El dilema Contador

Hoy hace una semana que Alberto Contador ganó su segundo Giro de Italia, si a éste sumamos los tres Tours logrados por el madrileño no debe de caber ninguna duda de que estamos ante el genuino sucesor de Miguel Induraín, el ciclista más laureado de la historia de este deporte en España; desde la retirada del de Villaba han seguido apareciendo en nuestro país excelentes ciclistas: Joseba Beloki, Roberto Heras, Carlos Sastre, Fernando Escartín, Francisco Mancebo, Alejandro Valverde, ... pero hasta la aparición en 2007 de Contador no se había visto a nadie que se acercara, ni de lejos, a la capacidad de aquél. El ciclismo es un deporte que siempre ha tenido abundantes incondicionales en España y la presencia de Contador nos devuelve las emociones vividas en su día con las luchas del Tarangu y Francisco Galdos contra el imbatible Eddy Mercks en el Giro, las hazañas y contrariedades que al 50% por ciento nos ofrecía Pedro Delgado en el Tour, el quinquenio triunfal de Induraín o las grandes hazañas en Alpes y Pirineos de escaladores míticos como Julio Jiménez, Angel Arroyo o Fernando Escartín. Eso sí, sobre el imperio de Contador se cierne una nube, pues el vencedor de tres Tours se encuentra bajo la sospecha del doping, algo que no se si es una duda creada injustamente o un indicio preocupante, pero que consigue dejar a uno con la mosca detrás de la oreja, sin que pueda evitar que de vez en cuando se plantee poner los triunfos del ciclista en tela de juicio, y es que la experiencia de los últimos años ha creado una sombra oscura sobre un deporte que exige un sacrificio y un esfuerzo enormes y que no se sabe hasta donde los hombres de la bici han podido llegar para soportarlos y superarlos.

Es cierto que todavía no hay una decisión contraria a Contador, que existe la presunción de inocencia y que tenemos casos, el más cercano el de Marta Domínguez, en el que ha habido que echar marcha atrás cuando el daño personal probablemente ya se había consumado, pero no lo es menos que llevamos muchos años de sobresaltos, escándalos y situaciones lamentables, y todo ello justifica el que los aficionados vivamos en una fundada duda. Por otra parte, me temo que en estos casos a todos nos invade un cierto "chauvinismo", o simplemente una ceguera ocasionada por la pasión hacia el compatriota, y convendría recordar lo bien que nos pareció cuando las descalificaciones por doping supusieron el éxito de los nuestros, como es el caso de Floyd Landis en 2006, a quien se desposeyó del triunfo en el Tour en beneficio de Oscar Pereiro o la primera victoria en la ronda francesa del propio Contador, propiciada por la retirada del danés Michael Rasmunssen cuando éste era líder destacado y su equipo forzó aquella para eludir el escándalo del doping.

No tengo ninguna duda de que Alberto Contador está ya entre los mejores deportistas españoles del momento, al nivel de Rafael Nadal, Fernando Alonso, Andrés Iniesta o Pau Gassol, pero tampoco de que todos necesitaríamos alguna señal de que sus triunfos no tienen trampa ni cartón. Posiblemente la desconfianza no deba caer en exclusiva sobre el ciclista español, sino sobre todo el mundo del ciclismo; tal vez hace ya muchos años que se ha perdido el noble afán de competir con lo que cada uno da de sí por una competición mecanizada, demasiado previsible, sometida al control y al poder de los equipos más fuertes por encima de la lucha personal de cada uno y, sobre todo, esencialmente competitiva, lo que puede que haya exigido en demasiadas ocasiones recorrer al estímulo artificial para llegar donde no se alcanza con las propias fuerzas, y esto no deja de ser una equivocación.

El dilema está ahí, solamente queda confiar que el tiempo coloque a cada uno en su sitio y el de Contador siga siendo el pódium.