El otro día me regalaron una bolsa enorme llena de cerezas de Bolea; quienes trasteamos por estos parajes altoaragoneses conocemos muy bien de las bondades del producto, tanto de esas cerezas jugosas y dulzonas del color de la sangre como de la localidad, provista de una Colegiata que es sencillamente una maravilla y de la que hablé ya en aquellos tiempos en que este blog daba sus primeros pasos. Pero es posible que en el resto de la piel de toro aún queden bastantes que ignoren tanto lo uno como lo otro.
Poco hay que añadir de la bondad de la fruta, aunque es posible que en España andemos demasiado acostumbrados a la calidad de unos productos -naranjas, melocotones, peras, manzanas, fresas, ...- a los que tal vez haya demasiada facilidad de acceso y al final tienen que venir del extranjero para recordarnos que allí, en la Europa civilizada y moderna, la fruta es manjar ansiado, plato de fiesta. Y entre las frutas uno siempre ha sentido debilidad por las cerezas, esas pequeñas bolitas coloradas que aparecen arracimadas en la cesta, formando un conjunto tan lleno de colorido como susceptible de convertirse en objeto de deseo. Desde niños nos acostumbramos, gajes de la condición humana, a gustar más de aquellas frutas -plátano, uva, cerezas, - que exigen menos esfuerzo para llegar hasta lo comestible, sin obligar a un "duro" trabajo de extraer peladuras, como es el caso de la naranja, la pera o la manzana, pero creo que tan cierto como ésto lo es el que las cerezas aportan un plus de dulzura y sabor que las convierten en postre preferente más allá de argumentos acomodaticios.
Que nadie dude que las de Bolea ocupan el papel de reinas mayores en el mundo de las cerezas, que quien todavía no haya probado semejante manjar se está perdiendo algo importante, tiene en su cuenta de débitos una asignatura pendiente. Con las cerezas de Bolea se cuatriplica la sensación placentera del jugo y la carne de la fruta explotando en el paladar, la posibilidad de gozar de un producto que no se termina en un bocado, sino que habitualmente se perpetua a base de coger una y otra vez el producto del canasto que lo contiene, en ocasiones con imparable incontinencia. Y es que en Huesca uno puede disfrutar con los paisajes del Pirineo, las cumbres de las más llamativas montañas, el románico aragonés y las pistas de esquí, pero no cabe olvidar las delicias que nos ofrecen también los productos de la tierra.
12 comentarios:
La cereza, mi fruta favorita...
No he encontrado la versión de jota que cantan algo diferente pero si ésta copla...
" en cuestion de besos, como en las cerezas siempre suele ser, que si te dan uno... ay, si te dan uno, te dan mas e cien"
¡Buenos días Modestino! Coincido con Veronicia, las cerezas son la fruta que más me gusta...
Y de pequeña me acuerdo que me las ponía a modo de pendientes...¡qué tiempos!¡Bonitos recuerdos gracias a tu entrada!
¡Muchas gracias y un abrazo!
Asun
Gran metáfora comparar las cerezas con un beso¡¡¡
Bolea... Creo que el partenaire tiene familia allí... Bueno, eso no viene al caso.
¡Las cerezas, Modestino! Me ha hecho gracia lo que explicas , que se comen con más facilidad que otras frutas, como si fueran aceitunas. Un peligro si tienes delante un bol lleno y vas alargando la mano. Son riquísimas. Aunque hay calidades y calidades. Y un buen paladar las distingue.
La boca agua...
Gracias por endulzar la mañana y un saludo, jurisconsulto.
Un día habrá que hablar de aceitunas: "rellenas de rica anchoa".
¡Qué buena pinta tienen!
No sabía yo que Mª Asunción vendiera cerezas (la señora de la primera fotografías las lleva ... ¡como pendientes!)
Me has recordado una visita al Valle del Jerte, por Extemadura.
Allí me contaron la historia de la naturaleza de la cereza.
Parece ser que precisa el árbol de la compaña de un microclima determinado para su desarrollo.
Nos contaron que es fruta original del lejano Japón, donde se dan dichas condiciones de forma habitual.
Y que a principios del XX, los adelantados de la época comenzaron a plantar cerezos en aquellos valles de la piel de toro que reunían las condiciones idóneas a tal fin.
...
A mí me gusta observar el modo como se entrelazan entre ellas.
Una es un regalo, pero cuando tiras del racimo y las compañeras se arremolinan alrededor de la elegida, en una suerte de solidaridad frutera frente al destino, el conjunto adquiere tintes de mágica conjunción de estrellas rosáceas.
Sucumbiendo entre tus labios cual beso salvaje e imprevisto.
Dulce y fresco.
...a mí me has recordado a mi Padre Modestino, reconozco en él una cierta gracia para un "gesto" simpático cuando la camarera (si es guapa, también) se acerca a la mesa a la hora del postre...y siempre, siempre, sea Invierno o Verano... pide cerezas en alguna ocasión las pide de esa "D.O" ... siempre he pensado que es una elegante forma de piropear.
Sr. Modestino puede pasar por nuestro almacén a recojer 20 cajas de cerezas de esta temporada. Agradecemos su excelente post, y le sugerimos que vaya repartiendo generosas raciones al los comentaristas de esta entrada.
Mi agradecimiento à los señores de la Cooperativa, mañana pasaré con el trailer para recoger las cerezas.
Además de todas las bonanzas que aquí se han dicho, añado que la cereza es una fruta muy sensual.
Lástima que sea astringente; aunque me consta que tú, por suerte, no tienes ese tipo de problemas.
Por cierto, gracias al comentario de Driver he comprendido por qué en todos las novelas de Murakami, tarde o temprano, aparecen cerezos. Debe de ser algo así como el árbol nacional de Japón.
Desde luego, no hay día que no aprenda uno algo nuevo.
Vaya, así que fruta sensual: à todo le sacas punta, amigo Brunetti.
Publicar un comentario