Corría el verano de 1979 y me disponia a hacer un viaje junto a otros dos amigos. Uno de ellos era un barcelonés de arraigo y sus padres socios de Club de Polo, sin duda -y al menos en la época- un genuino centro de élite al que solamente tenían acceso quienes por sangre o bolsillo formaban parte de la flor y nata de la ciudad condal. El referido nos citó en el bar del Polo y allí acudimos mi amigo, originario de Reus, pero de familia más sencilla y sin tantas "pretensiones" y el menda, un pardillo que hacía un par de años había llegado de Zaragoza, aún no se había hecho a la idea del terreno que pisaba y no sabía distinguir demasiado entre los socios del polo y los "pijos" del Paseo de las Damas y alrededores de la capital maña. A la espera de que llegara quien podríamos llamar nuestro anfitrión, y siendo la hora de comer optamos por tomar un bocadillo que cubriera ese apetito que suele andar tan vivo a esas horas y cuando se tienen escasamente 20 años. Allí nos atendió un camarero a quien no recuerdo excesivamente mayor y me pareció no podía evitar mostrar ciertos aires de estar empleado en sede de lujo. Preguntó qué deseaba y este pidió un bocadillo de butifarra blanca, ante lo cual, y con la misma expresión que si le hubiera pedido un bocata de oreja de elefante, pepinillos en almíbar o sardinas con nata, respondió que "de eso no tenían", y mientras nos pensábamos qué podíamos solicitar sin volver a quedar "en evidencia", el hombre siseaba por lo bajinis : " ... butifarra blanca, ja¡¡¡". Mi amigo era -y sigue siendo- persona sencilla y descomplicada, e intuyo que ni se dio cuenta del fondo de la situación, pero yo, que desde pequeñito he tendido a ser suspicaz y algo retorcido, comprendí a la primera que rozaba el "anatema" pedir butifarras en el Club de Polo.
Al cabo de 35 años, al rememorar esta vulgar e intrascendente anécdota me vienen a la cabeza diversas ideas "encontradas". La primera, que hay que ser más bien ingenuo para pretender que en un lugar tan ilustre te ofrezcan bocadillos de butifarra, ... aunque estoy seguro de que con el tiempo ha habido más "manga ancha" y menos "prejuicios". Por otra parte, rechazo rápidamente cualquier complejo, y con las conchas que dan las canas tiendo más a pensar que si en el Polo no tienen este tipo de productos, ellos se lo pierden y que no deja de ser una lástima -¡y un error!- privarse de bocados sabrosos y momentos gratos por convencionalismos ridículos y trasnochados. Por otra parte, tomar butifarra, blanca o negra, en Barcelona no deja de ser un modo de "fer país", que tampoco es cosa banal, además de que con tanto arraigo de la comida de diseño y de los "experimentos" gastronómicos parecería incorrecto excluir a estos sabrosísimos productos del cerdo.
Con el paso de los años terminas escogiendo la butifarra, el queso manchego o el jamón de bellota aunque para ello debas renunciar a las lentejuelas del Club de Polo.
5 comentarios:
De Reus tenía que ser,y seguro que de aperitivo se pediría avellanas ...
Nunca cambiarán :)
Reus, París, Londres, ... ya sabes ...
Ya se sabe que en toda minoría selecta hay una mayoría de estúupidos.
En todo caso, intuyo que, a estas alturas, en el Club de Polo no sólo sirven bocatas de butifarra (y de sardinas y de mortadela con aceitunas y de atún en escabeche), sino que también celebran bodas, bautizos, cumpleaños infantiles y hasta despedidas de soltero/a, con "boy" o "girl" incluidos en el precio.
Salud!
Y hasta habrán abierto un bingo ...
Donde esté un bocadillo de butifarra...
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