10 de diciembre de 2008

60º aniversario de la Declaración Universal de los Derechos Humanos



El 60º aniversario de la aprobación de la Declaración Universal de los Derechos Humanos por la Asamblea General de las Naciones Unidas es mucho más que una efeméride histórica.

La Declaración Universal de los Derechos Humanos, aprobada en París el 10 de diciembre de 1948, ha producido bibliografía innumerable en el ámbito del Derecho Internacional.

Muchos quisieron ver en esta Declaración la existencia de un nuevo Derecho de Gentes, un Derecho cuyo protagonista es el ser humano, en contraposición al Derecho Internacional clásico, en el que el centro había sido la soberanía de los Estados. Pero hoy en día siguen siendo muchos los países que siguen identificando el Derecho Internacional con la primacía del principio de la soberanía estatal.

En la introducción de la Carta de la ONU se hace referencia a “reafirmar la fe en los derechos fundamentales del hombre, en la dignidad y el valor de la persona humana, en la igualdad de derechos de hombres y mujeres”. Sin embargo, en el artículo primero, relativo a los propósitos de las Naciones Unidas, los derechos humanos ocupan un lugar secundario como uno de los ámbitos de la cooperación internacional. El hecho de que la Carta no contuviera una relación de derechos fue uno de los motivos para elaborar la Declaración, aunque ésta no estuviera dotada de carácter jurídico. Pero era evidente, como asegura la jurista norteamericana Mary Ann Glendon, que los derechos humanos en la Carta apenas representaban “un hilo vacilante en una red de poder e intereses”.

La Carta de Derechos humanos tuvo sus opositores; así Vladimir Koretsky, profesor de Derecho Internacional y representante soviético en el comité redactor del proyecto de Declaración, se dio cuenta enseguida del valor de los derechos humanos como arma ideológica. En su informe al Kremlin señaló que la futura Declaración “haría más sencillo intervenir en los asuntos internos de los Estados soberanos”. Su rechazo a la declaración provenía de su convencimiento de que el hombre carece de derechos en oposición a la comunidad.

No sólo los hoy trasnochados soviéticos se oponían a una Declaración que entendían no respetaba la soberanía estatal.. También estaba en contra una teocracia como Arabia Saudí, pues sus dirigentes veían en ella una imposición de los estándares occidentales en los artículos referentes al matrimonio y a la libertad religiosa.

Por su parte, la Sudáfrica del "apartheid" se oponía al término “dignidad” contenido en el artículo primero, y rechazaba estar violando la dignidad humana por la existencia de una normativa que obligaba a las diferentes razas a vivir en territorios separados. Por estas y otras razones saudíes, sudafricanos y seis regímenes comunistas se abstendrían en la votación final.

El proyecto de declaración fue elaborado por un comité de ocho personas; Eleanor Roosevelt, viuda del presidente, y el jurista francés René Cassin figuran entre las personalidades más conocidas del mismo, aunque entre todos destaca la figura del filósofo y diplomático libanés Charles Malik (1906-1987), quien luego sería presidente del Consejo Económico y Social y presidente de la Comisión de Derechos Humanos. No era un político profesional ni un experto en leyes, mas su formación filosófica y su fe de cristiano ortodoxo hicieron de él una persona adecuada para comprender el alcance real de la Declaración y lo que la humanidad se jugaba en ella. Malik sería el principal artífice del artículo 18, relativo a la libertad religiosa, donde consagró el derecho a cambiar de religión, así como el derecho individual y colectivo de manifestar la propia religión o creencia en privado y en público.

Malik dedicó su vida diplomática y universitaria a la defensa de una concepción iusnaturalista de los derechos humanos. Esto justifica su insistencia en afirmar que la pregunta insoslayable al hablar de los derechos es: ¿Qué es el hombre?. Se oponía así al colectivismo comunista, aunque también a la visión de un individuo portador de derechos radicalmente autónomo como preconizaban algunos países occidentales, muy seguros de que la riqueza y la prosperidad bastaban para satisfacer las ansias del ser humano.

Malik, al igual que los soviéticos, consideraba la Declaración como una potente arma ideológica, en su caso la de quien valoraba el hombre y su libertad individual por encima de todas las cosas. En su discurso la libertad ocupaba un lugar central, tal vez influenciado por la historia de su país, Líbano, en la que las minorías siempre lucharon por la libertad de sus conciencias. Es lógico, en consecuencia, que en sus obras e intervenciones públicas sean frecuentes las alusiones a la necesidad de seguir libremente los imperativos de la conciencia. Malik era consciente del individualismo que invadía al hombre moderno, una situación ocasionadora de que el concepto de verdad se redujera a un asunto de pragmática conveniencia.

El propio Malik mantenía que el estado debía permanecer siempre al servicio del hombre y reforzaba la importancia de las instituciones intermedias entre éste y aquél, como la familia. Llegó incluso a advertir que si la Declaración no creaba las condiciones necesarias para que el hombre desarrollara sus lealtades respecto a esos cuerpos intermedios, “habríamos legislado no para la libertad del hombre sino para su virtual esclavitud”.

Como contrapunto de los derechos, el filósofo reconoció la importancia del artículo 29, en el que se habla de los deberes de toda persona respecto a la comunidad, puesto que sólo en ella puede desarrollar libre y plenamente su personalidad. Malik consideraba que era un matiz adecuado, porque los derechos no se tienen respecto a cualquier comunidad, y menos cuando se pretende convertir al Estado en equivalente a la comunidad, como ha hecho el totalitarismo “duro” o “blando”.

La conclusión de lo dicho es que la forma organizada de la sociedad, el Estado, tiene que estar al servicio del hombre, y no al contrario. No obstante, Malik asumía la difícultad de convencer al hombre sobre cuál habría de ser su escala de valores en una época de creciente intervención del Estado. Porque el hombre acabará por terminar por buscar sus derechos no en un orden natural, sino en su gobierno o en las Naciones Unidas. Se acogerá incluso para obtenerlos al “último estadio de la evolución”. Una intuición que se cumple hoy cuando se concibe a la ley positiva como única fuente de todos los derechos. Es la consecuencia última de la verdadera crisis de los derechos humanos. Según Malik, se llega a ella cuando las personas dejan de creer en que tienen “derechos naturales, inherentes e inalienables”.

Fotos: www.nowlebanon.com; www.redpizarra.org;

12 comentarios:

annemarie dijo...

"Un hilo vacilante", que bien! Venimos de tan lejos y de tan bajo, nosotros y nuestras tristes tradiciones excluyentes de otras. Individualismo y materialismo? Críticas flojas y muy datadas, no te parece?

Modestino dijo...

¿Y que entiendes por hilo vacilante?....

A mí el individualismo imperante me parece muy negativo.

Un saludo¡¡

annemarie dijo...

Lo que nos separa de la barbarie son hilos vacilantes como esta declaración, nada más, en mi opinión. Existen y definen las épocas.

No me parece que el individualismo impere: imperan, por todas partes, nuevas comunidades incontrolables de gente con afinidades comunes, que no son ya las comunidades intermedias del tiempo en que fue firmada la Declaración. Tu creaste una aqui. Tu post sobre la democracia lo anunciaba: hay que actualizar las prácticas concretas de la democracia.

Modestino dijo...

Empiezo a entender; no me cabe ninguna duda de que la Declaración supuso un paso adelante, y que ahora no deja de ser algo que está allí, una garantía, un muro de contención.

A mí no me parece flojo plantear la necesidad de poner a la persona por encima del Estado, de establecer medios que defiendan al ciudadano de los abusos de poder, de consagrar el principio de subsidiariedad.

Y en cuanto a las comunidades intermedias, por supuesto que ahora hay más y más variadas, pero estamos en lo mismo, tienen que servir para aquilatar el poder estatal.

annemarie dijo...

Yo decía el individualismo como crítica a la Declaración, que es una crítica que en mi opinión no procede.

No me parece que estemos en lo mismo en cuanto a las comunidades intermedias. Los dueños de la información son otros ahora: tu y tu blog, por ejemplo. :)) Me encantó hablar contigo, como siempre.

sunsi dijo...

Derechos humanos. Me ha gustado el interrogante que colocas en el post: ¿Qué es el hombre?. Si no hay un mínimo de consenso, una idea del hombre, que vive con otros hombres, que constituye una sociedad de la que surge necesariamente un Estado ...y no al revés... la Declaración de los Derechos humanos es un muro de contención muy quebradizo.

Modestino dijo...

Bajo ningún concepto he pretendido realizar una crítica a la Declaración, sí me he planteado si se usa suficiente y adecuadamente.

sunsi dijo...

No, Modestino, si te has explicado muy bien. Y la Declaración de los Derechos Humanos, necesaria...

La crítica va dirigida a quienes realizan interpretaciones semánticas... segundas lecturas... restricciones mentales...

Si existiendo hay lo que hay, calcula tú si no existiera...

Perdona. No me he sabido explicar.

Como siempre, gracias.

Modestino dijo...

Te has explicado perfectamente, y mi conestación a ese respecto era para Anne Marie, ;).

Viva Tarraco¡¡¡

Anónimo dijo...

Mientras haya en el mundo gente como Arzallus, la Declaración de los Derechos Humanos será necesaria. ¿Le vísteis el otro día en el entierro del empresario asesinado? Es mejor aguantar que la policía de Rubalcaba, decía, y el que no aguante más, pues... él verá, que se tome un valium. Qué asco de vasco.

annemarie dijo...

Si, Moedestino, en tu post quedaba perfectamente claro que esas críticas no son tuyas,

Modestino dijo...

Efectivamente, Arzallus es lo más parecido a Goebbels que he visto en la política española contemporánea.