23 de febrero de 2018

Muere un genio


Ayer nos despertamos con una novedad triste e inesperada, el fallecimiento, víctima de un cáncer de páncreas, de Antonio Fraguas "Forges", ese maravilloso dibujante que nos ha llenado de sonrisas desde hace tantos años. La noticia de la muerte de Forges trae a mi memoria un hecho que supuso un shock para los niños de mi generación -y de bastantes más- cuando una fría tarde de diciembre de 1966 el telediario anunciaba el fallecimiento de Walt Disney, alguien que los infantes de la época pensábamos poco menos que no iba a desaparecer nunca. Recuerdo perfectamente mi reacción de sorpresa, incredulidad y tristeza y los comentarios de absoluta consternación que corrían al día siguiente  en el interior del autobus que nos llevaba al colegio .

A su manera, Forges fue también un dibujante inmortal. Desde que Forges comenzara su andadura en diarios como "Pueblo" e "Informaciones", y de manera especial  a partir de la Transición, con sus viñetas de las revistas "Hermano Lobo", "Por favor", ... muchos han sido los humoristas que han tenido sus momentos de gloria, pero pocos han mantenido el nivel durante 50 años como Antonio Fraguas, entre otras cosas porque éste era distinto, especial, ... el mejor. Y durante décadas ha sido cita obligada de cada día con su viñeta en "El País", un chiste que nunca decepcionaba.

No es preciso que me extienda, fundamentalmente porque en la red y en la prensa escrita encontramos estos días homenajes tan maravillosos como merecidos a Forges. Me basta con decir que fue un hombre que siempre daba en el clavo, con un humor agudo, inteligente, constructivo y que, aunque a veces pudiera darte en tu propia diana, era tan elegante y atinado que su crítica se convertía en algo enriquecedor.

Nos acordaremos de Romerales, el Blasillo, las viejas que caminaban juntas, los toros con cuernos redondeados, las frases acertadas, los camareros con salsa, los matrimonios maduros, ... tantas sonrisas que no eran fruto de la chanza fácil o basta, de la mala uva, sino de la cultura, la sabiduría y la capacidad de analizar situaciones perosnas, instituciones ...

Descanse en paz Antonio Fraguas "Forges", una de esa personas que cuando se van sientes que se marcha alguien cercano, un hombre que deja un hueco.


15 de febrero de 2018

Falleció el "gallego sabio"


El lunes, 13 de febrero, falleció a los 88 años Luis Cid "Carriega", quien durante cuatro temporadas  (1972-1976) entrenó al Real Zaragoza. Como jugador no pasó de segunda división -Racing de Ferrol, Real Oviedo, Burgos, Cartagena, ...-, pero como mister su trayectoria fue brillante y, además del Zaragoza, llevó las riendas del Sporting, Sevilla, Betis, Atlético de Madrid, Elche y Celta, entre otros.

El primer equipo donde lució como estrenador Carriega, nacido en la localidad orensana de Allariz, fue en el Sporting. Los del "Molinón" llevaban muchos años en la división de plata, y con el gallego consiguieron el ascenso en hunio de 1970. Era un Sporting lleno de asturianos, casi todos jóvenes y con buen toque de balón. En el Sporting de Carriega, que fue el embrión del gran equipo que estuvo cerca de ganar la Liga a comienzos de los 80, destacaban futbolistas como el meta Castro, el defensa José Manuel, un líbero de vieja escuela que sacaba el balón controlado desde la defensa como nadie, el interior Valdés, un zurdo con clase por arrobas, los extremos Lavandera y Churruca, que ficharía años después por el Athletic y, por encima de todos, el ariete Quini, una institución en Gijón e historia pura en el fútbol español.

El Zaragoza fichó a Carriega tras terminar la temporada 1971-72, en la que a las órdenes de Rafa Iriondo había logrado regresar a primera tras el dramático descenso del año anterior. Iriondo se fue a la Real Sociedad y la directiva de Zalba optó por un técnico joven y prometedor para construir el nuevo proyecto en la máxima categoría. El trabajo de Carriega en Zaragoza fue un éxito y sus logros aún se recuerdan por estos lares. El primer año supo fabricar un equipo serio y sólido en el que mezclaba futbolistas veteranos como Villanova, Rico Manolo González, Violeta, Luis Costa y Ocampos con otros que fueron creciendo con él, especialmente en el centro del campo: Planas, García Castany, Molinos, Duñabeitia, ... a los que había que añadir jugadores de club como Royo, Lacruz, Nieves o Ruiz Igartua y dos extremos velocísimos: Rubial y Leirós que traen a la memoria actuaciones excelentes basadas en el hoy aparcado juego por las bandas. El Zaragoza terminó en octava posición, no pasó nunca apuros  e hizo disfrutar a sus aficionados.

El gran momento del Zaragoza de Carriega se vivió los dos años siguientes, dos temporadas (1973-74 y 1974-75) cuando a los jugadores citados se sumaron tres fichajes de postín: por encima de todos el de "Nino" Arrúa, indiscutible estrella del equipo de los "Zaraguayos", así como el de su paisano Carlos "Lobo" Diarte, una joya que comenzó a pulir el gallego y el uruguayo "Cacho" Blanco, un defensa con buena técnica e internacional por su país. Con el añadido de fichajes acertados como Pepe González, Soto y Simarro, el Zaragoza cerró dos temporadas extraordinarias en las que no perdió un solo encuentro en casa, consiguió el tercer puesto y el subcampeonato -hazaña nunca lograda antes ni después- y practicó un fútbol brillante que hizo recordar a la mítica época de los "Magníficos" que por entonces parecía algo irrepetible. El Zaragoza jugó en Europa y por "La Romareda" pasaron equipos como el Vitoria de Setúbal, Grashoppers, Borussia de Moenchengladbach, ... amen del inolvidable encuentro amistoso contra el Santos de Pelé.

La última temporada de mister fallecido en Zaragoza fue la más floja. La gravísima lesión de Javier Planas en pretemporada, la operación de Arrúa y el poco acierto en los fichajes provocaron un año difícil, coqueteando con los últimos puestos, aunque al final el equipo salió adelante y culminó el ejercicio jugando la Final de Copa ante el Atlético de Madrid, donde se perdió por la mínima y con alguna ayuda arbitral a los colchoneros.

Luis Cid "Carriega" dejó en la capital aragonesa el recuerdo de un hombre trabajador, buen porfesional, honesto y de trato agradable. Muchos de los zaragocistas de hoy forjamos nuestra afición, en esos domingos de fútbol de la esquina de infantil, viendo al Zaragoza que dirigía este gallego sabio que supo sacar lo mejor de una serie de jugadores que le deben un nombre escrito con letras de oro en la espléndida historia zaragocista. Descanse en paz.


6 de febrero de 2018

Nuestra alfombra roja


El pasado sábado tuvo lugar en Madrid la ceremonia de entrega de los "Premios Goya", algo así como la versión española de la gala de los Oscar de Hollywood. Cada año hay notable expectación ante tal evento, no solamente por el propio interés que tiene en sí mismo el cine, sino porque cada gala suele andar rodeada de argumentos y montajes que crean expectativas y expectaciones curiosas. Los "Goya" tienden a ir acompañados de posturas reivindicativas, auras determinadas y cierta tendencia a buscar no se si polémicas o corrientes de opinión.

Esta vez el hilo argumental de la organización se centraba en reivindicar la igualdad de la mujer, parece que con el refuerzo del célebre "Me too" fomentado y defendido en USA, Me parecen argumentos legitimos y respetables, y no dudo de que estamos ante un camino en el que todavía queda recorrido. Cabe añadir el éxito de una película de la que solamente he escuchado maravillas ("La librería", de Isabel Coixet, basada en una maravillosa novela de Penélope Fitzgerald) y otra al parecer no le va a la zaga ("Handia", con 10 estatuillas que parecen garantizar calidad) y el mérito reconocido unanimemente de los actores premiados.

No vi la entrega de premios, pero por lo oído, visto y concluido, también me ha parecido observar en algunas poses e intervenciones bastante de artificial, no poca sofisticación ausente de naturalidad y cierta tendencia a los comentarios "políticamente correctos". Intuyo como un miedo a salirse del guión, un recelo ante posibles nuevas formas de censura, ... Tal vez no estaría de más que alguno se bajara -un poquito- de su pequeño y particular podio de superioridad moral.


1 de febrero de 2018

Los primeros libros del 2018


En enero he mantenido mi ritmo de siete libros mensuales, sin que en esta ocasión tenga duda alguna de cual ha sido el libro que más me ha gustado: "El fin de la soledad", una novela de matrícula de honor. El resto ha tenido bastante de satisfacción de curiosidad, con mención especial al ensayo de Mendoza y a la novela de Bentley a la que han quitado con acierto las telarañas.

Como es lógico y comprensible, mis primeras lecturas de este año tuvieron su comienzo en el último mes del anterior. Es el caso de "El fin de la soledad", novela con la que el alemán Benedict Wells obtuvo el Premio de Literatura de la Unión Europea en 2016. Una  muy laudatoria crónica de "Babelia", el haber sido record de ventas en su país y la calificación del libro como una conmovedora historia de amor a la vida, me ocasionaron cierta ansiedad por leerla y aproveché la primera oportunidad de alquilarla en la Biblioteca de la zaragozana calle del Doctor Cerrada. Desde que comencé a leerla me dí cuenta de que era una gran novela, bien escrita y con un argumento sólido y creíble. Esta buena impresión pasó su crisis con alguna pequeña fase algo lenta y ante la intensidad dramática  de lo que ocurría allí, pero enseguida recuperé el entusiasmo. La situación del protagonista, cuya vida y la de sus dos hermanos sufre un giro radical al morir sus padres en un accidente de tráfico, me recuerda algo a la de los protagonistas de dos novelas formidables: "La ciudadela", de A.J. Cronin y "La sombra del ciprés es alargada", de Miguel Delibes, pues en los tres casos la muerte asoma como el obstáculo permanente a la felicidad del personaje. Conforme se acercaba el final del relato se afianzó mi convicción de haber leído una excelente obra, con un desenlace lleno de emotividad y belleza.

El problema conocido como el del "Procés" lleva tiempo establecido como tema central de discusiones, preocupaciones, elucubraciones, etc. Por eso me pareció interesante calibrar las ideas que al respecto tiene alguien como Eduardo Mendoza: el escritor  es catalán, anda alejado de cualquier radicalidad en uno u otro sentido, parece bastante sensato e inteligente y, por encima de todo, un hombre que escribe de maravilla. "Seix Barral" publicó recientemente "Qué está pasando en Cataluña", un brevísimo ensayo del escritor barcelonés en el que más que darnos una versión sobre el problema, realiza una serie de valoraciones socio-culturales e históricas para intentar explicar el origen de los problemas. Ante todo, me ha parecido un libro excelente, con la chispa, el acierto y el buen hacer literario habitual en Mendoza. Por otra parte, el escritor va reflejando unas ideas llenas de sentido a la vez que realiza un análisis interesante e inteligente. Su problema, en mi opinión, es que su diagnóstico no entra en la nómina de las posturas apasionadas, además de no decantarse por bando alguno, algo que añade valor e interés a su trabajo, pero con el que se arriesga a ser acusado de equidistante y de no "mojarse". Yo me quedo con el excelente regusto de una pequeña obra magníficamente trabajada.

En ese discreto y modesto recorrido que vengo realizando últimamente por diversos autores aragoneses, encontré un hueco para Ismael Grasa, escritor oscense bien considerado entre los contemporáneos de las letras aragonesas. Sentía curiosidad por leer "Una ilusión", un breve texto de recuerdos publicado hace unos dos años y que encontré en la Biblioteca Pública. Como ya he dicho, pienso que en este caso cabe hablar más de "recuerdos" que de "memorias", entre otras cosas porque Grasa anda próximo a los 50 años, edad en la que todavía no es momento de lo segundo, además de que no me ha parecido que en el texto se intentara reflejar una relación exhaustiva de sucedidos. Ismael Grasa nos habla de su época estudiantil en Huesca, Pamplona y Madrid y su interesante experiencia vital en China, lugares donde se forjó su carrera literaria y su vinculación con el mundo de la cultura. Me han parecido gratos e interesantes sus recuerdos familiares, su visión del mundo rural reflejada en los veranos pasados en el pueblo de su madre y sus recuerdos de otros autores aragoneses, entre otros los ya fallecidos Javier Tomeo y Félix Romeo. Un libro agradable de leer, ausente de elementos de tensión y que invita a hacerse con alguna novela de ficción del autor ... y también con "Ropa tendida", escrito por su pareja, Eva Puyó y citada en el libro.

Aixa de la Cruz es una joven escritora bilbaína , que podríamos incluir entre esa nueva generación de mujeres que destacan en el panorama literario español. Me llamó la atención en su día "La línea del frente", un relato que trata el tema tan recurrente en los últimos tiempos de las secuelas del terrorismo de ETA. No hay más que comprobar el éxito de "Patria", aunque en esta ocasión estamos ante una novela mucho más breve y, podríamos decir, más intimista. La protagonista es Sofía, una joven vasca de buena familia que tras romper con su pareja en Barcelona se instala en Laredo con el único fin de estar cerca de un antiguo novio, preso en "El Dueso" por sus vinculaciones con la banda terrorista. La autora escribe bien, sin lugar a dudas, aunque con ese estilo que a veces no termine de conseguir que me entere del mensaje. La novela alterna tres tipos de narración: la de la protagonista en primera persona, que se suele retroatraer a su vieja relación con quien ahora cumple condena, unos breves relatos de un supuesto escritor argentino que habla acerca de un escritor vasco exiliado en ese país y los diálogos de Sofía con su ex novio en la cárcel de Santoña reflejados a modo de teatro. Tal vez ha sido esta triple dimensión la que ha hecho que me haya costado la lectura. Novela curiosa y un tanto pesimista.

En ocasiones hay libros que eliges más por curiosidad que por otra cosa. Puede ser el caso de "Alcohol y literatura", un ensayo del aragonés Javier Barreiro en el que   desarrolla la llamativa relación que existe con frecuencia entre la capacidad literaria y la afición a la bebida. Barreiro nos ofrece una larga relación de escritores célebres y brillantes que, en mayor o menor medida, tenían en común la afición al "frasco".  El autor nos ofrece sus datos y anécdotas perfectamente clasificados y convirtiendo su relato, que tiene su algo de transgresor e irreverente, en un estudio ameno e interesante. Así entramos en el mundo de los británicos, los norteamericanos, la novela negra, etc, etc, apareciendo nombres tan variados y conspicuos como Scott Fitzgerald, Dámaso Alonso, Baudelaire, Poe, Cheever o Virginia Woolf, entre muchos otros. Los dos últimos capítulos contienen un catálogo sobre diferentes establecimientos del "ramo" de la Zaragoza de los últimos 50 años, que resulta especialmente atractivo para quienes somos de aquí y una nómina de anécdotas de todo tipo y variedad. Un libro entretenido, aunque tal vez la isnsistencia sobre el tema pueda llegar a cansar en algún momento.

A pesar de venir escuchando desde hace bastantes años grandes alabanzas de Claudio Magris -en el caso de "El Danubio" el prestigio se prolonga décadas-  no había leído todavía ninguna obra suya, a pesar de haber publicado ensayos tan interesantes y exitosos como el citado, "Microcosmos", "El infinito viajar", "Utopía y desencanto", "Así que uested comprenderá"  o "No ha lugar a proceder".. He aprovechado tener a mano uno de esos pequeños cuadernos con tapas de colores que saca "Anagrama" para comenzar a leer a este notable escritor italiano. El ensayo se titula "El secreto y no" y más que de un libro, cabe hablar de un artículo grande, pues ni siquiera llega a las 50 páginas. En dicha "obrita" Magris elucubra en torno a los secretos, haciéndolo en las diversas acepciones de la palabra y en las diferentes situaciones y circunstancias en las que cabe aplicar el concepto. Son interesantes las disquisiciones del escritor de Trieste, un hombre notoriamente culto y equilibrado, si bien la ya referida extensión de su trabajo no da para muchas ni grandes conclusiones. Un texto entretenido y a la vez elevado para pasar un rato tranquilo. Y un incentivo para decidir de una vez comenzar la lectura de libros más extensos y "sesudos" de Claudio Magris.

Había oído hablar muy bien de E.C. Bentley. un autor de novela de intriga londinense que vivió entre la segunda mitad del siglo XIX y la primera del pasado -falleció en 1956-. A esto se añadía cierta añoranza de esas viejas novelas policíacas británicas de ambientes nobles y ritmo sosegado a cuyo éxito contribuyó tanto Agatha Christie, sin que andaran muy lejos P.D. James o Ruth Rendell, entre otras. Por esta razón aproveché la reedición por la prestigiosa editorial "Siruela" de su novela "El último caso de Philip Trent", una intriga protagonizada por el personaje que da nombre al título quien, curiosamente, no es policía ni detective sino un pintor y colaborador ocasional del periódico "Record" con afición e instinto investigador. Se trata de una novela bien escrita, que se lee con agrado, sin excesiva sangre y en las que es más importante poner la atención en la forma de esclarecerse el crimen que en la identificación de su autor. Como bien dice el autor del magnífico blog dedicado a la materia, "Mis detectives favoritos", estamos ante una de esas viejas novelas policíacas que ha envejecido bien, que "no huele a naftalina". Eso sí, que nadie espere grandes complejidades ni llamativas sorpresas de última hora.