Vete a saber por qué extraña razón ayer por la tarde me dio por preguntarme dónde están los límites entre el deseo de ser mejor y la aceptación de la propia manera de ser; la pregunta me pareció a priori complicada, ya que a primera vista cabe encontrar cierta incompatibilidad entre las ganas de mejorar y una postura que muchos llamarían conformista aunque, si uno se pone a pensar con más calma, puede llegar a la conclusión de que la clave está en no confundir las cosas: posiblemente se trata de mantener diariamente el esfuerzo por limar defectos, mejorar poco a poco, a la vez que uno asume que en el camino de esta vida le toca desempeñar un papel que no tiene que ser necesariamente idéntico al del vecino, vamos que que para hacer lo que debes, cumplir lo que estas obligado a cumplir, se cuenta con tus propias características, o dicho con otras palabras, que es bueno aceptarse como se es y asumir que debes de arar con el carácter, los talentos y las limitaciones que Dios te ha dado. En ocasiones uno escucha a personas que, generalmente llenas de buena intención, no se sabe si buscan convertirte en un clon de una perfección que no se sabe si existe -o sí se sabe- o, peor aún, si lo que intentan es convertir en criterio ineludible de funcionamiento lo que no son más que ideas propias o convicciones personales. Lo malo es que los que tendemos a la inseguridad corremos el peligro de achicarnos ante la firmeza de esos aspirantes a liderar al resto del mundo y podemos terminar circulando con el freno de mano puesto, vacilantes entre lo poco que nos convencen los argumentos del otro y el miedo a incurrir en errores que frecuentemente sólo lo son en las previsiones de quien los anatematiza.
Para recuperar la confianza me han venido bien las recientes palabras del Papa Francisco, quien en la misa celebrada el pasado 23 de mayo en la Casa Santa Marta, ha señalado que "la originalidad cristiana "no es una uniformidad" y ha advertido contra el riesgo de convertirse en insípidos, como "cristianos de museo". El Papa Bergoglio le dio vueltas a la célebre frase de Jesucristo cuando decía que los cristianos han de ser la sal de la tierra y concluía diciendo que "cuando predicamos la fe, con esta sal", los que "reciben el anuncio, lo reciben a su manera, como para las comidas". Y así, "cada uno, con sus propias peculiaridades, recibe la sal y esta se vuelve mejor". El Papa concretaba que "¡La originalidad cristiana no es una uniformidad! Toma a cada uno como es, con su propia personalidad, con sus propias características, con su cultura y lo mantiene así, porque es una riqueza. Pero le da algo más: ¡le da el sabor! Esta originalidad cristiana es hermosa. Pero cuando queremos crear una uniformidad --en que todos son salados de la misma manera--, las cosas serán como cuando una mujer arroja sal en exceso y se siente solo el sabor de la sal y no el sabor de esa sabrosa comida salada. La originalidad cristiana es esto: cada uno es como es, con los dones que el Señor le ha dado".. Ya se que la cita es larga, pero yo le agradezco a este pontífice argentino, simpático, cercano, bondadoso y poco dado a los circunloquios que nos ofrezca luces y nos plantee la vida, adornada con la exigencia de un compromiso cristiano, desde la perspectiva de la libertad, la aceptación de uno mismo y la visión de un Dios que no se enfrenta con el hombre sino que lo apoya.
En el fondo uno piensa que Jesucristo, que era Dios y por lo tanto conocedor de las complicadas interioridades humanas, decidió simplificar los mandamientos recibidos en su día por Moisés cuando tuvo que aguantar las "peculiariedades" de los judíos en el desierto camino de la tierra prometida, resumiendo todos en uno: "Amaros los unos a los otros como yo os he amado", y ahí debe estar el límite, en querer, en comprender, en hacer el bien, ... luego cada cual podrá ser más echado para adelante o menos, más inquieto por unos temas o por otros, andar lleno de proyectos o tendente a la nostalgia, del Madrid, de la Juve o del Bayern, ... ¿qué más da? ... levantemos de una vez el freno de mano.
14 comentarios:
Qué buena reflexión. Un beso.
Gracias Susana, otro para ti.
Convencido estoy (más por intuición que por la razón), que Jesucristo vino a salvar al hombre, tal cual es.
Mi intuición se sostiene en las repetidas citas de las Sagradas Escrituras a prostitutas, ladrones, fariseos, calumniadores, asesinos y pecadores en general.
¿Qué motivos tenían los que escribían los Evangelios para repetir tanto el mensaje salvador a los pecadores?
Imposible que la razón fuera "por simple coincidencia".
Me da que igual que un equipo mediocre de fútbol puede ser motivado por un entrenador-líder, y darle matarile a un "equipo grande" en la Copa del Rey (no pongo ejemplos concretos para no herir susceptibilidades balompédicas); sólo hay una razón para que tantos escritores (evangelistas, poetas, historiadores, testigos, recopiladores de historias, teóricos, santos y observadores), todos ellos autores de distintos textos bíblicos, coincidan en salvar al hombre real.
No al hombre teórico.
No a la imagen perfecta que las diferentes culturas han forjado a través de los tiempos.
No al buen hombre, justo y prudente, que ya está salvado de por sí, para sí y para los otros.
No al triunfador.
No al rico.
No al mujeriego.
No al científico estricto.
No a la clase política.
No a reyes y gobernantes.
Sí a los pecadores, débiles, contradictorios, deprimidos, pobres, desamparados, solitarios, enfermos, pardillos, caraculos y pringadillos.
Simplemente porque somos más, y Dios mandó a su Hijo para salvar a la mayoría ( en términos energéticos, la opción de montar una empresa para salvar a unos pocos, carece de sentido).
Tal vez por eso, sus primigenios seguidores le echaron un par y se enfrentaron al todopoderoso Imperio Romano, con más fe que el Alcoyano.
Tal vez por ello, me encuentro fenomenal cuando empiezo mis oraciones con un. "Hola Jefe, aquí está tu pringadillo".
Tal vez por eso, la historis del cristianismo dura ya dos milenios.
Sólo hay dos explicaciones:
1 Jesús contrató al mejor asesor de marketing que nunca haya existido.
2 Jesús, al hacerse hombre, conocía perfectamente la naturaleza humana.
Yo me inclino por la segunda posibilidad.
Yo tambien me apunto al segundo.
Tal vez el límite entre aceptarse uno mismo y el deseo de ser mejor está en ser feliz; cuando uno es feliz cumple el mínimo de aceptarse aceptarse sin perjuicio de saber que puede mejorar
¿y cuando se es feliz, amiga?
Como diría el Felipe Gonzalez de su mejor época (ahora que están de moda los expresidentes), he entendido perfectamente el mensaje que quieres transmitir, amigo Modestino.
Y coincido con Veronicia en que, cuando se es feliz, todo resulta muy fácil.
( La mayor parte del tiempo somos felices, aunque no nos demos siquiera cuenta).
Abrazos,
Y lo has entendido por que queda claro, o por que me conoces, amigo? ;););)
Modestino, comento a destiempo, porque últimamente ando con mucho "lío". Pero no puedo djar de escribir sobre lo quas escrito, me ha gustado y además es algo a lo que le he dado muchas vueltas.
¿Qué es "ser mejor"?
He llegado a la conclusión de que ser mejor no es más que querer aprender a querer. Y eso tiene que hacerse necesariamente con lo que somos cada uno. También con las limitaciones, que estoy segura le gustan a Dios: somos hombres y mujeres, no seres irreales, y no estamos llamados a la "excelencia" de los líderes, si no a la de los servidores. Qué poco me fío de los brillos y los eficaces...No los aguanto, la verdad.Hasta cuando van de "caritativos" lo hacen buscando ser perfectos, no por amor al otro concreto...bueno, sería largo de explicar, y no quiero aburrirte.
Gracias, Modestino, de verdad.
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