6 de septiembre de 2016

Momentos dulces


Cuando yo era niño los domingos, entre otros matices, solían tener algo que ver con las confiterías. Los festivos eran días en los que a la mesa eran fijos los pasteles, la nata montada que acompañaba al melocotón en almíbar o al bizcocho casero, el tortell  con cabello de ángel y alguna que otra dulzaina más. La cosa no tenía más trascendencia, pero ponía un toque distinto a la comida del resto de la semana.

No digo que ahora todo sea distinto, hay tradiciones que con mayor o menor extensión permanecen, pero es posible que hoy en día se haya perdido cierta liturgia en el tema, hasta que se acabe llamando pastel a cualquier cosa, incluso cuando el producto aparece envuelto en plástico o celofán. También es cierto que ahora la variedad es infinitamente superior: en repostería como en vinos, en coches o en tipos de tornillos.

Aquellas fiestas con suplemento de azúcar no puedo evitar identificarlas con esos paquetes -mayores o menores según la extensión de la familia e invitados- envueltos en papel blanco y anudados con una cinta fina, generalmente de dos colores en el que uno solía ser el blanco, que terminaba en un lazo hecho con tanta habilidad como cariño. Paquetes que escondían pasteles poco sofisticados, con merengues, mantequillas y confetis que bastaban para satisfacer ilusiones y deseos infantiles. Pasteles depositados en pequeñas bandejas de cartón en las que frecuentemente quedaban abandonados restos de nata y otras "primeras materias".

¿Quién no recuerda aquellas viejas confiterías, regentadas por familias que las heredaban de padres a hijos?, ... habitáculos reducidos de olores típicos y embaucadores. Establecimientos e cuyo interior se escondían alacenas y obradores en las que se elaboraban mediasnoches por encargo  ... un concepto que de niño no sabías muy bien qué podría significar, porque tampoco te planteabas qué se podía hacer a medianoche con un bollito relleno de jamón de york o queso de bola. Lugares con anaqueles  donde reposaban caramelos a granel, habitualmente con sabor a frutas, cajas de bombones de diversos tamaños con aroma a cumpleaños o amor platónico, chocolatinas redondas para niño de  casa de visita, trufas que sonaban a obsequio especial, de eventos excepcionales, ...

Y con esos recuerdos más bien "tontunos", "simplones", superficiales, ... uno es capaz de reconstruir parte de su primera vida, devolver a este mundo a los que faltan, dulcificar la imagen de los que siguen y dar gracias, porque eres muy ingrato si no agradeces esos momentos que te puso la providencia y que te facilitaron quienes más te querían. 

8 comentarios:

Anónimo dijo...

Yo recuerdo los domingos los menregues de Molinos.
Existe aun esa pastelería?
Llevo muchos años fuera de Zaragoza.

Susana dijo...

Los dulces hacen más agradable la vida. Un beso.

Anónimo dijo...

No son simplones, Modestino. Eran especiales y lo valorábamos. Por eso se celebraban y por eso los recordamos.

Anónimo dijo...

Si nos comiéramos un bombón cada día, la ilusión se esfumaría en segundos. No habría nada que recordar.

Anónimo dijo...

Hasta los nombres eran de época: Primitivo... Segunda

Anónimo dijo...
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Modestino dijo...

Y Carlitos ... ;)

Modestino dijo...
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