11 de noviembre de 2010

Anochecer en Burgos



Hace ya nueve años, corrían los primeros días de noviembre de 2001, tuve que viajar a La Coruña a un congreso de mi asociación profesional; como tantas otras veces el viaje lo hice con quien había sido mi Jefe en Tarragona, para lo cual me recogió con su coche en Zaragoza a media tarde, habiendo decidido hacer el camino en dos etapas y parar a dormir en Burgos. Llegamos a la capital castellana cuando ya anochecía y, tras instalarnos en un hotel próximo a las afueras, decidimos dar un paseo por la ciudad -yo no había estado nunca- y cenar frugalmente en algún bar de tapas. Como la vida es así y nuestras evocaciones tan caprichosas, un hecho tan poco llamativo como recorrer una fría noche de noviembre una vieja ciudad mesetaria acabo convirtiéndose en un recuerdo gratísimo.

La primera razón que explica lo afirmado es que cuando uno se encuentra a gusto con alguien resulta difícil no disfrutar, y con fundamento en esa empatía nuestro paseo lo enfilamos con bastantes garantías de éxito. Lo primero que cautiva de Burgos -al menos del que pateé esa noche- es la tranquilidad que se respira, esa serenidad del ambiente que favorece callejear sin prisas, saboreando los aires de la ciudad. Es como si uno se sintiera más a gusto cuando escucha el ruido de sus pasos, conversa sin temor a indiscrecciones y siente el humo de su propio aliento.

No se puede recorrer Burgos sin darle a su la Catedral de Santa María, una de las principales joyas góticas del mundo. Su maravillosa fachada impone más, si cabe, cuando una la observa iluminada en torno a las nueve de la noche; contemplar la Catedral de Burgos inspira el alma por la belleza inaudita y por la paz interior que aporta al espíritu con solo mirarla. Y además a la Catedral, el Arco de Santa María, las iglesias de San Gil, San Nicolás y San Lorenzo, el Hospital del Rey, el Palacio de Castilfalé y el de los Condestables de Castilla , los edificios de la Diputación Provincial, Capitanía General y el tribunal Superior de Justicia de Castilla-León, las Plazas del mercado Mayor y del menor, ... Todo Burgos rezuma arte, elegancia y grandiosidad.

Paseamos por el Paseo del Espolón, auténtico salón de la ciudad, y por el Paseo de la Isla, a orillas del río Arlanzón, estuvimos en el Puente de San Pablo y en la Plaza del Cid, con la célebre estatua del Campeador, construida en 1960, así como en la Calle de Fernán González, una de las calles con más historia de la ciudad, por la que discurre la mayor parte del camino de Santiago y en Las Llanas, nombre con el que se conoce a un espacio del casco histórico de la ciudad comprendido entre la Catedral, la calle Laín Calvo y la muralla, un conjunto arquitectónico de traza medieval, formado por iglesias, casas, arcos y plazas. La paz de la noche castellana, la belleza del escenario, el silencio ambiental y hasta ese efecto especial que produce el frío cuando uno lo combate con el calor de la ropa y de la buena compañía contribuyeron a convertir en inolvidable una simple etapa de paso.

Y al final, cubrimos el hambre de la hora en una tasca situada cerca de la Catedral, de notorio ambiente taurino, donde un par de cañas y alguna tapa bien hecha -no faltó la morcilla burgalesa- pusieron colofón a un rato excelente. A la mañana siguiente reemprendimos el viaje hacia Galicia, en Burgos había comenzado a nevar copiosamente, y aunque la nieve no suele ser compañera deseada de viaje, la belleza de la capital castellana aun se realzó más al ser bañada con un inmenso color blanco.



9 comentarios:

Tommy dijo...

Y os faltó llegar hasta Las Huelgas, una auténtica maravilla, aunque quedaba un poco a desmano de vuestro recorrido. Pero al menos probaste las morcillas, que también son otra maravilla en su estilo.

En otro orden de cosas, no perdamos el ánimo por lo de anoche en La Romareda, aunque no sé por qué me lo veía venir...

Modestino dijo...

Lo de ayer en La Romareda es, simplemente, una bofetada que nos devuelve a la realidad. No veo solución.

Mi compañero de paseo de esa vez, con quien comí el jueves pasado en Madrid, me habló de un reciente viaje suyo a Burgos -fue esta conversación la que me llevó a abrir este post- en el que visitó el Monasterio de las Huelgas, efectivamente me dijo que era una maravilla.

Mariapi dijo...

Después de leerte, tengo ganas de volver a Burgos. En una descabellada idea de "civilizar" a nuestra prole organizamos un viaje por Castilla. Eran demasiado pequeños para saborear la belleza...lo único que recuerdo es un maravilloso bocadillo de pimientos y morcilla...suena muy prosaico-vulgar, pero...

Modestino dijo...

Un bocadillo de pimientos y morcilla, más que prosaico es delicioso;)

sunsi dijo...

Burgos. Palabra mágica para mi partenaire y para mí. Pasamos allí unos días en nuestro viaje de novios y, a la que pudimos, repetimos. En pleno mes de noviembre , con un frío pelón...pero una maravilla. Un descubrimiento las generosas tapas...
Las Huelgas, la Catedral, las callejuelas...El Mesón del Cid ¡el Parador nacional!
Muchos recuerdos, Modestino. Volveremos. Creo que siempre se vuelve
al lugar donde han quedado atados muchos momentos que necesitas revivir.

Gracias por el post.
Un saludo desde Tarraco

Modestino dijo...

Momentos para recordar, uno acaba almacenando unos cuántos.

annemarie dijo...

Camino del norte de Francia, siempre comía en Burgos, y siempre era una pausa agradabilísima. Pero era verano, y la verdad es que apetecía seguir viaje para norte. :))

ana dijo...

"...cuando uno se encuentra a gusto con alguien resulta difícil no disfrutar".

Yo en Burgos, siempre me veo con mi padre... y recuerdo varias anécdotas, ya de niña y también de mayorcita. Recuerdo especialmente una parada en Las Huelgas, yo iba conduciendo un Panda, mis primeros viajes como conductora... y mi padre de copiloto. Un excepcional y bromista copiloto. Gran conversador. Por volver a uno de esos viajes daría... no sé lo que daría.
:)))))))))))))))))))))

Hermosa ciudad.

Saludos!!

Modestino dijo...

Es cierto que a veces uno pagaría mucho por volver a momentos concretos del pasado.