28 de diciembre de 2018

"Cercanías"


A todos nos gusta relacionarnos con gente inteligente -siempre que no se lo crean demasiado-, con personas serviciales -mientras no terminen siendo "serviles"-, con hombres y mujeres alegres y optimistas -cuando lo son con naturalidad, cuando no es una pose-, con criterio -eso sí, sin afán de imponértelo-  ... y cabría añadir otras condiciones deseables: discreción, respeto a la intimidad, capacidad de comprender, ... Pero en estos momentos lo que más valoro es la "cercanía". Una persona "cercana" es alguien que transmite confianza, a quien no se le ven aristas, alguien a quien si miras a los ojos compruebas que va de frente, que no tiene doblez: está dispuesto a escucharte, se alegra de verte. 

La cercanía choca con la amistad interesada, con la relación forzada, con la visión de la vida como una carrera hacia la cima, el éxito o el "arrimar el ascua a tu sardina". No sabría decir si la condición de cercano viene de fábrica, si se adquiere o se fomenta. Me mueven a rechazo las visiones voluntaristas de la vida, ese empeño meramente tenaz por adquirir virtudes ... aunque no me quepa duda de que para ser cercano haya de dominarse esa tendencia egoista que todos poseemos por naturaleza.  La condición de cercano responde a una visión de la vida, ... una forma de vivir que nos   mueve a ser más humanos, que encumbra valores como la amistad, la voluntad de servicio o la empatía con el resto del mundo, ... por encima de esos términos tan manoseados que suenan tanto últimamente: emprender, empoderar, cosificar, liderar ...

A un buen amigo le escuché repetir varias veces que Dios, que nos ha hecho imperfectos, no nos va a exigir que seamos perfectos ... y debe de tener razón. La vida pasa mucho más rápido de lo que solemos pensar, y no está de más ir por esta tierra dispuestos a ayudar y poniendo buena cara.


4 de diciembre de 2018

Los caramelos del taxi


El pasado domingo cogí un taxi. Lo hice en la parada que se ubica en la Calle Isaac Peral de Zaragoza, jutno al "Gran Hotel" Ya de entrada me llamó la atención lo limpio y brillante que lucía el vehículo, tanto que me recordó al mítico anuncio de cera limpiadora de mi infancia: "Manolo, coche nuevo eh? ... no, "Rally". Al entrar comprobé que no estábamos ante un evangélico "sepulcro blanqueado", sino que también se veía limpieza: ni rastro de suciedad, ni olor a rancio. El taxista era un hombre amable y discreto.

No obstante, la mayor, y grata, sorpresa surgió cuando una vez aposentado comprobé que en el espacio intermedio entre los dos asientos delanteros y al acceso del ocupante de los traseros había una bandeja con caramelos de menta o eucalipto, perfectamente conservados en envoltorio trasparente con los laterales color verde oscuro. Un detalle de ese calibre no lo había visto nunca, y consiguió que aumentara desde ese momento mi valoración del gremio taxista.

Durante el trayecto me pasó por la cabeza pedirle al cconductor uno de esos caramelo, pero tal vez por andar aún bajo los efectos de semejante descubrimiento, al llegar a mi destino me limité a pagar y recoger el cambio. Solamente cuando cerré la puerta del vehículo caí en la cuenta de que me había quedado sin catar el sencillo e inhabitual manjar que portaba ese taxista tan completo.