18 de agosto de 2016

Una película de amor

Ayer falleció en Los Ángeles Arthur Hiller, un director de cine que ya contaba 92 años y que tras leer su filmografía compruebo que conozco muy pocas películas. No es ésto una novedad, porque no soy ni de lejos un cinéfilo, y seguro que mi amigo Tommy -y alguno más- sacaría petróleo con títulos y anécdotas. Me vienen a la cabeza "El hombre de La Mancha" (1971) con una pareja protagonista de lujo, Peter O'Toole y Sofía Loren, nombres que no pudieron impedir un inesperado fracaso de taquilla, "El hombre de la cabina de cristal" (1972), con Maximilliam Schell en su recurrente papel de criminal nazi juzgado al cabo de los años y "El expreso de Chicago" (1976), una comedia de humor que en su día me divirtió mucho y protagonizaban la pareja cómica formada por Gene Wilder y Richard Pryor.

Pero, sin duda, el film que consiguió que Hiller tuviera su lugar de honor en la historia del cine fue "Love Story" (1970), esa tierna historia de adolescentes cuyo amor trunca el destino por  causa de la enfermedad incurable de la chica. La película batió en su día records de ventas y consiguió que los cines de todo el mundo se abarrotaran de ciudadanos que lloraban desconsolados ante el drama que Hiller les contaba.  La película la protagonizaban dos actores que por entonces eran poco conocidos, Ryan O'Neal, quien estaba destinado a papeles de cierto relieve en cintas como "¿Qué me pasa, doctor?" (1972) de Peter Bogdánovich o "Barry Lyndon" (1975), de Stanley Kubrick y Ali Macgraw, una joven bien guapa que al cabo de los años brillaría, con un papel mucho menos tierno, junto a Steve McQueen en "La huida" (1972), de Sam Peckinpah.

Era un tiempo en que en el cine  se imponía un nuevo estilo, lo que se llamó el "nuevo cine americano", con películas como "El graduado" (1967), de Mike Nichols, "Cowboy de medianoche" (1969), de John Schlesinger, "Bonnie y Clyde" (1967), de Arthur Penn o "Danzad, danzad, malditos" (1969), de Sidney Pollack, todas ellas de un tono bien distinto a la "cosa sentimental". Con "Love Strory" Arthur Hiller quiso recurrir a lo de siempre, al guión clasico, a la historia que llega al corazón, al drama humano ausente de complicaciones. Yo tenía 11 años cuando se estrenó la película, pero recuerdo como si fuera hoy los comentarios de mi profesor de lengua, un hombre dinámico a quien gustaba compartir temas de actualidad con sus alumnos, hablándonos de una película que simplificaba lo que se veía por entonces en las salas, de la historia de amor entre un chico bien posicionado y una joven de familia humilde que, lejos de encaminarse a un "happy end", queda frustrada por la leucemia.

Pero aunque en este caso el final es triste, siempre sera  bello el amor, aunque  los diálogos, las frases -"Amor significa no tener que decir nunca lo siento"- puedan ser calificadas por algunos de tópicos, de superficiales. Al fin y al cabo, por frios que nos hayan vuelto las circunstancias, nuestra propia forma de ser, el polvo del camino o los desengaños de la vida, queda algo dentro que nos acerca a la ternura, a lo sensible, a valorar el cariño.




1 comentario:

Tommy dijo...

Le recordaré, más que Love Story, por El expreso de Chicago, que es una peli que, partiendo de la misma idea de Alarma en el expreso de Hitchcock, funciona admirablemente como mezcla de comedia y aventuras.

Para mí su mejor obra es La americanización de Emily, una sátira ambientada en la Segunda Guerra Mundial con un impresionante guión de Paddy Chayefsky (con quien Hiller volvió a coincidir en la esperpéntica Anatomía de un hospital con el inimitable George C. Scott) y protagonizada por James Garner y Julie Andrews (años más tarde, la inolvidable pareja de Victor/Victoria), más Melvyn Douglas y un James Coburn en el papel de su vida. Muy recomendable, vaya.