Muchos recordamos a los "Gremlins", aquellos animalillos con alma propia que hicieron las delicias de niños y mayores en los cines de los 80. Se trataba de unos seres aparentemente deliciosos, aunque algunos de ellos con el tiempo y según determinadas circunstancias podían convertirse en personajes dañinos, incluso malignos.
Algo parecido me pasa con el móvil. Se trata sin duda de un aparato que ha transformado la vida de muchos; un adelanto cargado de ventajas indiscutibles, un objeto que facilita la comunicación, las relaciones sociales y bastante más. Pero, al igual que los "Gremlins" que dirigiera Joe Dante, el móvil puede derivar en un instrumento de tortura, y de la misma manera que la familia que acogió a ese primer ser ingenuo y bondadosos, cabe que terminemos pensando que llevamos encima un objeto pernicioso y embrujado.
El funcionamiento del móvil, fundamentalmente cuando estamos ante aparatos evolucionados, de última generación y provistos de mil prestaciones, parece sencillo y en teoría no hay más que seguir las instrucciones para controlar su manejo y utilizarlo eficazmente. Ahora bien, la experiencia me dice que eso solamente pasa al principio. A la hora de la verdad ¿a quién no le ha pasado que situado en posición de "sonido", al llegar la llamada esperada no se sabe porqué arte de "birli-birloque" ha pasado a encontrarse en "silencio" .... o viceversa?. Y no digamos cuando no suena y compruebas que la pantalla sigue anunciando que debía de haber sonado.
Pero cuando llegas a pensar que el "bicho" anda endemoniado es con la cuestión de banners, anuncios y "botoncitos" inesperados. Quieres leer un washapp, mirar un resultado de fútbol, algún contacto concreto o la última hora informativa, y tropiezas con advertencias que nadie sabe como han podido llegar hasta allí, con juegos que se activan y ni sospechabas que estaban dentro ... es más, te da miedo que hayan llegado sin desearlo y la próxima factura te deje "epatado". En ocasiones, una simple operación de llamada o mensajeo termina destrozando tus nervios cuando compruebas que con tus torpes dedos no haces más que activar contraseñas, precauciones, advertencias, novedades ... y mil incidencias desesperantes. ¿Y qué decir cuando la pantalla muestra una oferta concreta y aparece un botón de aceptar que intuyes puede suponer un gasto adicional importante? ... el móvil no va para atrás e imaginas encontrarte ante un precipicio inevitable.
Podríamos seguir hablando de cuando el aparato se encasquilla, y no puedes recurrir al viejo truco de abrir el móvil y sacar y meter la tarjeta, porque ahora los móviles no se pueden desmontar. Y si acudes a la tienda de tu compañía de telefonía te atenderá un jovecísima -o jovencísimo- y amabilísima -o amabilísimo- muchacha -o muchacho- que lo único positivo que te podrán ofrecer es cambiar de aparato. Y esas ocasiones en las que suena una voz inesperada en el momento más inoportuno, o cuando da timbres o tonos que no sabes de qué van, o la batería empieza a durar minutos, o te cambia el color del panel sin previa orden, como si tuviera vida propia, o tras poner un tono discreto y bajo lo que suena es "Paquito el chocolatero" ... o el himno nacional.
En fin, que cada vez con más frecuencia echo de menos los aparatos de baquelita, los marcadores redondos de meter el "dedico", las conferencias internacionales y hasta las telefonistas que escuchaban conversaciones e incluso en momentos puntuales intervenían en las mismas.
1 comentario:
Yo tengo un aparato sin internet y vivo más tranquila. Un beso.
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