Recientemente el mundo del deporte se ha visto conmocionado por el fallecimiento del ciclista belga Wouter Weylandt. El ciclismo es un deporte de riesgo, y el ciclista del "Leopard-Trek" no es el primer corredor que muere en el asfalto; en mi recuerdo se mantienen las imágenes de dramáticos accidentes, todos ellos mortales, cuyas víctimas fueron los españoles Valentín Uriona, Juan Manuel Santisteban, Manuel Galera, José Luís Espinosa o Manuel Sanromá, el italiano Fabio Casartelli, el campeón mundial de fondo en carretera, el belga Jean Pierre Monsere o el veterano y llorado portugués Joaquim Agostinho. No obstante, ninguna muerte me impresionó tanto como la del inglés Tom Simpson, fallecido cuando subía al Mont Ventoux en el Tour de 1967. El Mont Ventoux es un monte inhóspito, muy lejano del aspecto moderno y aireado de cimas como Alpe d'Huez o Luz Ardiden, con un desnivel espectacular y un entorno casi de película de miedo. Recuerdo perfectamente que estuve viendo la etapa por la tele con mis hermanos -el Tour ya despertaba entonces una expectación enorme- y vibramos al comprobar cómo el español Julio Jiménez, segundo clasificado de la general, trataba de arrebatar el liderato al francés Roger Pingeon, un corredor del equipo "Peugeot" que había protagonizado una larga escapada en una etapa llana anterior en la que obtuvo una diferencia de tiempo notable que el abulense no pudo recuperar en la montaña. En un momento determinado el comentarista hizo mención de que Simpson había tenido que ser evacuado en helicóptero, algo que ya había pasado con otros corredores y no dio lugar a excesiva alarma. Pero poco después de terminar la retransmisión, la programación fue interrumpida por un avance informativo que comunicaba la muerte del ciclista. Fue un shock para toda la afición ciclista, y al día siguiente todo el pelotón permitió a Barry Hoban, compatriota del fallecido, ganar la etapa en recuerdo y homenaje a su compañero.
En esos tiempos llamaba la atención el que destacara un corredor inglés; los mejores ciclistas solían venir de Francia -Roger Pingeon, Raymond Poulidor, Raymond Delisle, ...-, Bélgica -Eddy Mercks, Hermann Van Springel, Roger De Vlaecmink, Walter Godefroot, ...-, Italia -Felice Gimondi. Franco Bittossi, Marino Basso, Michelle Dancelli, ...- y, por supuesto, de España, donde destacaban grandes escaladores como el referido Julio Jiménez, Aurelio González, Francisco Gabica, Gregorio Sanmiguel y Vicente López Carril, entre otros. Por eso me pareció sorprendente escuchar al locutor que retransmitía el Mundial de fondo en carretera que se celebró en Lasarte en 1965 anunciar que el corredor que llegaba escapado y destacado a la meta era un tal Tom Simpson, uno de esos aventureros solitarios que dan vida a las grandes carreras ciclistas, como luego hicieron Joaquim Agostinho, Lucho Herrera, Raúl Alcalá o Fabio Parra.
Con el tiempo se fueron conociendo detalles de la muerte de Simpson: el ciclista había amanecido mermado físicamente por una infección estomacal que le había hecho perder mucho tiempo en las jornadas previas, a lo que cabía añadir que las condiciones climáticas -excesivo calor- no eran las idóneas para su estado de salud. Unos dos kilómetros antes de la cima, Simpson comenzó a cabecear de lado a lado de la carretera, cayendo finalmente sobre ella. El inglés fue rápidamente socorrido, pero insistió en volver a subir a la bicicleta; así continuó 500 metros más hasta que cayó inconsciente. A pesar de las maniobras de reanimación y de la rápida evacuación en helicóptero, Tom Simpson falleció. La causa de la muerte se achacó a una insuficiencia cardiaca ocasionada probablemente por una mezcla de anfetaminas -se le encontraron tres botes en el bolsillo de su maillot, uno de ellos vacío- y alcohol -algunos compañeros le observaron beber brandy al comienzo de la etapa- que le ocasionaron una fuerte deshidratación. Simpson tenía un joven gregario, y compañero de habitación, Colin Lewis, que relató su versión sobre la muerte del ciclista inglés.
El paso por el Mont Ventoux trae desde entonces el recuerdo de Tom Simpson, el ciclista que murió sobre la bicicleta en las rampas de esta montaña marciana. Suele hablarse del calor y del dopaje (los controles antidopaje se instauraron en 1968, un año después de la muerte de Simpson). Pero aquel día, por pura casualidad, a las anfetaminas que tomaba el inglés se les añadió un ingrediente fatal. Lo contó el novato Colin Lewis, compañero de equipo y habitación de Simpson: "En aquel Tour hizo mucho calor, pero el día del Ventoux fue insoportable. En aquella época no podíamos recibir bebida desde los coches salvo en la zona de avituallamiento, aunque algunos aprovechaban las averías o los pinchazos para que los mecánicos les colaran un bidón fresco a escondidas. Y en la etapa del Ventoux, cuando faltaban muchos kilómetros para el avituallamiento, algunos corredores empezaron a gritar en el pelotón que iban a hacer un café-raid. Es decir, que iban a asaltar un bar".
Por lo visto se trataba de una práctica habitual: los gregarios se ponían de acuerdo para echar pie a tierra y rellenaban sus bidones y los de sus jefes en fuentes o arroyos, pero en ocasiones lo que hacían era asaltar bares, restaurantes y hasta algún camión de reparto que pasara por allí. Julio Jiménez explicó al periodista Arribas por qué le faltaba un incisivo: "Me lo rompí intentado abrir una botella de cerveza. Pasaba en todas las carreras, en el Tour, el Giro, la Vuelta, los gregarios se metían botellas grandes de cristal por todas partes, algunos cargaban hasta con diez o doce. Se llevaban de todo, hasta botellas de champaña. Algunos abrían las cervezas con los dientes, otros golpeaban la chapa contra la potencia del manillar, pero se caían al suelo o se cargaban la pieza. Los más previsores llevaban un abridor colgando de una cadenita del cuello. Y se corría la voz: Fulano lleva abridor". En la etapa del Ventoux, Colin Lewis se sumó a la marabunta: "No sabía muy bien qué pasaba. Entré corriendo a un bar de carretera muy amplio y vi que los corredores arramplaban con todo. El dueño gritaba, los camareros echaban a empujones a los ciclistas, y lo más gracioso es que los clientes se pusieron de nuestra parte y algunos agarraban botellas de la barra y nos las daban. Las cocacolas eran los botines más preciados y yo vi una botella encima del frigorífico, así que me subí a una silla y la cogí. Luego me guardé otras tres botellas en los bolsillos traseros del maillot y me metí una más por la nuca, sin saber qué eran. Salí corriendo". Después tocaba perseguir al pelotón, cazarlo y buscar al jefe de filas. "Busqué a Tom en el grupo y le pasé la cocacola", cuenta Lewis. "Se la bebió entera, casi de trago, y luego me preguntó: ‘¿Qué más tienes?'. Metí la mano en el bolsillo y agarré una botella cualquiera: era coñac Remy Martin. Tom la vio, dudó un instante y al final me dijo: ‘Qué demonios, dámela. Estoy un poco flojo, a ver si me pongo a tono". Bebió un trago largo y luego arrojó la botella por los aires a un campo de girasoles".
Me ha parecido interesante el relato de Colin Lewis, sacado del blog "A topa tolondro", de Ander Izaguirre, lo que refiero porque me parece justo citar la fuente de una historia realmente llamativa. Tom Simpson parece que era un buen tipo, pero tal vez fue víctima de la imprevisión, de pretender mantener un ritmo que había que haber bajado a su edad -30 años-, de que en aquella época aun se desconocían los perniciosos efectos de los estimulantes y estupefacientes. Lo ocurrido en el Mont Ventoux ha quedado como una de las escenas más inolvidables, y más tristes a la vez de la apasionante historia del Tour de Francia.
El texto citado está extraído de un libro:
http://librosdelko.com/2012/plomo-en-los-bolsillos/#.T7VKiFKzaTZ
En esos tiempos llamaba la atención el que destacara un corredor inglés; los mejores ciclistas solían venir de Francia -Roger Pingeon, Raymond Poulidor, Raymond Delisle, ...-, Bélgica -Eddy Mercks, Hermann Van Springel, Roger De Vlaecmink, Walter Godefroot, ...-, Italia -Felice Gimondi. Franco Bittossi, Marino Basso, Michelle Dancelli, ...- y, por supuesto, de España, donde destacaban grandes escaladores como el referido Julio Jiménez, Aurelio González, Francisco Gabica, Gregorio Sanmiguel y Vicente López Carril, entre otros. Por eso me pareció sorprendente escuchar al locutor que retransmitía el Mundial de fondo en carretera que se celebró en Lasarte en 1965 anunciar que el corredor que llegaba escapado y destacado a la meta era un tal Tom Simpson, uno de esos aventureros solitarios que dan vida a las grandes carreras ciclistas, como luego hicieron Joaquim Agostinho, Lucho Herrera, Raúl Alcalá o Fabio Parra.
Con el tiempo se fueron conociendo detalles de la muerte de Simpson: el ciclista había amanecido mermado físicamente por una infección estomacal que le había hecho perder mucho tiempo en las jornadas previas, a lo que cabía añadir que las condiciones climáticas -excesivo calor- no eran las idóneas para su estado de salud. Unos dos kilómetros antes de la cima, Simpson comenzó a cabecear de lado a lado de la carretera, cayendo finalmente sobre ella. El inglés fue rápidamente socorrido, pero insistió en volver a subir a la bicicleta; así continuó 500 metros más hasta que cayó inconsciente. A pesar de las maniobras de reanimación y de la rápida evacuación en helicóptero, Tom Simpson falleció. La causa de la muerte se achacó a una insuficiencia cardiaca ocasionada probablemente por una mezcla de anfetaminas -se le encontraron tres botes en el bolsillo de su maillot, uno de ellos vacío- y alcohol -algunos compañeros le observaron beber brandy al comienzo de la etapa- que le ocasionaron una fuerte deshidratación. Simpson tenía un joven gregario, y compañero de habitación, Colin Lewis, que relató su versión sobre la muerte del ciclista inglés.
El paso por el Mont Ventoux trae desde entonces el recuerdo de Tom Simpson, el ciclista que murió sobre la bicicleta en las rampas de esta montaña marciana. Suele hablarse del calor y del dopaje (los controles antidopaje se instauraron en 1968, un año después de la muerte de Simpson). Pero aquel día, por pura casualidad, a las anfetaminas que tomaba el inglés se les añadió un ingrediente fatal. Lo contó el novato Colin Lewis, compañero de equipo y habitación de Simpson: "En aquel Tour hizo mucho calor, pero el día del Ventoux fue insoportable. En aquella época no podíamos recibir bebida desde los coches salvo en la zona de avituallamiento, aunque algunos aprovechaban las averías o los pinchazos para que los mecánicos les colaran un bidón fresco a escondidas. Y en la etapa del Ventoux, cuando faltaban muchos kilómetros para el avituallamiento, algunos corredores empezaron a gritar en el pelotón que iban a hacer un café-raid. Es decir, que iban a asaltar un bar".
Por lo visto se trataba de una práctica habitual: los gregarios se ponían de acuerdo para echar pie a tierra y rellenaban sus bidones y los de sus jefes en fuentes o arroyos, pero en ocasiones lo que hacían era asaltar bares, restaurantes y hasta algún camión de reparto que pasara por allí. Julio Jiménez explicó al periodista Arribas por qué le faltaba un incisivo: "Me lo rompí intentado abrir una botella de cerveza. Pasaba en todas las carreras, en el Tour, el Giro, la Vuelta, los gregarios se metían botellas grandes de cristal por todas partes, algunos cargaban hasta con diez o doce. Se llevaban de todo, hasta botellas de champaña. Algunos abrían las cervezas con los dientes, otros golpeaban la chapa contra la potencia del manillar, pero se caían al suelo o se cargaban la pieza. Los más previsores llevaban un abridor colgando de una cadenita del cuello. Y se corría la voz: Fulano lleva abridor". En la etapa del Ventoux, Colin Lewis se sumó a la marabunta: "No sabía muy bien qué pasaba. Entré corriendo a un bar de carretera muy amplio y vi que los corredores arramplaban con todo. El dueño gritaba, los camareros echaban a empujones a los ciclistas, y lo más gracioso es que los clientes se pusieron de nuestra parte y algunos agarraban botellas de la barra y nos las daban. Las cocacolas eran los botines más preciados y yo vi una botella encima del frigorífico, así que me subí a una silla y la cogí. Luego me guardé otras tres botellas en los bolsillos traseros del maillot y me metí una más por la nuca, sin saber qué eran. Salí corriendo". Después tocaba perseguir al pelotón, cazarlo y buscar al jefe de filas. "Busqué a Tom en el grupo y le pasé la cocacola", cuenta Lewis. "Se la bebió entera, casi de trago, y luego me preguntó: ‘¿Qué más tienes?'. Metí la mano en el bolsillo y agarré una botella cualquiera: era coñac Remy Martin. Tom la vio, dudó un instante y al final me dijo: ‘Qué demonios, dámela. Estoy un poco flojo, a ver si me pongo a tono". Bebió un trago largo y luego arrojó la botella por los aires a un campo de girasoles".
Me ha parecido interesante el relato de Colin Lewis, sacado del blog "A topa tolondro", de Ander Izaguirre, lo que refiero porque me parece justo citar la fuente de una historia realmente llamativa. Tom Simpson parece que era un buen tipo, pero tal vez fue víctima de la imprevisión, de pretender mantener un ritmo que había que haber bajado a su edad -30 años-, de que en aquella época aun se desconocían los perniciosos efectos de los estimulantes y estupefacientes. Lo ocurrido en el Mont Ventoux ha quedado como una de las escenas más inolvidables, y más tristes a la vez de la apasionante historia del Tour de Francia.
El texto citado está extraído de un libro:
http://librosdelko.com/2012/plomo-en-los-bolsillos/#.T7VKiFKzaTZ
9 comentarios:
Es la historia más increible que he escuchado, desde luego la realidad supera la ficción.
Yo no se si pinchar las imagenes... si son esos 500 últimos metros no puedo verlas aunque hayan pasado más de 40 años
Somos así; tan fuertes y tan frágiles.
A mí la muerte de Simpson me impresionó en su día, me parece una de las páginas más dramáticas del deporte en el siglo pasado, y en cuanto a la historia de los asaltos a bares la descubrí preparando el post.
Qué tiste, Modestino...gracias,lo desconocía.
¡Vaya tragedia!, la verdad Modestino me estás ampliando muy eficazmente la cultura general porque no tenía ni idea.
Te cuento una cosita personal: a mi marido le ha dado ahora por hacer un rato de ciclismo un rato cada domingo que puede y esto tiene una doble vertiente: cuando le veo disfrazado de maillot me troncho pero cuando pienso ¡que me lo va a chafar un coche! estoy que no vivo...
Jurisconsulto sólo me ha faltado tu historia...
¡Muchas gracias con el afecto de siempre!
Asun
Seguro que el "teu home" sabrá medirse, mientras no pretenda subir el Tourmalet, el Galibier o el Mortirolo no tendrá problemas.
Se ha escogorciado el invento este.
Sólo espero que no sea una mala premonición para este fin de semana deportivo: nos está completamente prohibido fallar.
Salud y suerte.
Yo que en la vida habria querrido que se borraran algunas cosas que he escrito... y va y se borra el comentario( pero es que pido sin concretar)
Como dice Brunetti se nos he descogorciao el invento! y yo no hacía más que entrar a ver si funcionaba.
Y este fin de semana a por todas!
Sí, y tenía programado para hoy un post sobre el terremoto de Lorca que ha desaparecido, así como los comentarios de esta entrada.
El domingo hará falta suerte ... muchísima.
Sinceramente, me ha encantado la historia, me parece increible la forma en la que se competía en esa epoca. Una informacion muy muy buena, gracias!
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