En noviembre he seguido con la tendencia a los libros no excesivamente largos, así como a variar los géneros literarios. Creoi que he mantenido el buen nivel de autores, con dos franceses históricos -Víctor Hugo y Chateaubriand-, una de las mejores plumas actuales en lengua inglesa -Ian McEwan-, un prolífico escritor de medio oriente como Yasmina Khadra que tiende a tratar temas actuales y quien es posiblemente el mejor autor español del género policíaco -Eugenio Fuentes-. Lo he completado con las entretendias memorias de un actor inolvidable y una policíaca escrita por un policía, que evidentemente tiene mucho que decir sobre el tema.
El británico Ian McEwan es uno de los autores de habla inglesa contemporáneos de mayor prestigio; hace ya tiempo que tenía en la cabeza la idea de leer algo suyo, de hecho novelas como "Sábado", "Expiación" u "Operación Dulce" las tuve en su día en cartera, aunque al final las dejé para otra ocasión. "La ley del menor" es su última obra publicada y tras coincidir un argumento interesante con la recomendación de un par de lectores de confianza he logrado cumplir por fin mi propósito ... algo a lo que también ha ayudado el que se trate de una novela más bien corta (216 páginas). La protagonista del libro es Fiona Maye, una jueza de familia londinense que tiene que enfrentarse con un problema del calado de un adolescente con leucemia que necesita una transfusión a la que se niegan sus padres, Testigos de Jehová. El relato va más allá del simple tratamiento del problema, pues McEwan nos habla también de la crisis conyugal de Fiona y la resolución de otros asuntos, lo que termina siendo una excelente exposición de la forma de funcionamiento del sistema procesal británico. La prosa es magnífica y la novela está muy bien estructurada y resuelta, eso sí con cierto mal sabor de boca final, pero la buena literatura no tiene porque exigir necesariamente un happy end.
Alfredo Landa fue sin duda un personaje interesante; en la Biblioteca de Huesca encontré "Alfredo el Grande", una especie de memorias en las que el actor navarro, ya fallecido, nos cuenta su vida, especialmente a través de sus películas, con la inestimable ayuda de Marcos Ordóñez, un escritor y periodista barcelonés, que hace crítica teatral en "El País" y del que leí en su día "Un jardín abandonado por los pájaros", un testimonio de la vida española durante su infancia -paralela a la mía- que me encantó. Imagino que la redacción final será atribuible a Ordóñez, aunque Landa habla permanentemente en primera persona. Aunque nos cuenta sus primeros años y recuerdos, nos habla de su familia, de su boda y sus hijos, las 311 páginas del libro se centran en la trayectoria profesional de un actor que comenzó destacando en esas míticas "españoladas" de los 60 y 70 -la llamada época del "landismo"- para acabar destacando en películas de enjundia y éxito. Alfredo Landa no se muerde la lengua a la hora de opinar sobre directores, productores y compañeros, algunos de los cuales no salen excesivamente bien parados en el libro. El actor no puede evitar caer en ese "tic" tan habitual en quien habla de su vida de recargar méritos, aunque el relato me ha parecido bastante honesto. Por las páginas del libro van pasando nombres ilustres de nuestro cine como Garci, Fernan Gómez, los Ozores, Elías Querejeta, Concha Velasco, Mario Camus, Paco Rabal, Gracita Morales, José Luís Dibildos, ... hasta una lista interminable. Con ellos Landa destila tanta sinceridad como cariño.
Víctor Hugo es uno de los grandes de la literatura universal; novelas como "Los miserables" o "Nuestra Señora de París", por citar las más famosas, son auténticas obras maestras. Por eso no tenía perdón de Dios el no haber leído todavía nada de este escritor nacido en la localidad francesa de Besanzón. Curioseando por librerías de viejo encontré algunos libros de viaje, entre los que me llamó la atención "Pamplona", un brevísimo volumen de 56 páginas donde nos cuenta lo que más le impresionó de una estancia en Pamplona el año 1843 -él había nacido en 1802-. Víctor Hugo era hijo de un general de Napoleón que había vivido con su familia en Madrid al servicio de José Bonaparte durante su breve reinado español; el escritor era un niño y conserva el recuerdo del viaje de regreso a Francia, cuando entre otras ciudades pasaron por Pamplona. De esta manera, el libro refleja el contraste entre los recuerdos infantiles de Víctor Hugo y su visión de la ciudad ya maduro y versado en la cultura. Se trata de un relato evidentemente limitado, con una descripción incompleta y bastante subjetiva de la ciudad; incluye el trayecto realizado desde San Sebastián, con parada en la localidad de Tolosa. Literariamente es una joya, además de contener descripciones, comparaciones y valoraciones interesantísimas redactadas por un auténtico genio literario.
Eugenio Fuentes, ya lo he dicho en otras ocasiones, es en mi opinión uno de los mejores autores de novela policíaca de España, desde un punto de vista de la calidad literaria posiblemente el número uno. La mayoría de las novelas del género que ha publicado están protagonizadas por el detective privado Ricardo Cupido, residente en la imaginaria localidad de Breda. Con el citado personaje como protagonista ya habían pasado por mis manos "El interior del bosque", "Las manos del pianista" y "Cuerpo a cuerpo", sin que ninguna de las tres veces me haya sentido decepcionado. Por una vez he incumplido mi costumbre de leer por orden las novelas de un mismo investigador y he optado por anticipar la lectura del último caso de Cupido, "Mistralia", un relato que nos cuenta la investigación en torno al asesinato de una ingeniera en un molino de una zona de energías renovables. En alguna crítica hallada en la red se alababa la novela comentando que en ella queda reflejado el hecho de que Fuentes escribe cada vez mejor, afirmación que comparto plenamente. La novela ha confirmado mis mejores expectativas, nos presenta a un Ricardo Cupido cada vez más humano y con vida propia, narra un caso creíble, sabe desarrollar adecuadamente la intriga y la concluye acertadamente, con los giros necesarios y un desenlace logrado, por mucho que al menos a mí, la opción elegida por Fuentes para concluir la narración no me dejara buen sabor de boca.
Aunque pueda mover a confusión, Yasmina Khadra no es una mujer, sino el pseudónimo del escritor argelino Mohammed Moulessehoul, un excelente autor por cierto. De Khadra leí en su día "El atentado", un relato impactante que te da una visión interesante del conflicto palestino; en cartera tengo desde hace tiempo su "Trilogía de Argel", con tres relatos policiales, y "Lo que el día debe a la noche", novela de la que me han hablado maravillas. Tras leer en "Babelia" la crítica de su última obra, "La última noche del Rais", decidí pasar por encima de los citados y enfrentarme a este breve relato -176 páginas- en el que, con personajes reales y datos históricos, nos cuenta unas imaginarias últimas horas del líder libio Muamar El Gadafi. En mi opinión Yasmina Khadra ha cerrado una narración magnífica, ha conseguido dar una medida notable de quien rigió sin obstáculo Libia durante más de 40 años, quien nos es presentado como una especie de "monstruo" con dosis de humanidad, "un desequilibrado que sabe lo que hace". El relato combina la angustia y desesperación de Gadafi y sus hombres de confianza ante el asedio de los rebeldes que terminarán acabando con su vida, con sus recuerdos de infancia y juventud, así como su imparable ascensión al poder y todas la vicisitudes sufridas en los largos años de su ejercicio. Gadafi se presenta como alguien a la vez despiadado y familiar, implacable y romántico, añadiendo dosis de desequilibrio, como su obsesión con Van Gogh o los sueños en los que se le aparece, entre otros, Saddam Hussein. Un libro breve, editado en letra grande y que se termina devorando en cuanto puedes enlazar un par de horas disponibles.
Supe por vez primera de la existencia de Rafa Melero Rojo cuando asistí a una mesa redonda sobre policías-escritores que tuvo lugar en Huesca hace ya unos cuantos meses; el tema era interesante, pues no cabe duda de que quienes en la vida real ejercen la profesión de policía tienen mucho que decir en materia de novela negra. Melero es mosso d'esquadra y nos habló entonces de su primera novela, "La ira del Fénix", protagonizada por agentes de su cuerpo y que compré al salir de dicha sesión. En una reciente comida en la que se encontraba Lorenzo Silva, quien también intervino en aquella mesa redonda, éste incluyó "La ira del Fénix" entre sus novelas recomendadas dentro del panorama español del género, especificando que el autor reflejaba muy bien lo que es una investigación puramente policial. Tener en casa un ejemplar y la recomendación de Silva fueron argumentos suficientes para emprender la lectura de este libro, en el que verdaderamente se refleja la experiencia directa del escritor y que tiene la virtud de saber desarrollar perfectamente la intriga concreta, tanto que he de admitir que la novela la he leído de un tirón: no está mal 476 páginas en una semana. En un artículo publicado en el blog de "Getafe negro", certamen que dirige, Silva afirmaba también que "La ira del Fénix" estaba muy bien escrita, y aquí -con todo mi respeto a quien sabe más que yo de intrigas y literatura- discrepo parcialmente con el gran escritor madrileño, pues a mí me ha parecido un relato que literariamente no pasa de discreto, tal vez porque le ha faltado un último repaso, a la vez que me ha parecido pobre de vocabulario. Rafa Melero Rojo ha sacado una segunda novela que queda en cartera. Y un apunte final: se agradece que el autor haya prescindido de contarnos la vida sexual de los protagonistas.
François René de Chateaubriand, además de diplomático y político, fue un formidable escritor, considerado por muchos el fundador del romanticismo en la literatura francesa. Desde hace bastantes años no he parado de escuchar alabanzas de sus "Memorias de Ultratumba", aunque la gran extensión de la obra provoca que vaya retrasando una lectura que estoy seguro no me va a decepcionar. Para ir abriendo boca, he leído un pequeño ensayo publicado hace unos años por "Acantilado" con el título de "De Buonaparte y de los Borbones". Se trata de un relato breve, pues suma 143 páginas, de las que las 43 primeras son una magnífica introducción de Césare Garboli y las 13 últimas dos apéndices, uno del propio autor y otro del editor. Chateaubriand nos ofrece un auténtico alegato en contra de Napoleón, a quien atribuye todo tipo de defectos y adjudica la culpa de los males de la Francia de entonces. Frente a ello, realiza un panegírico de la monarquía, promoviendo el regreso de los Borbones en la persona de Luis XVIII, un nombre que me trae inevitablemente a la cabeza la breve pero sólida interpretación que de él hace Orson Welles en el film "Waterloo". Al parecer, estas opiniones de Chateaubriand son parcialmente matizadas en las antes referidas memorias. En cualquier caso, una delicia leer al escritor francés, todo un ejemplo de destreza literaria y elocuencia.
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