23 de octubre de 2008

Campos de Soria. Antonio Machado.





Campos de Soria

¡Colinas plateadas,

grises alcores,cárdenas roquedas

por donde traza el Duero

su curva de ballesta

en torno a Soria, oscuros encinares,

ariscos pedregales, calvas sierras,

caminos blancos y álamos del río,

tardes de Soria, mística y guerrera,

hoy siento por vosotros, en el fondo

del corazón, tristeza,

tristeza que es amor! ¡Campos de Soria

donde parece que las rocas sueñan,

conmigo vais! ¡Colinas plateadas,

grises alcores, cárdenas roquedas!...




El poema pertenece al libro "Campos de Castilla" y fue publicado en 1912, poco antes de que el poeta abandonara Castilla para trasladarse a Baeza. El autor vive su segundo y más autentico momento poético. Sale del universo íntimo de su primera obra ("Soledades") para fundirse con el paisaje y las gentes castellanas.

El poema está lleno de bellísimas descripciones, en las que no faltan rasgos de lirismo, que son expresión de la melancólica sensibilidad de Machado y constituye una unidad temática: la amorosa evocación, triste y melancólica, del paisaje soriano. El poema es pura efusión sentimental, una serie de exclamaciones que expresan un estado anímico de intensa emotividad.




Fotos: misviajes-misviajes.blogspot.com; www.flickr.com; www.omni-bus.com; hojasparalasupresiondelarealidad.blogspot.com; zaragozame.com

6 comentarios:

sunsi dijo...

Y el complemento. Él se veía así:

"Mi infancia son recuerdos de un patio de Sevilla,
y un huerto claro donde madura el limonero;
mi juventud, veinte años en tierra de Castilla;
mi historia, algunos casos que recobrar no quiero.
Ni un seductor Mañara, ni un Bradomín he sido
--ya conocéis mi torpe aliño indumentario--,
mas recibí la flecha que me asignó Cupido,
y amé cuanto ellas pueden tener de hospitalario.
Hay en mis venas gotas de sangre jacobina,
pero mi verso brota de manantial sereno;
y, más que un hombre al uso que sabe su doctrina,,
soy, en el buen sentido de la palabra, bueno.
Adoro la hermosura, y en la moderna estética
corté las viejas rosas del huerto de Ronsard;
mas no amo los afeites de la actual cosmética,
ni soy un ave de esas del nuevo gay-trinar.
Desdeño las romanzas de los tenores huecos
y el coro de los grillos que cantan a la luna.
A distinguir me paro las voces de los ecos,
y escucho solamente, entre las voces, una.
¿Soy clásico o romántico? No sé. Dejar quisiera
mi verso, como deja el capitán su espada:
famosa por la mano viril que la blandiera,
no por el docto oficio del forjador preciada.
Converso con el hombre que siempre va conmigo
--quien habla solo espera hablar a Dios un día--;
mi soliloquio es plática con este buen amigo
que me enseñó el secreto de la filantropía.
Y al cabo, nada os debo; debéisme cuanto he escrito.
A mi trabajo acudo, con mi dinero pago
el traje que me cubre y la mansión que habito,
el pan que me alimenta y el lecho en donde yago.
Y cuando llegue el día del último viaje,
y esté al partir la nave que nunca ha de tornar,
me encontraréis a bordo ligero de equipaje,
casi desnudo, como los hijos de la mar."

Saludos

Anónimo dijo...

Tengo la suerte de haber recorrido varias veces ese paseo que aparece en la fotografía del río Duero que acompañas a tu 'post'. Dicho paseo acaba (o se inicia, según se mire) en la hermita de San Saturio, patrón o copatrón de la hermosísima (y fría hasta la locura) Soria.

En muchas de las cortezas de los árboles que jalonan ese paseo, todavía hay escritos nombres de enamorados, con sus correspondientes fechas. La primera vez que hice ese recorrido, no di mayor importancia a esas inscripciones 'naturales', pero más tarde, cayó en mis manos un precioso poema de Machado dedicado precisamente a ese paseo y a esos cortos mensajes de amor impresas en los árboles (digo yo que serían algo así como los actuales SMS, pero de entonces), cuyo texto exacto ahora no recuerdo (¡ay, si tuviera tu memoria, Modestino!), pero que acababa con un verso parecido a "nombres que son personas, cifras que son fechas'. Seguro que tú mismo, o bien alguno de los excelentes amigos que escriben en tu 'blog' recuerda esos versos y se atreve o anima a escribirlos aquí correctamente. Me encantaría que así fuera.

¡Voy ca-mi-no Soria.....! (¡Y qué lechazo y qué migas pastoriles, Diooooos!).

Modestino dijo...
Este comentario ha sido eliminado por el autor.
Modestino dijo...

He vuelto a ver los álamos dorados,
álamos del camino en la ribera
del Duero, entre San Polo y San Saturio,
tras las murallas viejas
de Soria —barbacana
hacia Aragón, en castellana tierra.

Estos chopos del río, que acompañan
con el sonido de sus hojas secas
el son del agua, cuando el viento sopla,
tienen en sus cortezas
grabadas iniciales que son nombres
de enamorados, cifras que son fechas.

¡Álamos del amor que ayer tuvisteis
de ruiseñores vuestras ramas llenas;
álamos que seréis mañana liras
del viento perfumado en primavera;
álamos del amor cerca del agua
que corre y pasa y sueña,
álamos de las márgenes del Duero,
conmigo vais, mi corazón os lleva!

Modestino dijo...

A UN OLMO SECO

Al olmo viejo, hendido por el rayo
y en su mitad podrido,
con las lluvias de abril y el sol de mayo,
algunas hojas verde le han salido.
¡El olmo centenario en la colina
que lame el Duero! Un musgo amarillento
le mancha la corteza blanquecina
al tronco carcomido y polvoriento.
No será, cual los alamos cantores
que guardan el camino y la ribera,
habitado de pardos ruiseñores.
Ejército de hormigas en hilera
va trepando por él, y en sus entrañas
hunden sus telas grises las arañas.
Antes que te derribe, olmo del Duero,
con su hacha el leñador, y el carpintero
te convierta en melena de campana,
lanza de carro o yugo de carreta;
antes que, rojo en el hogar, mañana
ardas, de alguna misera caseta
al borde de un camino;
antes que te descuaje un torbellino
y tronche el soplo de las sierras blancas;
antes que el río hacia la mar te empuje,
por valles y barrancas,
olmo, quiero anotar en mi cartera
la gracia de tu rama verdecida.
Mi corazón espera
también hacia la luz y hacia la vida,
otro milagro de la primavera.

Anónimo dijo...

Hace diez años, antes de casarme, viajé a Soria con la que es mi mujer y la madre de mis hijos. Allí proyectamos el futuro. Allí caminamos horas sin tiempo. Allí, creo, reconocimos que estábamos seguros.

No conocía la ciudad, ni la zona, ni sus gentes. Y me quedé, para siempre, sorprendido y encariñado de todas ellas.

Gracias por darme la oportunidad de recordar.