Todos tenemos nuestros recuerdos infantiles, recuerdos que con no poca frecuencia hacen referencia a hechos sencillos, intrascendentes: algún episodio veraniego, reuniones familiares, alguna clase concreta en el colegio, incidentes, eventos felices, ... Entre los que conservo se encuentra una excursión al Monasterio de Piedra; corría el mes de marzo de 1972 y el citado paraje era para mí un lugar mítico al que no había ido nunca, razón por la que esperaba con llamativa ilusión el día señalado para esa visita. Nuestro guía y acompañante mayor de edad sería un joven profesor de literatura que se había incorporado ese año al colegio y que había caído con buen pie en el alumnado, gente de lo que entonces era 4º de bachillerato que próximos a los 14 años entrábamos en el umbral de la adolescencia. El hombre nos propuso un plan que nos pareció excelente: asistir a la tradicional Misa de Infantes, que creo recordar se celebraba a las 6.30 de la mañana, y posterior desayuno de chocolate con churros en alguna cafetería próxima, tras lo cual cogeríamos el autobús que nos llevaría al destino final. Supongo que el chocolate hizo de anzuelo para superar la pereza por el madrugón.
Como estaba previsto asistimos a la Santa Misa en la capilla de la Virgen, donde sin duda llamó la atención la asistencia de un buen número de chavales que se sumaban a los fieles habituales, que no eran pocos. A mi izquierda se situó un señor mayor de quien recuerdo su aspecto elegante, su pelo cano, su edad más bien elevada -aunque a los 13 años te parece viejo cualquier hombre simplemente maduro-, su delgadez y su figura estilizada. Al llegar el momento de dar la paz, el individuo se dirigió a mí y me saludó del modo habitual, haciéndolo con una mirada que denotaba emoción y cariño, no se si porque le recordaba a alguien, le agradaba tanta presencia joven en la Misa o fue una mera sensación mía. Recuerdo que al salir algún compañero me preguntó si conocía a ese señor, a lo que respondí sinceramente que no. De vez en cuando me viene a la cabeza el recuerdo de aquel hombre desconocido, una evocación que más allá de la nostalgia, me provoca ternura, como una seguridad de que hace ya 42 años hubo una persona que en presencia de Jesús Sacramentado y delante de la imagen de la mismísima Virgen del Pilar me miró con afecto y complicidad. Probablemente, es ley de vida, este señor fallecería hace bastantes años, y bien pensado no viene mal saber que en el cielo -¿dónde iba a estar sino?- mi compañero de banco habrá tenido el detalle de interceder por mí, que buena falta me hace por otra parte.
6 comentarios:
No creo que te haga falta intercesión.;) Un beso.
A todos nos hace falta y a mi, bastante.
Yo que siempre tengo presente al Angel de la Guarda pienso/creo/se que aparece junto a nosotros en la vida como una persona que nos da la mano con afecto y complicidad transmitiendonos sobre todo paz.
Soy catoica y este sentimiento es muy personal.
Y cuanta paz necesitamos, amiga ...
Al que le hace falta intercesión, y también contrición, es a Artur Mas. Lo que no entiendo es por que ha elegido para su referéndum independentista el 9 de noviembre, el mismo día en que tuvo lugar, en 1938, la triste noche de los cristales rotos...marcarán con cruces las puertas de los que no se sientan como ellos???
Pues no te extrañe, cada vez llegan más lejos ...
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