A mediados de septiembre cumpliré siete años en Huesca; podría hacer muchas valoraciones de este tiempo, de todos los colores, con miles de matices, pero no es el momento. Pero no se por qué razón me ha venido a la cabeza algo tan trivial como es el hecho de que llevo el mismo tiempo realizando por las mañanas, entre 8.30 y 9.00 horas, el mismo recorrido.
Las personas tendemos a ser animales de costumbres y en nuestro itinierario diario nos habituamos a hacer lo mismo: a recorrer las mismas calles, a contemplar las mismas casas y a cruzarnos con las mismas gentes. Y tal vez con esta rutina tendríamos que luchar por evitar convertirla en un hábito meramente mecánico, porque esas personas con las que llevamos años tropezándonos, sin saber casi nunca ni su origen, ni su situación ni su nombre, son seres con cuerpo y alma, personas que tienen alegrías y tristezas, que sufren y disfrutan, que sienten y disienten. A lo mejor es por ésto que al cabo de los años acaban siendo parte de tu vida, paisaje de tu pequeña historia. Por eso cuando los ves abriendo la tienda, caminando deprisa, acompañando al niño o arrancando su coche, nunca estará de más dedicarles un rato de tu atención, un segundo de tu tiempo, un pensamiento concreto.
Cuando piso la calle el Paseo de las Autonomías no ofrece excesivo movimiento, hay algun padre o madre acompañando al niño al colegio, ciudadanos que deambulan quien sabe donde y gente que arranca sus vehículos camino del trabajo; en la Pastelería Tolosana se nota ya el comienzo de la actividad y uno se detendría a catar tantas maravillas reposteras, casi tanto como más adelante cuando avistas el Panishop en Menéndez Pidal. Antes has contemplado cómo en la pescadería anexa a la Plaza Europa se prepara el día con la intensidad habitual: en mis primer año era el padre, ahora es el hijo quien asume la cabeza del negocio.
Cruzado el paso de peatones adjunto a una de las rotondas de Menéndez Pidal tienes dos alternativas: o enfilas Ricardo del Arco, donde tropezarás con toda la chiquillería que o se encamina a San Viator o bien al Instituto Ramón y Cajal, o te diriges a General Lasheras, donde tras pasar el Bar "Las Eras" en el que toman café las chicas del "Bon Área" junto a empleados de otros establecimientos cercanos, siempre te acaba "pillando" el semáforo de Juan XXIII, a veces tras recoger un diario en el estanco donde te atienden con amabilidad y discrección. A la altura de la Subdelegación del Gobierno en Plaza Cervantes puedes tener encuentros repetidos, bien Luis o Carlos que llevan sus niños a San Viator, bien algún político puntual, D. Leandro con su bastón o la señora de la tienda de arreglos de ropa, que trabaja a todas horas, a quien he llegado a ver los domingos dándole al retal; es la acera del Schlecker, de la tienda de bordados y la vieja tienda de ropa que se transformó en lugar de venta de palos y demás material de golf y ahora es una inmobiliaria. La calle Santo Grial también tiene movimiento; aunque el Bingo no está en su horario y la mercería sigue cerrada, tanto el kiosko como el Bar hace tiempo que tienen actividad, mientras en el Ambulatorio entra y sale gente a discreción y en dirección opuesta caminan apresurados los más tardones de entre los alumnos de San Viator. Cuando ya alcanzas la calle del Parque, a la vista de árboles y arbustos, se han convertido en habituales el guarda jurado de la Tesorería de la Seguridad Social y las dependientas de una farmacia cercana que abre a las 9 y que ponen cara de prisa en dirección a la misma: una de ellas se ha rizado el pelo para rejuvenecer un montón y otra es aún más joven, timidez evidente y bondad reflejada en el rostro.
La Calle Mesnaderos comienza con el paso por la Peluquería "Duo", donde las primeras clientes suelen esperar ya en la puerta, mientras las peluqueras se acercan, aparentando haber experimentado las nuevas tendencias de peinado en sus propios cabellos. Esta zona, especialmente cuando te aproximas a la entrada de alumnos del Colegio de Santa Ana, es un hervidero de padres, madres y alumnos, el presente y el futuro de Huesca que se mezclan en armonía, y si los lunes agudizas el oído puedes escuchar mil historias de botellones, tubos y algún que otro amor adolescente; la Plaza de la Inmaculada recoge los alumnos más resistentes a traspasar la frontera que separa el ocio de las clases, los empleados de Correos, alguna que otra persona que parece llegar tarde a trabajar y algunos funcionarios de Justicia que a lo mejor acaban de llegar en las famosas "pateras" zaragozanas.
Las personas tendemos a ser animales de costumbres y en nuestro itinierario diario nos habituamos a hacer lo mismo: a recorrer las mismas calles, a contemplar las mismas casas y a cruzarnos con las mismas gentes. Y tal vez con esta rutina tendríamos que luchar por evitar convertirla en un hábito meramente mecánico, porque esas personas con las que llevamos años tropezándonos, sin saber casi nunca ni su origen, ni su situación ni su nombre, son seres con cuerpo y alma, personas que tienen alegrías y tristezas, que sufren y disfrutan, que sienten y disienten. A lo mejor es por ésto que al cabo de los años acaban siendo parte de tu vida, paisaje de tu pequeña historia. Por eso cuando los ves abriendo la tienda, caminando deprisa, acompañando al niño o arrancando su coche, nunca estará de más dedicarles un rato de tu atención, un segundo de tu tiempo, un pensamiento concreto.
Cuando piso la calle el Paseo de las Autonomías no ofrece excesivo movimiento, hay algun padre o madre acompañando al niño al colegio, ciudadanos que deambulan quien sabe donde y gente que arranca sus vehículos camino del trabajo; en la Pastelería Tolosana se nota ya el comienzo de la actividad y uno se detendría a catar tantas maravillas reposteras, casi tanto como más adelante cuando avistas el Panishop en Menéndez Pidal. Antes has contemplado cómo en la pescadería anexa a la Plaza Europa se prepara el día con la intensidad habitual: en mis primer año era el padre, ahora es el hijo quien asume la cabeza del negocio.
Cruzado el paso de peatones adjunto a una de las rotondas de Menéndez Pidal tienes dos alternativas: o enfilas Ricardo del Arco, donde tropezarás con toda la chiquillería que o se encamina a San Viator o bien al Instituto Ramón y Cajal, o te diriges a General Lasheras, donde tras pasar el Bar "Las Eras" en el que toman café las chicas del "Bon Área" junto a empleados de otros establecimientos cercanos, siempre te acaba "pillando" el semáforo de Juan XXIII, a veces tras recoger un diario en el estanco donde te atienden con amabilidad y discrección. A la altura de la Subdelegación del Gobierno en Plaza Cervantes puedes tener encuentros repetidos, bien Luis o Carlos que llevan sus niños a San Viator, bien algún político puntual, D. Leandro con su bastón o la señora de la tienda de arreglos de ropa, que trabaja a todas horas, a quien he llegado a ver los domingos dándole al retal; es la acera del Schlecker, de la tienda de bordados y la vieja tienda de ropa que se transformó en lugar de venta de palos y demás material de golf y ahora es una inmobiliaria. La calle Santo Grial también tiene movimiento; aunque el Bingo no está en su horario y la mercería sigue cerrada, tanto el kiosko como el Bar hace tiempo que tienen actividad, mientras en el Ambulatorio entra y sale gente a discreción y en dirección opuesta caminan apresurados los más tardones de entre los alumnos de San Viator. Cuando ya alcanzas la calle del Parque, a la vista de árboles y arbustos, se han convertido en habituales el guarda jurado de la Tesorería de la Seguridad Social y las dependientas de una farmacia cercana que abre a las 9 y que ponen cara de prisa en dirección a la misma: una de ellas se ha rizado el pelo para rejuvenecer un montón y otra es aún más joven, timidez evidente y bondad reflejada en el rostro.
La Calle Mesnaderos comienza con el paso por la Peluquería "Duo", donde las primeras clientes suelen esperar ya en la puerta, mientras las peluqueras se acercan, aparentando haber experimentado las nuevas tendencias de peinado en sus propios cabellos. Esta zona, especialmente cuando te aproximas a la entrada de alumnos del Colegio de Santa Ana, es un hervidero de padres, madres y alumnos, el presente y el futuro de Huesca que se mezclan en armonía, y si los lunes agudizas el oído puedes escuchar mil historias de botellones, tubos y algún que otro amor adolescente; la Plaza de la Inmaculada recoge los alumnos más resistentes a traspasar la frontera que separa el ocio de las clases, los empleados de Correos, alguna que otra persona que parece llegar tarde a trabajar y algunos funcionarios de Justicia que a lo mejor acaban de llegar en las famosas "pateras" zaragozanas.
Ya en el Coso Alto coincides con el bus que llega del Perpetuo Socorro, saludas al locutor de Localia que saca al niño del coche, a la encantadora secretaria del letrado ilustre y trabajador, al padre de familia que me recordaba a un antiguo Ministro de Justicia y resultó ser un conocido gestor y, hasta hace un año, a la vendedora del gratuito "Metro", portadora posiblemente de la coleta más larga de Huesca. Al cruzar, pasas por el "Mi Bar", donde a veces hay conocidos que te animan a un café siempre excelente y a recibir una atención esmerada: da gusto cuando alguien sabe hacer su trabajo. El Candanchú lo puedes reservar para el mediodía. Luego ya te topas con la esquina de Correos y la Calle Moya, que ya te anuncia que empieza lo duro: mañana volverás a repetir experiencias.
Son siete años reiterando el paisaje, las escenas, los trayectos y las gentes; esperemos que no me canse de seguir sintiendo como algo mío tanta compañía anónima.
1 comentario:
Enhorabuena por tu post! Qué bien!
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