30 de abril de 2010

En la muerte de Alberto Vitoria

Ya se que a la mayoría de quienes tienen el detalle y la paciencia de leer habitualmente este blog el nombre de Alberto Vitoria les dirá bien poco; quienes sean "futboleros" y peinen ya algunas canas recordarán que fue un prometedor jugador del Real Madrid de los años setenta que encontró su mejor momento cuando el equipo de Concha Espina era dirigido por ese magnífico míster yugoslavo con pinta de sargento de hierro llamado Miljan Miljanic. Para mí, zaragocista en crisis permanente desde hace casi tres años, Alberto Vitoria fue uno más, de los primeros que conocí, de tantos jugadores de la tierra -él era de Ágreda (Soria), pero se formó en la cantera del colegio de El Salvador de la capital maña- que pudieron haber dado tardes de gloria al equipo del escudo del león, pero tuvieron que emigrar a otros lugares para poder cumplir su aspiración de jugar en Primera División. Vitoria llegó a Zaragoza con 12 años y pronto destacó en el formidable equipo que por los años 70 y 71 tenían los Jesuitas de Zaragoza, al mando de ese técnico fuera de serie que era Máximo Espatolero.

Recuerdo que corría el mes de febrero de 1972 cuando escuché por vez primera hablar de él: tras jugar un partido de la Liga escolar -mi equipo era muy flojo y el menda tan sólo un jugador únicamente animoso- nos ofrecieron unas entradas para un encuentro que jugaba en el viejo estadio de Torrero la selección juvenil aragonesa; me hice con una de ellas y pude ver lo bien que jugaba, entonces por el extremo izquierda, un jugador con melena y ciertos aires de "chico malo". Enseguida su nombre saltó a la prensa local cuando fue fichado, con solamente 16 años, por el Real Madrid, equipo al que le acompañó otra joya de la misma casa, Juan José Camacho Barrachina, un ariete fino y goleador, padre del actual medio centro del Atlético de Madrid y de una de las figuras del Huesca que tan buen papel está haciendo en 2ª división. Vitoria no era muy alto, pero tenía una planta atlética y acabó jugando como interior, siendo el típico jugador que abarca mucho campo, dotado de una buena técnica y que destacaba por su absoluta falta de timidez para tirar a puerta, pues tenía un disparo seco y duro espectacular. El equipo merengue tenía un eficacísimo ojeador en la capital maña que se llamaba Alberto Ansodi.

Se reproducía el problema de siempre, el Zaragoza no paraba de fichar sudamericanos mediocres -y alguno excepcional, todo hay que decirlo- y medianías nacionales, mientras a jugadores como los citados, Aragonés, Tosao, Blasco, Nasarre, Sampedro, ... y otras promesas de la época no se les daba ni la oportunidad de demostrar si valían para ésto de darle patadas al balón. Una prueba de todo ello fue que el propio Camacho fue al año siguiente repescado por el Zaragoza, presentado como la gran promesa del futuro y tras destacar sobremanera tanto en el filial como en el Huesca, donde jugó cedido, solamente llegó a jugar un partido con el primer equipo. Esta historia lleva casi 40 años repitiéndose por estas tierras cainitas y nombres como Cornago, Antonio Tejero, Víctor Segura, Íñigo, Alvaro Rubio, García Granero, Chechu Dorado y muchos otros se han quedado con las ganas de demostrar sus condiciones en el primer equipo de La Romareda.

En la "Casa Blanca" se dieron cuenta enseguida de la clase de Vitoria y, tras una temporada (1973-74) nefasta en la que el Barça de Johan Cruyff les humilló con el famoso 0-5 en el Bernabeu y fue cesado Miguel Muñoz tras 14 años al frente del equipo, los merengues ficharon al citado Miljanic, un hombre valiente, que como con el tiempo harían en el Zaragoza sus paisanos Vujadin Boskov y Radomir Antic, no tuvo problemas en contar con gente joven y le dio a Vitoria la oportunidad de llegar al primer equipo, donde alternó con nombres legendarios como Pirri, Amancio y Velázquez, jugadores emergentes como el meta Miguel Angel, José Antonio Camacho, Goyo Benito y Santillana y figuras mundiales como los alemanes Gunther Netzer y Paul Breitner. De esa misma temporada, en el que el Madrid logró el doblete, tengo el recuerdo de la Final de Copa, que enfrentó a los dos equipos de la capital de España el 5 de julio de 1975; el partido, aunque terminó con empate sin goles, fue de los más bellos que recuerdo, con fútbol ofensivo y jugadas brillantes; Vitoria, a quien Miljanic había bajado a medio campo, jugó de titular, estrelló un balón en el larguero y cuajó un gran encuentro. Al final se impusieron los madridistas a los penaltis.

Las lesiones impidieron que la carrera de Vitoria llegara aún más lejos, y el jugador, que formó parte de la selección española de fútbol en los Juegos Olímpicos de Montreal y había sido internacional en todas las categorías inferiores, no llegó a debutar con la selección absoluta pese a haber sido pre-seleccionado en alguna ocasión por Ladislao Kubala. Vitoria jugó con el Burgos, también en 1ª, y en la división de plata con Granada y Rayo Vallecano, donde también rindió a satisfacción. El nombre de Alberto Vitoria quedará siempre en letras de oro por haber formado parte activa de un Real Madrid donde jugó cinco temporadas y con el que ganó cuatro títulos de Liga y uno de Copa.

El pasado lunes, 26 de abril, Alberto Vitoria fallecía repentinamente en Zaragoza víctima de un infarto de miocardio a la edad de 54 años, cuando todavía le quedaba mucho por dar a su familia y amigos; sirvan estas líneas de homenaje a un fuutbolista formado en Aragón que llegó muy alto y de estímulo para que alguna vez los dirigentes del primer equipo de fútbol de Aragón sean más valientes a la hora de jugársela con las jóvenes promesas de la cantera.

De pié: Rubiñán, Benito, Miguel Angel, Camacho, Breitner y Pirri.

Agachados: Aguilar, Vitoria, Santillana, Macanás y Netzer.



29 de abril de 2010

Antes las norias eran inofensivas



A los de mi generación -y a los de alguna más- cuando se nos habla de la noria nos representamos inmediatamente una de las más representativas atracciones que uno podía encontrarse en el recinto ferial de su localidad de residencia; la noria ha sido siempre símbolo de diversión sana y estimulante, e incluso ha ambientado más de una película famosa -vgr. "El tercer hombre"-. Hoy en día este significado ha pasado a segundo plano, y el término noria tiene mucho que ver con la polémica y el escándalo. Estos últimos días he curioseado por varios enlaces donde se reproducían momentos determinados del programa de Tele-5 que presenta Jordi González; la verdad es que no lo he visto nunca íntegro, solamente ratos muy parciales, ni sigo otros similares de las diferentes cadenas de televisión, pero me parece que en esta ocasión no andaré muy errado si caigo en la generalización.

Es posible que me falten datos, o perspectiva o haber visto más veces el programa, pero con lo que he presenciado me basta para confirmar que estamos ante un espacio donde impera la manipulación, la sal gorda, las medias verdades y el mal gusto; que personajes como Jimmy Giménezx Arnau, María Antonia Iglesias, Karmele Marchante, Mila Ximénez, Miguel Angel Rodríguez o Enric Sopena sean los que marquen el ritmo del programa y se conviertan en fuentes de creación de opinión pública dice muy poco del nivel cultural de nuestro país, y del sentido común añadiría yo.

En las encuestas sobre los programas más vistos suelen aparecer los informativos y documentales a la cabeza del ranking, pero tengo la impresión de que a la hora de la verdad hay quien disimula su voto y si este tipo de bodrios permanecen en pantalla es, sin ninguna duda, porque resultan rentables. Y, al menos a mí, me parece una pena.

Viendo y escuchando a todo ese "paisanaje" uno se pregunta si de verdad nos merecemos ésto, y lo peor de todo es que a la vez se plantea que es posible que la respuesta a tal pregunta sea afirmativa ... nos lo merecemos porque nos conformamos con tanta basura, porque nos faltan arrestos para cortar con la curiosidad y el morbo, para buscar alternativas bien al programa, bien a la propia "caja tonta", porque nos hemos acomodado a lo fácil, a lo sencillo, a lo que no nos hace pensar.

Y repito, así anda buena parte de la ciudadanía, pensando que sabe de todo cuando no tiene ni idea, o, en todo caso, sólo sabe lo que le han querido contar ... en versión chusca.




28 de abril de 2010

Santa María del Mar



A la hora de hablar de la iglesia de Santa María del Mar de Barcelona no se si destacar, sencillamente, su belleza, o poner el acento en la sobriedad, algo que en este caso no hace sino incrementar su hermosura o hacer un canto a la paz interior que uno siente cuando pasea por sus naves, cuando contempla su bóveda, su ábside, ... todos y cada uno de los elementos con los que sus arquitectos construyeron esta maravilla. En Santa María del Mar es fundamental la luz; los ventanales y los óculos facilitan su entrada y otorgan al interior de la iglesia una luminosidad impactante, que te traslada literalmente a la gloria.

Santa María del Mar es una joya del gótico, pero, además, tiene algo especial, un plus de belleza que viene dado, en opinión de un completo inexperto como yo, por un lado de la grandiosidad del edificio, algo que impone e impresiona y, por otro y como ya he indicado antes, de la austeridad; quienes construyeron esta magnífica iglesia sumaron al trabajo hecho a la perfección, una sobriedad que aporta un mayor sentido de lo espiritual, que ayuda a tocar directamente lo trascendente cuando uno entra en su interior. Santa María del Mar necesita del silencio para ser contemplada mejor, ese silencio que transporta a otras épocas y, sobre todo, a otros estadios más elevados y que muchos llamamos simplemente oración.

He hablado de austeridad, pero ésta no impide que también podamos hablar de majestuosidad, porque la iglesia posee la grandeza de la belleza, de la perfección en su elaboración y de la presencia casi palpable por los sentidos de Dios, quien necesariamente tuvo que inspirar directa y decisivamente la construcción de esta maravilla.



27 de abril de 2010

"Los bravos", Jesús Fernández Santos















La acción de "Los bravos" se sitúa en un pueblecito leonés en la frontera de Asturias, un pueblo de doce vecinos -esto es, unas sesenta personas- al que llega un joven médico. En el pueblo se trabaja muy duro y los beneficios son escasos.

Una de las épocas donde se acentuó mi afición a leer fue la del servicio militar; a la realidad de tener tiempo para hacerlo se añadió haber conocido a personas cuyos conocimientos sobre literatura supusieron un incentivo para leer más y mejor. Entre otros recuerdo a un sargento de IMEC originario de Morella (Castellón) que se había pasado buena parte de los veranos de su vida entrando y saliendo de la biblioteca de su pueblo; sabía muchísimo de libros y fue el quien me dijo que las tres obras claves del realismo social tan en boga en los escritores españoles de posguerra fueron "El Jarama", de Rafael Sánchez Ferlosio, "Tiempo de silencio", de Luis Marín Santos y "Los bravos", de Jesús Fernández Santos". Evidentemente no es ésta más que una opinión más, pero una vez leídos los tres no tengo duda alguna de que estamos ante tres magníficas novelas.

"El autor ha querido hacerse mudo, frente al sagrado mutismo del pueblo que nos revela; se ha colocado detrás de él y lo ha dejado expresarse", esta frase de Sánchez Ferlosio sobre "Los bravos" resulta elocuente respecto a este magnífico libro de un autor en gran parte olvidado. Fernández Santos, que falleció en 1988 a los 62 años, ganó en su día los premios "Nadal" -"Libro de las memorias de las cosas" (1971)- y Planeta -"Jaque a la dama" (1982)-, así como en dos ocasiones el de la Crítica -"Cabeza rapada" (1958) y "El hombre de los santos" (1969)- y el Nacional de Literatura -"Extramuros (1978)- e inició con "Los bravos" la novela de crítica social en España; el libro reune en su interior ese conjunto de características propias del realismo en España, temas basados en los problemas sociales –sobre todo los rurales-, un estilo de lenguaje sencillo y una técnica sin mayores artificios, el interés de apartarse de los problemas individuales y ubicarse en torno a las crónicas colectivas y, por supuesto, recuperar el tema de la guerra para examinar la forma en que influye en la sociedad y en las relaciones entre los individuos.

El autor era leonés, y allí desarrolla la trama de la novela, en un pueblo inspirado en Cerelleda, la villa donde vivió muchos años, un lugar olvidado entre las montañas, de suerte que la pesca ilegal, el contrabando, los viajantes estafadores, etcétera, sean elementos constituyentes de su cotidianeidad. Y es allí donde Fernández Santos sitúa a los bravos, término con el que designa el carácter de aquellos individuos que tienen coraje, que son indóciles y, además, incultos y envilecidos. El escritor define el lugar como “pequeño pueblo, sin iglesia, sin cura y sin riqueza” y escogió una acertada cita de Wassermann como epígrafe para su libro: “El destino de un pueblo es como el destino de un hombre. Su carácter es su destino”.

Fernández Santos nos muestra las vidas de hasta 50 personajes cuyas vidas se ven alteradas por al llegada al pueblo de dos forasteros: un médico y un viajante; Don Prudencio, anciano que salió bien librado de la guerra y es el hombre de mas dinero, muchos de los otros habitantes le han pedido préstamos para sostener sus cosechas y han terminado endeudándose; Socorro, su amante, mucho más joven que él; Pilar, una gorda inútil y usurera que manda a traer de afuera los mejores vinos; el resto apenas son hombres repetidos, se ganan la vida trabajando de lunes a domingo, cultivan la tierra o crían ganado, pero también pescan en sitios prohibidos, llevan contrabando, o viven con la expectativa de escaparse a la ciudad.

Mucho más importante que el argumento es la descripción, el dibujo del mundo donde se desarrollan los acontecimientos. Es completo porque no sólo alcanza a los personajes, sino también a los espacios, a elementos que parecen no tener ningún tipo de importancia en el devenir de la historia: la forma de una araña, el mugir de una vaca, etcétera, cosas que pueden verse como insustanciales porque no van a influir en el desarrollo de la situación y, que sin embargo, cumplen aquí un papel relevante en el sentido de recrear de una manera mucho más real el marco del acontecimiento:

“Desde el último cabrio del techo, una verde araña descendía, poco a poco con su seda. A cada paso se detenía para luego seguir haciendo crecer el hilo, lentamente, hacia el suelo. El soplo que surgía de la puerta le hacía inclinarse violentamente hasta casi tocar las paredes. El guardia se entretuvo viéndole crecer, y cuando llegó a su altura, chamuscó al animal con la brasa del cigarro” (Pág. 77)

“El pájaro volvió a cantar, agitó las alas mansamente y se lanzó al aire remontando el espacio frente a la iglesia. Cruzó sobre el corral; su sombra oscura bajo las estrellas se meció un instante frente a la casa de Pilar y, finalmente, pasando el río, fue a posarse en el tejado de Amador” (Pág. 116)


En "Los bravos" aparece vivo el recuerdo de la guerra civil; y, si bien la guerra fue para todos desastrosa, no se la piensa con un pesimismo exacerbado, sino más bien con una cierta nostalgia y con bastante resignación.

"- A mi padre y a mí nos pilló la guerra en el pueblo y en el pueblo nos quedamos. Cuando subí por primera vez, después, aún quedaban muertos por estos sitios. Ahí, sin ir más lejos –señaló a su espalda-, a la puerta del chozo, había tres que enterré yo.
Parecía extraño que aquellos parajes solos y mudos pudieran haber visto la guerra de que el pastor hablaba, el paso y la muerte de tantos hombres. Aquel silencio amarillo y susurrante no podía haber sido roto por una voz, un estruendo, un lamento; parecía tierra inmutable, indiferente, donde todas las cosas habrían de desaparecer irremisiblemente como la piedra, en polvo calcinado, sin dejar huella en su dormida nada" (Pág. 155)


Hay autores y libros que parece hayan quedado en el olvido, y uno de ellos puede ser Jesús Fernández Santos; "Los bravos" es su primera obra y vale la pena reivindicar su recuerdo, destacar su importancia en la historia de la narrativa española reciente y animar a leerla, pienso que a quien lo haga no le va a decpecionar.

http://www.elpais.com/articulo/narrativa/Volver/Jesus/Fernandez/Santos/elpepuculbab/20090221elpbabnar_6/Tes


26 de abril de 2010

La panadera de Vilanova i Geltrú



Allá por los años 1986 y 1987, cuando comenzaba a desempeñar mi trabajo profesional, tenía que acudir un par de veces a la semana a Vilanova y la Geltrú, localidad costera de la provincia de Barcelona que se encuentra a medio camino entre ésta y Tarragona. De Vilanova se puede hablar de muchas cosas, desde la célebre Bibiloteca-Museo "Víctor Balaguer", hasta el famoso restaurante "Can Peixarot", donde dicen se toman los mejores pescados y mariscos de la zona, pero he de confesar que no estuve ni en uno ni en otro, lo que dice poco de mi interés cultural de ese momento y algo más de mi sobriedad en dicha época. Mis recuerdos son mucho más rudimentarios, desde la estación del tren, del todo tradicional y típica de la España de la segunda mitad del siglo XX hasta unos Juzgados tan nuevos como arrasados de expedientes. En mi camino al trabajo, en la misma calle donde éste tenía su edificio, había dos establecimientos que han quedado aparcados en mi cabeza. Uno era un bar-restaurante llamado "La Llesca" donde se atendía formidablemente a los clientes y hacían honor a su rótulo, pues cabe recordar que en catalán una "llesca" es una rodaja grande de pan, generalmente tostado y con tomate, servida con los productos que uno desea -jamón, queso manchego, anchoas de L'Escala, ...-.

El otro lugar al que me refería era una panadería de esas viejas y tradicionales por la que pasaba cuando llegaba temprano desde la estación de ferrocarril para hacerme con un croissant, ensaimada o cualquier otro tipo de bollo o pasta a los que he sido tan aficionado y que han supuesto mi perdición. La tienda era amplia y según entrabas llegaba el olor reconfortante del pan recién hecho -que bucólico suena ésto, ¿verdad?-; generalmente no había nadie tras el mostrador y al ruido de la puerta aparecía una jovencísima panadera de la que solamente recuerdo que vestía una sencilla ropa de trabajo, no llevaba maquillaje alguno y a mí me parecía guapísima, una belleza limpia y serena que adornaba con una sonrisa deliciosa. Y entre las brumas de esa somnolencia matinal, pagaba y recogía mi vianda en un éxtasis puramente onírico, sin la más mínima cesión a cualquier tipo de pasiones.

A estas alturas de mi vida, transcurridos casi veinticinco años de esa etapa profesional, no recuerdo que la existencia de esa joven y bella empleada me produjera trauma alguno, es más aseguraría que el tiempo transcurrido y el recuerdo alentado ha podido darle más trascendencia a su figura, no porque haya exagerado su belleza, que en mi opinión era mucha, sino porque es posible que no la llegara a ver más de 3 o 4 veces, pero ¿por qué no vamos a mantener y alimentar las imágenes gratas de nuestra vida, aunque fueran pasajeras y ni siquiera llegué a saber el nombre de quien tenía aspecto tan brillante?.


25 de abril de 2010

"You've got a friend", Carole King (1972)



Carole King forma parte de ese sector de la música por el que un día pasé de puntillas y con el paso del tiempo, cuando los cantantes y grupos que formaban parte de él tal vez ya no estaban en su apogeo, he ido incorporando a mi baúl de preferencias; así ha ocurrido con solistas como Elton John, James Taylor o Eric Clapton, o con grupos como Queen o Kansas. Cuando estaba acabando el bachiller, allá por la primera mitad de los setenta, vi por diversos sitios muchos "vinilos" de esta cantante nacida nada menos que en Brooklyn, pero por aquél entonces mis gustos musicales eran, si cabe, menos depurados que hoy, además de andar demasiado pendiente del fútbol local y nacional.

Pero conforme he ido cumpliendo años he procurado desempolvar viejos nombres y ponerme al día de canciones que han acabado suponiendo un auténtico descubrimiento. Es el caso de Carole King, una cantante cuyo boom comenzó en 1971 con su disco "Tapestry", uno de los 15 LP más vendidos de la década de los setenta; "Tapestry" obtuvo el reconocimiento de la crítica y del público, siendo aclamado y considerado como uno de los álbumes que marcó el comienzo de la década y de toda una generación, el álbum ganó cuatro premios Grammy.

La propia "Tapestry", "So far away", "It's Too Late", "Where You Lead" y bastantes más podrían ser las elegidas para dar una idea de cómo canta Carole King, pero he optado por el capricho personal y he elegido la canción que más me gusta, que no se por cierto si coincidirá con la mejor, pues quienes sabes más que yo de música no coinciden frecuentemente con mis elecciones; una vez más seré tozudo y dejo su "You've Got a Friend".

Por cierto, una prueba de la calidad de Carole King es que sus canciones hayan sido versionadas por los mejores intérpretes del mundo, así la propia "You've Got a Friend" fue un exitazo cantada por James Taylor, mientras otros temas eran cantados por nombres del nivel de Roberta Flack, Donny Hathaway, Brabra Streisand, Bee Gees, Carpenters, Arteha Franklin, Celine Dion y Rod Stewart.


24 de abril de 2010

"El oro de Mackenna" (1969)

Sinopsis: Diecisiete hombres y cuatro mujeres, entre los que se encuentran soldados, desertores, comerciantes, caballeros, predicadores, jugadores, forajidos y aventureros, buscan en territorio indio una legendaria veta de oro que, según cuenta la tradición, está custodiada por el espíritu de la tribu Apache. Un bandido, de nombre Colorado, obliga a MacKenna, un sheriff que conoce el camino, a guiar al grupo hasta el tesoro. La codicia y rivalidad de los integrantes de la expedición provoca sangrientos enfrentamientos que se saldan con la muerte de varios hombres.

No parece que esté entre los grandes títulos de la historia del cine, pero en su día "El oro de Mackenna" constituyó un acontecimiento y recuerdo que la fui a ver con algún amigo al desaparecido "Cine Coliseo" de Zaragoza con toda le expectación del mundo, que además no resultó defraudada, pues se trata de la típica película de aventuras que no deja tiempo para el bostezo ni la indiferencia. Su director fue J. Lee Thompson, un británico que tenía en su curriculum dos excelentes películas: "Los cañones de Navarone" (1961) y "El cabo del terror" (1962), ambas, como ésta, con Gregory Peck en cabeza de cartel.

De entrada, la película presenta dos cuestiones que la hacen interesante; por un lado el marco en el que se desarrolla la acción es espectacular, los protagonistas se desplazan por eld esierto de Arizona y las imágenes del sol imponiendo sus reflejos sobre la arena, los desfiladeros, las montañas rocosas y los valles inmensos son sencillamente espectaculares; de otra parte está el tema central que da fuerza al argumento: la existencia de un lugar lleno de oro que provoca la codicia de prácticamente todos los personajes, con excepción del shreiff Mackenna y su guapa enamorada. Estamos ante una película de aventuras que se convierte en dramática por la ambición que corroe al hombre ante la posibilidad de una riqueza enorme e inmediata.

El duelo interpretativo, el típico binomio bueno/malo, enfrenta a Gregory Peck y Omar Shariff; Peck interpreta al sheriff Mackenna, un hombre justo, que desempeña con valor y rigor el pepel de sheriff en un pueblo del Oeste más salvaje y que tiene en su poder el palno que conduce a un valle cargado de oro, una suerte que acaba convirtiéndose en una desgracia. Es un papel que le viene como anillo al dedo al actor de San Diego, a la altura de sus actuaciones como Átticus Finch en "Matar a un ruiseñor" o James McKay en "Horizontes de grandeza", con aires tanto de bondadoso como de galán. Frente a él está Omar Shariff en el papel de "Colorado", un bandido mejicano con todos los atributos del "malo-malísimo"; la verdad es que al actor parece que le van más papeles comom los que le valieron sendos globos de oro en "Lawrence de Arabia" (1962) y "Doctor Zhivago" (1965) que el de bandolero agresivo, aunque cumple su bien su cometido; se dice que se optó por Shariff por ser entonces uno de los actores con más gancho en taquilla, pero la verdad es que en la piel del tal "Colorado" uno se hubiera imaginado más a Lee Van Cleef, Dennis Hopper o Ernest Borgnine.

Destaca sobremanera la presencia en el reparto de Telly Savalas, quien encarna a un frío y corrupto sargento federal que es capaz de todo para satisfacer su ansia de alcanzar el oro. Savalas, aunque sea mundialmente conocido como el Teniente "Kojak", tuvo excelentes actuaciones como secundario en películas del nivel de "El hombre de Alcatraz" (1962), "El cabo del terror"(1962), "La batalla de las Árdenas" (1965), "Doce del patíbulo" (1967) y "Los violentos de Kelly" (1970). El actor, de origen griego, siempre daba un toque particular a sus personajes, con esa mirada viva y de cierta malignidad y con la peculiariedad de su cabeza rapada. Desde luego, el papel que le corresponde en esta película parece hecho a su medida. Junto a él destaca otro "pérfido" tradicional, Eli Wallach, tanto que fue el "malo" elegido por Sergio Leone para actuar junto a Clint Eastwood, "el bueno" y Lee Van Cleef, "el feo".

Los papeles femeninos también responden al maniqueísmo de "buenas y malas"; el papel de Inga, la hija de un juez secuestrada junto a Mackenna, de quien anda enamorada, le corresponde a Camila Sparv, una actriz con un historial discreto y limitado, del que solamente cabe extraer "El descenso de la muerte" (1969), una película de esquiadores en la que trabaja junto a Robert Redford y Gene Hackman; mucho más llamativa es la presencia de Julie Newmar, de una belleza espectacular, que representa a Hesh-ke, la india apache que compite con Inga por el amor de Mackenna y que es capaz de todo por lograrlo. Newmar aparece como una mujer fría, casi una esfinge, pero aporta un toque espectacular de sensualidad al film. Esta actriz ya había destacado 15 años antes como una de las novias de "Siete novias para siete hermanos" (1954), haciéndose luego famosa por su rol de "Catwoman" en la serie de televisión "Batman".

El reparto se ve adornado por la presencia de unos cuantos actores con nombre en Hollywood: Lee J. Cobb, en el papel del Juez del lugar, Anthony Quayle, que también actuó con Thompson en "Los cañones de Navarone", como un aventurero que viaja acompañado de un joven de melena rubia y aires ambiguos, Edward G. Robinson, que hace de ciego, Burgess Meredith, el celebre embaucador de "Lo que piensan las mujeres" (1941), de Ernest Lubitsch, y a quien aquí le toca el rol de viejo chamarilero, Raymond Massey y Ted Cassidy, entre otros. No obstante, las intervenciones de todos ellos son breves, pues teniendo sus personajes el común denominador de su codicia ante la posibilidad de encontrar oro, todos ellos son liquidados enseguida por los apaches, otro de los elementos que dan colorido y emoción a la película.










Otro de los recuerdos imborrables de la película es el tema con el que se inicia, una canción magníficamente interpretada por José Feliciano que en la versión que ví en su estreno era cantada en español; el "Old Turkey Buzzard", el viejo buitre del cantante portorriquense queda como una leyenda.





23 de abril de 2010

Día del libro



Hace ya mucho tiempo que San Jorge ha sido declarado día del libro; de entrada, como el de la madre, el del padre o el de los enamorados no deja de ser sino un reclamo comercial más para hacernos rascar el bolsillo; en el caso de Cataluña se ha instaurado, además, la costumbre de la flor y así mientras las mujeres regalan una libro a los hombres, éstos corresponden con una rosa ... no se si permanece esta costumbre que suena a muy poco correcta políticamente, además de cierto tinte hortera.

Pero a quienes nos gusta la lectura, cualquier cosa relativa a los libros pasa por encima de todo, y un día en el que los libreros salen a la calle tiene que ser necesariamente un día grande, lleno de atractivos y con el libro, ese amigo, como protagonista. Y ya que hablamos de libro, tal vez ya va siendo hora de que en esta casa hagamos un homenaje al librero de verdad, es decir no a quien vende libros como podría hacerlo con manzanas, peines o maletas de viaje, sino al profesional que ama el libro, que disfruta vendiendo, que sabe distinguir el grano de la paja, que aconseja y valora lo que vende porque lo ha leído, y sabe además lo que necesita cada uno, sin restringir lecturas ni géneros, sin miradas estrechas y excluyentes. De la misma manera que uno necesita un médico o un peluquero de confianza, también es una suerte tener ese librero que no te va a fallar, que te ayuda a elegir entre tanta oferta y a discernir lo que de verdad vale la pena.

Un día como hoy vienen a la cabeza tantos títulos, y uno se plantea qué libro escogería si tuviera que hacer un regalo que no exigiera actualidad, y dudaría entre las joyas de Delibes ("El camino", "Cinco horas con Mario", "La hoja roja", ...), "La reina de las nieves" de Martín Gaite, "Los bravos", de Fernández Santos, los maravillosos cuentos de Aldecoa, ... o cualquiera de los libros estrella de esa generación irrepetible de posguerra: Martín Santos, Carmen Laforet, Ana María Matute, Sánchez Ferlosio, ....; también me plantearía acudir a un clásico de la literatura universal, como "El gatopardo", de Lampedussa, "Los novios", de Manzoni, "David Copperfield", de Dickens o "El conde de Montecristo", una de las obras maestras del gran Dumas.

Y regresando a España, empezando por supuesto con el "Quijote", soy capaz de encontrar libros que en su día me parecieron apasionantes, como cualquier episodio nacional de Galdós, o "Fortunata y Jacinta", o "El escándalo", una novela magistral de Pedro Antonio de Alarcón que me temo no sea lo suficientemente conocida, o las piezas de los clásicos, como los poemas de San Juan de la Cruz y Lope de Vega o las piezas teatrales de éste último, Calderón o Tirso, o, mucho más modernas, las deliciosas obras de Casona como "Nuestra Natacha" o "La dama del alba", las geniales de Jardiel Poncela, "Eloisa está debajo de un almendro", "Los ladrones somos gente honrada", ..., de Miguel Mihura, "Ninette y un señor de Murcia", "Tres sombreros de copa", ...-y, pienso que por encima de todos, la obra, verdaderamente maestra en su totalidad, de Antonio Buero Vallejo: "Historia de una escalera", "El concierto de San Ovidio", "El tragaluz", "Un soñador para un pueblo", ... Y podría seguir hablando de los artículos de Larra, las leyendas de Becquer, las novelas de ambientes concretos de Baroja, Torrente Ballester o Doña Emilia Pardo Bazán o la poesía de Antonio Machado, García Lorca, Pedro Salinas, Gerardo Diego, ...

Entre los autores de habla inglesa ya conocía a maestros como Morris West ("El abogado del diablo", "La salamandra", ...), Graham Greene ("El poder y la gloria", ...) y A.J. Cronin ("La ciudadela", "Las llaves del reino", ...), pero he ido descubriendo a Wallace Stenger, Paul Auster, Richard Ford, Richard Yates, John O'Hara, Scott Fitzgerald o Sinclair Lewis. Pero tampoco estaría mal regalar narraciones cortas, entre las que destacaría la edición recopilatoria de los de Stevenson que acaba de publicar Mondadori, las "Cinco novelas cortas" de Chejov que sacó hace un par de años la barcelonesa editorial Alba o cualquier edición de los cuentos de Roald Dahl, simplemente magistrales.

No puedo terminar sin dedicar unas líneas a la novela negra y policíaca, esa debilidad que todos conocen; podría hablar horas y horas, pero me he hecho el propósito de seleccionar un hit parade de diez, que son las primeras que me vienen a la cabeza de entre las que me han gustado, sin que quiera decir que son las mejores: "El halcón maltés", de Dashell Hammet, "El sueño eterno", de Raymond Chandler, "La quinta mujer", de Hening Mankell, "La forma del agua", de Andrea Camilleri, "El caso Saint Fiacre", de Georges Simenon, "Una cierta justicia", de P.D. James, "Las distintas guaridas de los hombres", de Susan Hill, "La promesa" de Harlan Coben, "Cuerpo a cuerpo", de Eugenio Fuentes y "La playa de los ahogados", de Domingo Villar.

Será hoy una nueva ocasión de pasear, ver libros, leer el resumen del dorso, desear comprar un buen número y, seguramente, regresar a casa con muchos títulos y propósitos de ahorro cumplidos o incumplidos.




22 de abril de 2010

Ayer falleció Juan Antonio Samaranch



Ayer, 21 de abril, falleció en Barcelona a la edad de 89 años Juan Antonio Samaranch, un español que legó donde pocos lo han hecho, pues fue presidente del Comité Olímpico Español. A Samaranch le recuerdo como el hombre que revitalizó el deporte español en los años 60, cuando estábamos en mantillas y andábamos viviendo a golpe de las hazañas de unos pocos nombres brillantes como Federico Martín Bahamontes, Manolo Santana, Francisco Goyoaga o Pepe Legrá; Samaranch era Delegado Nacional de Educación Física y Deportes, más o menos el cargo que ahora desempeña Jaime Lissavetsky, y vino a darle al mismo un aire nuevo, muy alejado de los clichés oficialistas, rancios e inmovilistas de la época. Iniciativas suyas fueron las campañas del "Contamos contigo" y "Vive deportivamente" y gracias a él se comenzó a contar algo en el panorama del deporte internacional.

Este catalán universal escaló mucho y rápido en el panorama deportivo internacional: los datos y las fechas abundarán por la prensa impresa y digital, pero recuerdo perfectamente como ya en las Olimpiadas de Múnich de 1972 era uno de los que llevaban la voz cantante durante las dramáticas jornadas del secuestro de la delegación israelita que acabó en tragedia. Ignoro como se puede llegar tan alto, pero por encima de influencias y habilidades a la hora de trepar, entiendo que solamente alguien con una gran capacidad de trabajo y una notable inteligencia es capaz de hacerlo, máxime cuando ese ascenso comenzó cuando en España aún existía un régimen no democrático y el país todavía andaba carente de fuerza en el panorama de la política occidental, incluyendo la deportiva.

La figura de Juan Antonio Samaranch siempre andará unida a los magníficos Juegos Olímpicos celebrados en Barcelona en el año 1992, un evento que fue un éxito internacional espectacular que quedó embellecido, si cabe, con una formidable actuación de los deportistas españoles, quienes consiguieron la friolera de 22 medallas, cifra que, ni de lejos, se había producido hasta entonces y, por desgracia, aún no se ha repetido. La imagen de Barcelona, Cataluña y España quedó engrandecida por esos juegos que, y no me extrañaría que sea algo que incluir en el haber de Samaranch, en ningún momento se convirtieron en ocasión de politizar y enarbolar "pendón" alguno, no hubo necesidad de colocar "caganer" en el Belén olímpico.

En una sociedad en la que a veces somos estrechos y retorcidos, no faltarán quienes impongan a este prohombre del deporte etiquetas negativas, pues ya se sabe que para algunos solamente se puede triunfar en la vida a base de trampas, enjuagues o puñaladas traperas, siempre habrá quien, aludiendo a tópicos tan remanidos y distintos como sus cargos durante el franquismo, una pretendida pertenencia a la trilateral o equivalentes o vete a saber que vinculaciones, pretenderá deslucir la figura de este hombre, a quien nunca conocí personalmente, cuya vida no conozco al dedillo, pero que no tengo duda alguna que dejó siempre en lugar muy alto el nombre de España, trabajó para mayor gloria de su país y supo representar a todos los españoles sin discriminación alguna.


21 de abril de 2010

Sonrisas de Huesca



Hace unos años, no muchos, escuché a una persona con ciertas responsabilidades públicas en Huesca contar una anécdota de sus tiempos escolares; al parecer, cuando estudiaba el bachiller en el Colegio San Viator de la capital oscense, recibió un premio a la buena conducta, en el trofeo que se le entregó figuraba una placa con el lema: "tu carácter nos ayuda a ser mejores". Puede parecer cursi y, por supuesto, muy de otra época, pero no pocas veces he pensado que bastan ciertas "suavidades" para ayudar al vecino.

Los productos de aseo -champú, gel de baño, desodorante, espuma de afeitar, ...- los suelo comprar en uno de esos establecimientos-franquicia que se han extendido por todas las capitales de España; el que suelo frecuentar en Huesca es a veces atendido por una jovencísima dependiente que tiene por hábito sonreirte de principio a fin, de una manera que en mi interior -por vez primera lo confieso en público- la he bautizado como "la sonrisa más bonita de Huesca". Y es que no es un gesto ni postizo, ni profesional ni mucho menos provocativo, es una sonrisa completamente natural, sincera, de esas que te llevan a confiar en la bondad de su dueño, en la nobleza de sus sentimientos. La misma sensación la tuve años antes con otra persona que también trabajaba detrás de un mostrador, despachando en este caso medicamentos; consiguió ella solita convertir en un placer una simple visita a la farmacia; ahora despacha en otra tienda y, por desgracia para mí, un género del que nunca compraré nada. Con el tiempo me enteré que su última época en aquel lugar andaba agobiada y con nervios, lo que convierte en más meritorio su carácter extremadamente cariñoso y simpático.

Casi todas las mañanas, cuando voy a trabajar, cruzan y saludan mi camino dos jóvenes sonrisas que también pasan parte del día al otro lado de la mesa de atención al público; una de ellas es una sonrisa tímida, tal vez marcada por el sueño, y la otra tiene algo más de complicidad, pero ambas poseen el denominador común de lo agradable, lo estimulante. Y también cara al público trabajan los dueños de dos establecimientos hosteleros de los que ya he hablado por estos lares; el uno está situado en la calle Villahermosa y la sonrisa de quien lo regenta es tan amplia como permanente, mientras que la del otro, cuyo bar se ubica en el Coso Alto, es más serena, casi diría que más profesional, pero igual de auténtica. Y lo cierto es que se agradece que cuando pides una caña, una tapa o un cortado no solamente no tienes la impresión de dar el "coñazo", sino que lo haces convencido de que agrada tu visita.

Al final puede dar la impresión de que la alegría, la buena ciudadanía de Huesca se limita a quienes trabajan cara al público, evidentemente no es así, porque también hay alguna esfinge y hasta algún ahuyentador de clientes y, sobre todo, porque la cordialidad se extiende afortunadamente a muchos hábitos. Pero, dicho queda, existen personas que a uno le ayudan a ser mejor.



20 de abril de 2010

"París, 1919", Márgaret MacMillan














"París, 1919"
Márgaret MacMillan
Tusquets. Barcelona(2005)
696 páginas



Entre enero y julio de 1919, tras la primera guerra mundial -ese devastador conflicto cuyas consecuencias se extendieron hasta Oriente Próximo y zonas de Asia y África-, dirigentes de todo el mundo llegaron a París para tratar de organizar una paz duradera. En esa Conferencia de Paz, los «tres grandes» -el presidente estadounidense Woodrow Wilson, más los primeros ministros de Inglaterra y Francia, David Lloyd George y Georges Clemenceau- se enfrentaban a una tarea gigantes­ca: poner en pie una Europa en ruinas, obtener de Alemania unas gravosas reparaciones de guerra, detener el avance de la reciente Revolución rusa y gestionar el inestable equilibrio de poderes tras la desaparición de viejos imperios y el surgimiento de nuevas entidades políticas.

Hay libros que vas leyendo poco a poco, en ratos tranquilos en los que puedes poner los cinco sentidos, pues se trata de libros que van más allá de la evasión; es el caso de "París, 1919", un excelente estudio sobre el Tratado de Versalles, ese momento crucial en la historia del Siglo XX en el que se trataron de cerrar las heridas de la "Gran Guerra", con no excesivo éxito, pues tras aquellas heridas las reuniones de París crearon otras que acabaron desembocando en una nueva Guerra Mundial, aún más cruel y sangrienta.

El libro está elaborado en torno a los tres principales protagonistas de la negociación: el presidente de los Estados Unidos, Woodrow Wilson, el "premier británico" David Lloyd George y el presidente francés, el legendario periodista, médico y político Georges Clemenceau; la autora hilvana una imagen bien definida de cada uno de ellos, desde el idealismo y la aparente honestidad democrática de Wilson hasta el apasionamiento y esperado "chauvinismo" de Clemenceau, pasando por la habilidad y artes camaleónicas de Lloyd George.

A lo largo del libro queda reflejada una de las cuestiones más importantes de esas negociaciones de paz, la situación de Alemania, la gran derrotada de la contienda, el país que solicitó el armisticio y con relación al cual quedaba el dilema de tratar de recuperarlos para la causa o hacerle pagar las consecuencias de la guerra poniéndole la etiqueta de gran culpable de la misma; así fue al final, quedando abierta una herida que llevó a los alemanes a abandonarse en la sinrazón del nazismo. Especialmente significativos son los comentarios del penúltimo capítulo en el que se narran las reacciones en Alemania tras las jornadas finales de las reuniones en Francia. Junto a Alemania, es el Imperio Austro-Húngaro el gran derrotado de la contienda; la derrota supuso el fin de dicho imperio, quedando Austria y Hungría convertidos en países menores y apareciendo Checoslovaquia como nuevo estado emergente.

Una de las grandes virtudes del libro, desde mi punto de vista, es la perfecta estructuración de los temas, así en los primeros capítulos se va definiendo la situación de los distintos países, de manera que van desgranandose las referencias a Polonia, Bulgaria, Rumanía, ... así como a la actuación, siempre polémica y ambigua de los italianos, con su presidente Vittorio Orlando al frente, quien aparece figurando como un cuarto protagonista junto a los tres citados al principio. Muy interesantes las referencias a loa situación de Grecia y la lucha de griegos e italianos por hacerse con territorios como Esmirna. Igualmente MacMillan da una visión objetiva y amplia de la creación de otro nuevo país: Yugoslavia, foco futuro de conflictos y vaivenes políticos. Hay dos capítulos que me parecieron especialmente interesantes, uno el que habla primero de Japón y luego de China, grandes imperios que por entonces aparecían emergentes y que entre ellos mantenían una rivalidad que este libro te ayuda a conocer y comprender mejor; por otra parte la autora profundiza en la situación del mundo árabe, con referencias muy interesantes a las consecuencias políticas en esta zona de la Gran Guerra, así como la aparición de nuevos países como Irak y Palestina. También aclara mucho el nuevo panorama de Turquía, país que surge tras el hundimiento del imperio otomano y en torno al cual se desata toda una tormenta de ambiciones y maquinaciones.

La tesis de la autodeterminación defendida por el presidente Wilson, el nacimiento de la Sociedad de Naciones, las presencias y ausencias de unos y otros a lo largo de las largas negociaciones, las vicisitudes políticas de los grandes mandatarios que lideran las mismas en sus propios países de origen, las alegrías y decepciones de todos y cada uno de los interesados, la interferencia sorpresiva de la naciente revolución bolchevique, la referencia a hombres que entonces eran muy jóvenes y con el tiempo alcanzarían un papel muy importante en la política mundial, como Winston Churchill, Lawrence de Arabia o Ho Chi Min, ... son temas que van convirtiendo en apasionante el libro de Márgarte MacMillan.

Por otra parte el libro es también una notable galería de personajes, porque MacMillan no se limita a relatar lo ocurrido, sino que entra en el carácter y la filosofía de los protagonistas, de manera que además de todos los ya citados, vas conociendo a sujetos tan interesantes como el viejo Mariscal Francés Ferdinand Foch, el Presidente de la República Raymond Poincaré, los sucesivos ministros británicos de asuntos exteriores Arthur Balffour y Lord Curzón, la Reina María de Rumanía, que defendió los intereses de su país en un ambiente donde ser mujer era una dificultad, además de una excepción, Ignacy Paderewski, el pianista polaco que se convirtió en primer ministro y su compatriota el general Josef Pilsudski, el agresivo comunista húngaro Bela Kun, el nuevo rey de Irak, Feisal, el turco Kamal Atartuk, un auténtico genio militar y negociador o Elefterios Venizelos, primer ministro y probablemente el político más importante de la Grecia moderna, entre muchos otros.


19 de abril de 2010

El sorbete de mojito



Ya comenté hace justo una semana que el sábado día 10 estuve de boda, y como es lógico, la boda tuvo su banquete, pues por mucho que el matrimonio quede constituido con la ceremonia, no cabría hablar de boda completa sin que los novios se puedan haber puesto las botas junto a sus invitados, con discreción y elegancia por supuesto. Además, en general y la de mis amigos Pedro y Mª José no fue una excepción, la pitanza suele ser abundante y de calidad, algo que estando muy bien no deja de tener sus efectos secundarios, pues uno acaba comiendo bastante más de lo que necesita y sufriendo las consecuencias de una digestión notable, problema que se acentúa cuando vas teniendo una edad, pues ya se sabe que cuando somos jóvenes nuestro aparato digestivo es cual hormigonera y tragamos sin secuelas lo que hace falta.

La comida, creo que ya lo dije, fue tan buena como amplia, razón por la cual se agradeció que entre los dos platos principales se nos sirviera un excelente sorbete de mojito, que sirvió para aligerar la digestión, para desfragmentar nuestro particular sistema operativo-digestivo. Es por esta razón por la que el referido "entreplato" se convirtió en un detalle que muchos agradecimos enormemente y nos ayudó a recomponer la figura y revitalizar el espíritu, que por algo la noche era larga.

Ya sabemos que el mojito es un cóctel originario de Cuba; al parecer su origen histórico hay que encontrarlo en la época de la ley seca americana, tiempo en el que quienes querían beber alcohol sin sobresaltos tenían que marchar a Cuba. Muchos americanos acostumbraban a tomar un cóctel similar al mojito hecho con burbon, al carecer de estos destilados en el Caribe, utilizaron en su lugar ron blanco. Hay que reconocer que se trata de una de esas bebidas que nos apetecen tan sólo con leer la receta: ron, azúcar -o jarabe de azúcar-, lima , menta -o hierba buena- y agua con gas.

Yo no soy ningún experto en el tema y, si no me falla la memoria, mi primer mojito me lo tomé en Zaragoza en los primeros días de agosto de 2007 junto a dos amigos tarraconenses con quienes había comido, magníficamente por cierto, en el "Txalupa" de Fernando el Católico, en el Pub "Bull McCabes" de la calle Cádiz de la capital aragonesa. Y, aunque creo recordar que nos lo hizo una camarera con poca experiencia, con aires de universitaria trabajando en verano, el "brebaje" me pareció excelente, y sobre todo reconfortante, pues a las necesidades de una buena comida se añadían en aquél caso los rigores del calor seco que en verano cae sin piedad sobre Zaragoza.

Desde entonces he repetido muy pocas veces la experiencia, pero ésta ha sido suficiente para incluir al mojito en la lista de pequeños y agradables placeres, máxime cuando hace poco más de una semana acudió en mi auxilio para hacerme más llevadera la estupenda cena de una boda inolvidable.




18 de abril de 2010

"Que bonito", Rosario Flores (1996)



Lola Flores fue todo un mito, todo un carácter y toda una institución en España durante muchos años; la "Faraona" tenía un arte, una fuerza y un duende especiales, y no cabe duda de que lo supo transmitir a sus hijos, quienes cada uno en su estilo han brillado en el firmamento de la música moderna española. Pero, sin desmerecer a nadie, yo me quedo con la pequeña. Rosario Flores ha sido una cantante que ha ido creciendo hasta llegar a ser un número uno en toda la regla.

Hay unas cuantas canciones de "Rosariyo" que se encuentran en mi lista personal de principales: "De ley", "Yo te daré", "Cómo quieres que te quiera", "De mil colores" y "Mientras me quede corazón", entre otras. No obstante, hay una que prefiero por encima de todas: "Qué bonito", un tema dulce, suave y lleno de sentimiento. Es posible que sea en exceso pastelón, pero quien me conoce ya sabe que no lo puedo evitar.

que bonito cuando te veo ay,
que bonito cuando te siento,
que bonito pensar que estas aqu,
junto a mi,

que bonito cuando me hablas ay,
que bonito cuando te callas,
que bonito sentir que estas aqu,
junto a mi ay,
que bonito seria poder volar
y a tu lado ponerme yo a cantar,
como siempre... lo hacamos los dos

que mi cuerpo no para de notar,
que tu alma conmigo siempre esta,
y que nunca de mi se apartara,
ayyy

que bonito tu pelo negro ay,
que bonito tu cuerpo entero,
que bonito mi amor todo tu ser,
si tu ser ayy

que bonito seria poder volar,
y a tu lado ponerme yo a cantar,
como siempre lo hacamos los dos

que mi cuerpo no para de notar,
que tu alma conmigo siempre est,
y que nunca de mi se apartara
ayyyy

que bonito cuando acaricio ayy,
tu guitarra entre mis manos,
que bonito poder sentirte as,
siempre asiiiii
ayy ayyy

que bonito mi amor todo tu ser,
si tu ser


17 de abril de 2010

¿Y a quien le suena David Tomlinson?



Quienes vivimos nuestra infancia en la década de los 60, con algún añadido en la década siguiente, tenemos en nuestro recuerdo, esa potencia de nuestro interior que tantas veces se convierte en nostalgia, nombres y lugares; y entre los primeros hay unos cuantos que son, sin más, personajes de ficción: desde el Llanero Solitario hasta el Capitán Trueno, pasando por Jim West, Buggs Bunny, el "Trampas" de "El Virginiano" o el mismísimo Pato Donald. Y hay muchos otros personajes cuyo nombre no hemos recordado nunca, y aunque su cara se ha quedado grabada en nuestras mentes no nos sabemos ni el nombre del actor que los representa.

Es lo que me ha pasado a mí con David Tomlinson, un actor inglés que falleció hace casi diez años y que resulta que fue quien, entre otros papeles, daba vida a George W. Banks, el circunspecto padre de los niños protagonistas de "Mary Poppins" (1964), un banquero ambicioso y gruñón que en su día me parecía un señor muy mayor, aunque cuando intervino en la oscarizada peli tenía tan sólo 47 años. Ahora, gracias a internet, me he enterado que se ganó su puesto en la escena recorriendo los teatros de Londres, se alistó durante la Segunda Guerra Mundial como Teniente de Vuelo en la RAF y que no tenía ninguna confianza en la citada "Mary Poppins", pues pensaba que el film era «un melodrama condenado al fracaso».

Pero resulta que a Tomlinson no le recuerdo tan sólo del film de Robert Stevenson que le valió el Oscar a Julie Andrews, sino que en otra joya -menos famosa y premiada, eso sí- de la factoría Disney, "The love bug" ."Ahí va ese bólido" en España- (1968), el actor del bogotillo encarna a Peter Thorndyke, el tramposo y pérfido rival del apuesto Dean Jones -otro habitual de Casa Disney- que no para de utilizar de manera sucia y artera todo tipo de argucias para evitar el éxito del simpático Volkswagen escarabajo. Recuerdo haber visto la película por vez primera en el desaparecido Cine "Gran Vía" de Zaragoza y haberme reído de principio a fin. Eso sí, cuando volví a poner mis pasos en lo que entonces se llamaba Paseo Calvo Sotelo, no había puesto en relación al personaje que al final se lleva, ganadas a pulso por cierto, todas la tortas con el distinguido caballero inglés que contrata a Mary Popins como niñera sin saber lo que se le viene encima.

E incluso, he llegado a darme cuenta que también protagonizó, con un papel mucho más simpático y bondadoso, "La bruja novata" (1971), también de Walt Disney y con una compañera de reparto de prestigio, Angela Lansbury, que ejerce aquí de bruja patosa y de buen corazón. David Tomlinson interpreta a Emelius Browne, el director de la Academia de brujería que ha visto interrumpida sus clases por la 2ª Guerra Mundial. Otra ocasión de lucimiento para un hombre al que hasta ahora no estaba en condiciones de agradecerle los buenos ratos pasados a su costa por no conocer su identidad.

Nunca es tarde si la dicha es buena, y hoy descubro a mis amigos "bloggeros" este hallazgo: un simpático caballero con bigote, aspecto de chapado a la antigua y evidente sentido del humor.




16 de abril de 2010

"La impaciencia del corazón", Stefan Zweig













"La impaciencia del corazón"
Stefan Zweig
Acantilado. Barcelona (2006)
464 páginas




En los albores de la Gran Guerra, el teniente Anton Hofmiller recibe una invitación para acudir al castillo del magnate húngaro Lajos von Kekesfalva, cuya hija, que sufre parálisis crónica, se enamora del joven oficial. Hofmiller, que sólo siente compasión por la joven Edith, decidirá ocultar sus verdaderos sentimientos y le hará tener esperanzas en una pronta recuperación. Llega incluso a prometerse con ella, pero no reconoce su noviazgo en público. Como un criminal en la oscuridad, Hofmiller se refugiará en la guerra, de donde regresará como un auténtico héroe.

Hacía tiempo que quería leer un libro de Stefan Zweig; me constaba que se trata de un enorme escritor y me parecía que estaba desaprovechando una ocasión de enriquecerme en todos los sentidos con literatura de la buena. recuerdo que en el colegio leí alguno de sus "Momentos estelares de la humanidad", y que en la década de los 90, época en la que me aficioné a las biografías, leí las que el escritor austriaco hizo sobre "Fouché", "María Antonieta" y "María Estuardo", escuché a quienes le acusaban de absoluta falta de rigor histórico, cosa que ignoro, pero puedo asegurar que me parecieron al menos literariamente fantásticas. Por fin ahora he cumplido mi deseo de terminar una novela de este magnífico escritor.

El libro me ha parecido excelente; es, por supuesto, de los que uno tiene que leer despacio, deteniéndose en cada párrafo e incluso volviendo a leer alguno. Se trata de un libro duro, carente de visiones idealistas y glamourosas de la vida y plantea cuestiones importantes que tienen mucho que ver con la fortaleza de carácter y la madurez humana; una novela que hace pensar y mucho.

El libro tiene dos protagonistas principales, el teniente Hoffmiller, un joven y brillante militar, bondadoso e idealista, pero débil e inseguro y Edith Kekesfalva, una joven inválida y enamoradiza que va tendiendo su hilo sobre el primero, que cae en la trampa de la falsa compasión, y en torno a este enredo se desarrolla toda la trama, la lucha entre un persona obsesionada, esclava de su invalidez y rebelde ante la misma y un hombre que ingenuamente se deja llevar por la caballerosidad y la compasión y se ve metido en un dilema comprometido y agobiante. Está muy bien dibujado el título, pues todo gira en torno a un corazón que no se sabe controlar, al imperio de los sentimientos que no se tamizan con la cabeza.

Zweig es un maestro escribiendo y con su estilo sobrio y elegante nos va describiendo en primera persona el sufrimiento de Hoffmiller, que refleja igualmente el de Edith y el de su familia; la novela se hace densa y también el léctor tiene que vencer la impaciencia, porque si se tiene el contenido de sus páginas, su mensaje va consiguiendo calar y el libro te coge del todo. En el drama surge un personaje que representa la lucidez, unida a la bondad del alma, el doctor Cóndor, un médico entregado a su profesión que se casó con una mujer ciega, no por sentimentalismo sino consciente de sus consecuencias y dispuesto a asumirlas: no considera que haya sacrificado nada, sino que “ha vivido para algo”. ; en cierto momento Cóndor explica al joven teniente: “Hay dos clases de piedad. Una, débil y sentimental, que en realidad sólo es impaciencia del corazón para liberarse lo antes posible de la penosa emoción ante una desgracia ajena, es una compasión que no es exactamente compasión, sino una defensa instintiva del alma frente al dolor ejeno. Y la otra, la única que cuenta, es la compasión desprovista de lo sentimental, pero creativa, que sabe lo que quiere y está dispuesta a aguantar con paciencia y resignación hasta sus últimas fuerzas e incluso más allá.”, este párrafo puede acrisolar perfectamente el núcleo de lo que nos quiere decir Zweig.

Stefan Zweig, que muchas veces ha demostrado ser un excelente narrador, se nos muestra aquí como un perfecto conocedor de las emociones humanas; Zweig consigue un elaborado estudio psicológico acerca de la piedad, la honradez y la desesperación. Los personajes han sido elaborados hasta rozar la perfección y el autor consigue que un libro que, a la vista de lo concreto de su trama, podría parecer excesivo en su extensión, se lea con agrado y sin cansarse.


15 de abril de 2010

La advertencia de Obama



El presidente estadounidense, Barack Obama, afirmó este domingo que los intentos de grupos como Al Qaeda por hacerse con el control de armas nucleares suponen la principal amenaza para la seguridad mundial.

La noticia es del domingo, pero se ha desarrollado durante la semana y si uno mira los teletipos comprueba que estamos en semana de alarmas y buenos propósitos; el propio presidente americano habla de ponerse a la cabeza a la hora de limitar el uso de armas nucleares, a la vez que se pretende advertir sobre el peligro que suponen países como Irán o Pakistán o se cuentan noticias estremecedoras sobre los intentos de Al Qaeda de conseguir material atómico y lo que podría hacer esta organización si sus intentos acabaran teniendo resultado.

Se cuenta que na vez le preguntaron a Albert Einstein cómo pensaba que se pelearía la 3ª Guerra mundial, a lo que el físico de origen alemán respondió lo siguiente: "no podría decirte como se peleará la 3ª guerra mundial, pero sí como se peleará la 4ª ... con palos y piedras", La posibilidad de un ataque atómico es algo que siempre me ha estremecido, y desde los terribles atentados de las Torres Gemelas, lo veo como una posibilidad real. Pero, aunque es posible que ande equivocado y me falte un seguimiento fiel de la información internacional, me ha llamado la atención la claridad con la que se ha manifestado Barak Obama, una elocuencia que por cierto no se si hubiera sido bien recibida de haber provenido de su antecesor en el cargo.

Intuyo que detrás de estos problemas, de todo lo que se refiere al armamento y al desarme nuclear, los ciudadanos de a pié andamos más bien despistados, que la información que recibimos es parcial, desenfocada e interesadamente oscura, y que posiblemente sea mejor, porque si estuviéramos al corriente de todo -o casi todo- terminaríamos escondiéndonos las 24 horas del día debajo de la cama. Hace mucho tiempo que uno tiene la intuición de que caminamos sobre un volcán, y puedo asegurar que nunca he sido de esos a quienes gustan las elucubraciones apocalípticas: tiendo más al providencialismo que al terror. Pero observo demasiadas cosas alteradas en el orden natural de este mundo en que vivimos como para no pensar que hay mucho loco suelto capaz de montarla gorda.

Me parece que aquí en la tierra poco podemos hacer para solucionar estos riesgos; al menos la mayoría silenciosa a la que pertenecemos casi todos desempeñamos el papel de meros observadores y tan sólo nos queda mantener la calma y la esperanza, ser conscientes de que aquí andamos de paso, que todo lo que el hombre ha creado e inventado se puede ir al garete en segundos y que no vale la pena ser pérfido con el prójimo sino más bien todo lo contrario, porque vamos en el mismo barco.


14 de abril de 2010

El mejor momento del Elche C.F.

De pié: Araquistain, González, Iborra, Lezcano, Llompart,
Blas (meta suplente) y Ballester.
Agachados: Serena, Curro, Vavá, Casco y Asensi.

Quienes no tengan más de 30 años es posible que piensen que el Elche C.F., ese equipo del sur del Levante español que juega con equipaje blanco con una raya verde horizontal en la camiseta, es uno de los clásicos de la 2ª división e ignoren que los ilicitanos tuvieron una época dorada allá por los años 60 y 70 en la que no sólo se codeaban con los grandes del fútbol español, sino que mantuvieron una línea de cierta brillantez y se convirtieron por méritos propios en un fijo de la máxima categoría. Fueron años de estabilidad y buena gestión en los que el Elche, junto a equipos como Córdoba, Sabadell o Pontevedra conformaban un poker de modestos que habían salido respondones a los clubs de siempre. En el viejo estadio de "Altabix" se vivieron muchos momentos dorados, pero pue posiblemente en la Copa -entonces del Generalísimo- de la temporada 1968-69 donde los franjiverdes llegaron a su zenir al alcanzar la Final, que se celebró el 15 de junio de 1969 en el Santiago Bernabéu; el rival fue el club que por entonces era copero por excelencia, el Atlético -ahora Athletic- de Bilbao de los Iribar, Sáez, Uriarte, Clemente, Rojo, Larrauri, ... que solamente se pudo imponer a falta de 8 minutos para acabar el encuentro gracias a un gol de Antón Arieta, que por entonces era el dueño del número 9 de la selección española. Para alcanzar la final el Elche había tenido que eliminar a tres equipos de primera: Pontevedra, Valencia y Real Sociedad.

La alineación que presentó Roque Máspoli, un uruguayo que dio un excelente resultado en la ciudad de las palmeras, estaba formada por un combiando de históricos del equipo y de savia nueva; en el once que estuvo a un paso de ganar un título para las vitrinas ilicitanas figuraban dos jugadores que habían formado parte del equipo titular del Real Madrid en la final de la Copa de Europa que tres años antes los merengues habían ganado por sexta vez: el meta Araquistaín, un guipuzcoano sobrio y seguro y el extremo diestro Serena, que había marcado el gol del triunfo madridista en dicha final y que era el típico extremo rápido y ratonil; la defensa la formaban los laterales Ballester, un joven muy prometedor que ficharía años después por el Real Madrid y al que primero las lesiones y luego un cáncer que acabaría con su vida impidieron triunfar y González, un paraguayo fuerte y contundente que posteriormente se consolidaría en el centro de la zaga y el central Iborra, un histórico de Altabix que había comenzado como ariete y terminó triunfando atrás; los medios volantes eran Lezcano, otro paraguayo con muchos años en el equipo cuya posición en el campo Máspoli había retrasado y Bartolomé Llompart, nacido en Baleares pero cuya vida futbolística la pasó casi en su integridad en Elche, un líbero clásico que iba muy bien por alto. Los interiores eran Curro, un todoterreno que se acabaría marchando al Español, donde no triunfó y el zurdo cerrado Juan Manuel Asensi, posiblemente el mejor valor de la cantera ilicitana de ese momento, un jugador con enorme recorrido y un disparo excepcional con la zurda que al año siguiente ficharía por el Barça y sería santo y seña de los azulgrana durante una década e indiscutible en la selección nacional de Ladislao Kubala. El ariete era otro de la casa, Vavá, un delantero con gol que cuatro años antes había ganado el Pichichi con 19 tantos, mientras que en la zurda del ataque estaba un tercer paraguayo, Casco, un hombre de buena técnica que también jugaría en 1ª con el Murcia. Otros jugadores destacados de la plantilla ilicitana de la época eran el joven y prometedor interior Ciriaco, que con los años formaría parte del mejor Sporting de Gijón de la historia, el fino volante Ramírez, fichado ese año del Español, el lateral zurdo Canós, otro clásico del equipo que había sido internacional y el peruano Sigi, llegado de Zaragoza, donde se le llegó a llamar "la octava maravilla" por su prodigiosa técnica pero al que su frágil físico le impidió triunfar del todo en una liga tan dura como la española.

Pero las tardes de gloria ilicitana habían comenzado mucho antes, en concreto a partir del año 1959 cuando el equipo había conseguido por vez primera en su historia el ascenso a la máxima categoría. Nombres como Quirant, Pahuet, Moll, Luis Costa,Cayetano Re o el legendario meta Pazos aportaron mucho a la pequeña historia ilicitana. Pero es probable que, junto a la referida Final de Copa disputada en Madrid, lo más destacado del Elche fue su famosa "delantera del CLERO", llamada así por ser las cinco letras que daban inicio a los nombres de sus cinco componentes: Cardona, Lezcano, Eulogio Martínez, Romero y Oviedo; una delantera que solamente fue oscurecida en su tiempo por el esplendor de nuestros "5 magníficos" zaragocistas. Curiosamente, solamente el extremo Oviedo era nacional, pues los otros cuatro delanteros referidos eran latinoamericanos: 3 paraguayos y un hondureño.En el extremo derecho jugaba Cardona, un hondureño pequeñito, rápido y con olfato de gol que fue traspasado al Atlético de Madrid, donde sin ser titular indiscutible jugó bastante y metió goles importantes, mientras que en la izquierda estaba Oviedo, un zurdo habilidoso y veloz que terminó sus días futbolísticos en el Mallorca; el puesto de interior derecho era para Juan Carlos Lezcano, de quien ya hemos hablado y que ha sido una institución en el club, donde con los años sería entrenador, mientras que el ariete era Eulogio Martínez, nacido también en Paraguay y que había triunfado en el Barça de Kubala, Basora, Gensana, Villaverde, etc, estaba ya en su última época, pero siguió manteniendo la fuerza y la visión de gol que le caracterizó, tras dejar el Elche aun jugaría un año en el Atlético de Madrid y otro en el histórico Europa. No obstante, el jugador más carismático de los cinco -y posiblemente de la historia del Elche- fue otro paraguayo, Juan Angel Romero, un interior zurdo adelantado, lo que hoy llamaríamos un media punta, un jugador con una excelente capacidad técnica y un olfato goleador fuera de lo común; en sus siete temporadas en el club marcó 93 goles y disputando 187 partidos, 153 de ellos todos seguidos, pues entre 1960 y 1965 jugó todos los encuentros disputados en Liga por el Elche. Romero falleció el pasado 19 de junio dejando un imborrable recuerdo como jugador y como persona en Elche, lugar donde vivió desde su llegada a España.

El Elche también aportó jugadores a la selección nacional: los citados canós, Vavá y Asensi jugaron con el primer equipo nacional, especialmente el último. Hubo otros dos jugadores que tuvieron en el Elche su trampolín para la fama; el primero de ellos fue el asturiano Marcial Pina, uno de los jugadores con más clase que ha dado el fútbol español y que, aún siendo asturiano, explotó en el equipo ilicitano, siendo traspasado al Español, de donde pasó al F.C. Barcelona para acabar sus días deportivos a orillas del Manzanares. Otro joven jugador que despuntó en Altabix y acabó en un grande fue José Antonio Morante "Lico", un medio ofensivo descubierto por uno de los entrenadores más carismáticos del equipo, el brasileño Pedro Otto Bumbel y que debutó jovencísimo en primera; Lico era un jugador más bien anárquico y poco disciplinado, pero con dotes de genialidad y poderío físico, en 1968 se fue al Español y dos años después al Valencia, con el que ganaría la Liga y alcanzaría la internacionalidad; con el tiempo también fue entrenador del Elche en varias épocas. El ilicitano, equipo filial del Elche, llegó a jugar en 2ª división cuuando ésta constaba de dos grupos.

El equipo blanquiverde se mantuvo en la máxima categoría hasta 1971, año en el que bajó precisamente junto al Real Zaragoza, regresando al cabo de dos años para vivir una segunda etapa de buen juego que duró bastante menos: hasta el año 1978, en que se vivió un nuevo descenso. Durante cinco temporadas el Elche volvió a hacer las delicias de su público con un equipo en el que pervivían antiguos jugadores como Canós, Llompart y González, junto a los delanteros catalanes Sitjá y Alfonseda, que habían jugado en el Barça, así como el excelente volante uruguayo Montero, aunque por encima de todos destacaba el clan argentino, un poker de pibes entre los que destacaba por encima de todos Gómez Voglino, un interior zurdo elegante, con una inmensa calidad y enorme olfato de gol, consiguiendo 42 tantos en los cuatro años que jugó con el Elche en la máxima categoría; con Voglino llegó, también del Atlanta argentino, Rubén Cano, un ariete espigado y más bien torpón, pero que a base de lucha conseguía abrir las defensas y mantener buenas cifras goleadoras; Cano fue traspasado en 1976 al Atlético de Madrid y tras conseguir la doble nacionalidad se hizo con la titularidad de la selección nacional española, donde se hizo famoso por el gol en semi-fallo que le marcó a Yugoslavia en Belgrado y que nos valió la clasificación para el Mundial que se celebró precisamente en su país. Menos relevancia tuvieron el lateral Cortés y el ariete Finarolli, un habilidoso delantero fichado para suplir a Ruben Cano y que si bien en su primer año lo hizo bien marcando 16 goles, fue luego víctima de las lesiones. Buen fichaje fue el de Marcelo Trobianni, un creador consagrado en su país que hizo muy buenas temporadas en Altabix, siendo vendido en 1981 al Zaragoza, donde fracasó estrepitosamente, por lo que fue vendido a media temporada a Boca Juniors.

Tras descender a Segunda División en 1978, el Elche ha tenido tan sólo dos fugaces regresos a la máxima categoría: en 1984, con jugadores como López Pérez, Claudio Barragá, Pérez García y Leguía en sus filas y en 1988, con Del Barrio, Robi, Saavedra, Pedro Pablo y Liceranzu como jugadores más destacados, pero en ambas ocasiones la estancia en la élite fue breve y desalentadora. Aunque el Elche lleva años estancado en la división de plata, siendo el eterno aspirante al regreso, seguro que tarde o temprano lo volveremos a ver arriba, como entonces.