"El mundo está lleno de estadistas a quienes la democracia ha degradado convirtiéndoles en políticos."
(Benjamín Disraeli)
Benjamin Disraeli es uno de los grandes políticos de la historia del Reino Unido; llegó a ser primer ministro británico en dos ocasiones (1867-68 y 1874-80), aunque su trayectoria personal y política no fue precisamente un camino de rosas: Su juventud fue una sucesión de fracasos: perdió todo el dinero que invirtió en la Bolsa, no consiguió sacar adelante el periódico que fundó y perdió cinco elecciones parlamentarias; cuando por fin entró en la Cámara de los Comunes gracias a su incondicional apoyo al jefe de los conservadores -Robert Peel-, los diputados recibieron entre risas su primer y extravagante discurso (1837).Se convirtieron en auténtica leyenda parlamentaria sus enfrentamientos con el líder de los liberales, William Gladstone.
A Benjamín Disraeli lo describen sus biógrafos como un hombre que disfrutaba con las reuniones sociales y a quien hacían perder la cabeza los gustos caros y la ropa de moda. Muchos de sus adversarios lo atacaron con dureza por sus excesos, que incluyeron más de alguna aventura con mujeres casadas; era considerado un "dandy" que vestía estrafalariamente.Los gustos caros de Disraeli y algunos desafortunados negocios lo llevarían a ser permanentemente perseguido por los acreedores, los cuales logró eludir en gran medida por su facilidad de penetrar los círculos sociales, gracias a sus publicaciones. Pero Disraeli mostró siempre la cualidad de ser agradable y extremadamente culto, lo que compensaba sus otros defectos.
Pienso que la frase del antiguo líder de los tories habla por sí sola; en cuanto la he visto he pensado que tiene plena aplicación en nuestros días; todos hemos oído eso de que "el negocio del siglo es comprar a un argentino por su precio real y venderlo por lo que se cree que vale"; con algunos políticos a mí me pasa algo parecido: los veo encantados de conocerse, con una autocomplacencia excesiva, como si pensaran que son imprescindibles: craso error, pues nadie en esta vida lo somos, y la prueba es que cuando alguien se va de un puesto de responsabilidad, uno puede añorar a la persona, pero sus funciones, de una u otra manera, las continúa haciendo otro.
Cuando tras las elecciones del 14 de marzo de 2004, con el tremendo trasfondo de los horribles atentados de Atocha, el PSOE descabalgó al PP del poder se acusó a estos últimos de que con la mayoría absoluta obtenida cuatro años antes habían llegado a actuar como si España fuera suya; pienso sinceramente que algo de eso había. Mi experiencia me ha llevado a ver que esa visión patrimonial del poder es asumida también por otros partidos: así lo viví en Cataluña, cuando 23 años de poder absoluto convergente parecieron convertir a CIU en un ajuténtico lobby, y así lo siento en ocasiones cuando veo como actúan determinados políticos de uno u otro color. Así uno ve a ministros que actúan como propietarios del Ministerio, a presidentes autonómicos que parecen convertir su Autonomía en un cortijo y a alcaldes que con su equipo controlan el cotarro cual despotismo ilustrado. Y que quede bien claro que el fenómeno narrado no es exclusivo de ninguna sigla, sino que s e puede obsevar con una preocupante generalización en todo el mapa peninsular.
El otro día, tras una celebración eucarística realizada con presencia de autoridades de todo tipo y en la que el Cardenal "emérito" celebrante, además de enrollarse como una persiana, estuvo crítico con leyes y decisiones gubernativas, algunos políticos comentaban que si los obispos se eligieran democráticamente habría algunas sorpresas ... puede que tengan razón, pero a su vez yo pensaba que si en las elecciones de cualquier tipo las listas fueran abiertas, también sería previsible alguna que otra sorpresa.
Y, por supuesto, sería de desear que el desempeño de responsabilidades políticas fuera realmente una ocasión de servicio a la ciudadanía, algo que todos pregonan pero que me temo solamente hacen realidad algunos. Y que conste que conozco a unos cuantos políticos de diversos colores ante los que me quito el sombrero.
5 comentarios:
Pues no le faltaba razón a Disraeli, ni te falta a tí en tus comentarios.
Muy bueno lo de los argentinos! jajaja
No se si es la partitocracia, las ambiciones personales, la ceguera del poder, o qué se yo, pero cuesta ver a un gobernante actuar con sentido de Estado.
Muy interesante tu post, Modestino, la figura de Disraeli, el momento aquel... Y tus reflexiones al hilo de eso sobre el momento actual también. Falta peso, mucho peso, tenemos mucho chisgarabís en política, razón tienes, y eso en el mejor de los casos, que en el peor se creen los dueños...
Un abrazo, y me encantaría que siguieras con figuras políticas de antaño, hay gente interesantísima, admirable, con sus defectos claro, pero con peso...
Cuando hay un desencanto generalizado, poca confianza ... es por algo. Los jóvenes pasan, los ancianos se rasgan las vestiduras y los que andamos en la franja del medio nos creemos muy poco de lo que dicen o hacen. Por algo será.
Me guta mucho tu última frase. El servicio a la sociedad. Los hemos votado para que nos representen y trabajen ... no pensando en ellos sino en los ciudadanos.
Un saludo
Como te lea un argentino vas listo;)
Efectivamente, Aurora, la historia nos ofrece unos cuantos políticos de los que extraer mucho: Churchill, Metternich, De Gásperi, Adenauer, .....
Sunsi, lo de los argentinos es cariñoso: si alguno lo lee que sepa que no hay maldad.
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