Desde esta mañana Juan Pablo II se encuentra en la nómina de quienes la Iglesia ha elevado a los altares; para mí, como para tantísimos cristianos, es un motivo de alegría y de satisfacción. Este momento histórico me devuelve, inmediata y necesariamente, a otro anterior, el día en que empezó todo. Todavía recuerdo la tremenda impresión que me produjo el repentino e inesperado fallecimiento del Papa Luciani, no conseguía entender que un hombre bueno que había traído tantas esperanzas a la Iglesia cuando poco más de un mes antes había sido elegido para la sede de Pedro, terminara sus días inexplicablemente. Solamente ese lunes de octubre del mismo año fui capaz de comprender que las rutas de Dios son efectivamente imprevisibles y superan cualquier expectativa. Desde el primer momento quede cautivado por un Papa que no sólo rompía una secular tradición de italianidad, sino que se mostraba como un hombre especial, simpático, lleno de humanidad y avalado por una trayectoria vital marcada por la constancia, la lucha heróica y la constante cercanía a Dios. Enseguida nos acostumbramos a un Papa distinto, lejano a la pompa y seriedad a la que estábamos acostumbrados, que hacía deporte, iba a la montaña, dialogaba con el pueblo llano y viajaba por todo el mundo sin pausa alguna. Y, curiosamente, al final de su larguísimo pontificado, muchos nos enamoramos también de ese anciano que se enfrentaba a la decrepitud y al dolor con valentía y absoluto abandono en las manos de Dios; ya no era un Papa vigoroso, pero ahora su vitalidad era también transmitida por una mirada cariñosa y una fortaleza increíble.
Se ha hablado mucho de Juan Pablo II; en la red -y fuera de ella- encontramos testimonios maravillosos de quienes estuvieron cerca de él; yo solamente le ví ocasionalmente y desde lejos: aún recuerdo la primera vez en el estadio de La Romareda -la vida es así ...- durante su primera visita a España en 1982, nunca olvidaré esa mirada firme que parecía estar dedicada individualmente a todos y cada uno de los presentes. Pero sí quiero destacar tres aspectos concretos de Karol Wojtyla; en primer lugar su firmeza y decisión para dirigir la Iglesia hacia el siglo XX: desde el primer día de su pontificado no le tembló la mano para encabezar una misión pastoral tan universal como decisiva. Era un hombre que hablaba con meridiana claridad, convencido de defender la Verdad y cumplir, con ello, la voluntad de Dios. Estoy convencido de que al trabajo, a las decisiones y a la predicación de Juan Pablo II se deben tantas cosas buenas que pasaron en el mundo durante su pontificado, fundamentalmente la caída del telón de acero y la recuperación del respeto al derecho y a las libertades en tantos países de esa zona. Fue un hombre de tesón firme y conciencia clara de su misión.
Por otra parte, me admiró su fortaleza, su integridad. Solamente en un hombre de Dios se entienden tantos gestos que reflejan entrega a la Iglesia y a los hombres, trabajo abnegado para sacar adelante su tarea, cariño rebosante a los enfermos y a los pobres, en definitiva, ejercicio de lo que es el mandato principal que nos dejó el Señor: amar a los otros como El nos había amado. Y todo esto unido a una capacidad de trabajo asombrosa, algo que a partir del atentado que casi le cuesta la vida el 13 de mayo de 1981 tuvo que realizar en permanente convivencia con la enfermedad y el dolor. Todos hemos sido testigos de cómo Juan Pablo II fue envejeciendo conforme se mantenía con firmeza y dedicación al frente de la Iglesia, del paulatino deterioro de su salud, reflejado en una figura doliente que para muchos se convirtió en ejemplo y acicate constante. Si la señal del cristiano es la Santa Cruz, nadie como el Papa polaco ha sido capaz de reflejar con mayor claridad lo que es querer la cruz, aceptarla como voluntad divina y caminar con ella por donde Dios quería que lo hiciera.
Finalmente Juan Pablo II era un hombre bueno, alguien con quien, como reflejaba tan bien ayer el vecino del "Barullo", se tenía que estar a gusto, como en el cielo. No tengo la menor duda de que las personas santas tienen un algo especial que hace que uno descanse al lado suyo: estoy seguro que él era así. Su mirada, su sonrisa, la espontaneidad de tantas actuaciones, su actitud paciente, su preocupación por los que más sufren, ... todo nos muestra a un hombre sencillo, cariñoso, profunamente humano y rotundamente bueno ... como tantos hombres y mujeres de la calle, pero en este caso de manera muy especial, porque Juan Pablo II, no me cabe ninguna duda, es único e irrepetible; si alguien me preguntara cual ha sido el personaje más importante del Siglo XX yo no tendría que pensarlo ni un segundo.
Se ha hablado mucho de Juan Pablo II; en la red -y fuera de ella- encontramos testimonios maravillosos de quienes estuvieron cerca de él; yo solamente le ví ocasionalmente y desde lejos: aún recuerdo la primera vez en el estadio de La Romareda -la vida es así ...- durante su primera visita a España en 1982, nunca olvidaré esa mirada firme que parecía estar dedicada individualmente a todos y cada uno de los presentes. Pero sí quiero destacar tres aspectos concretos de Karol Wojtyla; en primer lugar su firmeza y decisión para dirigir la Iglesia hacia el siglo XX: desde el primer día de su pontificado no le tembló la mano para encabezar una misión pastoral tan universal como decisiva. Era un hombre que hablaba con meridiana claridad, convencido de defender la Verdad y cumplir, con ello, la voluntad de Dios. Estoy convencido de que al trabajo, a las decisiones y a la predicación de Juan Pablo II se deben tantas cosas buenas que pasaron en el mundo durante su pontificado, fundamentalmente la caída del telón de acero y la recuperación del respeto al derecho y a las libertades en tantos países de esa zona. Fue un hombre de tesón firme y conciencia clara de su misión.
Por otra parte, me admiró su fortaleza, su integridad. Solamente en un hombre de Dios se entienden tantos gestos que reflejan entrega a la Iglesia y a los hombres, trabajo abnegado para sacar adelante su tarea, cariño rebosante a los enfermos y a los pobres, en definitiva, ejercicio de lo que es el mandato principal que nos dejó el Señor: amar a los otros como El nos había amado. Y todo esto unido a una capacidad de trabajo asombrosa, algo que a partir del atentado que casi le cuesta la vida el 13 de mayo de 1981 tuvo que realizar en permanente convivencia con la enfermedad y el dolor. Todos hemos sido testigos de cómo Juan Pablo II fue envejeciendo conforme se mantenía con firmeza y dedicación al frente de la Iglesia, del paulatino deterioro de su salud, reflejado en una figura doliente que para muchos se convirtió en ejemplo y acicate constante. Si la señal del cristiano es la Santa Cruz, nadie como el Papa polaco ha sido capaz de reflejar con mayor claridad lo que es querer la cruz, aceptarla como voluntad divina y caminar con ella por donde Dios quería que lo hiciera.
Finalmente Juan Pablo II era un hombre bueno, alguien con quien, como reflejaba tan bien ayer el vecino del "Barullo", se tenía que estar a gusto, como en el cielo. No tengo la menor duda de que las personas santas tienen un algo especial que hace que uno descanse al lado suyo: estoy seguro que él era así. Su mirada, su sonrisa, la espontaneidad de tantas actuaciones, su actitud paciente, su preocupación por los que más sufren, ... todo nos muestra a un hombre sencillo, cariñoso, profunamente humano y rotundamente bueno ... como tantos hombres y mujeres de la calle, pero en este caso de manera muy especial, porque Juan Pablo II, no me cabe ninguna duda, es único e irrepetible; si alguien me preguntara cual ha sido el personaje más importante del Siglo XX yo no tendría que pensarlo ni un segundo.
12 comentarios:
¡Hay párrafos preciosos!
Hablas de Juan Pablo II no como en una simple reseña biográfica sino con visión personal pero sobrenatural.
¡Te felicito Modestino!
La lectura de este post es una ayuda eficaz para acercarse a Dios por intercesión del nuevo beato.
¡Ojalá a pesar de ser domingo, lo lea mucha gente!
Un abrazo fuerte
Asun
Has dado en el clavo, Modestino.
Un clavo que atraviesa una mano, medio humana y medio divina.
Y el clavo fija dicha mano en una madero.
...
Tal vez Dios sea un buen entrenador de fútbol, y cambió al delantero bueno y dulce por otro delantero fuerte, claro y que corría además por ambas bandas.
Y que sabía rematar de cabeza, sacr faltas desde más de treinta metros, moverse por el campo, defender, meter goles, tirar del equipo y luego celebrar la victoria con todos los deportistas.
...
Tal vez Dios quiso tener al frente del equipo a un atleta.
...
El Atleta de Dios.
Gran metáfora Driver, aunque estoy seguro qué la elección de Juan Pablo I también tuvo su razón de ser, de esas razones qué aquí abajo se nos escapan. Y qué en esos escasos 40 días de pontificado Albino Luciani cumplió con creces la misión encomendada.
Sí, Asumes, los domingos corre menos el personal por los blog, pero este post se queda como entrada principal hasta sol martes.
Ya estaba quejándome porque no había entrada... Pero lo que pasaba es que tenemos Edición Especial "Juan Pablo II"
Mañana me explayo más un saludo dominguero!
Precioso Modestino.
Un hombre bueno se ha hecho eterno en la ciudad eterna.
Un Santo que encarnó con su biografía su propio mensaje:
"No tengáis miedo. La verdad os hará libres".
Con la verdad y sin miedo, caen los muros y vira el destino del mundo.
Lo necesitábamos tanto.
Alegría.
A lo dicho yo añadiria qué, aunque hay sectores de católicos qué no conectaron con su persona y con su mensaje, el corazón de Juan Pablo II fue grande, universal; no era de nadie ... era de todos.
Cada una de las fechas que señalas son un recuerdo en mi vida, es un santo que ha marcado y nos ha acompañado en nuestra vida, también como familia. Le debo mucho.
Y gracias a ti, por este post.
Ayer era el día de la Dïvina Misericordia, el Beato Juan Pablo II le dedicó el segundo domingo de Pascua, y eligieron expresamente ese día especial para beatificarlo.
Dijo ésto tan bonito de la Misericordia "¿acaso no es la misericordia un "segundo nombre" del amor (cf. Dives in misericordia, 7), entendido en su aspecto más profundo y tierno, en su actitud de aliviar cualquier necesidad, sobre todo en su inmensa capacidad de perdón?"
Soy incapaz de escribir nada ni de aportar nada a una la entrada tan bonita como la que has escrito y mira que lo llevo intentando...
Gracias por esta magnífica entrada, Modestino. Ayer no te pude leer.
Muchos nos hemos hecho mayores durante el Pontificado de Juan Pablo II. También quizá con él se ha hecho más fuerte nuestra fe. Tan cercano, tan divino y tan humano... Lo conocí en su primer año. Muchos jóvenes sentados en el suelo y el Papa en una silla , a nuestra altura...en il Cortile di San Damaso. Y desde entonces. Porque creo que todos nos quedamos prendados de ese Papa jove, fuerte, cariñoso, que hablaba de Dios y de la Virgen como si nos quisiera dar alas para acercarnos más al cielo.
Gracias de nuevo, Modestino.
Regreso de Lleida y mando saludos y agradecimientos a todos.
Gracias a tí Modestino y saludos.
He encontrado este vídeo en el blog de Newman y Redford (Dos Hombres y un Destino) y me ha encantado.
http://www.youtube.com/watch?v=NtxsuYY5wLg
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