Tras el insuperable F. Ibáñez, Manuel Vázquez ha sido posiblemente el más genial de los dibujantes de Bruguera; personajes como las "Hermanas Gilda", "Anacleto, agente secreto" o la "Abuelita Paz" tenían un sello especial, de la misma manera que solamente a él se le ocurrió caricaturizar su propia persona. Hace poco ha corrido por España una película sobre Vázquez, la vi en el tren que me llevaba a Santiago de Compostela el pasado mes de julio y me pareció más bien casposilla, como casi todas las que protagoniza el inefable Santiago Segura. En ella se nos pinta a Vázquez como un simpatiquísimo sinvergüenza, deudor de dinero a todo el mundo, capaz de engañar permanentemente a su jefe y de ejercer la bigamia con todo el descaro. Entre las historietas creadas por este genial y polémico personaje destaca la "Familia Cebolleta", encabezada por un tal Rosendo, prototipo del cabeza de familia medio español, aunque el personaje más logrado es el abuelo, un individuo de cabello escaso y larga barba blanca que no ceja en su interés por contar a su familia todo tipo de batallitas sobre antiguas guerras y otros sucesos. La insistencia del hombre le convierte en un ser temido por toda la familia, a la que acosa constantemente con sus historias.
Recuerdo que en mi clase teníamos un compañero a quien llamábamos "el abuelo Cebolleta", pues era dado a contar aventuras de todo tipo, muchas de las cuales sospechábamos que cuando menos llevaban una buena dosis de fantasía. Pero si te pones a pensar, acabas descubriendo que, en mayor o menor medida, todos portamos dentro algo de abuelo Cebolleta, porque a todos nos gusta dar a conocer lo que consideramos nuestras hazañas, nuestros valores o, cuando menos, nuestros sucedidos originales o curiosos. Dicen que no hay reunión más plomiza que aquélla en la que hay varios hombres a quienes les da por hablar de su servicio militar; la supresión de la mili reducirá con el tiempo este peligro, pero sería bueno caer en la cuenta de con qué facilidad caemos en excesos de emoción a la hora de contar anécdotas, sucedidos o aventuras personales.
En el fondo, todos llevamos incorporada una vanidad más o menos oculta que nos mueve a hablar de nosotros más de lo debido, a estar dispuestos a adornar y exagerar, si hace falta, nuestras historias particulares y a perder la conciencia de lo ridícula que puede quedar la excesiva trascendencia que le damos a lo nuestro. En alguna ocasión, recapacitando sobre las cosas que he dicho en una reunión de amigos, compañeros, familiares, ... me he sorprendido descubriendo lo insistente que he estado al relatar hechos que en boca de otro me hubieran parecido triviales y aburridos, y es que en cuanto nos descuidamos tenemos una enorme facilidad para maquillar de apasionantes nuestras aventuras más insustanciales.
Recuerdo que en mi clase teníamos un compañero a quien llamábamos "el abuelo Cebolleta", pues era dado a contar aventuras de todo tipo, muchas de las cuales sospechábamos que cuando menos llevaban una buena dosis de fantasía. Pero si te pones a pensar, acabas descubriendo que, en mayor o menor medida, todos portamos dentro algo de abuelo Cebolleta, porque a todos nos gusta dar a conocer lo que consideramos nuestras hazañas, nuestros valores o, cuando menos, nuestros sucedidos originales o curiosos. Dicen que no hay reunión más plomiza que aquélla en la que hay varios hombres a quienes les da por hablar de su servicio militar; la supresión de la mili reducirá con el tiempo este peligro, pero sería bueno caer en la cuenta de con qué facilidad caemos en excesos de emoción a la hora de contar anécdotas, sucedidos o aventuras personales.
En el fondo, todos llevamos incorporada una vanidad más o menos oculta que nos mueve a hablar de nosotros más de lo debido, a estar dispuestos a adornar y exagerar, si hace falta, nuestras historias particulares y a perder la conciencia de lo ridícula que puede quedar la excesiva trascendencia que le damos a lo nuestro. En alguna ocasión, recapacitando sobre las cosas que he dicho en una reunión de amigos, compañeros, familiares, ... me he sorprendido descubriendo lo insistente que he estado al relatar hechos que en boca de otro me hubieran parecido triviales y aburridos, y es que en cuanto nos descuidamos tenemos una enorme facilidad para maquillar de apasionantes nuestras aventuras más insustanciales.
11 comentarios:
Los mejores cuentos que he escuchado en mi vida han sido narraciones verbales de viejos pescadores.
Sin el Graduado Escolar, sin libros en su salón y con unas callosas manos agrietadas de tanto remendar redes, han sido capaces de contarme los sucesos más extraordinarios de azañas puras, en las que el hombre luchando por su sustento se enfrenta a la naturaleza.
Conseguían de una tacada lo que escritores de renombre no alcanzan por miles de páginas que redacten: credibilidad y poesía.
Cada vez que transito por un puerto, compro tabaco negro y los busco.
Y si consigo invitarles a fumar, lo sé.
Me contarán una buena historia.
Imposible de adquirir con una tarjeta de plástico.
Hay que saber buscar en las personas esas historias apasionantes: puertos de mar, pueblos gallegos, andaluces, de Teruel, de la Montaña, ... pienso que por tímido me pierdo muchas ocasiones de aprender y disfrutar.
Genial Modestino.
Me encanta escuchar de los "abuelos Cebolleta" todas sus historias de antaño; de todas aprendes algo y ves los verdaderos valores que, por desgracia, se están perdiendo.
No hay nada mejor que un café de jubilados recordando sus tiempos mozos.
Los bosques serían demasiado silenciosos si sólo cantaran los pajaros que mejor lo hacen
Este post... Modestino. Y la incontinencia verbal... Menos mal que lo tratas con delicadeza, como siempre.
"Mamá...¡cómo te enrollas! ... Esto ya lo has contado mil veces..." Me parece que cuando sea vieja -si llego- quien me vea cambiará de acera.... Otro copia-pega.
Un saludo, jurisconsulto.
Estoy de acuerdo contigo en que todos tenemos algo de "abuelo cebolleta", independientemente de la edad.
Es cierto que no podemosm limitar los cantos a los virtuosos de la música, es más, creio que saber escuchar es una virtud.
Pero lo que pasa es que a veces hablamos demasiado de nuestras batallas y eso nos inmpide tener en cuenta las de los demás.
El olor a galleta de cumpleaños ha llegado hasta aquí! Pensabas que mi olfato había perdido facultades? Y que mi limitada memoria también? Pues ya ves que, aunque sea una abuelita cebolleta como tú, aún recuerdo que siempre andas pisándome los talones. Pero no lo conseguirás! jijiji
Un beso muy, muy fuerte! (aunque veo que tendré que mandarte un bico. Es así?
Muchas felicidades. Por tu vida y por tu blog.
Muchas gracias, Agnes, menuda sorpresa vertepor aquí. Besazo!
A mi me gusta escuchar historias, dicen que tenemos dos orejas y una boca para escuchar el doble de lo que hablamos.
Si llego a vieja espero tener a alguien a quien aburrir con mis historias y que finja que le interesan tanto como la primera vez que las escuchó señal de que me quiere mucho.
Veronicia, seguro que no les aburres.
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