lucir en las demás competiciones y durante un año el maillot tricolor con la bandera francesa.  Con tan honorable camiseta venció en la etapa del Tour de ese año que tenía su meta en la localidad pirenaica de Luchon, disputada precisamente el 14 de julio, fiesta nacional de Francia, pudiendo presumir de ser hasta ahora el único ciclista francés que ha ganado ese día y con ese maillot.

La que con toda probabilidad fue la gran oportunidad de su vida le llegó a Raymond Delisle cuando ya era un veterano corredor de 33 años en la edición del Tour de 1976. Seguía corriendo con Peugeot y su jefe de filas, Thevenet, quien había ganado e la edición anterior por delante del mismísimo Eddy Mercks, no rodaba entonces con demasiada soltura. Se corría la etapa 12ª, entre Port-Barcarès y Pyrénées 2000, y era líder el belga Lucien Van Impe, un buen escalador que militaba en el equipo Sonolor-Gitane y hasta entonces se había limitado a un segundo plano,  a la sombra de Mercks. El belga no estaba fuerte y Delisle, junto al italiano Bellini, el belga Pollentier y el español Menéndez atacó en el último puerto. Lo hizo con tal potencia que terminó quedándose en solitario y llegando primero a la meta  en una imponente demostración de fuerza y poderío. En ella sacó 4.59 al segundo, Menéndez y 5.14 al italiano Vladimiro Panizza, mientras Van Impe y el otro gran favorito, el holandés Jupp Zoetemelk -el célebre "chuparruedas"-, perdían nada menos que 6 minutos y 57 segundos. Mirar la clasificación daba vértigo, pues Delisle se hacía con el maillot amarillo y dejaba a sus dos máximos rivales a 2.41 y 2.47 respectivamente, quedando Poulidor a 4.17, Paco Galdós a 4.45 y Thevenet a 4.53.

Quedaban aún diez etapas, entre ellas el resto de los Pirineos y la del temible macizo del Puy de Dòme, pero al bregado ciclista normando se le presentaba una ocasión que al comenzar la competición era un sueño imposible. Entre los entendidos surgía la pregunta de si un hombre veterano, que no había contado en toda su carrera para el triunfo final y su mejor puesto final en la ronda había sido el 11º, iba a ser capaz de aguantar vestido de amarillo hasta París. A la hora de la verdad, el maillot principal del Tour solamente le duró dos etapas, y en la que concluyó en Saint-Lary-Soulan, en los Altos Pirineos, se lo tuvo que devolver a Van Impe. Con el paso del tiempo se dijo que todo había sido una táctica del director deportivo del Sonolor Gitane, el también francés Cyrille Guimard, quien ante el potencial peligro que veía en Bernard Thevenet, quiso hacer trabajar al Peugeot para desgastar a sus corredores, aprovechar el apoyo que debían prestar a Delisle y esperar pacientemente su oportunidad para recuperar el liderato.

Independientemente de trucos, estrategias y demás cuestiones, a Delisle siempre le quedó el orgullo de haber podido lucir el jersey amarillo de la vuelta ciclista de su país, que es además la más prestigiosa del mundo y haber sido un ciclista reconocido y apreciado en Francia. Tras retirarse montó un hotel en la localidad de Hébécrevon, también en la Baja Normandía. Allí murió de manera dramática. Descanse en paz.


1 de enero de 2017

Los últimos del 2016


En alguna ocasión alguien me ha comentado que mis valoraciones de los lirbos que leo tienden a ser positivas, que prácticamente incito a leer todos los que expongo. Creo que no es exactamente así, pero al menos en mi resumen de los siete libros leídos en noviembre dejo claro que dos de ellos no me han convencido, y eso que han sido publicados con cierta aureola. Eso sí, no puedo dejar de poner en el "podium" a una excelente y antigua novela negra, un ensayo sobre la muerte violenta de uno de los personajes más influyentes de la vieja Roma y una maravillosa colección de cuentos protagonizados por hindúes. La lista se completa con una buen ensayo histórico sobre la España contemporánea y la visión del Nueva York de los años setenta a cargo del último "Cervantes".

Hacía mucho tiempo que no leía nada de Arturo Pérez Reverte. Si la memoria no me falla,  el último libro del escritor cartagenero que pasó por mis manos" fue Trafalgar", y desde entonces ya ha llovido. Por esta razón inicié con ilusión a la tarea de leer "Falcó", su último best-seller: la aparición de un personaje nuevo, al parecer con vocación de repetirse y la llamativa promoción que ha tenido la novela  me movieron a pensar que podía estar de nuevo ante el Reverte del "Maestro de esgrima", "El club Dumas", "Territorio Comanche" o "La reina del sur". No se si ha sido por albergar estas amplias perspectivas, pero la lectura de "Falcó" me ha dejado frío. El personaje me ha parecido artificial, forzado, poco creíble ... aunque muy de la línea del autor, eso sí. Por otra parte, la historia, que tratándose de época real y reciente carece, en mi opinión, de credibilidad, de esas que van agotando páginas sin que te acabe de "coger". El final me resarció un poco y me pareció bueno y con fuerza. Seguro que los incondicionales de Pérez Reverte encuentran sus valores a "Falcó", y probablemente acertarán, pero más allá de ellos no es novela que recomiende.

En la web de "Libertad Digital"existe un apartado donde diversos intelectuales y periodistas muestran sus bibliotecas al lector. Uno de estos vídeos  tiene como protagonista a Florentino Portero, un verdadero especialista en cuestiones internacionales quien además estudió algunos años en el mismo colegio que yo, aunque un curso por encima. De tal reportaje saqué obtuve el consejo de leer "España (1808-1996): el desafío de la modernidad", un excelente ensayo de los historiadores Juan Pablo Fusi y Jordi Palafox en el que al hilo de los acontecimientos históricos sucedidos en nuestro país en el amplio espacio de tiempo citado, nos van explicando cómo España fue adaptándose poco a poco a los avances modernos, con épocas de mayor lentitud y algún que otro retroceso. Cada momento histórico se describe en dos partes, una primera donde se relatan los hechos histórico-políticos y una segunda en la que se explica la evolución económica y social del período. De esta manera se configura un libro muy bien estructurado, con una visión bastante objetiva de los hechos relatados y una valoración que en ocasiones se puede escapar a quien como yo no es precisamente un experto en economía, pero que da un diagnóstico bastante interesante que, en mi caso, aporta no pocas cuestiones escasamente sabidas.

Creo que fue en "Elemental", el blog negro-criminal del diario "El País", donde leí una laudatoria reseña de "El arrecife del Escorpión", novela escrita y publicada en 1955 por Charles Williams de la que "Editorial Medianoche" hizo en 2016 una acertada reedición. Williams fue considerado en su día como uno de los mejores autores de novela negra, a la altura de los grandes de la llamada "segunda época" como Jim Thomson, Ross Macdonald o Chester Himes. Muchos consideran a este autor tejano como el gran olvidado, alguien al que no se le ha reconocido la calidad de sus novelas. Tras leer el libro referido, me apunto sin duda alguna al grupo de quienes reivindican a Charles Williams, pues "El arrecife del Escorpión" me ha parecido una novela negra magnífica. El ambiente reflejado y los personajes que protagonizan el relato pienso que están a la altura de los mejores Hammet y Chandler. Un héroe venido a menos, una mujer hermosa casada con un tramposo, dos gangster de escuela, un misterio, una climax ... todos los ingredientes para disfrutar, con un toque de aventura incluido. En la novela se reflejan al mismo tiempo pasión, codicia, venganza, ... y también amor y generosidad. Y un final excelente y fascinante.

De vez en cuando viene bien leer un thriller: es una lectura que sirve de descanso, una vía de escape cuando necesitas huir del stress o similares. Con este planteamiento, decidí optar por una de las novedades literarias dle momento e inspirado por un artículo del antes citado blog "Elemental" del diario "El País", me hice con "La soga", una novela de éxito en USA y que suponía el primer trabajo de Matthew FitzSimmons, un profesor de teatro que por la vía de Amazón ha llegado al éxito de ventas. El blog citado calificaba al libro como un "thriller conspiranóico" y al quedar ubicado el argumento en el desarrollo de unas elecciones a la presidencia de los Estados Unidos, no dejaba de tener su toque actual y oportunista. Para que un relato de esta naturaleza responda a lo que se le exige es precisa una mínima corrección literaria y que su lectura despierte un interés, que sea "aditivo".  No le niego a FitzSimmons que el libro esté bien escrito, pero en mi opinión adolece de esa tensión, ese "enganche" que provoca  una lectura difícil de abandonar. Si tuviera que definir la trama de "La soga", la calificaría de "deshilvanada", algo que me parece grave si hablamos de un thriller. Lo leí hasta el final, y su desarrollono dejó de provocarme cierta curiosidad, pero no respondió a las expectativas. Queda por ver la opinión de otros lectores para ver si la carrera de este nuevo autor tiene continuidad.

Llegó a mis manos "La muerte de César", un excelente ensayo histórico sobre lo que la propia carátula del libro denomina "el asesinato más célebre de la historia", el de Julio César. Su autor es el historiador estadounidense Barry Strauss, quien ya ha escrito sobre episodios tan importantes como la guerra de Troya y la revolución de Espartaco. Queda dicho que el libro me ha parecido magnífico, francamente interesante. Strauss nos relata el asesinato de uno de los personajes clave de la historia de Roma prácticamente al minuto, con antecedentes y consecuencias. Las 273 páginas de que consta el ensayo -el resto son fuentes y notas a pie de página- nos ofrecen, al menos a quienes solamente sabíamos lo esencial, una amplia explicación de los hechos, nos argumentan las causas y entran en detalles que dotan al estudio de interés y amenidad. Por otra parte, hay una importante y enriquecedor estudio sobre los principales protagonistas de esta historia, no solamente la víctima y los victimarios -Bruto, Casio y Décimo-, sino del resto de personajes que giran en torno a los "Idus de marzo" en una u otra posición: Cicerón, Marco Antonio, Lépido, Sergio Pompeyo, Servilia, ... con especial referencia a la importancia histórica y la hábil postura de Octavio Augusto, con cuya consagración como emperador termina el relato. Un ensayo muy recomendable.

La reciente concesión a Eduardo Mendoza del premio  "Cervantes" me ha animado a volver a leer algo suyo. Habiendo pasado ya por mis manos sus "libros estrella"  -"La ciudad de los prodigios" y "La verdad sobre el caso Savolta"-, así como "Sin noticias de Gurb", las tres primeras entregas de su genial detective sin nombre y "Riña de gatos", que le valió el Planeta de 2010- pensé que era buena una oportunidad para leer "Nueva York", los recuerdos de su estancia en dicha ciudad como traductor de las Naciones Unidas. No se trata ni una guía de Nueva York ni un relato ordenado y exhaustivo sobre la gran ciudad americana, pero si una acumulación interesante y entretenida de la experiencia de Mendoza, que se marcho allí en 1973, estuvo diez años y escribió el libro en 1986. El escritor catalán nos habla de establecimientos, calles, costumbres, anécdotas concretas y, sobre todo, de personajes, algunos bien originales y curiosos. Todo ello sazonado con la excelente prosa y la divertida y ocurrente forma de escribir de Eduardo Mendoza, ... porque para disfrutar más de la lectura de un libro que me ha hecho pasarlo de miedo, es recomendable conocer bien la idiosincrasia de su autor.

Jhumpa Lahiri es una escritora estadounidense de origen bengalí de la que "Salamandra", una editorial que suele acertar con mis gustos, ha publicado en los últimos años una magnífica novela corta -"La hondonada"- y una recopilación de cuentos  -"Tierra desacostumbrada"-. Después del verano dicha editorial ha puesto en el mercado una nueva versión del libro que le valió a la escritora el premio "Pulitzer" de ficción del año 2000, "El intérprete del dolor", una colección de nueve relatos cortos verdaderamente maravillosos. Como siempre ocurre en los relatos de Lahiri, los protagonistas de sus historias son hindúes, en este caso emigrantes en países occidentales, unas ambientadas en éstos últimos y otras en la propia India cuando aquéllos se encuentran en período de vacaciones. Se trata de relatos en los que la autora está más preocupada de contarnos el carácter de sus protagonistas, sus pequeñas incidencias cotidianas y, de ahí el título, ese toque de sufrimiento del día a día, casi rutinario. Jhumpa Lahiri hace, desde mi punto de vista, un tipo de literatura suave y profunda a la vez que me encanta. Se lee muy bien y rápido.