Los recuerdos del colegio suelen constituir parte importante de nuestra primera memoria. Hoy me ha venido a la cabeza una costumbre que impuso el profesor que tuve en 3º y 4º de primaria, un maestro nacido en un pueblo de Teruel lleno de bondad y sabiduría. El sólo consiguió convertir una clase de poco más de veinte niños en un grupo unido, casi una familia ... pienso que fue un avanzado, que su forma de educar podría exportarse hoy día como algo moderno, vigente. Fomentaba la ayuda mutua, el compartir vivencias y opiniones, hablar de algo más que meras asignaturas.
Ya andaba avanzado el curso de tercero cuando instauró la costumbre de establecer una contraseña semanal, una especie de lema que todos deberíamos intentar seguir, sobre el que habíamos de pensar y llegar a conclusiones. Y, como si estuviera ocurriendo ahora mismo, tengo bien grabada su figura, pequeña y nerviosa, escribiendo con fina caligrafía en la esquina ubicada al norte de la parte derecha de la pizarra lo que se iba a convertir desde ese momento en el primer santo y seña: "Sonríe".
Y ahora, pasados 50 años del suceso, con las canas en el pelo, más de una arruga en el cuerpo y alguna más que planchar en el alma, pienso que la contraseña de la primera semana bien podría convertirse en el mantra permanente para el resto de la vida: "SONRÍE", me propongo recordarlo cada mañana, como si lo escuhara de esa voz de notable acento aragonés, con esos ojos que transmitían comprensión ... y también cierta exigencia, porque cuando se dirigía a cualquiera de nosotros uno creía entender cierta petición de que no le falláramos.
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