El mundo de internet es francamente variado y plural. Puede ser tanto un medio formidable de ayuda al trabajo, como una máquina de perder el tiempo, un complemento excelente para adelantar tareas que antes te costaban muchísimo tiempo, una forma de perjudicar tu vida, de animarla y mil cosas más. En ocasiones, navegar por la red te permite entrar en ese especial mundo de la nostalgia que tanto nos suele gustar cuando comenzamos a cumplir más años de los deseados. Y es que -con frecuencia inesperadamente- encuentras algo que necesariamente te retroatrae a tu pasado, te aporta recuerdos especiales, haciéndote revivir años lejanos como si lo que pasó hace décadas lo estuvieras viviendo ahora.
Eso me pasó a mí el otro día, cuando encontré la web del Colegio de la Compañía de María de Zaragoza, la célebre "Enseñanza", donde viví mis primeros tres años de colegial, entre 1963 y 1966 -¡¡lo que ha llovido¡¡-. Se trata del prestigioso colegio situado en la confluencia de las calles Bilbao y Canfranc, en pleno centro de la capital maña. Me viene a la cabeza lo que decía un antiguo director, ya fallecido, del colegio al que fui después: "con el tiempo todos los recuerdos se convierten en agradables". Seguro que tenía razón con ese comentario, no exebto de cierto tono irónico, y por eso cuando usando esas visitas virtuales que parecen mágicas volví a recorrer las remozadas instalaciones del centro, sentí nostalgia, se me avivaron los recuerdos y regresé automáticamente a esa primera infancia, cuando ni puedes imaginar los problemas y vicisitudes que la vida te va a dar, mientras se te acumulan otros que ahora desearías tener.
La Enseñanza era, como lo debe de seguir siendo ahora, un colegio de monjas, aunque aquéllas eran monjas de los años 60, llevaban hábito de arriba abajo, una "gola" blanca que hacía que mostraran solamente la cara y una especie de castañuela en el cinto con la que eran capaces de dirigir las múltiples filas que al entrar y salir del cole formábamos los alumnos y alumnas, simplemente haciendola sonar con un seco golpetazo.
Desde luego, no tuve ningún trauma con la educación que me dieron aquellas buenas monjas, que tendían a ser bajas y regordetas, enérgicas y finalmente, siempre cariñosas, aunque alguna tuviera algo de "estiradilla", ... incluso había otra cuyo castigo a los alumnos díscolos consistia en hacerles comer pan duro. A mí me daba clase una señorita de origen chileno, que aunque tenía aires de soltera impenitente, acabó contrayendo matrimonio con un viudo con cuatro hijos. El colegio de entonces era de "niñas" y solamente se permitía la asistencia a alumnos hasta los 6 años, por esta razón, mis primeros años con "vida exterior" los viví en situación de inferioridad con el otro sexo, con un curioso régimen en el que había un parvulario mixto, una clase con niños de 5 y 6 años y el "mogollón" de alumnas que dominaban claramente todo el montaje.
El cole tenía un hall de entrada amplio, con una serie de "madres" de edad probecta que pululaban por ahí, si no recuerdo mal, en funciones administrativas; un patio enorme, del que recuerdo muy poco, tan sólo que los niños jugábamos desordenadamente al fútbol entre una jauría de alumnas que creo recordar soportaban la convivencia. Nuestra clase estaba en un edificio exterior anexo al patio, mientras que las aulas donde estudiaban las chicas se hallaban lejos, en una especie de mundo inaccesible, de rincón donde uno no podía llegar.
Los recuerdos se agolpan inconexos y en ocasiones borrosos. En ese colegio hice mi primera comunión, un 16 de mayo de 1965, tras una preparación concienzuda y discreta; allí llevábamos flores a María en el mes de mayo y había una fiesta colegial para celebrar a la patrona, Santa Juana de L'Estonac, donde las alumnas mayores organizaban concursos, rifas y una especie de casa del terror al que llamaban infierno. Llevábamos un uniforme azul, con pantalón corto, jersey y camisa blanca y, para estar en clase y salir al recreo teníamos una bata verdiblanca, aunque dudo que la dirección del colegio tuviera nada que ver ni con el Betis ni con el Córdoba. En una ocasión se organizó una corrida de toros, en la que tres niños vestidos "ad hoc" toreamos a otro que emmulaba a los Miura con una cabeza de res; por ahí quedan las fotos brindando el toro a la madre superiora: fue una experiencia cuyo recuerdo me ruborizaba durante años, convirtiéndose en una especie de secreto vergonzante.
Me parece que recibí una educación de calidad y con los viejos sistemas de pizarras, láminas, cartillas, cuadernos de escritura y lecturas en grupo, tuve un baño suficiente para enfrentarme a la primaria y el bachiller con éxito. Años después, cuando ya pensaba que era "mayor" aún volví algún domingo al cine, donde las películas de la época (Robin Hood, alguna del oeste, otras de Jerry Lewis y más de una españolada cursi) no se solían ver completas, pues siempre se omitía algun beso más o menos apasionado o alguna escena violenta.
Al cabo de casi 45 años, me queda el agradecimiento, el recuerdo y la posibilidad de reflejarlo por escrito.
4 comentarios:
Yo tengo los mejores recuerdos de mi colegio, el Sagrado Corazón de Maria: las monjas eran profesoras excelentes, cariñosas e implacables con la calidad del trabajo.
Durante toda mi vida, en situaciones e circunstancias muy distintas me he sentido muy agradecida a esas personas, muy inteligentes en general, que me enseñaron tantas cosas, y me extraña siempre mucho que tanta gente se queje de ese tipo de enseñanza.
La gente se queja de ese tipo de enseñanza por diversas rzones:
1.- Por ignorancia, mi experiencia es que hay muchos que opinan de oídas, por un par libros mal leídos, tres conversaciones de barra de bar o alguna película mal intencionada.
2.- Por generalizar experiencias negativas aisladas.
3.- Por simple mala baba: si habalmos de curas y monjas el colmillo se afila.
Is only my opinion.
Tienes razón. Es que precisamente lo que más agradezco es que me enseñaron a no pensar por la cabeza de nadie y a saber fundamentar lo que pienso.
Y nos reíamos mucho en clase y en los patios, enormes, llenos de árboles muy viejos, con sombras deliciosas. Yo iba al colegio con verdadero gusto.
A medida que avanza tu relato me he trasladado sin querer a mi colegio de la infancia. Las Teresianas de Tarragona, situada en el centro más céntrico de la ciudad: la Rambla.
Las monjas eran tal cual las describes. Su hábito era de un inconfundible color marrón café-con-leche. El edificio se ha quedado pequeño, pero no se puede tocar porque lo construyó un discípulo de Gaudí. En los patios patinábamos, con unos patines que entonces eran de ruedas de madera. Teresianas destacaba en básquet. Daban mucha importancia al deporte.
Pero un cambio de escuela de mi padre provocó nuestro cambio de escuela. Recuerdo que la Superiora, muy solemne, me dijo: Has nacido aquí y vas a crecer en otro colegio. Y los entrenadores de básquet me dieron las gracias por los "servicios prestados" con cara de pocos amigos. No les gustaba nada mi futura escuela.
Me prepararon bien y actualmente sigue siendo de lo mejor que hay en Tarraco.Eso sí, con poquísimas monjitas y un Director en lugar de Superiora.
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