26 de octubre de 2016

Color de rosa


Todos hemos caído alguna vez en la tentación de ver la vida "color de rosa". Al principio debió de ser la ingenuidad infantil, tal vez más tarde la "tontuna" adolescente y después el idealismo propio de la juventud, aunque en este caso no es descartable que ese idealismo surgiera ante la bofetada de realidad que provoca la simple apertura de los ojos a las complejas realidades que ofrece la vida. Quizá deberían enseñarnos desde niños que el rosa es un color más, muy lejos de la cualidad de  protagonista cotidiano.

Quien esto escribe tiene cierta conciencia de ingenuidad, y nunca ha terminado de asumir del todo que no todos los que te sonrien y palmean los hombros lo hace porque te quieren, que algunas historias hermosas y estimulantes que te han contado han sufrido previo maquillaje y edulcoración, ... incluso a veces andan dotadas de buenas dosis de imaginación, que nadie es perfecto, que más de una vez le han vendido la moto, ... en definitiva, que la vida es muy complicada aunque haya conocido gente con una maquinita con tres botones que cree solucionan todas sus cuitas y se enfadan si planteas las dificultades de cualquier actividad.

La vida no es de color de rosa, y si no lo admites corres el peligro de negar evidencias, aislarte de los demás y terminar pasándolas canutas. No es bueno crear ídolos, admirar seres" perfectos" ... más que nada porque no existe la perfección. Por eso es bueno asumir las propias responsabilidades, no dar más explicaciones que las exigibles en cada caso, emular virtudes y no personas, no ampliar el breve capítulo de los dogmas ni adaptar sucesos y noticias más al deseo que a la realidad.

Paradójicamente, tan cierto como que la vida no es de color de rosa, es que la vida es bella. Necesitamos descubrir los coloridos detrás de cada vivencia, de cada suceso, .... también de cada drama personal. Una belleza que provoca la naturaleza y los valores de las personas. Cada día, cada mañana es un reto, pero no porque te pongan la alfombra roja, ni haya reglamentos infalibles ... ni te hagan "la ola", sino porque deberíamos ser capaces de descubrir la belleza en medio del "fregao".

25 de octubre de 2016

Todo un periodista


En el mundo del periodismo todos tenemos personajes preferidos, como también hay otros que no nos gustan ni de perfil. Incluso existen periodistas que con el tiempo se convierten en auténticas debilidades personales, gente que por una razón u otra consigue que esperemos sus escritos, sus crónicas, con auténtica expectación. Es lo que me pasa a mí por Raúl del Pozo, longevo periodista que cumplirá el próximo 25 de diciembre 80 años, y es que el hombre nació en la localidad de Mariana, un pueblo de poco más de 300 habitantes ubicado al este de la provincia de Cuenca, en plena guerra civil española. A Raúl del Pozo le recuerdo como firmante de noticias en "Pueblo", el diario vespertino de los sindicatos verticales del franquismo, y como uno de esos "bustos parlantes" de la tele, cuando  aún no había cumplido los 40 años y ya destacaba como un profesional hábil y con cierto "aguijón".

A pesar de su presencia en medios de comunicación del antiguo régimen, Raúl del Pozo era un hombre de izquierdas, como lo demuestra su trabajo en "Mundo Obrero" y su alineación contra la guerra del Golfo Pérsico en 1991 con el colectivo "Periodistas por la Paz", inclsuo creo recordar haber leído en alguna parte acerca de su militancia en el PCE. Con independencia de sus posturas políticas, del Pozo me ha parecido siempre un hombre ecuánime, honesto e independiente, con una finura notoria para el análisis político y un sentido común madurado con los años. Leo cada día con gusto e interés sus columnas de la última página de "El Mundo", y junto a nombres tan variopintos como Enric González, Luis del Val, Andrés Aberásturi, Cristina Losada, Santiago González y alguno más forma parte del grupo de columnistas que me ofrecen  la confianza de que no me manipulan ni me engañan.

A partir de mediados los noventa, Raúl del Pozo inició una nueva etapa como escritor, con una novela, "Noche de tahures", cuya tensión hace honor a su título, tras la que han seguido trabajos como "La novia", "Reyes de la ciudad", "No es elegante matar a una mujer descalza" o "El reclamo", entre otros, así como un ensayo político con título tan sugerente como "A Bambi no le gustan los miércoles". 

Quede constancia de que, por supuesto en mi modesta y más bien torpe opinión, aún quedan periodistas que escriben bien, son independientes y te hacen pensar.

24 de octubre de 2016

Un "Gremlin" en el bolsillo


Muchos recordamos a los "Gremlins", aquellos animalillos con alma propia que hicieron las delicias de niños y mayores en los cines  de los 80. Se trataba de unos seres aparentemente deliciosos, aunque algunos de ellos  con el tiempo y según determinadas circunstancias podían convertirse en personajes dañinos, incluso malignos.

Algo parecido me pasa con el móvil. Se trata sin duda de un aparato que ha transformado la vida de muchos; un adelanto cargado de ventajas indiscutibles, un objeto que facilita la comunicación, las relaciones sociales y bastante más. Pero, al igual que los "Gremlins" que dirigiera Joe Dante, el móvil puede derivar en un instrumento de tortura, y de la misma manera que la familia que acogió a ese primer ser ingenuo y bondadosos, cabe que terminemos pensando que llevamos encima un objeto pernicioso y embrujado.

El funcionamiento del móvil, fundamentalmente cuando estamos ante aparatos evolucionados, de última generación y provistos de mil prestaciones, parece sencillo y en teoría no hay más que seguir las instrucciones para controlar su manejo y utilizarlo eficazmente. Ahora bien, la experiencia me dice que eso solamente pasa al principio. A la hora de la verdad ¿a quién no le ha pasado que situado en posición de "sonido", al llegar la llamada esperada no se sabe porqué arte de "birli-birloque" ha pasado a encontrarse en "silencio" .... o viceversa?. Y no digamos cuando no suena y compruebas que la pantalla sigue anunciando que debía de haber sonado.

Pero cuando llegas a pensar que el "bicho" anda endemoniado es con la cuestión de banners, anuncios y "botoncitos" inesperados. Quieres leer un washapp, mirar un resultado de fútbol, algún contacto concreto o la última hora informativa, y tropiezas con advertencias que nadie sabe como han podido llegar hasta allí, con juegos que se activan y ni sospechabas que estaban dentro ... es más, te da miedo que hayan llegado sin desearlo y la próxima factura te deje "epatado". En ocasiones, una simple operación de llamada o mensajeo termina destrozando tus nervios cuando compruebas que con tus torpes dedos no haces más que activar contraseñas, precauciones, advertencias, novedades ... y mil incidencias desesperantes. ¿Y qué decir cuando la pantalla muestra una oferta concreta y aparece un botón de aceptar que intuyes puede suponer un gasto adicional importante? ... el móvil no va para atrás e imaginas encontrarte ante un precipicio inevitable.

Podríamos seguir hablando de cuando el aparato se encasquilla, y no puedes recurrir al viejo truco de abrir el móvil y sacar y meter la tarjeta, porque ahora los móviles no se pueden desmontar. Y si acudes a la tienda de tu compañía de telefonía te atenderá un jovecísima -o jovencísimo- y amabilísima -o amabilísimo- muchacha -o muchacho- que lo único positivo que te podrán ofrecer es cambiar de aparato. Y esas ocasiones en las que suena una voz inesperada en el momento más inoportuno, o cuando da timbres o tonos que no sabes de qué van, o la batería empieza a durar minutos, o te cambia el color del panel sin previa orden, como si tuviera vida propia, o tras poner un tono discreto y bajo lo que suena es "Paquito el chocolatero" ... o el himno nacional.

En fin, que cada vez con más frecuencia echo de menos los aparatos de baquelita, los marcadores redondos de meter el "dedico", las conferencias internacionales y hasta las telefonistas que escuchaban conversaciones e incluso en momentos puntuales intervenían en las mismas.

20 de octubre de 2016

Hablar con los seres queridos


Ando leyendo una novela deliciosa de Antonio Tabucchi. Se trata posiblemente de la mejor obra del autor italiano fallecido hace cuatro años y su título es "Sostiene Pereira". De mis impresiones ya hablaré en esta misma "sede" cuando lo termine, aunque no puedo evitar referirme a unas escenas que me han conmovido. El protagonista, Pereira, es un periodista que dirige la sección de cultura de un imaginario diario luso llamado "Lisboa". Por cierto, el personaje lo encarnó maravillosamente Marcello Mastroianni en el film del mismo título, y es una suerte poder ir pasando las páginas del libro poniéndo al protagonista el inolvidable rostro del gran actor italiano.

La mujer de Pereira había fallecido unos años antes víctima de una enfermedad infecciosa, y  la  casa donde vive  está presidida por su retrato. A ese cuadro se dirige frecuentemente nuestro personaje, manteniendo unos diálogos llenos de ternura, sentimiento e inteligencia. Se trata de escenas, relatadas con el primoroso estilo de Tabucchi, que me están llegando al alma y me recuerdan que por el camino, cada vez más -¡es ley de vida!-, van quedando muchos seres queridos, más o menos cercanos, y corremos el peligro de que su recuerdo se limite a un anhelo del pasado, sentimiento que incluso a veces tiene el riesgo de evaporarse. Me ha gustado el ejemplo de Pereira, simple personaje de ficción por supuesto, que nos enseña a mantener vivo ya no sólo el recuerdo, también la relación con quienes en su día formaron parte más o menos protagonista de nuestras vidas.

Cuando alguien fallece es recurrente esa frase de "la vida sigue", pero convencido estoy de que no lo hace solamente para nosotros, también para quien se va. Y no me parece un dislate pensar que esas "conversaciones" como las de Pereira, nos pueden servir tantas veces de consuelo, de apoyo ... y hasta de compañía.

18 de octubre de 2016

El "Planeta" del 2016


Este año la noticia sobre la concesión del Premio "Planeta" me ha cogido por sorpresa. En las últimas ediciones, había estado pendiente de la decisión del jurado y viví casi en directo los galardones recibidos por Clara Sánchez, Jorge Zepeda Patterson y Alicia Giménez Bartlet. En esta ocasión me pilló desprevenido el éxito de Dolores Redondo, la escritora guipuzcoana autora de la célebre "Trilogía del Baztán", quien ha sido la ganadora del certamen de 2016. Llama la atención que en los últimos cinco años los triunfadores del "Planeta" estén de una manera u otra relacionados con la novela de intriga -a los citados cabe añadir Lorenzo Silva-, por mucho que no todos los relatos premiados quepa encasillarlos en dicho género.

He leído la referida trilogía, tres libros realmente trabajados, con bastante ritmo y unas maravillosas descripciones de un lugar tan bello y espectacular como el Valle del Baztán. También es cierto, y así lo reflejé en este mismo blog, que no me acabó de convencer ese tono mítico, casi sobrenatural, de los relatos, en mi opinión excesivo. Tras leer las novelas en cuestión no me quedó ninguna duda de que Dolores Redondo se consolidaba como una de las autoras de novela policíaca más importantes de la amplia nómina que existe hoy y ahora en España, aunque personalmente necesitaba que sus nuevos trabajos, alejados del ambiente casi épico que le ha dado el éxito, hiciera incrementar mi interés y mi afición por la escritora.

Por eso, y sabiendo que a los títulos ganadores de premios literarios la crítica tiende a recibirlos con cierta prevención, su "Todo esto te daré", que alguien ha dicho posee aires cercanos a Agatha Christie -afirmación que personalmente me resulta esperanzadora- supone para mí esa nueva oportunidad deseada. Espero ansiosamente que el libro llegue al mundo comercial para salir de dudas.

14 de octubre de 2016

Un Nobel recibido con escasa indiferencia


Ayer por la mañana andaba yo con curiosidad. Y no era por declaraciones en sede judicial, ni por leer las reacciones, algunas pueriles y demagógicas, habidas en la resaca de la fiesta nacional, ... ni siquiera por las predicciones del tiempo para este fin de semana. A las 13.00 se iba a anunciar el Premio Nobel de Literatura y cada día pasado el vicio literario ha ido afianzándose en mi vida. Se oían con fuerza los nombres de Murakami,. Phillip Roth y Banville, de cuyo éxito me hubiera alegrado porque se satisfacen a mi amigo Brunetti. También sonaba Javier Marías y hubiera sido una satisfacción que este premio volviera a España tras el último otorgado a Cela hace 27 años. Incluso me hubiera hecho gracia el triunfo de otra favorita, Joyce Carol Oates, autora que ha llamado mi atención y de quien pronto leeré el primer libro. En algunas de las apuestas que leí en internet se hablaba de Bon Dylan como una posibilidad remota ... y vete a saber porqué el cantante de Minnesota ha terminado siendo el elegido.

La concesión a un músico del Nobel de literaturano ha estado exenta de  polémica, más bien al contrario. Se han levantado voces que consideran un atentado al rigor y la ortodoxia semejante decisión, algunos críticos literarios y personajes com medalla de "experto" han aireado su llamativa indignación. A la vez, como es lógico, la enorme multitud de devotos de Dylan se muestran encantados: evidentemente nadie puede dudar de que estamos ante uno de los más grandes intérpretes y compositores de la historia. La Academia sueca ha justificado su decisión afirmando que Bob Dylan "creó nuevas expresiones poéticas dentro de la gran tradición de la canción americana". No cabe duda de que es cierto, y no me considero con entidad para discutir la decisión. Eso sí, tal vez porque tiendo a lo clásico, porque en mi interior navega cierta reticencia a las novedades, hubiera recibido mejor la elección de alguno de los citados, u otros como Kadaré, Auster o Don de Lillo, entre otras razones porque habrían incentivado mis deseos de leerlos más.

A pesar de todo, es indiscutible que Bob Dylan es un auténtico avanzado en su materia, y que las letras de sus canciones tienen nivel para aspirar a todo tipo de galardones. Así, y aunque la decisiónn de los suecos huele algo a marketing, a una visión comercial puesta por delante de méritos y calidad "literaria", dedico un post a este hombre ... y eso, que soy tan ignorante que el único título que le recuerso es el del recurrente "Blowing in the wind".

11 de octubre de 2016

Al punto de la mañana


Desde ayer, cuando salgo de casa en dirección al trabajo se nota ya que el otoño prospera y el frío se va convirtiendo en centro del escenario. Pero no me importa, uno se acostumbra a convivir con los fríos mañaneros, incluso los echa de menos cuando por la época del año uno acaba pensando que deberían ser parte del paisaje. Me gustan las mañanas laborables; al salir de casa y mientras dura el viaje el día sabe a esperanza, caminas como si tuvieras por delante todo lo bueno por hacer.

Pero las mañanas no valdrían la pena sin sus protagonistas, sin la gente que inicia su jornada con más o menos expectativas, más o menos ganas, ... más o menos fuerza interior. ¿Qué sería de mis inicios matinales sin esos compañeros de viaje?. Casi todos ellos anónimos: los padres o abuelos que llevan a los niños al colegio, miradas infantiles limpias y ausentes de malicia. La joven que va al trabajo -ignoro donde- con los cascos puestos, o la que espera el autobus mientras lee una novela en los alrededores de la estación, quienes van en bici, los que caminan, los que pasean perros de todos los pelajes. Esos niños y niñas pre-adolescentes que contagian su vitalidad, a quienes desearías robarles un poquito de entusiasmo, incluso de esa despreocupación por el futuro. Bocinas impacientes, prisas de quien se ha visto superado por el horario, hombres y mujeres con los ojos más o menos brillantes según perspectivas. 

Con frecuencia somos tan necios como para ignorar esos regalos gratuitos de la Providencia. Cada mañana tenemos la ocasión de inmortalizar instantes, de guardar en nuestro pequeño tesoro personal la bondad de las compañías anónimas, de los encuentros rutinarios, de los especiales, de los deseados y de los inesperados. En el fondo nos dan vida: si conseguimos olvidarnos de ese ruido interior que nos impide escuchar lo de fuera, comprobaremos que todos nos enriquecen.

5 de octubre de 2016

Esa vieja colección literaria


Uno de los libros que corre estos días por mis manos es "Papeles de un cesante", una publicación del ya fallecido ex-presidente del Gobierno español Leopoldo Calvo-Sotelo en el que recopila conferencias pronunciadas y artículos publicados tras su salida de la Moncloa en 1982. Un capítulo concreto lo inicia relatando cómo en 1941, siendo un joven de 15 años, entró por primera vez en el mundo de la generación del 98 leyendo una serie de ensayos de Unamuno publicados en lo que él denomina "venerable" Colección Austral. Y ha sido la referencia a esos pequeños libros, rudimentarios, de bolsillo y  encuadernados con unas tapas de  colores diversos según los temas, la que me ha inspirado el post de hoy.

Y es que la mención de la "Colección Austral" me ha trasladado inmediatamente a la biblioteca que contemplé diariamente desde pequeño en un rincón de la sala de estar de mi casa familiar, donde abundaban estos libritos y donde, aún siendo un escolar que comenzaba sus primeros aprendizajes, comencé a saber de la existencia de nombres tan variados e importantes como Azorín, Ortega y Gasset, los hermanos Machado, Juan Ramón Jiménez, Unamuno, Pío Baroja, Julián Marías, Federico García Lorca, Miguel Hernández y unos cuantos más. Mi natural desorden y descuido pudo haber dado al traste con unos libros que hoy son como un tesoro, afortunadamente ha habido alguien más consciente, culto y cuidadoso que los  ha conservado, junto a otros editados por "Losada", "Áncora y Delfín", "Destino", etc.

La permanencia de estos libros de "Austral" en la biblioteca familiar, como la existente en la casa del viejo político recién empezada la posguerra, y en tantísimas casas españolas, sirve entre otras cosas como homenaje a la generación de nuestros padres, quienes de una forma u otra sufrieron los dolores de una guerra y las penurias de una posguerra sin por ello perder su afán de leer, de conocer, de cultivar su espíritu y entretener su mente. Esos libros verdes, azules, anaranjados, granates, negros, ... hoy posiblemente "desconchados", a lo mejor con más polvo del debido, con páginas amarillentas y tapas deslucidas, suman a una tasación material más bien escasa, un valor cultural y sentimental elevadísimo.

Los libros de "Austral" que inundaron las estanterías en los años 40, 50, 60, ... acreditan también que en España se leía, que había un interés cultural, que los obstáculos de un régimen autoritario, ausente de libertades, no impedían ejercitar ese hábito tan importante de la lectura, ese ejercicio que supera en importancia el interés de las series televisivas, tantas prestaciones de internet, el cultivo de las redes sociales o los pasatiempos que ofrece cualquier "smartphone". Y quienes hicimos primaria y bachillerato en la época del desarrollo escuchamos a nuestros padres hablar también de García Lorca, Neruda o Antonio Machado, que no fueron escritores de primer nivel que nos descubrieran los prohombres del progreso, sino poetas y narradores que conocimos y de cuya existencia y obras teníamos pruebas en casa disfrazadas de libro de bolsillo.

A partir de ahora, cada vez que vea un ejemplar polvoriento de "Austral" sentiré algo especial, recordaré cuántos grandes hombres se sirvieron de esos libros de cuatro perras para prosperar en sus conocimientos, para  crecer en sabiduría. Al mismo tiempo, y con todos los respetos, me servirá para recordar que hubo vida antes de Amazón, los e-books y las edicisiones costosas.




2 de octubre de 2016

Simón Peres


El pasado 28 de septiembre en Tel Aviv a la edad de 93 años Simon Peres, político y estadista israelí galardonado  en 1994 con el Premio "Nobel" de la Paz junto a Isaac Rabin y Yasser Arafat. Peres fue presidente de Israel entre 2007 y 2014 y primer ministro en tres ocasiones distintas. Tengo que admitir que no soy precisamente un experto en la  reciente historia de la política israelita, pero sólo con ver las formas externas de Peres, conocer su sentido de la diplomacia, observar ese estilo moderado y prudente, me han animado a hacerle mi pequeño homenaje.

Al conocer más en profundidad a Simon Peres, miembro del Partido Laborista israelí, he comprendido mejor el alto nivel del personaje. Nació en Wiszniew, Polonia -actual Vishnyeva (Bielorrusia)- en el seno de una familia judía laica de clase media. Su padre, Isaac Persky era un empresario maderero de posición acomodada, en tanto que su madre, Sara Meltzer, daba clase de lengua rusa y era bibliotecaria. Su abuelo materno era el rabino Tzvi Hirsch. Estos datos nos ayudan a comprender que el estadista fallecido vivió en un ambiente culto, y a la vez arraigadamente judío, lo que hace entender sus ideas notoriamente sionista. Pero hay un dato que ha incrementado mi admiración por Peres, así como me ha ayudado a entender porqué andaba tan lejos de radicalismos y malas formas: en su currículum, además de su condición de político, parlamentario y estadista se añade que fue poeta y escritor, algo que desconocía y adorna -y mucho- la categoría de Peres, que no limitó su trayectoria a los manejos y ambiciones tan frecuentes en el mundo de la política. También he descubierto que era primo hermano, por línea paterna, de la actriz estadounidense Lauren Bacall -nacida Betty Joan Perske e hija de judíos polaco-rumanos emigrados-, y aunque evidentemente esto no dependió él, no puedo resistirme a añadir que tenía el mejor de los gustos en elegir sus primas.

En estos tiempos en que andamos faltos de líderes políticos, de personas capaces de convencer, de guardar las formas, de saber estar y respetar al otro, la figura de Simon Peres se alza como un referente. Ahora ya es historia, descanse en paz.

1 de octubre de 2016

Lecturas en septiembre


En el balance de lecturas del mes recién terminado, tengo bien claro que sobresale una novela excelente: "Me llamo Lucy Barton". Del resto, me atrevería a recomendar "peligro de derrumbe", advirtiendo que puede llevar a la depresión y los dos ensayos: el de Bauman y Bordoni y el de Giovanni Sartori, solamente para gente inquieta por la crisis global que nos afecta. Del resto no reniego, pero dejo que cada cual elija y no me mojo.

Hace ya tiempo que han proliferado los libros escritos en torno a esta crisis que tanto está durando. Entre muchos otros, llevaba tiempo fijándome en "Estado de crisis", un  ensayo no excesivamente extenso editado por Planeta al que se ha dado la forma de conversación entre quienes pueden considerarse sus dos autores, Zygmunt Bauman, un sociólogo, filósofo y ensayista polaco de origen judío que el pasado noviembre cumplió 90 años y Carlo Bordoni, sociólogom y escritor italiano, colaborador de "Il Corriere della Sera". Bajo dos primas que no parecen similares -Bauman parece próximo al liberalismo, mientras Bordoni aporta consideraciones más a la izquierda- ambos expertos van realizando unas valoraciones interesantísimas, casi siempre fáciles de seguir. El libro se divide en tres partes: "Crisis del estado", "Crisis de la modernidad" y "Crisis de la democracia" y en torno a estos temas los autores nos ofrecen una visión crítica, la cual abarca cuestiones históricas, políticas, económicas y sociológicas. Aunque no pretenden ofrecer soluciones, lo que dicen es muy atractivo,  con valoraciones interesantísimas en torno a temas como la fractura entre poder y política, el irreversible final de un sistema, las lagunas y riesgos de la democracia representativa -y también de la participativa-, los populismos y nuevos liderazgos, lo errores de las democracias occidentales, etc. He de admitir que una de las razones que me llevó a leer el libro fue una portada que me pareció sugerente y atractiva ... tras terminarlo, puedo asegurar que hay razones de bastante más peso para hacerlo.

Leyendo un artículo de uno de los suplementos culturales de ABC de este verano descubrí un interesante trabajo sobre diversas novelas publicadas en España que llevaban como tema central la crisis económica y, fundamentalmente, sus consecuencias en los ciudadanos. Entre otras recomendaciones, me llamó la atención "Peligro de derrumbe", un relato escrito por el periodista Pedro Simón y al que el articulista se refería como un relato de una crudeza llamativa. Al comenzar la lectura comprobé que el prólogo lo escribía Enric González, dato que para mí supone toda una garantía. El libro ha respondido a las expectativas, aunque efectivamente es de esas lecturas que te dejan tocado, de una dureza y realismo estremecedores, de principio a fin. Está bien escrito, aunque si tuviera que encajar la novela en un género, más que de "narrativa" preferiría hablar de "testimonio", pues por mucho que los personajes sean ficticios,  se trata sin duda de situaciones vitales reales como la vida misma. Simón nos sitúa en la sala de espera de una empresa que busca un comercial, y en ella se encuentran nueve personas, cada cual con una historia más dura, dramas personales que tienen como origen común la crisis económica que desde hace años se ha llevado por delante a parte de la clase media y las ilusiones de tantos. El autor va retrocediendo en el tiempo para contarnos las tragedias de cada personaje, a los que hábilmente consigue relacionar unos con otros. Al leer el libro recibes una especie de bofetada en la conciencia, impresión acentuada por la fuerza y la "contundencia" con las que está escrito. Yo lo recomendaría a cualquiera ... siempre que esté dispuesto a encajar un retrato social que no puede dejar indiferente.

Guillermo Orsi es uno de los clásicos de la novela negra argentina; leí hace ya unos cuantos años "Sueños de perro" y me gustó bastante, por lo que en agosto inicié y a principios de septiembre terminé "Buscadores de oro, una novela que ya adelanto me ha gustado no me ha entusiasmado al final tanto como prometía en su primera mitad. Desde  el primer momento he disfrutado de esa forma ágil de escribir de los mejores autores argentinos del género, llena de "localismos", pero formulados de una manera que no impide la comprensión por los que somos del otro lado del océano. Orsi se sitúa a la altura de los dos autores "negro-criminales" de Argentina con los que más he disfrutado en los últimos años: Ernesto Mallo, el creador del impagable  comisario Lazcano, y Eduardo Sacheri, autor del indiscutible éxito de los últimos meses "La noche de la Usina". La narración de "Buscadores de oro" estaba siendo una deliciosa aventura protagonizada por un peculiar personaje que no es ni policía ni detective, sino un modesto actor secundario que intenta cumplir la voluntad de la viuda de un amigo de trasladar sus restos mortales que se hallan enterrados en un lejano pueblo. A partir de ahí surge una intriga sorprendente que transcurre por vías de mínima normalidad hasta que traspasado el ecuador de la lectura la novela comienza a entrar en una senda que podríamos llamar de ciencia ficción que no se si por mi poca afición a este género o por lo demencial de la temática hizo que para mí la novela de Orsi dejara de ser "redonda". El escritor sigue luciendo una forma de escribir ágil y entretenida, pero globalmente me pareció un relato desigual.

Buceando entre las ofertas de "Amazon" descubrí un libro cuyo título me llamó la atención: "La carrera hacia ningún lugar". El hecho de estar incluido entre los ensayos y el de no llegar a las cien páginas me animaron a comprarlo. Su autor es Giovanni Sartori, un veterano polítólogo italiano, profesor de las universidades de Florencia, Stanford y Columbia y que en su día fue galardonado con el premio "Príncipe de Asturias" de Ciencias Sociales. Sartori ya ha cumplido 92 años y eso permite añadir a su sabiduría habitual las dosis de desinhibición y la ausencia de tentaciones de caer en lo "políticamente correcto" a las que lleva el estar ya de vuelta y no tener nada que perder. A lo dicho cabe añadir una lucidez y un sentido común realmente llamativos. El subtítulo del libro es ya significativo: "Diez lecciones sobre nuestra sociedad en peligro"; efectivamente el viejo pensador florentino nos habla en diez capítulos de temas que afectan directamente a la sociedad occidental, a la que considera en decadencia. De esta manera salen a la palestra cuestiones del calado del concepto de revolución, el sistema electoral, el terrorismo, la crisis derivada de la radicalización del Islam, la inmigración,  ...  El librito está lleno de referencias y conceptos verdaderamente atractivos, como las menciones al curioso concepto de "bípedo implume" con el que califica al ser humano o la distinción entre "ética de la intención" y "ética de la responsabilidad", unos términos que no soy capaz de explicar sin lectura previa por parte del interlocutor. Finaliza con cuestiones morales como el embrión y la persona con opiniones bien fundadas aunque sean discutibles y no acabo de compartir. El libro ha terminado siendo una corazonada que ha salido muy bien.

Elizabeth Strout  es una escritora norteamericana que fue galardonada con el Premio "Pulitzer" en 2009 por su novela "Oliver Kitteridge". Este verano se ha publicado en España su último trabajo, "Me llamo Lucy Barton", un relato intimista que tiene bastante de tierno y nostálgico. He de reconocer que me llamó la atención desde que lo vi expuesto en el escaparate de la librería "Masdelibros" de Huesca, y en esta ocasión la intuición ha funcionado: se trata de una novela magnífica que se lee con sumo agrado ... y eso que no pasan grandes cosas. En estos momentos es uno de los libros más vendidos y comentados en nuestro país. Me ha parecido una excelente y acertada descripción del relato lo que, según señala la contraportada, publicó "The New Yorker": "Strout reviste lo ordinario con una fuerza asombrosa". La protagonista, cuyo nombre y apellidos dan título a la novela, es una mujer madura que recapacita sobre su vida y sus conocidos en la cama de un hospital de Manhattan, acompañada de su madre. Una infancia infeliz caracterizada por la pobreza y el desprecio de vecinos y compañeros de escuela, marcan a una y otra. No es una novela con trama y desenlace, sino una amalgama de sentimientos descritos con maestría y sensibilidad. La autora habla del elitismo, de la exclusión y los dramas interiores de la infancia. Me parece muy adecuada la frase que acompaña al título en la carátula del libro: "Una novela que ilumina nuestras relaciones más tiernas", o lo que dice José María Guelbenzu en su crítica de "Babelia": "Elizabeth Strout muestra una insólita capacidad para convertir la nimiedad en canto a la vida". Me ha gustado mucho.

No recuerdo en qué blog literario encontré la referencia de "Diecisiete instantes de una primavera", una novela de espionaje escrita por el ruso Julian Semionov y reeditada recientemente por "Hoja de lata". Se trata de una de las entregas de la serie protagonizada por Maksim Isáiev, un espía soviético  que opera en la Alemania Nazi bajo el nombre de Max Otto von Stirlitz. Algunos han bautizado al citado personaje como el "James Bond" ruso, aunque me parece que el estilo de von Stirlitz es bien distinto. Ha sido curioso leer una historia de esta naturaleza, con un soviético como héroe. Al principio me costó entrar en la trama, pero enseguida cogí el truco y resultó una novela francamente entretenida. El autor mezcla personaje reales -Himmler, Borman, ...- con otros de ficción en una historia que no da tregua al lector y donde Semionov sabe ir cambiando de escenas y personajes sin romper el ritmo. El único problema ha sido de  la traducción, pues solamente encontré una edición de Plaza & Janés de 1977 en la Biblioteca pública de Huesca e intuyo que no era la mejor, imagino que la nueva estará más perfeccionada.

Miguel Pardeza fue uno de esos jugadores que cautivaron con su fútbol a las órdenes de Amancio Amaro en ese Castilla de inicios de los 80, cuando la generación de la "Quinta del Buitre". Pardeza fue el único de entre los destacados que lució poco la camiseta del primer equipo merengue, y fue en Zaragoza donde lució sus muchas cualidades a lo largo de once años que coincidieron con los mejores de la historia blanquilla y el colofón de la Recopa de París, donde tuvo el honor de recoger el trofeo obtenido. El onubense fue siempre un futbolista distinto, licenciado en Filosofía y Letras y con inquietudes intelectuales. Por eso me llamó la atención la publicación de su libro "Torneo", el cual he leído en cuanto he encontrado un hueco. Quien espere un elenco de recuerdos e historias futbolísticas deberá abstenerse de comprarlo, pues "Torneo" se más bien un libro autobiográfico ajeno a la trayectoria profesional como futbolista del autor. La primera parte, protagonizada por los recuerdos de infancia del jugador, sus primeros pinitos como futbolista alevía e infantil, su participación en un concurso televisivo, que da nombre al libro, y su decisión de marchar a la capital requerido por los técnicos base madridistas, me resultó entretenida. Pero a partir de la llegada de Miguel Pardeza a Madrid, su instalación en una pensión bastante cutre y sus pinitos futbolísticos y estudiantiles, el hombre comienza a "filosofar" y con un vocabulario rico pero excesivamente barroco, comienza a divagar sobre temas inesperados: desde el psicoanálisis hasta los primeros devaneos amorosos, pasando por cuestiones tan peregrinas como las relaciones entre jean paul Sartre y Simone de Beauvoir. Reconociendo mérito a la culta forma de escribir del ex-futbolista, he de admitir que el libro ha terminado pareciéndome espeso, posiblemente porque esperaba algo más ligero y "futbolístico".