Una de las noticias recurrentes de la semana ha sido la agresión sufrida por la Directora del Colegio "Loyola de Palacio" de Vallecas por parte del padre de un alumno; al parecer el papá de la criatura le dio un auténtico "upercut" a la máxima autoridad del centro, quien ha llegado a afirmar que "si no me encierro, me mata".
No voy a entrar en demasiadas valoraciones sobre el caso concreto, ni siquiera acerca del problema de la autoridad de los profesores así como de determinadas actitudes de algunos padres que, con demasiada frecuencia, reaccionan como auténticos "cabestros"; ya se ha tratado el tema en lares vecinos y por personas con mucha más experiencia y autoridad que yo. Me quiero limitar a aportar una consideración que se me ocurre a raíz de noticias como ésta: independientemente de otras cuestiones que evidentemente laten tras hechos como el que nos ocupa, pienso que en lo ocurrido trasluce algo que se repite en estos momentos en muchos ámbitos de nuestra sociedad: falta educación y respeto hacia el otro.
La agresión comentada, por supuesto, es algo más que una falta de respeto, es una infracción delictiva, un ataque directo y brutal a una persona y a lo que ésta por su cargo representa, pero en el fondo no sería de extrañar que el problema radique en que el agresor es incapaz de plantear sus reivindicaciones de forma mínimamente correcta, nadie le ha enseñado, ni se lo plantea. Estoy seguro de que el padre violento estaba plenamente convencido de que le asistía la razón, pero su actuación agresiva, de la que al menos interiormente estará seguramente arrepentido, intuyo que no se debió a que perdiera el control, sino a que ya llegó al centro con una actitud inadecuada: sin educación ni respeto, "dispuesto a lo que sea" ... menos a razonar.
Hemos perdido la medida a la hora de protestar, criticar y reivindicar. Los ciudadanos somos cada vez más conscientes de nuestros derechos, y eso es bueno; y por supuesto, tenemos todo el Derecho a reclamar, a pedir explicaciones a quien está obligado a darlas y a ejercer una sana y necesaria crítica. Pero con frecuencia nos pierden las formas y no sabemos reivindicar sin recurrir al ejercicio de desacreditar o utilizar el método del insulto.
A la hora de acudir a protestar a un centro u oficina, público o privado, es frecuente que quien lo haga pierda los papeles o mantenga actitudes chulescas y provocadoras. Es verdad que hay situaciones, especialmente por parte de la Administración, que pueden hacer perder los nervios y que esa chulería también existe a veces en quienes deberían ser mejores servidores públicos, pero no estoy reivindicando la desaparición de la capacidad de quejarse, del derecho a exigir lo que corresponde y a criticar lo que está mal hecho, sino el que se manifieste todo ello con la educación debida. Y en el concreto ámbito de la educación, lees noticias y escuchas relatos que acreditan que tal vez habría que empezar a plantearse devolver a la escuela a más de un padre y más de una madre.
Y otro ámbito donde también se observa un evidente problema de educación es el de la crítica; no hay más que entrar en muchos foros de internet, escuchar determinadas llamadas a programas de radio o leer los comentarios de algunos lectores en las ediciones digitales de los periódicos para comprobar como las palabras respeto, tolerancia y mesura han desaparecido del diccionario de unas cuantas personas. Parece como si no fuera posible resaltar el desacuerdo con una decisión, la crítica a una persona o a una actuación sin recurrir al insulto, a la descalificación o al desprecio más absoluto. En ocasiones cierta acidez en la crítica es hasta saludable, pero para hacerlo hay que tener una sutileza y una finura de la que algunos carecen. Claro que en internet la falta de respeto viene con frecuencia aderezada por la cobardía de insultar amparado en el anonimato.
Repito, pienso que nos hemos aficionado demasiado a la táctica del caballo en la cacharrería, que a veces funcionamos sin mirar a los ojos del otro, es decir, sin caer en la cuenta que es una persona, así, como nosotros.
Foto: www.abc.es
No voy a entrar en demasiadas valoraciones sobre el caso concreto, ni siquiera acerca del problema de la autoridad de los profesores así como de determinadas actitudes de algunos padres que, con demasiada frecuencia, reaccionan como auténticos "cabestros"; ya se ha tratado el tema en lares vecinos y por personas con mucha más experiencia y autoridad que yo. Me quiero limitar a aportar una consideración que se me ocurre a raíz de noticias como ésta: independientemente de otras cuestiones que evidentemente laten tras hechos como el que nos ocupa, pienso que en lo ocurrido trasluce algo que se repite en estos momentos en muchos ámbitos de nuestra sociedad: falta educación y respeto hacia el otro.
La agresión comentada, por supuesto, es algo más que una falta de respeto, es una infracción delictiva, un ataque directo y brutal a una persona y a lo que ésta por su cargo representa, pero en el fondo no sería de extrañar que el problema radique en que el agresor es incapaz de plantear sus reivindicaciones de forma mínimamente correcta, nadie le ha enseñado, ni se lo plantea. Estoy seguro de que el padre violento estaba plenamente convencido de que le asistía la razón, pero su actuación agresiva, de la que al menos interiormente estará seguramente arrepentido, intuyo que no se debió a que perdiera el control, sino a que ya llegó al centro con una actitud inadecuada: sin educación ni respeto, "dispuesto a lo que sea" ... menos a razonar.
Hemos perdido la medida a la hora de protestar, criticar y reivindicar. Los ciudadanos somos cada vez más conscientes de nuestros derechos, y eso es bueno; y por supuesto, tenemos todo el Derecho a reclamar, a pedir explicaciones a quien está obligado a darlas y a ejercer una sana y necesaria crítica. Pero con frecuencia nos pierden las formas y no sabemos reivindicar sin recurrir al ejercicio de desacreditar o utilizar el método del insulto.
A la hora de acudir a protestar a un centro u oficina, público o privado, es frecuente que quien lo haga pierda los papeles o mantenga actitudes chulescas y provocadoras. Es verdad que hay situaciones, especialmente por parte de la Administración, que pueden hacer perder los nervios y que esa chulería también existe a veces en quienes deberían ser mejores servidores públicos, pero no estoy reivindicando la desaparición de la capacidad de quejarse, del derecho a exigir lo que corresponde y a criticar lo que está mal hecho, sino el que se manifieste todo ello con la educación debida. Y en el concreto ámbito de la educación, lees noticias y escuchas relatos que acreditan que tal vez habría que empezar a plantearse devolver a la escuela a más de un padre y más de una madre.
Y otro ámbito donde también se observa un evidente problema de educación es el de la crítica; no hay más que entrar en muchos foros de internet, escuchar determinadas llamadas a programas de radio o leer los comentarios de algunos lectores en las ediciones digitales de los periódicos para comprobar como las palabras respeto, tolerancia y mesura han desaparecido del diccionario de unas cuantas personas. Parece como si no fuera posible resaltar el desacuerdo con una decisión, la crítica a una persona o a una actuación sin recurrir al insulto, a la descalificación o al desprecio más absoluto. En ocasiones cierta acidez en la crítica es hasta saludable, pero para hacerlo hay que tener una sutileza y una finura de la que algunos carecen. Claro que en internet la falta de respeto viene con frecuencia aderezada por la cobardía de insultar amparado en el anonimato.
Repito, pienso que nos hemos aficionado demasiado a la táctica del caballo en la cacharrería, que a veces funcionamos sin mirar a los ojos del otro, es decir, sin caer en la cuenta que es una persona, así, como nosotros.
Foto: www.abc.es
4 comentarios:
Totalmente de acuerdo. Nos pierden las formas. Y muchas veces, aunque tengamos toda la razón, la perdemos "simplemente" por la forma en que expresamos el argumento (a grito pelado o faltando al respeto).
Más que perder la razón, simplemente nos desprestigiamos. Porque lo cortés no quita lo valiente y a quien reclama hay que darle explicaciones y, si se puede, satisfacciones, aunque lo haga de malas maneras.
Otra cosa es el señor que agredió a la directora: nunca está justificado poner la mano encima de nadie.
Qué buen post, Modestino. La falta de respeto es la tónica general cada vez que se quiere defender una postura. Pero si no es necesario... No tenemos más razón por ello...
Me ha interesado especialmente que hayas mencionado los blogs. Alguna vez me paseo y no entiendo por qué el insulto o esa agresividad con la que se responde o se confrontan posturas.
Gracias siempre y un saludo desde Tarraco
A veces me siento algo mayor cuando me quejo de faltas de educación o de respeto, pero además de eso creo que es un tema real.
En cuanto a los blogs, los foros ... en internet compruebas que hay gente que no sabe opinar sin ser agresivo.
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