Hace poco más de tres años me tuvieron que hacer un cateterismo; había sufrido un "infartillo" y los médicos consideraron adecuado trasladarme de Huesca a Zaragoza para que me practicaran esa intervención que facilita la limpieza de las arterias y, con ello, la fluidez de la circulación. En el Hospital Clínico de la capital aragonesa, desarrolla su trabajo uno de los médicos más entendidos de la materia, un auténtico pionero en este tipo de operaciones.
La intervención fue rápida y eficaz, duró unos veinticinco minutos y su resultado todo un éxito: dos "stens" implantados y de regreso inmediato a Huesca. Con ellos sigo funcionando a pesar de que debería hacer más deporte y caer menos en la "tentación de la croqueta y derivados". El día anterior me habían hecho firmar un papel en el que asumía todos los riesgos de esta intervención, aunque acudí a ella sin especial temor, fundamentalmente porque me habían asegurado que en un paciente más o menos joven y sano -dentro de las circunstancias- aquéllos eran casi inexistentes.
Pero el recuerdo que me ha quedado es mucho más sencillo, mucho más accidental; en quien más me fijé fue en una enfermera -tal vez se trataba de una auxiliar- que formaba parte del numeroso grupo de personas que ayudaban al médico con tareas mecánicas; mi recuerdo de los momentos inmediatamente anteriores a la operación -que viví sedado y semiconsciente- es el de un trajín enorme, el de varias mujeres vestidas de verde "quirófano" que me colocaban con una rapidez y una precisión notables en situación de recibir en mi cuerpo ese catéter que te introducen en las proximidades de zonas inconfesables. Pero por encima de todas había una en la que no pude evitar fijarme, cuya presencia hizo desaparecer los pocos residuos de tensión que llevaba; dicha enfermera era rubia y se recogía el pelo en una coleta, pero por encima de todo me llamó la atención el interés que ponía, la expresión de absoluta concentración en su trabajo que percibí en su cara, en la posición de su boca y de sus ojos, la clara conciencia que transmitía de estar bien responsabilizada de que allí cada cual debía poner los cinco sentidos en aras del éxito final. Bien es cierto que el doctor en cuestión tiene fama de exigente, incluso de voceras y a fe que lo percibí, pero no creo que su postura se debiera a temor reverencial alguno, se intuía una voluntad sincera. Era joven y era muy guapa, lo recuerdo perfectamente ... puede que todas pusieran el mismo interés ... ¡seguro!, pero yo me fijé en ella.
La intervención fue rápida y eficaz, duró unos veinticinco minutos y su resultado todo un éxito: dos "stens" implantados y de regreso inmediato a Huesca. Con ellos sigo funcionando a pesar de que debería hacer más deporte y caer menos en la "tentación de la croqueta y derivados". El día anterior me habían hecho firmar un papel en el que asumía todos los riesgos de esta intervención, aunque acudí a ella sin especial temor, fundamentalmente porque me habían asegurado que en un paciente más o menos joven y sano -dentro de las circunstancias- aquéllos eran casi inexistentes.
Pero el recuerdo que me ha quedado es mucho más sencillo, mucho más accidental; en quien más me fijé fue en una enfermera -tal vez se trataba de una auxiliar- que formaba parte del numeroso grupo de personas que ayudaban al médico con tareas mecánicas; mi recuerdo de los momentos inmediatamente anteriores a la operación -que viví sedado y semiconsciente- es el de un trajín enorme, el de varias mujeres vestidas de verde "quirófano" que me colocaban con una rapidez y una precisión notables en situación de recibir en mi cuerpo ese catéter que te introducen en las proximidades de zonas inconfesables. Pero por encima de todas había una en la que no pude evitar fijarme, cuya presencia hizo desaparecer los pocos residuos de tensión que llevaba; dicha enfermera era rubia y se recogía el pelo en una coleta, pero por encima de todo me llamó la atención el interés que ponía, la expresión de absoluta concentración en su trabajo que percibí en su cara, en la posición de su boca y de sus ojos, la clara conciencia que transmitía de estar bien responsabilizada de que allí cada cual debía poner los cinco sentidos en aras del éxito final. Bien es cierto que el doctor en cuestión tiene fama de exigente, incluso de voceras y a fe que lo percibí, pero no creo que su postura se debiera a temor reverencial alguno, se intuía una voluntad sincera. Era joven y era muy guapa, lo recuerdo perfectamente ... puede que todas pusieran el mismo interés ... ¡seguro!, pero yo me fijé en ella.
N del A: He tenido que cambiar el título y pàrte del contenido de mi entrada al informarme quien fue testigo del evento que la operación fue en el Clínico y no en la "casa grande" ... a veces uno ignora hasta su propia historia ... que hispánico es esto.
13 comentarios:
Conociéndote, lo raro habría sido que, en lugar de en la hermosa enfermera, te hubieras fijado en el cirujano que te operó propiamente, o en el camillero (este último, seguramente fornido y con poblado mostacho).
Salud, amigo.
Sinó sería como quién va al Museo del Prado y se fija más en las ventanas que en "Las Meninas".;)
El trabajo bien a veces sali así; desde una mirada concentrada que todo lo que transmite es serenidad. Y es cierto, hay personas que para transmitir tranquilidad, no necesitan ni la sonrisa ni tan siquiera, a veces, ni tan siquiera hablar.
Por razones profesionales, me ha gustando tu entrada. Gracias.
Pues sí, iuno agradece que en ese momento tú seas el centro de su atención, el motivo de su esfuerzo.
Desde mi pequeño mundo sanitario te digo, Modestino, que es así, que sois el centro en cada uno de nuestros gestos, incluso en aquellas personas que a veces parecen ausentes... (bueno, también hay escepciones, no lo voy a dudar).
Que sea un buen fin de semana para todos.
Una de las experiencias recientes que guardo en mi corazón con más cariño son los tres días que pasé en la UVI hace 3 años. El trato del personal sanitario fue tan excepcional que por pura justicia no lo tendría que olvidar nunca.
No lo olvides,no olvides nunca ese cariño, eso, sólo eso, ya reconforta. Tres días en una UVI... son toda una lección de vida.
Gracias, con mucho cariño, por este post.
:))
Grande susto, Modestino!
Y ahora en broma: ayyy, las rubias, las rubias! :))
Los sustos, cuando se quedan en eso, sirven para espabilar y condenzas a cuidar lo que antes no cuidabas.
En cuanto a las rubias... tampoco se trata de sacar leyes generalizadoras.;)
:))))
Tienes razón. Es cierto que ver a alguien absolutamente concentrado mientras estás en esas salas asépticas te da una tranquilidad... Piensas que estás en buenas manos justo en un momento en el que te sientes más desamparado que nunca. Jo... cómo agradeces que alguien te sonría o que te coja de la mano y le quite importancia a lo que te van a hacer...
Reconoces el trabajo de las enfermeras cuando , por desgracia, estás en situaciones así... Desde tu ventana, un beso a Ana de León.
Saludos, Modestino
Hola¡
Ha pasado mucho tiempo desde que pusiste este post y seguramente no leerás este comentario.
Me alegra muchísimo tu reconocimiento a todo el personal médico que te atendió, y por supuesto que te encuentres totalmente recuperado.
Sin embargo hay una frase tuya que me llama la atención.
Dices una simple auxiliar. ya se que la frase es con todo el cariño, pero si me permites te contaré algo: Hace 6 años me hicieron un doble transplante de médula osea en el hospital Clínic de Barcelona. Aun tengo delante mio
(lo veo ahora mismo) una lista donde están todos los nombres de las personas que me atendieron. El primer nombre es la señora Montserrat, que curiosamente se jubiló el mismo dia que yo salia de la habitación esteril.
Era la mujer de la limpieza. Durante los 30 dias que estuve en aquella "burbuja" solo le veia los ojos, como a tod@s, pero ella cuando llegaba, y antes de limpiar me acariciaba mientras decia:"josep, has ganado otro dia"
No te molestes con mis palabras, solo quiero decir que en un hospital no hay nadie que sea simple.
Tienes un blog estupendo.
Un saludo.
Te agradezco el comentario, Josep; por supuesto que no me molesta. Evidentemente, puse el epíteto sin ningún afán peyorativo, pero a veces no nos damos cuenta que las formas pueden suponer cierta ofensa. Como el sentido no varía, he quitado el adjetivo.
La anécdota de la señora de la limpieza, francamente entrañable, preciosa.
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