Se dice que en España hay un número excesivo de bares, y puede que sea verdad; los españoles somos muy aficionados a compartir tiempos, aventuras e intimidades en la barra de la taberna, entre cañas y chatos, olivas y patatas fritas y alguna que otra gamba con gabardina. En ocasiones he escuchado furibundos ataques a la costumbre de frecuentar estos establecimientos, inventivas posiblemente no exentas de razones aunque también con cierta carga de visión cuadriculada de la vida y cierta ausencia de flexibilidad y tolerancia. Es verdad que en los bares he visto imágenes tan tristes como poco edificantes: personajes atornillados al taburete consumiendo vaso tras vaso conforme pierden razón y hasta sentido, u hombres y mujeres apalancados en máquinas tragaperras en una actividad tan inútil como desaconsejable. Pero el bar puede tener connotaciones mucho más positivas y, sobre todo, ser centro de relaciones y actividades que nos hacen más sociales, más solidarios y más personas.
Yo disfruto en los bares que podríamos llamar "de confianza", aquellos en los que quienes están en la barra saben perfectamente qué es lo que vas a tomar, cómo lo quieres y qué manías concretas tienes respecto a modos y formas. Bares donde te llaman por tu nombre, saben lo que tienen que decir y lo que tienen que callar y te echan de menos cuando faltas. ¡Qué triste sería regresar de vacaciones y que al acomodarte en la barra ni se hayan dado cuenta que llevabas unas cuantas semanas de ausencia!. A tu bar de cabecera le exiges, por supuesto, calidad: que las cañas estén bien tiradas, el vino conservado, las tapas del día y, a ser posible, la tortilla de patata buena y con cebolla, pero no bastan tales primores, que afortunadamente puedes encontrar en bastantes lugares, también pides cariño, esa empatía que aporta tanto la profesionalidad como la humanidad.
Si uno descubre su bar de cabecera, un establecimiento adecuado a sus gustos, o simplemente surge eso que llaman "empatía" y el lugar se convierte en centro de relaciones, espacio para compartir o, sencillamente, refugio al que acudir, tendrá un lugar adecuado para descansos, esparcimientos y desahogos. Evidentemente a cada cosa hay que darle su importancia, y malo sería que a un establecimiento de hostelería le convirtiéramos en núcleo de nuestra vida, en aspecto principal y trascendente de la misma, pero tampoco está mal agarrarse de vez en cuando a los asideros de lo superficial y lo desmitificador.
Yo ya encontré el mío, aunque no me paso el día en él, que no sería bueno, ni siquiera acudo a diario. Pero, por ejemplo, cuando los miércoles en los que, por exigencia de mi horario y actividades radiofónicas, almuerzo de bocata en dicho bar, el evento se convierte en uno de los ratos agradables del día, y disfruto de la sonrisa y el buen rollo de quien me atiende, de su interés por ofrecerme el bocadillo que más me apetece, del ambiente del lugar, del público -escaso a esas horas- que entra, ... y de la calidad del producto, que también es buena. Y todo ello, es compatible con acudir a otros bares, que ésto no supone ni la fuerza unidora de un matrimonio ni la exclusividad de un contrato.
19 comentarios:
¡Qué razón tienes! Ahora, por mis circunstancias laborales, no soy mucho de bares, la verdad, pero cuando en anteriores trabajos frecuentaba alguno, ya fuera para desayunar o para tomar un café después de comer, me pasaba como a ti, que agradecía el trato. El trato en su justa medida, porque una cosa que también me molesta (¿soy un asocial?) es un exceso en el mismo.
A veces uno necesita conversación y otras prefiere que no le atosiguen demasiado: ahí está la porfesionalidad de qué hablaba, la de saber cuando hay que hablar y cuando callar, qu´çe cosas hay que decir o preguntar y cuales no, ...
Yo también tengo varios bares donde tomo café por la mañana y es una parte agradable del día.
¿Y qué no decir de esos bares a donde la gente va a ver el partido del Canal+, o ahora de Gol TV? Me contaron una historia, de cuya certidumbre no dudo en atención a quién me la contó, de allá por los años 60, cuando empezaron a retransmitir partidos por la tele y no todo el mundo tenía tele. El dueño de un bar con tele tenía la costumbre de apagarla a mitad del partido e invitar a los parroquianos a consumir si querían seguir viendo el partido. Bueno, políticas comerciales de la época.
Algunas de los problemas más complejos a los que me he enfrentado en mi vida profesional, han sido resueltos en un bar, al cobijo del relax que nos proporciona unas cañas o un café. Donde si apagas el móvil y recuerdas las maneras humanas de nuestros abuelos, el uso de la conversación con sentido común, un par de chistes y un par de confidencias acompañadas de una ensaladilla rusa con rosquillas, el cuerpo recupera fuerzas, el ánimo se apacigua y la mente trabaja mejor.
Tres pájaros de un tiro.
En general los bares han ido aprendiendo y ya es habitual encontrate con avisos que indican que no se pueden ver partidos sin consumir ... a mí, en cualquier caso, me daría verguenza ir a verlos de gorra.
Ah, Driver ... eso de ensaladilla con rosquillas ... no se, suena a sardinas con nata ;).
Un saludo también a Susana.
Me encantan los bares. No sé qué sería de mi vida si no existieran.
Por cierto, Tommy, puedes estar tranquilo acerca de la certidumbre de la historia que te contaron: en mi pueblo cordobés, a finales de los años 60 y aun a principios de los 70, los niños de mi calle íbamos a un bar ("Bar La Trecha", para más señas) los sábados por la tarde a ver la televisión (lo que echaran: Tarzán o Bonanza o una sesión de circo), y el dueño del bar, a cambio de dejarnos entrar, nos obligaba a consumir un vaso de gaseosa (La Casera, por supuesto) a cambio de una peseta. Si no consumías, tenías que irte.
Todos nuestros padres tenían muy asumido ese 'impuesto revolucionario' y nos daban la peseta de rigor para que pudiésemos ver la tele. O para perdernos de vista durante un buen rato (ahora sé que posiblemente era esta la razón).
¡Vivan los bares!
QAlgún díía tendré que hablar,Brunetti, de tus habilidades para hablar con las camareras de los bares.
¿nos puedes recomendar alguna camarera simpática de Tarraco?
...si es mona, mejor. El bar es lo de menos.
...perdona Modestino, el anterior comentario era mío, la pregunta se la lanzaba a Brunneti
¡espero no haber sido un "anonimo" en esta barra!
(tomae)
De Huesca te puedo recomendar unas cuantas, pero por privado .. ;)
En la sexta habia un programa que se llamaba "bares que lugares",donde enseñaban bares curiosos de España.Recuerdo uno ,tipo bar de carretera- de esos que lo mismo venden un casette de Camela,Perlita de Huelva o un a botella de vino con forma de toro-.Que mientras comias hacia una partida de bingo.Y al que ganaba le regalaban la comida.España is different¡
De todas maneras creo que el bar que describes es mas de hombres.
Las mujeres por lo general ,no estamos en la barra hablando con el camarero.
A Sabina le gustan las peluqueras y a mí me chiflan las camareras. (Perdón por este comentario con tufillo sexista).
Querido Tomae, hay que buscarlas (o, como se dice por aquí, 'tienes que currártelo'): en cualquier restaurante o bar, en cualquier garito o chiringo puedes encontrar una sonrisa y, a partir de ahí, todo dependerá de tu ingenio, del que me consta que no andas nada escaso. Ánimo.
Modestino, siendo tú tan amante del buen yantar, ¿cómo puedes decir que una exquisita ensaladilla acompañada de rosquillas de pan, como la que propone Driver, te suena a sardinas con nata? ¡Ay, Dios mío!
Vale, es que yo al hablar de rosquillas pienso en esas azucaradas o las típicas de pueblo aceitosas. Sí existe el concepto de rosquillas de pan ya veo buen maridaje con la ensaladilla.
tomae@tinet.org
Coincido con Opinadora, las mujeres no somos de frecuentar un bar concreto por costumbre. Yo jamás desayuno en la calle, prefiero levantarme más temprano y salir desayunada de casa. Y del trabajo me voy pitando a casa. Cierto que en el instituto tenemos un bar y claro, allí sí conocen perfectamente mis gustos y mis manías. Pero es un bar donde entras porque no tienes más remedio, que tomarte algo rodeada de niños vociferantes que compran chucherías entre empujones es un martirio.
Tengo mi bar favorito, con unas tapas maravillosas, muy elaboradas, abundantes en cantidad y estupendas de precio, pero va tantísima gente que no creo que allí se establezca entre camareros y clientes esa relación de la que hablas.
Yo soy como los perros callejeros... en eso de los bares, allí que me dan un poco de cariño; allí que planto mis reales posaderas...
Suelo ir sola y a cualquier hora, siempre pido cafe con leche sea la hora del día que sea y mi mayor motivación es que necesito refugio, mesa para escribir o paz ;)
Muy lindo post! Si andan por Bs As ... Tengo 2 bares de cabecera.. uno no me alcanza... l
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