Esta mañana, entre las sonrisas y el buen hacer de las "chiquitas" que lo atienden, me he tomado un cortado en el bar que me pilla a medio camino del trabajo. Como siempre la televisión exhibía las noticias iban pasando ... no suelen ser buenas. Convertidos en el pan nuestro de cada día los intentos de pacto, las tensiones políticas y las amenazas terroristas, ahora el interés se centra, como es lógico, en el "día después" del terrible terremoto de Italia. Y entre las escenas que la tele nos mostraba, me ha estremecido la de una maestra llorando desconsolada ante los desoladores escombros de la escuela donde daba clase.
Deseo con todas mis fuerzas no acostumbrarme nunca al dolor ajeno, no perder jamás la disposición y la capacidad de identificarme con quien sufre, lo muestre de una manera o de otra; no es bueno avergonzarse de ser de carne y hueso. A veces me he cruzado ... me he rozado, con quienes ven en las lágrimas y en la tristeza como una especie de debilidad, incluso como una falta de aceptación de los designios divinos. He tenido que hacerme violencia para mantener mi estilo, mi forma de enfrentarme a la vida. Somos humanos, y si queremos al prójimo de verdad, del todo, necesariamente sufrimos ... y, necesariamente también, lo exteriorizamos, y hasta nos revelamos ante la desgracia ajena.
Comprendo el dolor de la maestra italiana, una mujer que en su desolación mantiene ese estilo elegante y digno tan propio de los transalpinos. Es difícil aceptar, no vale la resignación. Y sus lágrimas me recuerdan también las de alguien que ayer se rebelaba ante un drama similar ... A veces nos viene bien encararnos con Dios, ... luego, en nuestro interior, podremos negociar, reflexionar con calma y con tiempo, y esperar la luz, esa luz que en determinados momentos se oculta, y al hacerlo se tambalea nuestro corazón, se oscurece nuestra mente.
Benditas lágrimas de ese rostro cuyo nombre desconozco por hacerme pensar, benditos mensajes que me enfrentan con las asperezas de la vida.
2 comentarios:
el sufrimiento nos hace humanos. Un beso.
Me adhiero a tus palabras, Modestino. A todas y cada una. Esa mujer... ¡sus niños!
Alguien, no sé quién, quiere vegetales y no personas; sin memoria ni corazón. Esponjas, autòmatas, gente que piense poco, que no reflexione. Qué no sienta.
Bellas tus palabras, como siempre.
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