27 de enero de 2014

Primeros pasos en Zaragoza de un paraguayo que llegó, vio y triunfó


Hace poco alguien comentaba que el último 28 de octubre se cumplieron 40 años del debut oficial de Nino Arrúa con la camiseta del Real Zaragoza. Como quienes hemos pasado la barrera de los cincuenta recordamos, el fichaje del paraguayo fue el gran “culebrón” zaragocista del verano de 1973; Avelino Chaves, un fenómeno gestionando adquisiciones buenas, bonitas y baratas, había logrado incorporar a la nómina blanquilla al mejor jugador paraguayo del momento y una de las figuras indiscutibles del fútbol de Sudamérica. Como la selección paraguaya andaba inmersa en las eliminatorias de clasificación para el Mundial alemán del 74, la llegada de Arrúa a la capital del Ebro se retrasó y cuando el jugador aterrizó en nuestra ciudad ya se habían jugado siete partidos en los que, por cierto, había habido de todo: 3 victorias (2-1 al Celta y 3-2 al Castellón en La Romareda y 1-2 en Los Cármenes), dos empates (1-1 en el debut liguero en Santander y 0-0 en casa frente a la Real Sociedad en ese triste encuentro donde Leirós se rompió la tibia y el peroné) y otras dos derrotas (3-1 en el viejo Sarría y un doloroso 4-0 en el Bernabeu).

Nino Arrúa, quien ni siquiera había viajado antes a Zaragoza para firmar el contrato, llegó poco después del Pilar y como el fin de semana siguiente a su presencia entre nosotros no había liga, la directiva que presidía José Angel Zalba organizó deprisa y corriendo un encuentro de presentación de la nueva estrella del equipo frente al Nastic de Tarragona, un conjunto que por aquellos años navegaba por la segunda división. La expectación fue notable y todos acudimos a La Romareda con la ilusión de comprobar “in situ” las maravillas que nos habían contado hacía el paraguayo con el balón. A la hora de la verdad Arrúa apenas intervino en el juego: llevaba pocos días entrenando, se le veía perdido y tampoco pareció querer asumir excesivos riesgos ni responsabilidades. No obstante, mediada la segunda mitad se produjo una rápida jugada en el área rival, con una pared que dejó sólo al nuevo astro frente al meta rival y Arrúa, con un toque genial, mandó la pelota por bajo y lejos del alcance de aquél, con lo que en un instante nos dejó boquiabiertos y justificó su fama. Posteriormente Planas hizo el 2-0 y el ariete tarraconí Paquito, un tanque que había jugado en primera con el Sporting, maquilló la derrota. En ese mismo encuentro debutó también “Cacho” Blanco, el otro extranjero del Zaragoza, quien a pesar de haber llegado ya en verano, todavía no había llegado a jugar con Carriega, el lateral charrúa hizo un partidazo como lateral diestro, aunque paradójicamente terminara triunfando en el otro lado de la defensa.

Al día siguiente “Zaragoza Deportiva” amanecía con un titular de su cosecha: “No era Arrúa, era su primo”, aunque nadie se preocupó del escaso rendimiento de éste, pues le quedaban más de tres cuartos de liga para mejorar. En el equipo de Tarragona destacó notablemente la actuación de un centrocampista brasileño llamado Baptista, quien había llegado a España con la fama de ser apodado en su tierra como “Pelezinho”, pues se aseguraba que su juego era similar al del gran Pelé, algo que acreditó, dentro de lo que cabe, en el “bolo” de Zaragoza, aunque al hablar sobre él años después con aficionados de Tarragona, éstos me comentaron que fue éste el único encuentro donde el carioca demostró algo, pues se dedicó toda la temporada a deambular sin pena, gloria ni esfuerzo por los campos de la división intermedia.

El siguiente domingo la cosa ya iba en serio y se presentaba en La Romareda un Real Murcia que acababa de ascender y a las órdenes del argentino Felipe Mesones venía dando un buen rendimiento, con jugadores de calidad como García Soriano, Cristo, Vera Palmes, Ponce o Ruiz Abellán y una serie de sudamericanos duros y correosos como Pazos, Abel Pérez y Juárez. El encuentro, que era televisado en directo, se jugó a las 8 de la tarde y los aficionados blanquillos lo esperaban con ilusión, pues se pensaba que Arrúa era el complemento adecuado para un once titular que tenía un lider nato –Violeta-, centrocampistas de clase –Planas y García Castany- , extremos rápidos –Rubial, Leirós y Soto- y un ariete poderoso –Ocampos-, pero al que faltaba mayor capacidad goleadora. El partido fue decepcionante, los pimentoneros montaron una defensa numantina y una tela de araña agotadora en medio campo y el Zaragoza apenas creo ocasiones de gol, siendo sometido Arrúa a un marcaje individual del que apenas pudo salirse. El encuentro terminó sin goles y en los rostros de los seguidores locales se reflejaba la desilusión de haber pinchado en hueso a la primera.

El encuentro siguiente supuso un aumento de la inquietud; el equipo jugaba en San Mamés y otra vez estaban presentes las cámaras de la única televisión de la época. El comienzo del partido fue nefasto y los leones marcaron rápidamente dos goles (Lasa y Rojo II) y en el minuto 10 el encuentro estaba ya cuesta arriba; aunque la expulsión del menor de los hermanos Rojo devolvió alguna esperanza, incrementada con un bonito gol de García Castany, el match acabó en derrota. Como no podía jugar Ocampos –no recuerdo si por lesión o sanción- Carriega adelantó a Arrúa al centro de la delantera, lugar donde el 10 zaragocista se perdió, siendo sustituido mediada la segunda parte. Como el aficionado al fútbol es esencialmente impaciente, entre los zaragocistas cundió la preocupación y se empezó a temer que nos hubieran dado gato por liebre y que el fenómeno no lo fuera tanto.

El siguiente visitante de La Romareda era el Sporting, un equipo de la zona baja, a pesar de lo cual tenía a jugadores del nivel de Quini, Churruca, Valdés, Castro, José Manuel, Megido, Leal, Ciriaco, … Se confiaba que por fin el paraguayo demostrara su fama, y en esta ocasión ya no hubo frustración alguna. Ya en el primer tiempo un centro desde la derecha fue rematado de arriba hacia abajo con la cabeza por Arrúa, consiguiendo inaugurar el marcador. No obstante, el clímax llegó tras el descanso, pues al poco de comenzar un nuevo centro al área fue de nuevo cabeceado por el paraguayo, esta vez viniendo desde atrás y por medio de un testarazo impresionante, entrando el balón en la red tras tocar el travesaño; Arrúa no se limitó a felicitarse con sus compañeros y, ante la sorpresa de todos, se dirigió a las gradas, abrazándose con el público, cosa que repetiría en partidos posteriores y que supuso una razón más para convertirse en el ídolo indiscutible del zaragocismo. Ocampos remató la faena con un tercer tanto, y de nuevo “Zaragoza Deportiva” dio en el clavo con un titular llamativo: “¡Arrúa mío!”.

Al domingo siguiente los blanquillos consolidaron su posición con una victoria en Málaga por 0-1, en partido cuyo recuerdo quedó marcado para siempre por el fallecimiento en el palco presidencial del directivo Jesús Castejón víctima de un infarto de miocardio. Adolfo Soto marcó un golazo precioso con un tiro en parábola desde fuera del área, tras recibir un pase del mismo Arrúa. La victoria afianzaba al equipo en los puestos nobles de la clasificación, además de reforzar la moral y la seguridad de plantilla y afición.

Los mayores niveles de euforia llegaron una semana después; eran los primeros días de un frío diciembre y llegaba a Zaragoza el Real Oviedo, un equipo con el que se había compartido ascenso dos años antes y que llegaba en situación bastante apurada. En su plantilla permanecían sus mejores jugadores de entonces –Galán, Uría, Carrete, Tensi, Marianín, …- pero su inicio de temporada estaba siendo flojísimo. Por esta razón se confiaba en una cómoda victoria de un Zaragoza lanzado, a pesar de que García Castany era baja por lesión , lo que daba la oportunidad de ser titular al sevillano Pepe González, fichaje de ese año y que aún no había podido demostrar gran cosa. Hubo exceso de confianza y se pagó, pues los asturianos se fueron al descanso con un sorprendente 0-2, con goles de Iriarte y Marianín. Aún recuerdo la desolación de los aficionados en el intermedio, de golpe y porrazo habíamos vuelto a aterrizar en tierra, se había perdido la seguridad con la que se llegó al campo y nadie confiaba en sacar adelante el partido. Fue ese día cuando Arrúa demostró que era un jugador distinto, un líder, una estrella … en un inicio fulgurante del segundo tiempo el paraguayo marcó dos golazos, esta vez con el pié, uno en tiro raso ajustado al poste y otro de un zambombazo que entró por la escuadra y convirtió un funeral en una tarde de ilusiones. De nuevo celebró su segundo tanto con el respetable, aunque aún había que completar la faena. De esto último se encargaron Ocampos y Javier Planas con dos goles desde fuera del área. Al final el marcador lucía un 4-2 que todos leíamos tan incrédulos como radiantes. Una gesta así no se veía en Zaragoza desde la época de los “Magníficos” y era prueba notoria de que había comenzado en el equipo del escudo del león una época nueva y esplendorosa. “Zaragoza Deportiva” se lució de nuevo con un título tan divertido como imaginativo. “Hicieron once cambios”, a la vez que se exhibía una foto del partido en el que un jugador rival se dirigía al árbitro y los “ideólogos” del inolvidable semanario deportivo habían abierto un “bocadillo” en la boca del futbolista que decía: “trampa, trampa”, … pero la única trampa tenía forma de jugador melenudo, más bien bajito y con el 10 a la espalda.

Desde ese encuentro la trayectoria del Real Zaragoza fue siempre ascendente, Arrúa terminó marcando 17 goles y el equipo cubrió una de las épocas más bonitas que se han vivido en La Romareda.

6 comentarios:

tomae dijo...

Hola soy paraguayo y he venido para pedirle la mano a su hija.

-para qué?

-paraguayo

;)

Anónimo dijo...
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Brunetti dijo...

No sé si fue esa misma temporada de la llegada de Arrúa cuando, allá por el mes de junio, el Zaragoza le endosó seis goles al mismísimo Real Madrid, que visitó La Romareda siendo ya campeón de Liga (qué tiempos aquellos en que los blancos ganaban Ligas como quien sale a pasear).

El lejano recuerdo que tengo del Zaragoza de aquella época es el de un equipo que siempre jugaba al ataque, que acostumbraba a golear y que hacía de La Romareda un auténtico fortín. Aunque a lo mejor el paso del tiempo ha desfigurado, mejorándolos, mis recuerdos.

En todo caso, cualquier comparación con la actualidad blanquilla es mera coincidencia.

Suerte!

Modestino dijo...

Comprendo Tomae que este post es el típico rollo futbolero y zaragocista que aburre a las ovejas ;);)

Abrazo¡¡¡

Modestino dijo...

Lo del 6-1 fue la temporada siguiente: 30 de abril de 1975.

Si, el Zaragoza era un fortin en La Romareda: se le fueron tres puntos el primer año y cuatro el segundo ... eso sí, fuera era mucho más blandito y hay quien dice que los paraguayos se escondían.

Anónimo dijo...
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