
Quien lea este blog con alguna frecuencia, ya sabrá de mis 22 años en Tarragona y mi querencia por esa parte del mapa de España, entre otras razones porque tengo cierta tendencia a repetirme. Si hubiera de elegir una persona que haya influído positivamente en mi vida durante aquellos años no resultaría fácil, pero no tengo ninguna duda de que entre ellas, y en posición privilegiada, se encontraría Manolita, fundamentalmente porque de ella aprendí lo que significa amar a los demás, así: con mayúsculas, sin matices y del todo.

Manolita tiene un "montaje" (vamos a llamarlo así) llamado "Betania", una especie de ONG dedicada a atender a los que sufren, a los que no tienen casa, a aquellos a quienes nadie hace caso: transeuntes, marginales, inmigrantes, presos, drogadictos, enajenados, ... Su vida es una entrega total a esta causa y para conseguir sacarlos adelante está dispuesta a hacer lo que haga falta.
La conocí porque, entre sus muchas actividades, recorre casi diariamente los despachos del Palacio de Justicia interesándose por quienes tienen una causa pendiente, apoyándoles y buscando, con ejemplar respeto a la función de cada cual, favores, rebajas y todo tipo de ayuda: es la voz de quien no la tiene. He de reconocer que al principio la recibí con cierta precaución, pensaba que se metía donde no le llamaban y tendía a agobiarme. Pero eran sensaciones que venían, por un lado, de un profundo desconocimiento de la categoría humana del personaje, a la vez que de esa rigidez que uno tiene en los inicios de su profesión, cuando la vida y algún buen amigo aún no te ha enseñado que las cosas no son siempre exactamente como figuran en los libros y en las leyes.

Manolita se mueve porque ama a Dios; estoy seguro que hay otras razones que impulsan a la gente a hacer el bien, que hay muchas personas entregadas a causas ejemplares llevadas por otros ideales, pero dudo que haya una razón más fuerte, capaz de mover como ese amor lo hacía con Manolita. En ella vi reflejado, literalmente, ese ver en los demás a Jesucristo que nos han enseñado tantas veces, el que cuando ves a alguien que sufre, con culpa o sin culpa, ves a Cristo crucificado. Fue el mayor ejemplo que recibí de ella, y cuando recuerdo cómo trabajaba siento tanta admiración como vergüenza personal. Manolita era una creyente convencida, aunque funcionaba bastante por libre, más bien al margen de una Iglesia como la catalana que, al menos en aquella época, marcaba una tendencia pseudopolítica tintada de un nacionalismo desproporcionado.

Manolita consiguió hacer conmigo lo que quiso, y bien agradecido que le estoy: gracias a ella estoy seguro que he almacenado algo de bueno para cuando me toque rendir cuentas. Y eso que en bastante ocasiones no me resultó plato de gusto hacer lo que me pedía. Aparte de interceder por mil causas perdidas, Manolita me llevó por parte de la pequeña geografía de los barrios tarraconenses para hablar a jóvenes y menos jóvenes de drogas, delincuencia y marginalidad, para dar mi visión de este mundo tan poco grato que asoma entre los papeles que conforman los pleitos judiciales, para alentar remedios y soluciones. Pero cuando conseguía hacer encaje de bolillos era en Navidad, momento en el que, con una sonrisa y una perseverancia que no permitían respuesta negativa, me invitaba a acudir a la cárcel para participar, con alguna persona más, en una charla con los presos; las pasaba canutas, me entraba un canguelo superior, pero al final siempre tenía que darle las gracias por haberme dejado participar de una experiencia tan especial. Los presos le comían en la mano, intuyo que por ese olfato especial que tienen los desesperados para descubrir a quien no tiene aristas.
Todos necesitamos tener en la reserva a personas como ella, alguien que no te va a fallar, que te quiere por lo que eres, sin matices, incluyendo defectos, que reza por tí, que te apoya cuando hace falta, ... que, sencillamente, está ahí. Recuerdo que un día, no viene a cuento la razón, me dijo que cuando uno quiere a otro le tiene que dar igual lo que los demás piensen de las manifestaciones de ese amor, constancia queda.