28 de abril de 2017

Tres cuestiones taurinas



En los últimos siete días se han acumulado motivos para que yo hable de toros. La llamada fiesta nacional es hoy cuestionada por bastantes, pero sigue produciendo afición y noticias.

La primera es el fallecimiento de Sebastián Palomo Linares, el torero jienense que falleció en el Hospital Gregorio Marañón de Madrid el pasado 24 de abril tras no poder superar una delicadísima operación de corazón. La prensa da muchas vueltas estos días a su situación sentimental, a las relaciones con sus hijos, al problema de su herencia, ... Para mí, fundamentalmente,  la figura de Palomo Linares me trae recuerdos infantiles, pues fue él uno de los grandes matadores que surgieron en la generación posterior a figuras de la categoría de Antonio Ordóñez, Diego Puerta, Paco Camino, "El Viti" o "El Cordobés". Recuerdo haberle visto siendo yo un niño en la Plaza de Zaragoza en su época de novillero, cuando junto a él sonaban nombres de jóvenes en alza como "Paquirri", Miguel Marquez o Angel Teruel. Palomo Linares fue un torero podroso que anduvo por las alturas del escalafón taurino mientras estuvo en activo y pasó a la historia por dos motivos: en la Feria de San Isidro de 1972 cortó un rabo en Las Ventas tras 37 años sin que nadie lo hiciera y mantuvo junto al "Cordobés" una particular batalla con los empresarios que les valió el nombre de "guerrilleros". Descanse en paz.

La segunda cuestión taurina que me llamó la atención durante estos días tiene que ver con Curro Díaz, matador de toros en activo, de raza gitana y paisano de Palomo. Se trata del típico torero con duende, con veinte años de alternativa, que fue cogido al entrar a matar a su segundo toro el pasado día de San Jorge en la Plaza de la Misericordia de Zaragoza. Díaz había realizado una gran faena y con la espada se jugaba cerrarla con corte de orejas. El torero lo dio todo en la estocada, tanto que resultó cogido en una pierna con una herida de 15 cm. En un gesto torero de pundonor y valentía espero, aguantando el dolor, a que el toro doblara y recogió dos merecidas orejas que paseó por el ruedo entre el clamor de un público admirado. Tras la vuelta al ruedo, pasó a la enfermería, donde hubo de ser operado. Toda una demostración de pundonor y torería.

La tercera referencia es menos llamativa. Durante mi infancia mi afición a los toros superaba a cualquier otra. De esta manera, no solamente me fijaba en las grandes figuras de la época, como la anteriormente mencionadas y algunas más: "El Litri", "Mondeño", Gregorio Sánchez, Jaime Ostos, Andrés Vázquez, Antonio Bienvenida, ..., sino también en toreros modestos, de esos que toreaban poco, en plazas de segunda o tercera y, frecuentemente, a toros difíciles, de esos de los que renegaban las figuras. Uno de esos toreros era Enrique Patón, un hombre nacido en Figueras, que desarrolló buena parte de su carrera en Cataluña, donde ahora han cerrado la puerta a los toros. De hecho tomó la alternativa en Barcelona en septiembre de 1967, siendo apadrinado por un torero que triunfó en la capital condal, "Chamaco" y en presencia del malogrado "Paquirri". El pasado día de San Jorge, finalizada la corrida en la que fue herido Curro Díaz, tuve la ocasión de saludar a Enrique Patón, en la actualidad empresario taurino con personalidad y prestigio, que me pareció un hombre cordial, inteligente y de cierta bonhomía.

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