31 de marzo de 2011

Un ugandés sorprendente



Las pruebas de atletismo de los juegos olímpicos son una de mis debilidades deportivas -ya se que tengo unas cuantas- y cuando cada cuatro años tiene lugar la competición que emula los viejos juegos de Grecia procuro dedicar el tiempo que puedo a seguir las diferentes especialidades, con preferencia indudable por las carreras. Así han quedado grabadas para siempre en mi mente imágenes en directo tan relevantes como las carreras de 1500 en las que se peleaban los británicos Sebastian Coe, Steve Owett y Steve Cram con los españoles José ManuelAbascal y José Luis González, el éxito de Fermin Cacho en Barcelona 92, o los éxitos del finlandés Lasse Viren en Munich 72 y Montreal 76, entre muchos otros.

Una de las gestas que recuerdo con más fuerza es la final de 400 metros vallas de la Olimpiada de Múnich, unos Juegos que pasaron a la historia por la dramática matanza de buena parte de la selección israelita; el gran favorito de la carrera era el británico David Hemery, campeón olímpico en México-68 y plusmarquista mundial, mientras que el norteamericano Ralph Mann se presentaba el gran rival del aquél; por la primera calle corría el ugandés John Akii-Bua, un perfecto desconocido en el atletismo mundial por el que nadie daba un duro. Hemery comenzó dominando la carrera y el comentarista de TVE -no me extrañaría que fuera el llorado Antolín García- parecía dar por supuesta superioridad del británico, pero de pronto apareció como una exhalación el ugandés, corriendo como si no fuera con él, pasando las vallas sin aparente esfuerzo, casi parecía que no las saltaba, limitándose a pasarlas con su zancada y con apariencia de partirse de risa mientras corría: Akii-Bua rebasó a todos y ganó con varios cuerpos de ventaja a Mann, quien también superó a un Hemery desconcertado. Akii-Bua se hizo con una bandera de su país y con ella dio la vuelta al estadio, en lo que se ha dicho fue la primera vuelta de honor de la historia de los Juegos Olímpicos.

La gran novedad de la forma de correr de Akii-Bua, quien batió el record mundial de la prueba bajando por vez primera de los 48 segundos, fue que, a diferencia del resto de vallistas, quienes se enfrentaban a cada valla siempre con la misma pierna, el africano lo hacía indistintamente con la izquierda o la derecha, según le viniera mejor. Causaba auténtico shock verle correr, y mostraba una superioridad aplastante. Bua fue recibido como un héroe en su país, donde gobernaba entonces el sanguinario dictador Idi Amin Dadá, que en pago a su hazaña le ascendió a Inspector de Policía y le regaló una casa en Kampala. El atleta era hijo de una familia numerosísima, pues su padre practicaba la poligamia y él mismo tuvo nada menos que once hijos. Falleció a los 49 años, sin poder repetir su gesta olímpica, pues en los Juegos de Montreal su país se sumó al boicot de varios países africanos, mientras que en Moscú-80 y Los Ángeles-84 su papel fue discreto al pillarle ya mayor.

Cuando John Akii-Bua falleció en 1997 a los 47 años de edad, el gobierno ugandés decidió hacer un funeral con honores de Estado; no era para menos, pues este policía de Kampala dio a Uganda una de las mayores glorias deportivas -y no deportivas- de su historia. Y yo nunca olvidaré la imagen de un espigado corredor africano que no paró de reír antes, durante y después de la carrera que le llevó al oro olímpico.



30 de marzo de 2011

Huevos fritos convertidos en dilema

Puede que un par de huevos fritos con bacon, chorizo o longaniza sea el almuerzo deseado por una importante mayoría de españoles, el inicio perfecto del día, siempre que esté regado por buen vino y disfrutado en buena compañía. Yo conozco a unos cuantos amigos que no perdonan un sábado sin este homenaje matinal y en algunas ocasiones participo de uno de ellos, el pasado sábado sin ir más lejos, acompañado por vino del Somontano, alcachofas fritas, ensalada con adobo y un par de morcillas de nivel ... y sobre todo, la presencia de gente de bien capaz de poner el ambiente adecuado para semejante pitanza.

El problema es que el plato no está bien visto por los expertos en esto de la salud, algo que no es, ni muchísimo menos, una broma. Cuando surge la posibilidad del par de huevos fritos -ya se sabe que en esta materia la unidad son siempre dos- y ante las urgencias del colesterol y los triglicéridos, siempre surge la posibilidad de optar por una tortilla francesa, pero con todo el respeto exigible al país vecino, ante la presencia de unos buenos huevos, con su centro dorado, las puntillas brillantes y el acompañamiento de embutido, patatas o cualquier otra vianda sabrosa, la tortilla sabe a poco, como un magdalena ante un pastel de trufa o una simple piedra pulida frente a un diamante de primera magnitud. Aquí la tentación vencida corre el peligro en convertirse en consumada frustración.

Esto de las dietas ha cambiado mucho; aún recuerdo los tiempos en los que estaba proscrito el aceite de oliva y cualquier endocrino que se preciara le ponía la cruz al pescado azul; hoy en día uno y otros tienen todas las bendiciones, incluso andan frecuentemente incluídos en las listas de alimentos recomendados. Por eso, no dejo de mantener la espèranza de que un día de éstos algúna mente pensante de la OMS o de donde sea nos diga que un par de huevos fritos alargan la vida, quien fuera capaz de descubrir semejante conclusión recibiría mi apoyo para la consecución del Premio Nobel, aunque fuera de la Paz.


29 de marzo de 2011

El lado oscuro del fútbol

El Mundial de Fútbol celebrado en México en 1970 lo viví bastante; ya seguío el de 1966, pero con mucha menos intensidad y atención. Fue el Mundial de Brasil y de Pelé, la "canarinha" con la mítica delantera formada por Jairzinho, Gerson, Tostao, Pelé y Rivelino fue la indiscutible dominadora del evento y terminó ganando todos sus partidos. Pero junto a los cariocas también destacaron otras selecciones: los peruanos, con un magnífico Teófilo Cubillas, la regularidad de selecciones como la soviética y la uruguaya y dos de los europeos de siempre: Italia y Alemania, que disputaron una inolvidable semifinal que terminó con victoria de la "azzurra" por 4-3. Ya se sabe que los alemanes no fallan nunca, aunque a veces algún equipo de más calidad impida su victoria; en 1970 quedaron terceros, pero siguieron exhibiendo la disciplina, el orden y la potencia de siempre, con jugadores especialmente destacados como el Kaizer Beckenbauer, el portero Sepp Maier, el cerebro Overath o el máximo goleador del Torneo, el mítico "Torpedo" Gerd Muller. Por el extremo derecho de la escuadra teutona corría un jugador rubio e incisivo llamado Reinhard Libuda de quien recuerdo hablábamos mucho con los compañeros del colegio que seguían el fútbol, que eran muchos. Libuda era un jugador distinto, con una rapidez endiablada y un regate excelente, destacaba especialmente por poseer una habilidad y un arte mucho más propios de un futbolista llegado de América que de un germano, gente más bien tendente al fútbol de fuerza y eficacia; las medias bajas, el aspecto dejado, ... hacían de 'Stan' Libuda un futbolista distinto, mucho más habilidoso que el alemán medio, y es que al germano le apodaban "Stan" porque su juego recordaba a Stanley Matthews, el legendario extremo del Stoke City y de la selección inglesa que jugó hasta los 50 años. Libuda hizo un mundial espectacular y su nombre quedó archivado en mi cabeza como una de las figuras europeas -y mundiales- del momento ... pero ya no volví a escuchar su nombre para nada bueno.

Reinard Libuda fue un clásico de Schalke 04, el equipo de la ciudad renana de Gelsenkirchen que ahora está de moda por el excelente papel que está desempeñando en la Liga de Campeones y por militar en sus filas el mismísimo Raúl González; aunque entre 1965 y 1968 jugó en el Borussia Dortmund, con el que ganó por cierto la Recopa, y la temporada 1972-73 lo hizo con los franceses del Strasbourg, el extremo germano fue un icono del equipo citado. Al poco de terminar el Mundial de México, estalló en la Liga alemana el "Bundesligaskandal", una organización que arregló varios encuentros de la Bundesliga para que el Rot-Weiß Oberhausen y el Arminia Bielefeld no descendiesen. Libuda fue acusado de participar de tales arreglos y hubo de emigrar a Francia; ahí se acabó la carrera brillante del jugador, alguien que ya llevaba en su sangre la tendencia a la indisciplina y la buena vida y que se dedicó a arrastrarse por los campos de fútbol, incluso cuando regresó al Schalke, con el que jugó apenas un puñado de partidos hasta su retirada en 1976.

La vida dejó de sonreír a Libuda, quien murió el 25 de agosto de 1996 a causa de un ataque de apoplejía a la edad 52 años. Para entonces el jugador ya estaba en la miseria, solo y triste; sus últimos años los vivió luchando contra un cáncer de garganta. Su descomunal habilidad y su amargo final empujaron a un penosa comparación, siendo llamado “el Garrincha alemán”; hubo de vender todo lo que tenía, incluso el negocio de venta de tabacos que era su único sustento, habiendo llegado a malvender hasta uno de sus tesoros más valorados: la medalla de bronce que la FIFA le otorgó en 1970 por el tercer puesto del Mundial mexicano.

En aquella época en la que seguía con pasión el fútbol y coleccionaba en los viejos cromos de la editorial "FHER" los bustos generalmente sonrientes de Mazzola, Rocha, Netzer, Rivelino, Van Himst, Bobby Moore, ... la ingenua cabeza de un niño veía la vida color de rosa, y no se imaginaba que detrás de estos ídolos había una vida real, y que cada cual podía tener sus dramas y sus miserias personales, porque es bien cierto que existen los ídolos con pies de barro, que los años de gloria suelen ser escasos y efímeros y que esa gloria pasa muy pronto al más triste de los olvidos.







28 de marzo de 2011

El cinturón de cada cual





La crisis económica no cesa y al final uno hasta se plantea si ésta tendrá un término y, sobre todo, si vamos a regresar a la situación boyante de la que partimos. El caso de Portugal y el vivido meses atrás en Grecia no dejan de ser antecedentes de preocupar y posiblemente haríamos bien en tomar en consideración que cualquier día eso nos puede pasar a nosotros. Hay personas, familias, que están sufriendo ya en sus propias carnes las consecuencias de la situación y todos, en mayor o menor medida, notamos que nos afecta y la vida ya no es, materialmente hablando, tan de color de rosa. Lo que no se es si todos nos hemos hecho a la idea de que tal vez haya que bajar el pistón de nuestro nivel de vida, que nos hemos de ir acostumbrándose a no tener de todo, no disfrutar de todo y no darnos todos los caprichos.

En este sentido es posible que la crisis acabe viniendonos bien; no puede ser buena desde el momento en que tantas personas están sin poder ejercer su derecho al trabajo, y evidentemente al hablar de que no hay mal que por bien no venga no me refiero a ésto. Estoy hablando de que ahora que no podemos disfrutar de todo tipo de comodidades -o no lo podremos hacer más pronto que tarde- es posible que, si no nos ciegan ni la ira ni el desanimo, acabemos descubriendo que no eran tan incómodas las teles sin mando a distancia, que en casa se come tan bien como en el restaurante -generalmente de manera más sana-, que si uno no conoce Punta Cana tampoco pasa nada y que hay veces en las que usar el coche ya no sólo es innecesario, sino que puede que hasta poco recomendable. Y si como consecuencia de la crisis todos nos volvemos un poco más austeros, de algo habrá servido la coyuntura.

Lógicamente, para dar carta de naturaleza a lo que digo y no convertir mis palabras en un argumento "cabreante", esta visión de la crisis como modo de facilitar la sobriedad debe de ir unido a una proporcionada, razonable y equilibrada distribución de la carga, es decir que las consecuencias negativas de tal coyuntura las sufra más quien más tiene y así escalonadamente. Yo como funcionario, creo que tengo que aceptar que mi seguridad en el puesto de trabajo sea equilibrada con la reducción del poder adquisitivo que se me ha impuesto -y más que parece se me va a imponer- así como asumir que conforme ese sueldo fijo sea mayor, la rebaja también lo sea, pero a la vez será lógico que me entre cierto mosqueo si observo que el gasto público superficial, determinados gastos de altos cargos y políticos se siguen produciendo sin restricción, al menos aparente, alguna.

Me parece que estamos en tiempos difíciles, y tras éstos intuyo que van a venir otros peores; es tarea de todos tratar de superarlos y no se trata de resignarse ni hundirse en la miseria, pero mientras duran podríamos aprender a ser mas solidarios y comprensivos con el vecino y a conformarnos con lo que tenemos, aunque sea menos que antes.



27 de marzo de 2011

En la mejor línea escandinava














"Un muerto en el escaparate"
K.O.Dahl
Emece. Barcelona (2008)
460 páginas


Resumen:
Un fatídico viernes 13, el anticuario Reidar Folke Jespersen decide hacer diferentes cosas para poner orden en su vida. Al día siguiente, el comisario Gunnarstranda y su ayudante Frolich se dirigen a una tienda de antigüedades en cuyo escaparate se ha encontrado el cadáver desnudos de Jespersen, con letras marcadas sobre su piel y sentado en una silla. Muchas de las personas que lo conocían parecían tener un motivo para matar al huraño y testarudo anciano, lo que hará que la pareja de policías no lo tenga nada fácil y deben bucear en el inquietante pasado de la víctima, remontándose hasta la segunda guerra mundial cuando estuvo envuelto en el expolio de obras de arte a manos de los nazis.


Hay libros que te los regalan y los aparcas en un rincón, no porque no te interesen, sino porque has llegado a un límite en el que los que están pendientes de lectura superan en tanto a los que puedes leer de hecho que acabas resignandote a dejar pendientes para la eternidad un buen número. Eso me pasó con esta novela del noruego K.o.Dahl, que me trajo un buen amigo hace más de dos años y a la que no he hincado el diente hasta ahora, y no por falta de ganas, sino porque otras novelas tal vez más atractivas, o de más actualidad o de más capricho le han tapado el paso.

La intriga escandinava tiene el problema de que la cosa se ha salido de madre; tras el inicial boom de Mankell y el posterior éxito de la Trilogía "Millenium", han aparecido autores nórdicos por todas las esquinas y se produce un triple fenómeno: de desbordamiento, pues uno no puede dar abasto ni pretender leer todos, de desconfianza, ya que cuesta aprender a distinguir el grano de la paja y de saturación, pues corres el peligro de dejar de lado zonas y géneros literarios tan relevantes por lo menos como la novela policíaca del norte, amen de que Mankell y Larsson han puesto tan alto el nivel que es difícil que otros lleguen a su altura.

"Un muerto en el escaparate" es de lo mejor que he leído en literatura nórdica; y lo digo con cierto temor, porque si se dice que las comparaciones son odiosas, ésto es aún más llamativo si se trata de comparar con Wallander o Millenium; además el asegurar que fulano o mengana son los sucesores de éstos se ha convertido casi en cláusula de estilo en contraportadas y solapas, es decir, en palabra vacía. Una vez leído el libro de Dahl puedo asegurar que, desde mi punto de vista, la novela se aproxima a aquéllos.

Se trata de una intriga planteada al estilo tradicional: hay un muerto y a lo largo de las 460 páginas los policías van investigando hasta averiguar quien lo ha matado, apareciendo una buena lista de personajes con motivos y ocasión para haberlo hecho; incluso al final el autor da una serie de vueltas a la trama que legan a confundir al lector, casi como lo hacen autores tan clásicos como la mismísima Agatha Christie. Vendría muy bien que los editores hubieran incluido al principio una nómina de personajes al estilo de los que aparecían en la colección de la citada dama británica del crimen que publicó la fenecida Editorial "Molino".

EL libro contiene también las virtudes de los mejores autores escandinavos en cuanto a la riqueza de los personajes protagonistas y la crítica social latente en la redacción de la trama. Los policías que encabezan el protagonismo de la historia, el comisario Gunnarstranda y su ayudante Frank Frolich, son personajes tremendamente originales, y su vida privada, ilusiones, frustraciones y problemas comparten protagonismo con el crimen y su investigación.

La novela tiene un estilo y un ritmo que sorprenden positivamente, están bien elaborados los diálogos y poco a poco el autor te va dando pistas que, sin adelantarte desenlace alguno, te ayuda a ir recomponiendo el puzzle que los sucesos iniciales han creado.


26 de marzo de 2011

"Sailing", Rod Stewart



El otro día hablábamos de Phil Collins, hoy traigo por estos lares a otro monstruo de la canción británica contemporánea, Rod Stewart. Como tantas otras veces he de confesar mi "pardillez" musical, pues tengo bien claro que Stewart gusta a mucha gente y no por comercialidad o tonterías, sino por la calidad de su música, a pesar de lo cual poseo un conocimiento lamentablemente escaso de su repertorio. Pero si uno entra en las webs más entendidas comprueba que Rod Stewart fue votado en la posición 33 en la encuesta de la revista 'Q Magazine' sobre los 100 mejores cantantes de todos los tiempos, mientras que en la revista "Rolling Stone" obtuvo la posición 59, que se realizó una estimación que concluyó que las ventas de sus discos llegarían a un total de 250 millones de copias, haciéndolo uno de los artistas con más álbumes vendidos en toda la historia de la música, que en 2001 recibió el "diamante de la música del mundo” y que de sus 61 singles,31 han estado dentro del top 10, de los cuales seis han llegado al número uno.

Y para conocer la canción "Sailing" he tenido que recibir uno de esos vídeos cómicos que te mandan esos amigos que tienen tiempo suficiente para llenarte la bandeja de entrada de "forward"; posiblemente me debería de avergonzar de tanta inmadurez musical, pero ya se sabe que los caminos del Señor son inescrutables y más vale conocer "Sailing" por esa vía que no llegar a escucharla nunca.

Estoy seguro de que por estos lares pasan muchas personas que me dan cien mil vueltas en el conocimiento de la mejor música pop, así que espero que aporten su granito de arena y me vuelvan a poner colorado comentando que Stewart tiene canciones aún mejores que ésta: ojalá, porque entonces es que son buenísimas, inmejorables.




25 de marzo de 2011

El carril de adelantamiento



Estoy leyendo a Haruki Murakami: puede que sea snobismo, pero he caído en la tentación y ya llevo 80 páginas de su libro "¿de qué hablo cuando hablo de correr?" y aunque el libro tiene cierta monotonía ya he encontrado más de un pensamiento con contenido. En un momento determinado en escritor japonés habla de una carrera en la que tuvo una pájara importante y resalta que no es persona de mal perder, añadiendo que "en la autopista de la vida no es posible circular siempre por el carril de adelantamiento" ... creo que el hombre tiene toda la razón del mundo y que semejante frase puede dar muchísimo juego.

Y es que, efectivamente, uno se tropieza con frecuencia con individuos que pretenden desarrollar su vida exclusivamente en fase de aceleración; es como si no entendieran ni la felicidad, ni el éxito ni la virtud si no es en un continuo trajín, con un esfuerzo sin límites, marchando de aquí para allá con cara de velocidad y transmitiendo al resto del mundo agobios, impaciencias y sudores por partes completamente iguales.

Unos de los que se han instalado en el carril de adelantamiento son los ambiciosos y de éstos circulan bastantes en el mundo actual, entre otras cosas porque todos, en mayor o menor medida, tenemos nuestras propias, muchas veces también miserables, ambiciones. Son los que no se conforman con nada, quienes se exigen llegar cada vez más lejos, o tener cada vez más -dinero, poder, cargo, ...-, o simplemente han elevado tanto el listón de sus deseos y aspiraciones que ya no pueden reducir velocidad y pasar a una vía más lenta, más razonable.

Del carril de referencia son también obsesos los perfeccionistas, esos que tienen como lema lo de hacer las cosas bien, una frase que en principio denota virtud, pero que llevada al extremo puede convertirse en algo pernicioso, ... además de en un "coñazo" -lo siento, no soy capaz de encontrar una palabra más atinada al respecto-. Mala virtud es la que no se muestra amable, la que pone la obligación y el esmero por encima de la comprensión hacia el resto, es decir, la caridad, en su acepción más elevada y amplia. Alguien empeñado en conseguir la excelencia puede convertirse en un peligro para la paz familiar y social si no baña sus aspiraciones de la flexibilidad, la tolerancia y el autocontrol. Dios nos libre de los perfeccionistas, que pueden ser embriones de auténticos talibanes, de personajes capaces de romper los nervios y desmontar el equilibrio de sus congéneres.

Y hay otros que también tienden al mismo carril: los maniáticos, los que convierten lo accidental en esencial, lo opinable en dogma; hay diversas razones, variedad de situaciones que pueden llevar a una persona a trascedentalizar lo supérfluo. Así, como en una autopista, en la vida hay quien permanentemente mantiene una actitud de acoso a sus compañeros de viaje, no porque les quiera ganar la carrera, ni ser mejor que ellos, sino porque ha caído en las redes del piñón fijo, no es capaz de viajar de manera distinta a la que ha aprendido o asimilado. Y bien peligrosos que son éstos.

Hay más conductores de carril rápido: los que solamente se conforman con el número uno, los que no renuncian a nada, muchas veces a costa de que lo tengan que hacer otros, los sabiondos, los espabiladillos, los que disfrutan pisando el callo al vecino o al rival, ... Y no hago apología de la resignación, ni de la mediocridad, ni del recorte al afán de superación, ni mucho menos de la restricción de la sana rebeldía, me limito a constatar que me gustó el pensamiento de Murakami que no invita al inmovilismo, sino al sentido común, a contar con las propias fuerzas y con la presencia de los demás.


23 de marzo de 2011

Adios a la actriz de los ojos violeta

La actriz británica Elizabeth Taylor, que llevaba dos meses ingresada en el hospital Cedars-Sinai de Los Ángeles siendo tratada por síntomas de insuficiencia cardiaca congestiva, ha fallecido hoy a la edad de 79 años. Cuentan que Liz Taylor será enterrada en el cementerio WestWood Village Memorial Park de Los Angeles donde yacen otras dos grandes estrellas: Marilyn Monroe y Natalie Wood; sin duda el lugar quedará más engrandecido, si cabe, con la presencia del cuerpo de un nuevo mito del celuloide. La actriz nació en Lodres, aunque sus padres eran estadounidenses y siempre vivió en América; se casó nada menos que ocho veces, aunque la única relación realmente célebre fue la que mantuvo con Richard Burton, a quien conoció en el rodaje de "Cleopatra", casándose en 1964 tras haber dejado ambos a sus respectivas parejas en un matrimonio que duró diez años. Conociendo la idiosincrasia de uno y otro debió de ser, desde luego, una relación apasionada, conflictiva y explosiva. He escuchado a unos cuantos que saben de esto del cine que la Taylor no es ni mucho menos una de las mejores actrices de la historia, espacio reservado para glorias del nivel de Bette Davis y Katherine Hepburn, pero no cabe duda de que su nombre va íntimamente unido a una de la épocas más brillantes de Hollywood. Algo tendrá el agua cuando la bendicen y algo esta actriz cuando su nombre y apellido van íntimamente ligados a las páginas principales de la historia del cine.

Si la memoria no me falla la primera película que ví de la actriz fallecida fue "La senda de los elefantes", un drama colonial que bajo la dirección de William Dieterle Liz rodó en 1954 junto a Dana Andrews y Peter Finch; recuerdo que la vi en el colegio de mi hermana y lo poco quedó grabado en mi memoria del film fue cuando la protagonista se enamora de Peter Finch y se va a vivir con él a Ceilán y el ataque final de los elefantes. Evidentemente no se trata de la película más brillante de la actriz, pero valga su mención como el primer recuerdo infantil que me queda de ésta. El otro recuerdo que conservo es la mención del cura que nos daba religión, poniendo en entredicho la virtud de Liz Taylor por haberse casado -entonces- siete veces; se ve que fue el primer ejemplo de poca decencia moral que se le ocurrió al hombre, algo que me supuso cierto trauma pues no me podía explicar que esa chica que se mostraba tan guapa y bondadosa en "La senda de los elefantes" tuviera una historia personal tan convulsa ... lógicamente con los años he perdido esa candidez y ya no me engañan las apariencias, a la vez que uno va intentando ser más comprensivo y respetuoso con las debilidades e intimidades de cada cual.

El siguiente encuentro con Liz Taylor fue "Gigante", dirigido por George Stevens en 1956 y que ví muchos años después en un reestreno en el Cine Mola de Zaragoza; recuerdo que la película me vino grande, pues no era el western que mi mente infantil intuía, sino algo bien distinto. En "Gigante" la actriz tenía como compañeros de reparto a Rock Hudson, cuya muerte la llevó a encabezar la lucha contra el SIDA y un James Dean que fallecería antes de terminar el rodaje; se trataba del típico drama de gentil chica de Maryland que se casa con el dueño de un rancho de Tejas y ha de enfrentarse con un ambiente completamente distinto al acostumbrado. Al cabo del tiempo volví a ver en varias ocasiones la película y ya comencé a "pillar" todo su sentido.

La actriz fallecida se llevó el Oscar en dos ocasiones:en 1960 por "Una mujer marcada", de Daniel Mann en la que trabaja con Lawrence Harvey y Eddie Fisher y en 1966 con la que algunos dicen es su mejor trabajo, "¿Quien teme a Virginia Woolf?", un auténtico dramón de Mike Nichols en la que comparte estrellato con el propio Richard Burton, con quien en pantalla forma un matrimonio tan explosivo como en la vida real. Taylor fue nominada por tres películas más: "El árbol de la vida" (1957), de Edward Dmytryk, con un reparto magnífico: Montgomery Clift, Eva Marie Saint, Lee Marvin, Rod Taylor y Agnes Moorehead, "La gata sobre el tejado de zinc" (1958), otra película fuerte, basada en la obra teatral de Ténesse Williams y en la que comparte cartel con los ojos azules de Paul Newman y "De repente el último verano" (1959), dirigida por Joseph L. Mankiewicz y en la que alterna con dos auténticos monstruos del cine: Katherine Hepburn y Montgomery Clift.

Pienso que "la gata sobre el tejado de zinc" es una de las actuaciones más logradas de Liz Taylor en el cine; la dirigió Richard Brooks y supone una de las grandísimas aportaciones de Ténesse Williams al mundo del cine: no olvidemos que sus obras inspiraron películas tan redondas como "Un tranvía llamado deseo" (1951), "La rosa tatuada" (1955), "Dulce pájaro de juventud" (1962) y "La noche de la iguana" (1964), un elenco inmejorable. A Liz le iban que ni pintados esos papeles de mujer brava y/o atormentada, y la película supone un fenomenal retrato de personajes y unas memorables interpretaciones. Posiblemente estaba más brillante aquí que en otras películas que también formaron parte de las vistas por mí de niño como fueron "Mujercitas" (1949) y "Ivanhoe" (1952), y no digamos con sus actuaciones de artista invitada en tiempos mucho más recientes como es el caso de "El espejo roto" (1980), basada en una de las aventuras de Miss Marple, la célebre anciana investigadora de Agatha Christie y su sorprendente participación en "Los Picapiedra" (1994).

No podemos pasar sin citar su papel protagonista en "Cleopatra" (1963), la gran superproducción dirigida por Mankiewicz y que está a la altura de grandes films del género como "Espartaco", "La caída del imperio romano" o "Ben-Hur" y en la que Liz Taylor exhibe el aspecto más exótico de su belleza junto a un Julio César del nivel de Rex Harrison y un Marco Antonio que no podía ser otro que Richard Burton. Liz se puso tan enferma durante el rodaje que hubo de serle practicada una traqueotomía para salvarle la vida. Los gastos de la película fueron tan grandes -se habla de 44 millones de dólares- que se asegura que esa fue la causa de que se tardara 40 años en repetir una gran superproducción del género con "Gladiator". Como queda dicho, la película sirvió para que se iniciara la relación entre Taylor y Burton.

También son destacables películas como "Un lugar en el sol" (19519, dirigida por George Stevens y en la que la actriz fallecida vuelve a coincidir con Montgomery Clift en un drama de amores y ambiciones donde también destaca Shelley Winters. Liz Taylor trabajó con John Huston en "Reflejos en un ojo dorado" (1967), otra película en torno a las relaciones conflictivas de de matrimonio en la que comparte estrellato con Marlon Brando. Cabe destacar también su papel en un musical titulado "A little night music" (1977), inspirada en la película de Ingmar Bergman "Sonrisas de una noche de verano" en la que se narra la vida romántica de varias parejas. La crítica no fue buena, pero no dejó de suponer una novedad en la carrera de la actriz, que cantó en la cinta "Send in the clowns", un tema que gusta mucho a un gran tipo y por ello lo incorporo a mi breve homenaje a esta mujer.

Elizabeth Taylor llevó una vida convulsa, marcada por escándalos, romances, fiestas, lujos, resacas, desintoxicaciones, divorcios y conflictos, pero todo ello no puede hacer olvidar un currículum artístico de primer nivel, con una serie de películas que solamente con sus nombres sientan cátedra; además, con el comienzo del declinar de su carrera, la actriz demostró también su humanidad. volcándose en la beneficencia y en la lucha contra el SIDA. Por todo ello fue galardonada con el título de Dama del Imperio Británico por la Reina de Inglaterra en 2000, el Premio Príncipe de Asturias de la Concordia en 1992 y el Jean Hersholt de la Academia de Hollywood en 1993. A partir de ahora Elizabeth Taylor entra en el Olimpo de los dioses del cine, un lugar al que llega por méritos propios.


Esos simpáticos jovencillos -y jovencillas-



Me los suelo encontrar por el Paseo Independencia de Zaragoza, aunque el otro día -como refleja la foto "ad hoc"- ví que habían montado su chiringuito en la Estación de Delicias; se trata de jóvenes de ambos sexos ataviados con unos chalecos de colores diferentes -rojos, azules, verdes, ...-, con una cédula identificatoria cosida al pecho y siglas concretas grabadas en la espalda: unos venden lotería de la Cruz Roja, otros representan a no se qué movimiento de naturaleza al parecer ecologista, otros muestran las siglas de la Unicef o acreditan buscar financiación para algún tipo de actividad benéfica en favor de los niños más desfavorecidos. Todos tienen en común su juventud y una sonrisa tierna y generosa que los hace encantadores y encantadoras, una actitud ante la que a uno le cuesta decir que no.

Estos jóvenes personajes no me causan molestia, no me cargan, y si los traigo aquí es fundamentalmente porque hacen que me haga preguntas; la primera es la de su credibilidad, a estas alturas no tengo dudas de la existencia de entidades como Cruz Roja o Unicef, pero hay muchas otras que me gustaría saber de donde vienen y a donde van. Además, uno tiene la sensación de que hay un exceso de artificialidad en ciertas campañas o cuestaciones; recuerdo que en mi primera época profesional en Barcelona -abarcó de marzo de 1986 a junio de 1987- me solía encontrar en la Plaza de Cataluña una serie de chiquitas simpatiquísimas que te pedían no se si directamente dinero o que te hicieras socio de no se qué grupo benéfico que me aseguraban que desconocían por completo la identidad de quienes estaban detrás del montaje, pero eran tan simpáticas que resultaba difícil negarles unos duros.

Como tantos niños de mi época, he participado en cuestaciones, de esas que se hacían por parejas portando una hucha que recaudaba para el Domund, Cáritas o cuestiones parecidas, y por ello debería ser comprensivo y manifestarme generoso en estas situaciones, pero a la vez uno siente la necesidad de elegir hacia quien desea ejercitar la virtud de la caridad, que ya el Señor nos dejó bien claro que era la más importante.

Mientras tanto, ahora que empieza la primavera y resulta mucho más reconfortante, si cabe, pasear por Independencia, no deja de ser verdad que ésta, la Plaza España, la de Aragón, el Coso, la calle Alfonso o la Plaza del Pilar, que en Navidad o en las fiestas se decoran con luces y guirnaldas, se verán iluminadas por la sonrisa de jóvenes que no se sabe bien para qué piden, aunque en principio uno debe de pensar que mejor eso que estar perdiendo el tiempo en actividades diversas.


22 de marzo de 2011

Dos buenas plumas aterrizan en la intriga

La novela de intriga suele tener sus especialistas; si uno escucha hablar de Raymond Chandler, Dashell Hammett, James Ellroy, Fred Vargas, Michael Cónnelly, Dórothy Sayers o Mássimo Carlotto sabe que tiene delante de sus narices una novela de policías, detectives, ladrones, ... en cualquier caso de un ambiente muy concreto. Pero en ocasiones autores de literatura más convencional, de los que suelen ser considerados primeros espadas de la narrativa, hacen incursiones en este tipo de relatos, es el caso de la serie de la juez de Marco creada por José María Guelbenzu o la excelente "Agua de noria" de José Jiménez Lozano; en estos casos suele ocurrir que los autores aportan cierta originalidad al género, ofreciendo unas narraciones en las que se intuye una mayor interés por la calidad literaria que por crear tensión y misterio en quien las lee. Recientemente han pasado por mis manos dos de estas novelas que creo están ambas muy bien escritas. Curiosamente las dos tienen como autor a un escritor perfectamente ubicado geográficamente, pues la primera es del veteranísimo escritor vizcaíno Ramiro Pinilla, mientras la segunda la escribió uno de los autores gallegos más importantes del momento, Manuel Rivas.














"Sólo un Muerto más"
Ramiro Pinilla
Tusquets. Barcelona (2009)
274 páginas



Resumen: Con los baúles cargados de libros que le entrega un familiar, el joven Sancho Bordaberri decide abrir, en plena posguerra, una modesta librería de lance en Getxo. Cuenta enseguida con la complicidad de Klodobike, una mujer entusiasta y vehemente. En el fondo, lo que quiere Sancho es ser escritor de novelas policiacas, pero nunca logra igualar a sus admirados Hammett o Chandler y las editoriales le devuelven todas sus historias. Hasta que un día descubre, con el enésimo manuscrito rechazado en las manos, que el único asesinato que ocurrió en Getxo, antes de la Guerra, está todavía sin resolver y que contar un caso real puede ser de gran ayuda para alguien sin imaginación. Sancho se convierte entonces en detective privado para aclarar quién quiso matar a los gemelos Altube encadenándolos en una roca para que la marea los ahogara. Durante sus pesquisas y entrevistas con los sospechosos, descubrirá que está escribiendo una novela real, con un estilo nuevo, en la que él es a la vez el narrador y el protagonista, un detective que a partir de ahora se llamará Samuel Esparta en homenaje a Sam Spade.

Ramiro Pinilla es un autor de nivel, sin ninguna duda; ha ganado el Premio Nadal (1960) y el Nacional de narrativa (2006), y si no tiene un nombre mayor es porque siempre ha funcionado al margen de los circuitos editoriales. Su obra más representativa es la trilogía "Verdes valles, colinas rojas", que pretende darnos una disección de la historia reciente del País Vasco centralizando su narración en la localidad vizcaína de Guecho. Comencé a leer el primero de los tres volúmenes ("La tierra convulsa"), pero he de confesar que lo dejé a mitad: en cuanto pueda lo recomenzaré.

La forma de escribir de Pinilla es complicada, pero a la vez no hay duda alguna de su calidad. "Sólo un muerto más" viene a ser una pretensión de emular a los grandes de la novela negra tradicional: Hammet y muy especialmente Chandler, y nos traslada al Bilbao convulso de la posguerra, con un librero idealista, un falangista agresivo y unos personajes marcados por la guerra que acaba de terminar. Pinilla ha cuidado hasta el extremo su novela, los párrafos están perfectamente cerrados, el vocabulario es rico y la prosa bien elaborada, aunque desde mi punto de vista el autor tiende a complicar las frases.

La novela mantiene la intriga hasta el final, aunque no es ésto lo más importante, sino la ambientación en Guecho, una localidad próxima a Bilbao que refleja la idiosincrasia de esa tierra, la descripción de la España de posguerra y la caracterización de unos personajes ricos y perfectamente definidos. "Sólo un muerto más" es una novela que sólo se puede leer si no se pierde de vista que la ha escrito un vasco, que se desarrolla en Vizcaya y que su lectura no será ajustada a lo necesario sin meterse en ese ambiente y asumirlo.















"Todo es silencio"
Manuel Rivas
Alfaguara. Madrid (2010)

245 páginas


Resumen: En Brétema, en la costa atlántica, hubo un tiempo en que las redes del contrabando, reconvertidas al narcotráfico, alcanzaron tanta influencia que estuvieron muy cerca de controlarlo todo: el poder social, las instituciones, la vida de sus gentes. Fins, Leda y Brinco exploran la costa a la búsqueda de lo que el mar arroja tras algún naufragio, el mar es para ellos un espacio de continuo descubrimiento. El destino de estos jóvenes estará marcado por la sombra odiosa y fascinante a un tiempo del omnipresente Mariscal, dueño de casi todo en Brétema.

Manuel Rivas es una de las plumas emergentes del panorama literario actual español. Títulos suyos como "¿Qué me quieres amor?, "El lápiz del carpintero" o "Los libros arden mal" han tenido una acogida excelente en el mercado. Manuel Rivas es un autor comprometido políticamente, pues su ideología anda claramente decantada hacia la izquierda, cuestión que no me suele influir a la hora de leer: me encantan autores tan opuestos a mis ideas como Muñoz Molina o Juan Marsé, pero a Rivas, por lo que he leído por ahí, hay que incluirlo entre esos escritores militantes, algo que tiende a retraerme más a la hora de enfrentarme con sus novelas.

"Todo es silencio" es la primera que leo del gallego; la viva recomendación de los libreros de "Negra y Criminal" y considerar que una novela próxima al género negro podía ser un buen modo de hincarle el diente a Rivas me animaron a leer el libro, aún siendo advertido por dos buenos lectores de que se trataba de una novela de lectura complicada -puedo confirmar que lo es- aunque también es cierto que al concluirla uno queda con la sensación de haberse enterado bien.

Me habían comentado que la dificultad de comprensión estaba al principio, aunque he de confesar que mi "iter" no ha sido exactamente así: los primeros capítulos los fui leyendo sin problema, hasta que a partir del primer cuarto de la novela se fue haciendo todo más lioso, algo que se arregló en las últimas cien páginas, las cuales he terminado de un tirón y son, desde mi punto de vista, magníficas.

Una de las características del libro es su ambiente gallego: la costa gallega, ese mundo donde se mezclan pescadotres, mariscadores y contrabandistas impregna todo el relato, tanto que uno acaba pensando si hubiera sido mejor esperar a algún viaje a las rías para que la lectura estuviera ambientada del todo. Está claro que el objetivo del autor no es tanto escribir una novela negra, sino dar carta de naturaleza a un ambiente que conoce muy bien y que describe unos lugares y una época muy concretos de Galicia.

Los personajes son también parte importante de la novela; desde el gran capo hasta los jóvenes que van prosperando con el contrabando primero y el narcotráfico después, a la vez que moralmente van degenerando; también hay espacio para la policía, donde no falta la corrupción y el doble juego. Los personajes de Brinco, Leda, Malpica, Mariscal, Chelín, ... está estupendamente definidos. El lenguaje es rico y exige, en consecuencia, una lectura atenta, tranquila.

Eso sí, en el libro de Rivas no parece haber hueco para la esperanza, hay una visión ácida y crítica que no incluye alternativas. El autor ofrece una visión tremendamente crítica, casi demoledora de instituciones como la Iglesia o las fuerzas de seguridad; no dudo de que situaciones como las que nos cuenta se hayan dado en la realidad, pero no creo que haya que generalizar e intuyo que se deja traicionar por sus posturas radicales.


21 de marzo de 2011

Ataque a Libia



El ataque a Libia ya es un hecho, los principales países de occidente han decidido que el régimen de Gaddafi debe de terminar y se han puesto manos a la obra. Salta a la vista que el líder libio es un "personaje", dando a este término el sentido más peyorativo que se le puede otorgar, evidentemente. Pero a quien ésto suscribe le llama la atención una serie de cosas, porque en este caso más que en ninguno asoma, al menos desde mi humilde punto de vista, la sombra de las paradojas que surgen siempre que los políticos toman decisiones y muchos de sus corifeos o críticos -según los casos- se lanzan a la piscina de la opinión.

Lo primero que sorprende de la decisión tomada es que se haya tardado tanto tiempo;Gadaffi lleva más de cuarenta años imponiendo sus decisiones y sus criterios al pueblo libio sin asomo de democracia ni libertades, y hasta ahora no había habido esa mayoritaria decisión de dar carpetazo a la dictadura. Estas cosas llevan al convencimiento de que las actuaciones de los poderosos andan mucho más condicionadas por el oportunismo, los criterios económicos -es decir, egoístas- y la coyuntura de un momento que por la defensa de los derechos y libertades de nadie.

Llama la atención por otro lado que quienes la montaron, y no digo que sin razón, cuando Bush, con el apoyo de Blair y Aznar, se lanzó a la caza y captura de Saddam Hussein se han callado como muertos en la actualidad. Siempre habrá posibilidad de entrar en matizaciones y distingos y decir que no es lo mismo, pero esto es algo que suena a excusa y no a argumento, a falacia y no a conciencia cierta, a sofisma y no a verdad. Cuando los ciudadanos se manifestaron en contra de la Guerra de Iraq he de reconocer que ví bastante de reacción honesta: conozco a unas cuantas personas de bien cuya posición activa frente a la invasión me edificó y me hizo pensar, pero en algunos personajes relevantes de la política y el espectáculo creí observar mucho de artificialidad y pose. Hoy callan, intuyo que en algún caso porque son, así sin más, unos tristes estómagos agradecidos.

A Gadaffi ya le apretó los tornillos el fallecido presidente Reagan, en aquella época los medios de comunicación de determinada tendencia echaron en cara al viejo actor su actuación; al parecer si tras el ataque está el apoyo de otro presidente que "está mejor visto" hay motivo suficiente para tomarse las cosas de otra manera, y es lo que no me parece bien, que haya doble rasero de medir.

De cualquier manera, esperemos que la cosa sea para bien, que se derrame la menor sangre posible, que Gadaffi deje de ser el dictador que gobierna Libia y, por encima de todo, a éste le suceda alguien que respete los derechos de los habitantes de esa parte del mundo árabe, porque sino lo ocurrido no habrá servido para nada.





20 de marzo de 2011

"Whether I'm Wrong", Allison Crowe



Allison Crowe es una cantante canadiense muy joven: en noviembre cumplirá 30 años, lo que es una buena noticia, pues significa que a priori tenemos una excelente intérprete para rato. Descubrí a esta chica, que canta mientras toca el piano, hace un par de navidades, cuando tuve la ocurrencia de poner en un mismo post diversas versiones del mítico "Silent night"; ya tenía las de cantantes tan consagrados como Elvis Presley, Enya, Mahalia Jackson, Olivia Newton John y los tres tenores, así que hasta pudo parecer una osadía incluir a una jovencilla de la que no había oído nada nunca. Pero el experimento salió bien, e incluso algún lector aseguraba que era la versión que más le había gustado.

Buceando por youtube descubrí que Allison tiene versiones preciosas de temas como "Hallelujah", de Leonard Cohen, "River", de Joni Mitchell o temas históricos de "Beattles" como "In my life" y "Let it be", pero he optado por una canción que desocnozco y me ha gustado mucho: "Whether I'm Wrong", un tema que me dala impresión de que ha compuesto la propia Allison Crowe, aunque no estoy seguro de ello. Pienso que la voz es bien bonita y que canta con un gusto excelente.


19 de marzo de 2011

La de tiempo que hace que no me como un melocotón como Dios manda

Hay frutas que tienen un encanto especial; no cabe duda de que cuando se piensa en las frutas a uno le vienen inmediatamente a la cabeza las naranjas, tal vez las más comunes y que tienen más ventajas para la salud, las manzanas, que parece una fruta sana y buena para la dieta, las peras, sobre todo esas que parecen deshacerse en la boca o los plátanos, tan sencillos de pelar y que posiblemente sean las que tendemos a elegir por eso de la pereza y el capricho. Pero hay algunas que solemos ver con menos frecuencia, pero que tienen la capacidad de entrar por los ojos, a mí al menos me pasa con las cerezas, los albaricoques y, muy especialmente, con los melocotones; el melocotón es una fruta que reune las condiciones para satisfacer los paladares más exigentes, en España tenemos el problema de que las frutas son producto ordinario y nos hemos acostumbrado a verlas habitualmente en nuestra mesa, mientras que para muchos otros países es postre especial, alimento reservado a las grandes ocasiones, manjar por el que suspiran los más delicados paladares. Tal vez por eso no valoramos en su justa medida la bondad de una buena naranja, un notable pomelo o un excelente melocotón.

Pero, y en lo que al melocotón hace referencia, uno echa de menos los que tomaba en su infancia, auténtica garantía de sabor excelente, de fruta en su punto. Desde hace ya bastantes años los melocotones se han convertido, la mayoría de las ocasiones, en un torpe producto congelado, en fruta vendida en fruterías de franquicia o grandes supermercados, donde prima la conservación por encima de la excelencia y ni siquiera recuerdo la última vez que tomé una pieza verdaderamente buena. La mayoría de las veces los melocotones me saben a nada, como esos polos de antaño en los que se exprimía el sabor a limón o naranja y acababan siendo un simple pedazo de hielo. Han convertido al melocotón en una "bolita" sosa e insípida incapaz de ofrecer ese sano y reconfortante placer de los melocotones de siempre.

Hoy día se afirma haber comido un melocotón con una frivolidad llamativa, cuando en realidad uno se ha comido otra cosa, algún tipo de variante, como la nectarina, esas piezas coloradotas a las que se quita la piel con una facilidad pasmosa, que suelen estar de miedo, pero que no son melocotones, o sencillamente lo que ha ocurrido es que nos hemos comido un sucedáneo, una fruta que deshonra el prestigio y el nombre de los melocotones.

Aragón es tierra de melocotones, en Calanda se cultivan las mejores especies del país, y hemos convertido al melocotón con vino en uno de nuestros platos regionales más famosos, pero aún así te acabas preguntando dónde se esconden los melocotones buenos, porque los mediocres son los que uno suele ver por ahí.




18 de marzo de 2011

El "Vasco" Aguirre

Me da cierto miedo sacar este post cuando todavía quedan diez partidos de Liga y la situación deportiva del Real Zaragoza sigue en el aire: la cola de la Liga BBVA está en un puño y de aquí a junio todavía puede pasar de todo. No obstante, ocurra lo que ocurra después de la 38ª jornada de Liga -me temo que no va a estar todo el pescado vendido hasta el último minuto del último partido- creo que lo realizado por el mexicano Javier Aguirre desde que tomó las riendas del club blanquillo tiene mérito y mucho. Y que conste que soy plenamente consciente que un post laudatorio del actual míster zaragocista no va a ser compartido por mi amigo Brunetti, una de las personas de cuyo saber futbolístico me fío más, porque es un personaje enterado de los sucesos y entresijos de este deporte, porque ve los partidos con imparcialidad y porque tiene esa intuición que solamente poseen algunos que lleva a ver mucho más allá de lo que se ve y de lo que se publica; a Brunetti Aguirre le ha caído torcido, y seguro que tiene argumentos para contrarrestar los míos, algo que puede enriquecer un debate que cuando de fútbol se trata no es demasiado extenso por estos pagos.

Aguirre llegó a un Zaragoza en situación crítica: se llevaban disputadas once jornadas de liga y el equipo se encontraba en el pozo clasificatorio con 7 miserables puntos y una única victoria en el casillero. Lo que más sorprendió, al menos a quien ésto escribe, de su llegada fue la afirmación de que no necesitaba fichajes y se bastaba con lo que tenía para salir del atolladero. Los comienzos no fueron fáciles y el equipo siguió teniendo jornadas tan nefastas como un 0-3 en La Romareda frente al Villarreal y un humillante 4-0 en campo del Español en un encuentro en que el Zaragoza, simplemente, no jugó. Pero pronto se notó un cambio de actitud en los jugadores, un evidente compromiso y, hay que reconocerlo, cierta dosis de suerte que sacó al equipo de las posiciones de descenso al empezar la primera vuelta.

Los soponcios, a pesar de todo, no desaparecieron, y así el Hércules nos remontaba un partido en los últimos 10 minutos y un Atlético de Madrid que había perdido cuatro partidos seguidos se llevaba los tres puntos del campo municipal; pero lo que ha sido evidente es que, con las limitaciones cualitativas de la plantilla, Aguirre ha formado un auténtico equipo en el que cada cual sabe lo que tiene que hacer y frente al que no es sencillo jugar, como quedó confirmado hace dos semanas en el Camp Nou, cuando el todopoderoso Barça solamente fue capaz de vencerle 1-0. El "Vasco" ha recuperado a jugadores que parecían muertos como Contini y Paredes, ha encontrado el puesto adecuado a Leo Ponzio, ha hecho crecer a jugadores como Gabi, Bertolo, Jarosik y Braulio, a la vez que ha repescado a gente que parecía no ofrecer nada, caso del italiano Lanzaro o el holandés Boutahar.

También el año pasado José Aurelio Gay fue capaz de resucitar a un muerto, pero a él -no lo olvidemos- le trajeron siete fichajes, con nombres tan sonoros como Suazo, Colunga, Roberto o Contini, mientras que el mexicano ha tenido que conformarse con lo que hay y un par de remiendos de última hora. A todo ello cabe añadir una prudencia y discrección notorias, un saber estar, un trabajo sin faroles, castañuelas ni altavoces. Marcelino me parece un buen entrenador, pero también demasiado aficionado a soltar la boca -no siempre con oportunidad-, con filias y fobias y una visión caprichosa y monolítica del fútbol, mientras que a Gay le ví como un buen tipo al que le perdió una notoria ingenuidad y cierta falta de experiencia.Creo, con toda sinceridad, que Javier Aguirre supera a ambos, y, en lo que yo recuerdo, a cualquier entrenador que ha tenido el Real Zaragoza desde la época de Leo Beenhakker.

No se lo que va a pasar al final de la Liga; hay dos cuestiones que están, desde mi punto de vista en el alero: la primera la salvación del equipo, algo en lo que tengo confianza precisamente por la presencia del mister mexicano y la segunda la continuidad de éste en el equipo, cosa de la que sinceramente dudo, porque no me fío nada, absolutamente nada, de la gestión de quien rige el club .... aunque tenga que admitir que fichar al "Vasco" fue un total acierto.


17 de marzo de 2011

Un deporte llamado esquí



Durante toda la segunda semana de enero del año 1972 estuve esquiando con mi colegio en la Estación de Formigal, probablemente la más notoria del Pirineo aragonés; aunque esta estancia no deja de traerme algunos buenos recuerdos, quedó claro a partir de entonces que tampoco el llamado deporte de la nieve era lo mío. No se si es mi torpeza endémica, mi poco gusto por cualquier riesgo o aventura o cierta incapacidad para atender cualquier tipo de explicación técnica, pero desde entonces no he vuelto a pisar una pista de esquí salvo cuando hace pocos años fui invitado a la inauguración de una Olimpiada militar de invierno que se celebraba en Candanchú.

Pero he de confesar que no me hubiera importado haber conectado de manera positiva por el esquí; lo que escucho contar a los verdaderos aficionados a este deporte me ayuda a comprender que si uno entra en la dinámica se lo pasa en grande, que toda excursión a esquiar es una experiencia maravillosa. Con los años, la proximidad del Pirineo y la necesidad de hacer kilómetros a pié para fortalecer mi salud me han ayudado a descubrir la montaña y a comprender lo que me he perdido por mis torpes inmadureces juveniles; de la misma manera, estoy seguro de que si fuera más flexible y ágil físicamente hubiera disfrutado mucho esquiando.

Pero el esquí tiene enemigos; he escuchado todo tipo de alegatos en contra de una práctica que para algunos es una manifestación de elitismo. De entrada me parece que a estas alturas ya no cabe hablar de clasismo: esquiar está ahora al alcance de cualquier fortuna, sobre todo si te tomas el deporte como una forma de airearte, coger forma física y disfrutar de la vida y no como un pase de modelos o un ejercicio de snobismo. Ya he dicho que prácticamente no he pisado una estación en 40 años, pero no creo equivocarme si afirmo que allí hay pueblo soberano de todo tipo. Por supuesto que encontraremos niños y niñas "superguays" con sus "plásticos" último modelo, esquíes obtenidos con los potentes ingresos de sus papis y botas de descanso que valen un potosí, pero cuando uno generaliza se equivoca casi siempre.

Existe un personal, yo conozco unos cuantos, que no se si por complejos ocultos, visión unívoca de la vida o necesidad de encauzar su ojo crítico allá donde pisan, aplican el automático cuando alguien habla del esquí y solamente saben verbalizar el término "pijo", me temo que en ocasiones porque les falta mundo, se han quedado anclados en los años 70 o necesitan desahogar alguna que otra frustración u obsesión por el monotema. Y claro que hay "borjamaris" y "pilucas" esquiando, pero además de que también son hijos de Dios, me parece que se equivocan hasta el fondo generalizando y, de paso, impidiendo que mucho ciudadano de a pié pueda emplear su tiempo libre en algo que le gusta y no ofende ni a Dios ni a nadie.


16 de marzo de 2011

Generación Disney

Durante mi infancia hubo bastantes noticias luctuosas de relevancia internacional susceptibles de impresionarme: los asesinatos de John y Robert Kénnedy, el de Martín Luther King, la muerte repentina del presidente egipcio Nasser, las guerras y hambrunas del Congo y de Biafra o la guerra del Vietnam, pero creo que ninguna causó en mi alma de niño tanto impacto como cuando el 15 de diciembre de 1966 en el telediario de la noche anunciaron el fallecimiento de Walt Disney. Me acuerdo perfectamente los comentarios de mis compañeros de estudios en el autobús del colegio, una especie de sensación de orfandad, de ilusión frustrada, de sorprendente e inimaginable comprobación de que también los héroes de la infancia eran mortales. Para un niño de 8 años recién cumplidos la muerte de alguien como Walt Disney suponía un inesperado y anticipado final de una historia ilusionante, porque a esas edades -al menos en esa época de país en desarrollo y tele en blanco y negro- no te planteas que exista una gran empresa que siga adelante con los proyectos, ni que la grandeza del productor, director, guionista y animador nacido en Chicago pudiera ir más allá de su tiempo de vida en la tierra.

Pienso que no es exagerado afirmar que Walt Disney fue uno de los protagonistas de la infancia de quienes forman parte de mi generación, e imagino que la de alguno más; ahora la oferta de posibles ídolos infantiles es tan amplia que permite ejercitar múltiples opciones, incluso me temo que muchas veces acaba desnortando a los "locos bajitos", que corren el peligro de tener tanto donde elegir que no saber a que atenerse.´En mis tiempos Walt Disney aparecía en su programa -creo que de los domingos- presentando sus países de las aventuras, de la fantasía, ... y en la caja de blanco y negro no se nos ocurría pudiera haber nada que ni siquiera se acercara a la magia y el encanto que ese señor tan simpático de bigote nos ofrecía.

Me acuerdo perfectamente que al comenzar unas fiestas de Navidad, no recuerdo si de 1963 0 1964, marché a casa con el claro mensaje de que debía ir a ver "Blancanieves y los siete enanitos", cosa que efectivamente hice una mañana fría acudiendo con mis padres y hermanos al desaparecido Cine Victoria de la calle llamada entonces General Franco; y después vinieron "Pinocho", "La Cenicienta" y alguna más. Con los años la firma Disney era garantía de calidad y diversión, y ni se te ocurría pensar en nadie que pudiera hacer la mínima sombra en su campo al gran dibujante.

Recuerdo que en los paquetes de detergente "Omo" salió durante una temporada una colección de muñequitos de personajes de Disney; eran de color amarillo, rojo, azul o verde y estaban divididos en piezas, de manera que uno podía perder la oreja de Gooffy, la pierna derecha del Hermano Oso o el brazo izquierdo del Pato Donald; los "bichos" salían embadurnados de detergente, pero cada personaje era guardado como oro en paño con ansia de completar la colección. Años después apareció otra colección similar, con cromos que envolvían unos chicles llamados precisamente "Walt Disney " que te permitían recorrer personajes y películas del referido Disney, con cromos especialmente difíciles como Pete Pata Palo, Perico Librote o el perro Pluto. Ambas colecciones causaron furor en la época y los niños de entonces hicimos consumir más detergente del necesario a nuestras madres, a la vez que comíamos unos chicles en exceso duros y dulzones como si fueran solomillo del bueno.

Walt Disney fue un genio en su tiempo, un avanzado, un hombre inigualable. Me acuerdo perfectamente que su rostro inconfundible y su permanente sonrisa, unida a la admiración por su trabajo, lograban que no tuviera absolutamente ninguna duda de su bondad natural, porque cuando eres niño idealizas a tus personajes favoritos como lo haces con tus padres. En torno a él surgieron diversas leyendas, y se llegó a asegurar tanto que era un inmigrante europeo que había cambiado su nombre como que al fallecer permaneció hibernado a la espera de que los avances de la ciencia le permitieran regresar a este mundo, extremos ambos que parecen carecer de cualquier viso de realidad, pues está acreditada la identidad de sus padres, pues su progenitor, de origen irlandés, se habían instalado en Chicago procedente de Cánada, a la vez que se nos cuenta que al morir fue icinerado por voluntad propia.

De cualquier manera, el creador del ratón Mickey, del Pato Donald, de Goofy, Pluto, el Tío Gilito y tantos otros dio motivos abundantes y sobrados para convertirse en el número uno en el cariño y la admiración de bastantes generaciones.


15 de marzo de 2011

Alerta Fukushima



La situación de la planta nuclear de Fukushima en Japón se mantiene como noticia permanente en las secciones de última hora de todos los medios de comunicación; si ya el terremoto y el posterior Tsunami de Japón se ha convertido en un drama de grandísimas dimensiones, el peligro de catástrofe nuclear añade tensión y pesimismo a la opinión pública de todo el mundo. Ante la posibilidad de nuevas explosiones, de escapes radioactivos importantes, en definitiva, de que se produzca un descontrol de la energía nuclear por la zona a los ciudadanos de a pié de cualquier parte del mundo nos crea incertidumbre y cierto estremecimiento.

Posiblemente tenemos un problema de desconocimiento, sabemos que la energía nuclear es enormemente peligrosa, pero no alcazamos a imaginarnos las dimensiones que puede llegar a tener un accidente nuclear, hasta qué punto la contaminación que surja del mismo se puede extender, en qué manera todo el planeta se puede -o no- ver afectado por las mismas. En el fondo, es el miedo a los desconocido, aunque tal vez sea más exacto hablar de miedo a lo que se conoce poco pero se intuye muy grave.

Y también puede haber algo de rebelión ante lo excepcional, porque en occidente estamos demasiado acostumbrados a que no se nos altere la normalidad, la rutina de que nunca pasa nada. Es posible que, dentro del drama que supone la devastación y la muerte, los japoneses tengan más asumido lo que les está ocurriendo, la conciencia de vivir en tierra amenazada y puede que su propia filosofía de la vida les hace más fuertes y sólidos para enfrentarse a la tragedia y para ponerse a reconstruir el país.

Los hechos ponen sobre el tapete la polémica de la energía nuclear; es curioso que según los medios que uno lee acabas pensando que estamos ante un riesgo tremendo e inminente de infierno nuclear o que los riesgos son mínimos y ésto no tiene nada que ver con Chernobyl. De cualquier manera, parece claro que no podemos pretender que nunca pase nada y que tras 21 siglos desde que Cristo vino al mundo ya nos teníamos que haber acostumbrado a estas reacciones de la naturaleza y a que los avances tecnológicos vienen a veces acompañados de riesgo y drama. A mí estas cosas me sirven para rezar más y ser más consciente de la fugacidad de este mundo, a otros les servirá para otras cosas, sólo se trata de asumir que de todo aprendes.


14 de marzo de 2011

El síndrome de Versalles



Versalles, históricamente, representa a otros tiempos, a una época finiquitada de la historia de la humanidad; tanto Luis XIV como años después Luis XV trasladaron la capitalidad de Francia a esta localidad cercana a París que rezumaba lujos y esplendores; allí terminó la gloria de la monarquía francesa con la caída de Luis XVI y María Antonieta. Versalles representa la vida lujosa y placentera, el ambiente de palacios con salones espléndidos, trajes recargados, peinados sofisticados y plenitud del rococó, todo en contraste con la miseria y el desarraigo de buena parte del pueblo. Versalles, entre otras cosas, es signo de hipocresía, despotismo y primado de las formas sobre el fondo.

A veces pienso que en esta vida y estos tiempos que nos han tocado vivir funcionamos como si siguiéramos en Versalles; dando por sentado que no me siento libre de pecado para tirar la primera piedra, me veo sorprendido con cierta frecuencia descubriendo que personas que tratan a otras como si fueran sus mas entusiastas admiradores, acaban dando muestras, en ausencia de éstos por descontado, de tenerles una inquina más que notable. No es que me parezca bien que lo hicieran por haber recibido algún tipo de daño o afrenta del interesado, pero me llama más la atención que detrás de ese enconamiento no hay sino el calentón y el recelo por no encajar el modo de actuar del sujeto con sus criterios puramente materiales y opinables. Es algo que se observa en los ámbitos políticos -incluso entre personas de militancias comunes- y de la Administración, pero que he observado en escenarios mucho más íntimos y familiares.

Abrir los ojos ante estas actitudes, que imagino que tienen su última causa en la comprensible condición humana de cada cual, me ocasiona a veces síntomas de zozobra, porque son situaciones que quiebran la confianza y la empatía aconsejables en cualquier relación de convivencia de toda naturaleza. Mantener la urbanidad, respetar al otro o guardar la paz familiar o social exige, lógicamente, guardar las formas, pero andar por la vida de puntillas en medio de un ambiente que asoma dulce y se intuye hostil aproxima a la esquizofrenia y hace asomar en el aire un tufillo de hipocresía.

13 de marzo de 2011

"Another day in paradise", Phil Collins (1989)



Recientemente Phil Collins ha anunciado su retirada de la música; no se sabe si estamos hablando de un adiós definitivo o si el cantante británico se limitará a hacer un parón en su brillantísima carrera musical; como tantas veces nos faltan datos de lo que le sucede al antiguo componente del grupo Génesis, pero tal noticia exige al menos un pequeño homenaje en este blog donde han pasado intérpretes con bastantes menos méritos que Collins. Se especuló al principio que las razones de la reitrada del cantante eran de salud, realizandose todo el tipo de elucubraciones que el morbo suele aportar en estos casos, obligando a Phil Collins a salir a la palestra y aclarar que simplemente "quería ser padre a tiempo completo".

Phil Collins forma parte de una generación de cantantes británicos que podríamos denominar de oro: Eric Clapton, Sting, Rod Stewart, ... aunténticos números uno, gente de la que no hay discusiones respecto a su calidad. Las canciones de Collins tratan a menudo de amores perdidos, experiencias personales y sobre el consumo de drogas. Según datos de "Atlantic Records" las ventas correspondientes a su carrera en solitario han alcanzado los 150 millones de discos en todo el mundo.

Hay unas cuantas canciones que merecerían pasar por aquí, sin ir más lejos el cantante ha sido nominado en tres ocasiones para el Oscar a la mejor canción: en 1984 por "Against all odds (Take a look at me now", de la película "Contra todo pronóstico", en 1988 por "Two Hearts", de "Buster: el robo del siglo" y la definitiva, en 1999 por "You'll be in my heart", de "Tarzán", con la que por fin obtuvo la estatuilla. No obstante me quedo con "Another day in paradise", un tema excelente que habla de una joven drogadicta.


12 de marzo de 2011

Japón tiembla

Ayer nos despertamos con otra noticia de catástrofes, de esas que mueven a pensar, que te hacen caer en lo indefensos que estamos ante las fuerzas de la naturaleza; y es que las personas deberíamos recapacitar acerca de ese endiosamiento injustificado en el que vivimos, pensando que lo hemos llegado a dominar todo, cuando nunca conseguiremos domeñar determinados fenómenos naturales y, en cualquier caso, tenemos cada uno los días contados. Esta vez le ha tocado a Japón, un país que ha llegado al máximo en avances tecnológicos y que se ha visto sorprendido por un terremoto cercano a los 9 puntos en la escala de Richter, suceso que viene agravado por el tsunami provocado por el mismo que mantiene en alerta a todo el Pacífico. La verdad es que pone la piel de gallina -los pelos como escarpias diría el mundo hortera- al pensar en ciudades imponentes como Tokyo u Osaka temblando a impulsos de un movimiento imparable, o imaginar la inmensidad del Océano Pacífico con olas superiores a los 100 metros de altura, algo que estremece sólo de pensarlo.

Evidentemente, el tratarse de un país en la punta de la civilización como es Japón, supone necesariamente cierto control de los efectos devastadores de un evento de esta naturaleza: los edificios están bien construídos, con material adecuado, y las medidas de prevención y seguridad serán máximas: -¡no afinan poco estos nipones!-, algo que vuelve a poner sobre el tapete la existencia de dos mundos entre los que existe una desproporción sangrante, no hay más que recordar el aún reciente terremoto de Haití. En cualquier caso, Japón vuelve a enfrentarse con un acontecimiento inesperado y dramático; ya se empieza a hablar de cálculos que apuntan a que el crecimiento del país se podría reducir al 2% este año frente al 3,3%calculado por el Banco Central, aunque todos los daños y perjuicios que tengan una mera dimensión dineraria no deberían tener tanta importancia en comparación con la tragedia humana que viven hoy y ahora el el país del sol naciente.

La verdad es que el terremoto de Japón me ha impresionado, conforme se iban conociendo los datos y las circunstancias he ido confirmando que estábamos ante una tragedia de las que se cuentan al cabo de los años ... tal vez de los siglos. Y en cierta manera, a la vez que he sentido la necesidad de rezar por los japoneses, he notado cierta tranquilidad de que el egoísmo que tal vez se acumula con el cumplir años no me ha llevado a la indiferencia, me consuela sentir el dolor ajeno y lejano, me ayuda a hacerme más humano.