Hace ya unos cuantos años, asistiendo a Misa de 9.00 de la mañana en la Catedral de Huesca un domingo de invierno le dí la paz a un señor que se encontraba en el banco posterior al mío; me llamó la atención el hombre, de bastante edad y que vestía ropa sencilla y bastante desgastada, pues llevaba muletas en los dos brazos, padecía un llamativo Parkinson y tenía un aspecto general de encontrarse francamente enfermo: estaba delgadísimo y su tez era pálida. Al salir comprobé cómo se alejaba lenta y dificultosamente imagino que en dirección a su casa. Fue una de esas ocasiones en las que, a la vez que ves reflejado en el otro el sufrimiento de Jesús en la cruz y procuras tener ese sencillo detalle de darle la mano y desearle la paz con toda la delicadeza del mundo, sientes al mismo tiempo dos sensaciones que parecen contrapuestas: de lástima ante una persona que ves realmente destrozada por la enfermedad y la vejez y de admiración por la fe y la fuerza interior de quien en esas condiciones ha madrugado una mañana de invierno para asistir a Misa a primera hora, admiración que llegó a revestir caracteres de cierta envidia ante alguien que tiene que ser muy grato a Dios.
Posteriormente le volví a ver en alguna ocasión más, y como en las ciudades del tamaño de Huesca uno acaba conociendo quien es cada cual, acabé sabiendo que había trabajado como bedel de la Residencia de Niños de la ciudad; no llegué a saber más datos, ni falta que hacía, pues me bastó su ejemplo de ese día a esa hora y no me extrañaría que ya no se encuentre entre nosotros. Me bastó verle una vez, contemplar en un instante su mirada, sufridora y confiada a la vez, para tenerlo presente con frecuencia y, como ya dije anteriormente, sentir deseos de llegar, si así ha de ser, a su edad con esa fe y esa entereza; estoy seguro de que con frecuencia nos confundimos cuando pretendemos definir lo que entendemos por belleza.
6 comentarios:
Encantador tu post, verdaderamente encantador: y era invierno, lo que, no sé por qué, lo hace más entrañable todavía.
Me quedo con tu última reflexión. Si, muchas veces nos confundimos al intentar definir la belleza.
Gracias, buen fin de semana.
Gracias Modestino por tu entrada. Creer que este mundo es justo y a lo largo de la vida hallaremos lo que merezcamos no es cierto, es la excusa que tenemos a veces para pensar que los ancianos que están solos “se lo han buscado”, “no hicieron lo suficiente en la vida”.
Ser cristiano nos da otra perspectiva, nuestro Padre nunca nos falla y por eso acudimos toda nuestra vida casi siempre a pedir y a veces a agradecer… Para Dios nuestra única belleza es la interior, la que nos dan nuestras obras y cuanto mas cerca estamos de Dios mejor reconocemos esa belleza interior.
En invierno, Annemarie, como dice Sabina "aprieta el frío", que no es poco.
Hay que aprender a ver la belleza, a no quedarse en la superficie, que hay mucho espejuelo Mariapi ... conforme vas cumpliendo años, te viene bien comprobar esas primeras muestras de pérdida de facultades, arruguillas, ...
Estoy de acuerdo en lo de la otra perspectiva, veronicia, muy de acuerdo.
Un poco tarde, Modestino...
El hombre de las muletas tiene que haber vivido siempre con fe muy arraigada, sabiendo que la salud se deteriora...y que la tenemos para gastarla. Si no, no es posible llegar a viejo así. El talante de un anciano mermado físicamente me parece que no se improvisa.
Gracias por la entrada. De ésas que te ayudan a sacar unas cuantas conclusiones personales.
Un saludo, Modestino
Sí, dicen que uno acaba teniendo el talante, la expresión que se ha ido forjando a lo largo de su vida.
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