Las exigencias de mi trabajo han supuesto que con frecuencia casi mensual tenga que utilizar el AVE; no me cabe ninguna duda de que estamos ante un invento que ha revolucionado las comunicaciones. El tren en España, durante mucho tiempo, significaba incomodidad, retrasos, aire irrespirable y dedicación de tiempo, mucho tiempo. La alta velocidad ha aportado una agilidad y una comodidad que reducen, en ocasiones hasta su desaparición, las ventajas del avión.
Pero no pretendo dedicar mi espacio de hoy a destacar las virtudes del AVE, simplemente quiero reflejar la experiencia rutinaria de un viaje en dicho tren a Madrid, con el consiguiente regreso.
Cuando viajo en medios públicos, y yo que soy un peatón nato lo hago mucho, me gusta observar a mi alrededor, fijarme en quienes son mis compañeros de viaje. Me parece que nos hemos vuelto demasiado individualistas y los trenes ya no son un lugar donde ejercer las relaciones sociales, ese reducto de solidaridad en el que tan pronto podías compartir una rebanada de pan con jamón como la foto de tu familia y hasta la más íntima de las confidencias. No me imagino al joven yuppie que hace un par de semanas se sentó a mi lado sacando la hogaza y la navaja y preguntándome “usted gusta?”. No pretendo que esto ocurra, aunque sí echo en falta, cuando menos, la sensación de ser tenido en cuenta por el vecino de asiento.
En un viaje en tren del siglo XXI siempre tienen protagonismo los móviles; es muy difícil poder sustraerte a conversaciones intrascendentes, negociaciones estériles y hasta intimidades inconfesables: yo, en una ocasión, escuché en vivo y en directo como un individuo rompía de modo definitivo con su mujer, o por lo menos eso es lo que decía. A lo largo del año viajo unas cuantas veces por este medio y, al cabo del tiempo, he acabado alcanzando el conocimiento de una plural gama de tonos de llamada y de mensaje; la utilización del móvil no es sino una demostración más de la actual tendencia humana a ir cada uno a la suya, al autismo y al aislamiento.
Las pequeñas experiencias se multiplican en las escasas dos horas del viaje: conversaciones demasiado altas, higienes nada perfectas, …. Entre todos acabamos exhibiendo mil maneras de ir a la nuestra. El AVE ha supuesto mejoras enormes en comodidad, en puntualidad, en agilidad a la hora de viajar, pero es posible que también ha transformado el ferrocarril de algo humano y hasta entrañable en un aparato impersonal y deshumanizado.
Pero no pretendo dedicar mi espacio de hoy a destacar las virtudes del AVE, simplemente quiero reflejar la experiencia rutinaria de un viaje en dicho tren a Madrid, con el consiguiente regreso.
Cuando viajo en medios públicos, y yo que soy un peatón nato lo hago mucho, me gusta observar a mi alrededor, fijarme en quienes son mis compañeros de viaje. Me parece que nos hemos vuelto demasiado individualistas y los trenes ya no son un lugar donde ejercer las relaciones sociales, ese reducto de solidaridad en el que tan pronto podías compartir una rebanada de pan con jamón como la foto de tu familia y hasta la más íntima de las confidencias. No me imagino al joven yuppie que hace un par de semanas se sentó a mi lado sacando la hogaza y la navaja y preguntándome “usted gusta?”. No pretendo que esto ocurra, aunque sí echo en falta, cuando menos, la sensación de ser tenido en cuenta por el vecino de asiento.
En un viaje en tren del siglo XXI siempre tienen protagonismo los móviles; es muy difícil poder sustraerte a conversaciones intrascendentes, negociaciones estériles y hasta intimidades inconfesables: yo, en una ocasión, escuché en vivo y en directo como un individuo rompía de modo definitivo con su mujer, o por lo menos eso es lo que decía. A lo largo del año viajo unas cuantas veces por este medio y, al cabo del tiempo, he acabado alcanzando el conocimiento de una plural gama de tonos de llamada y de mensaje; la utilización del móvil no es sino una demostración más de la actual tendencia humana a ir cada uno a la suya, al autismo y al aislamiento.
Las pequeñas experiencias se multiplican en las escasas dos horas del viaje: conversaciones demasiado altas, higienes nada perfectas, …. Entre todos acabamos exhibiendo mil maneras de ir a la nuestra. El AVE ha supuesto mejoras enormes en comodidad, en puntualidad, en agilidad a la hora de viajar, pero es posible que también ha transformado el ferrocarril de algo humano y hasta entrañable en un aparato impersonal y deshumanizado.
4 comentarios:
¡Bien visto!
me has llegado totalmente!
Habría que ver qué opina al respecto una conocida común, hija de ferroviario por más señas, aunque supongo que estaría totalmente de acuerdo con tu comentario, que por otra parte es estupendo.
Esa conocida común tiene a la RENFE en un altar, a los buses en el averno y unas convicciones innegociables.
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