
"La salvación de nuestro mundo se encuentra en el corazón de las personas, en su humildad, responsabilidad y capacidad de reflexión". Vaclav Havel
Para quienes solemos tomar las vacaciones en julio, el mes que le precede viene a ser la antesala de un tiempo que permite leer más que de ordinario. Por eso, mis lecturas de junio no han sido excesivas, y la mitad de las que aquí aparecen no son más que libros ya comenzados y avanzados en la segunda quincena de mayo. No obstante, cabe hablar de dos excelentes novelas policíacas, absolutamente recomendables, un nuevo encuentro con Ignacio Martínez de Pisón, un escritor aragonés que se ha convertido, desde mi punto de vista, en uno de los más seguros valores del panorama literario español contemporáneo y el descubrimiento de John Fante, uno de esos escritores norteamericanos de mediados del siglo XX que nos enfrentan con la vida ordinaria de la América profunda. Junto a ellos, ha habido también alguna lectura más de relleno que completa el muestrario mensual al que me he apuntado en los últimos tiempos. A mi regreso del descanso anual -no me atrevo a añadir ese calificativo de merecido- espero poder ofrecer una lista más amplia de libros leídos, ... y espero haber acertado en la elección de mis encuadernados compañeros de viaje; el verano siempre es ocasión de incrementar el hábito de leer, descubrir libros interesantes y desempolvar alguna que otra joya.
Ignacio Martínez de Pisón se ha convertido en uno de mis autores españoles actuales favoritos, habrá quien piense que ando influenciado por el paisanaje y su condición de acérrimo zaragocista, pero con independencia de tales circunstancias pienso que es uno de los mejores hoy en día. Me habían recomendado vivamente "Dientes de leche", un relato ambientado en la Zaragoza del franquismo y que se centra en torno a la familia creada por Raffaelle Cameroni, un italiano que había llegado a España durante la guerra civil reclutado por las brigadas que Mussolini envío a Franco para echarle una mano. Tal vez lo mejor de Martínez de Pisón es la agilidad con la que narra, ese aire fresco que uno nota cuando lee sus novelas. El autor zaragozano nos cuenta con naturalidad, excelente redacción y cierto tono de humor los dramas, aventuras y sucedidos, algunos bien chuscos, de Cameroni, su mujer y sus hijos, sin prescindir de las necesarias referencias históricas, pues al ritmo de la vida de los protagonistas en España se van viviendo intensamente los sucesos de posguerra, desarrollo y postfranquismo. "Dientes de leche" tiene un toque entre entrañable y familiar, y refleja formidablemente cómo fue la vida de tanta clase media en unos años que comenzaron dramáticos y poco a poco se fueron convirtiendo en más alegres y festivos, sin olvidar los dramas y contradicciones de la época.
Hacía tiempo que me habían recomendado "Llenos de vida", una novela de John Fante, escritor y guionista de cine fallecido en 1983 y que alcanzó el éxito después de su muerte. Fante pertenece al movimiento literario llamado "realismo sucio", que al parecer muchos piensan tiene su origen en Charles Bukowski, aunque éste ha asegurado que él se inspiró precisamente en Fante, Raymond Carver es otro de los representantes de este estilo. Una de las peculiariedades de esta novela es que el protagonista es el propio escritor, que es tratado por él mismo con notoria autocrítica. En la novela se tratan los temas que según cuentan los expertos son constantes en las novelas de John Fante: la pobreza, el catolicismo en relación a la comunidad italoamericana y la incomunicación, en la familia o en la pareja. El autor ambienta su relato en Los Ángeles, pero se adentra en la América profunda a través de la figura de su padre, que vive en un pueblo recóndito y a quien va a buscar en un viaje narrado de manera, en mi opinión, tan prodigiosa como hilarante. Me ha parecido una novela formidable, de esas que se leen gratamente en uno de esos fines de semana tranquilos no sólo por su brevedad -156 páginas a doble espacio-, sino porque muchas veces para disfrutar con la lectura no necesitas ni grandes argumentos ni especiales intrigas, basta algo bien escrito y un enfrentamiento con lo ordinario, lo de cada día.
Hace bastantes años que descubrí a Petros Márkaris, el autor griego creador de un personaje tan delicioso y bien diseñado como el comisario Costas Jaritos; de un tirón me leí las tres primeras entregas protagonizadas por este policía entrañable: "Noticias de la noche", "Defensa cerrada" y "Suicidio perfecto", pero a pesar de haber quedado encantado con ellas he tardado casi cinco años en leer el cuarto de la serie, "El accionista mayoritario", una novela en la que vuelve aparecer una intriga tan bien elaborada como las anteriores, con los mismos toques de espectacularidad que caracterizaban a las citadas, con un Jaritos imprescindible, una acertadísima versión griega del Brunetti de Donna León, el Laurenti de Veit Heinichen o el Adamsberg de Fred Vargas. No obstante, además del misterio concreto de cada caso, lo que convierte a las novelas de Márkaris en una lectura irresistible es la magnífica descripción de los personajes permanentes, desde el tal Jaritos hasta su mujer, Adrianí, con la que mantiene una relación divertida y genial, sin olvidar a su hija Katerina, su futuro yerno Fanis y su superior, cuyas relaciones no son siempre serenas, el Guikas. Márkaris añade una agilísima crítica socio-política de las instituciones y la sociedad griega que contribuye a incrementar el interés de la novela. "El accionista mayoritario" es de esos libros que se leen de un tirón y dejan abiertas las puertas a seguir con la serie.
No cabe duda de que Dennis Lehane es uno de los autores del género policiaco más brillantes de USA; ser el autor de "Mystic River" y "Shutter island" otorga, sin duda, un prestigio indudable, pero lehane tiene también sus detectives fijos, en este caso Patrick Kenzie y Angela Gennaro, cuya primera novela, "Un trago antes de la guerra", la sensacional aparición del autor en el panorama literario que le valió el Shamus Award, uno de los premios más prestigios que puede conseguir un escritor novel del género negro. Se trata de una de las mejores novelas del género que he leído, con unos personajes extraordinarios, unos diálogos ágiles y sugerentes, un argumento interesante y, eso sí, una brutalidad notable. La novela está ambientada en Boston y tiene todos los ingredientes para convertirse en uno de esos libros que cuesta dejar, con problemas raciales, políticos corruptos, bandas de jóvenes criminales y dos detectives con los que te identificas a la primera y que, trabajo profesional aparte, tienen ambos su pasado oscuro y sus dramas personales. Lehane sabe dotar a sus novelas, además, de un toque de humor negro que las mejora más, si cabe.
En una de mis frecuentes "exploraciones" por el mundo de la intriga escandinava he terminado junio leyendo "Hablaré cuando esté muerto", una novela de la sueca Anna Jansson que aseguran ha vendido más de un millón de ejemplares en su país y que está encuadrado en una serie de diez novelas protagonizadas por la policía Maria Wern y enmarcadas en el pequeño barrio de Roma de la isla sueca de Gotland. No dudo de que el libro se haya vendido tanto, pero pienso que puestos a comprar novelas suecas hay un buen número de autores de bastante más altura. Existe ciertamente una intriga que te mantiene la atención, pero la novela hay que incluirla en la lista de libros prescindibles; pienso sinceramente que la autora no consigue redactar adecuadamente la historia, que se lee farragosamente y en la que se echa de menos originalidad y un mínimo de calidad. En definitiva, una novela flojita y completamente prescindible que dudo haya obtenido en España el éxito de ventas que aseguran logró en su país de origen. Me ha costado mucho leerlo, lo que no se si se debe a la traducción o a lo enrevesado de la forma de scribir de la autora.
Juan Luis Galiardo, uno de los actores españoles con más dilatada trayectoria y un hombre de una personalidad arrolladora, falleció el viernes en Madrid a la edad de 72 años víctima de un cáncer de pulmón que ha sido devastador y fulminante. Acabo de leer el obituario de "El País", un periódico que borda esta sección, y allí he descubierto en Galiardo a un personaje especial, con un baúl de vivencias, explosiones de carácter y alguna que otra locura realmente apasionante. Había nacido en la localidad gaditana de San Roque, aunque si es verdad que uno es de donde estudia el bachillerato, hay que incardinarlo en Badajoz, y la verdad es que viendo su personalidad y sus interpretaciones al actor fallecido le cuadran bastante los aires extremeños, pues entre otras cosas ofrece una apariencia de conquistador y aventurero. Hace cuatro años tuve, curiosamente, un encuentro ocasional con Juan Luis Galiardo en el ascensor de un hotel valenciano, algo de lo que dejé constancia aquí, por lo que dejo un enlace que puede servir como homenaje particular a este hombre que en un par de minutos se me mostró amable, dicharachero y sencillo: http://modestino.blogspot.com.es/2009/09/en-la-linea-de-galiardo.html.
En la trayectoria profesional de Galiardo ocupa, indudablemente, un papel principal el cine; en los años 70 era, junto a Máximo Valverde, Ramiro Oliveros y alguno más, el galán por excelencia del cine español, si bien conforme pasaron los años comenzó a interpretar papeles de mayor calado y que iban mucho más allá de trabajos de "guaperas" en "españoladas" de medio pelo. Me ha llamado la atención que la primera película en cuyo cartel de actores aparece es una versión cinematográfica de "El camino" (1961), la gran novela de Delibes llevada al cine por Ana Mariscal y en la que el actor fallecido ocupa un lugar bastante secundario. En la década de los sesenta apenas hizo papeles principales, entrando en el reparto de films como "Crimen de doble filo" (1965), de José Luis Borao y "El juego de la oca" (1966), de Manuel Summers, siendo sus primeras intervenciónes protagonistas "Mañana será otro día" (1967), un drama social dirigido por Jaime Camino, junto a Sonia Bruno, que todavía no se había casado con Pirri y "Stress-es tres-tres" (1968), de Carlos Saura y con Geraldine Chaplin de compañera de reparto. A partir de este momento Galiardo entra de lleno en el cine comercial de la época, protagonizando películas de Mariano Ozores, Pedro Lazaga, Vicente Aranda, Javier Aguirre, Rafael Romero Marchent, ... en esta línea se pueden incluir títulos como "La chica de los anuncios" (1968), "Después de los nueve meses" (1970), "El apartamento de la tentación" (1971), "Clara es el precio" (1975), "Mayordomo para todo" (1976), "Imposible para una solterona" (1976) y "Esposa de día, amante de noche" (1977), sin olvidar dos trabajos de mayor enjundia con Rafael Gil en 1975 como fueron "Los buenos días perdidos", con guión de un joven Antonio Gala, y "Novios de la muerte", así como "El clan de los inmorales" (1974), de José Gutiérrez Maeso, junto a Helmut Berger y Sidney Rome, a la que con los años atribuirían un largo romance con Julio Iglesias y "Comando Txikia (Muerte de un presidente)" (1976), un film sobre el asesinato de Carrero Blanco dirigido por Juan Luis Madrid.
En la década de los 80 Juan Luis Galiardo hace ya un cine de más contenido; inolvidable fue su intervención en "El disputado voto del señor Cayo" (1986), de Antonio Giménez Rico, basada también en novela de Delibes, una fábula política en la que protagoniza un formidable duelo interpretativo con Paco Rabal. "El señor de los Llanos" (1987), de Santiago Sanmiguel, "Soldadito español" (1988) del propio Giménez Rico y "Papeles secundarios" (1989), de Orlando Rojas, son otras películas destacadas de la década. En los noventa trabaja con el gran Berlanga en "Todos a la cárcel" (1993), encabezando un reparto estelar junto a José Luis López Vázquez, Agustín González, Santiago Segura, José Sazatornil, José Sacristán, Manuel Alexandre y Luis Ciges, con Regueiro en "Madregilda" (1993), junto a José Sacristán, Juan Echanove y Fernando Rey, con Juan Luis Cuerda en "Así en el cielo como en la tierra" (1995), junto a Fernando Fernán Gómez y Paco Rabal, con José Luis Garcia Sánchez en "Tranvía a la Malvarrosa" (1997) y "Adiós con el corazón" (1999), con Fernando León de Aranoa en "Familia" (1996), con Carlos Saura en "Pajarico" (1997) y "Tango" (1998) y con Fernando Trueba en "La niña de tus ojos" (1998). Evidentemente, una década cargada de trabajo realizado con grandes actores y directores.
De los últimos años destacan llamativamente dos interpretaciones de un significado especial: "Lázaro de Tormes" (2001), de Fernando Fernán-Gómez y José Luis García Sánchez, protagonizada por Rafael Álvarez "el Brujo" y con compañeros de reparto del nivel de Manuel Alexandre, Álvaro de Luna, Agustín González, Francisco Rabal y Francisco Algora y "El caballero Don Quijote" (2002), de Manuel Rodríguez Aragón, convirtiéndose junto a Peter O´Toole en el único actor en haber interpretado tanto al Quijote como a Cervantes, su autor. Otras películas de este nuevo siglo en las que intervino el actor fallecido fueron "El Coronel Macià" (2006), de José María Forn, "Miguel y William" (2007), de Inés París y "La chispa de la vida" (2011), de Alex de la Iglesia, sin olvidar el magnífico documental de José Luis García Sánchez, "Por la gracia de Luis" (2009), en el que se homenajea a Luis García Berlanga y en el que Juan Luis Galiardo interviene junto a Violeta Cela, Jaime Chávarri, Antonio Gamero, Javier Gurruchaga, José Lifante, Guillermo Montesinos, Antonio Ozores, Andrés Pajares, Juanjo Puigcorbé, Elvira Quintillá, Mónica Randall, José Sacristán, José Sancho, Rosa María Sardá, Concha Velasco, ...
En Televisión actuó bastante menos, a pesar de lo cual nos dejó intervenciones inolvidables y de éxito, muy especialmente en el papel de "El Chepa", ese siniestro y entrañable abogado de "Turno de oficio", un éxito televisivo entre 1986 y 1987, junto a Juan Echanove y Carmen Elías con la magistral dirección de Antonio Mercero y con reposición en 1996. Fue también muy buena su interpretación del cacique y "donjuanesco" Alvaro Mesía en "La Regenta" que dirigida por Fernando Méndez-Leite emitió TVE en 1995, compartiendo una espléndida cabeza de cartel con Aitana Sánchez-Gijón, Carmelo Gómez, Héctor Alterio y Amparo Rivelles. Y por supuesto, también estuvo a la altura poniéndose la piel del General Armada en "23 F, el día más difícil del Rey", bajo la dirección de Silvia Quer. Otras series recientes de televisión en las que intervino Galiardo fueron "Puerta con puerta" (1999), con guión de Alfonso Ussía, "Moncloa ¿dígame?" (2001), de Oriol Grau y "La hija del capitán" (2008), dirigida por José Luis García Sánchez, de la trilogía "Martes de Carnaval", de Ramón María del Valle-Inclán.




Seguramente no nos pasa a todos, pero algunos nacimos como en una burbuja, mamando en los mundos de "yupi", estudiando en colegios enmoquetados y, muy especialmente, pensando que eso era lo normal, que todo aquél que te cruzabas por la calle también comía caliente, tenía la vida organizada e iba a Misa los domingos. Yo soy de los que andaban preocupados por los negritos de África y cuando las monjas del colegio al que acudí hasta los 6 años nos pedían el papel de plata de las tabletas de chocolate para ayudar a aquéllos, me parecía una manifestación de la sabiduría de la naturaleza el que a mí me gustara el chocolate y a los africanos el papel que lo envolvía. Con los años la vida te va enseñando y aprendes que no es de color de rosa, que para descubrir los dramas que provoca la pobreza no hay que cambiar de continente, pues te los encuentras a la vuelta de la esquina y que la trayectoria de cada cual no está marcada puntualmente de manera previa y convencional, sino que el mismo punto de partida puede conducir a situaciones bien distintas y hasta contradictorias. Yo soy de los primeros miembros de esa generación en la que unos cuantos se perdieron por el camino a base de adicciones de efectos entonces desconocidos, unas vidas malgastadas sin demasiada culpa y con excesivas ignorancias.
Nuestros padres lo pasaron mal, ellos supieron lo que es el la guerra, el hambre, el miedo y lo supieron porque lo sufrieron, tal vez por eso vivieron demasiado pendientes de que no nos ocurriera a nosotros, puede que en exceso y les hemos salido acomodados, ingenuos y cobardones ... imagino que unos más que otros. Mis años de estudiante siempre los recuerdo como tiempos de agobios e incertidumbres, pero a la vez siento una notoria añoranza por ellos, pues me consta que no deja de ser la mejor época de la vida, a la vez que, con la madurez, comprendes que los problemas de entonces no solían ser tales y lo que me parecía un mundo no era casi nunca trascendente. La vida te acaba enseñando que el camino ni es recto ni uniforme ni limpio de obstáculos, que nadie te recibe en ningún sitio con la guardia formada ni te extiende una alfombra roja por la que andar con frente alta y aires de superioridad, y cuanto antes lo aprendas mejor te irá.
Ahora andamos en época de crisis y nos enfrentamos a un panorama hasta ahora desconocido para muchos; hay quien nos ha vendido unos años 60 y 70 llenos de oscurantismo y en los que unos pocos vivían bien y la mayoría lo pasaba mal: no es el mundo que yo he conocido, y aunque admito cierta falta de contacto con el mundo real durante mi infancia, más bien pienso que fueron épocas de crecimiento y de arraigo de la clase media. De la transición hasta ahora todo han sido, como dicen los catalanes, "flors i violas", pero de pronto se nos ha desmontado -siguiendo con los dichos del "Principat"- la "paradeta" y lo que hasta ahora valía, comenzamos a plantearnos que no sirve y, sobre todo, nos cuesta asumir que hay que empezar a renunciar a lujos, hábitos y alguna que otra comodidad ... y es que nos hemos mimetizado en una sociedad que huye de lo que resulta doloroso.

Me arrellané en mi asiento, casi compungido, subjetivamente avergonzado de haber ocasionado tanta molestia a un salvador de la patria y me dispuse a pasar la afortunadamente escasa hora y diez minutos de viaje, agradeciendo a la providencia que aún siga funcionando el AVE y me permitiera que mi "encajonamiento" no fuera a durar demasiado. Yo dormitaba, mientras mi compañero no paraba de darle a la tecla de su ordenador y a frecuentar diálogos telefónicos sobre compras, ventas, precios y otras "gaitas". Mi azoramiento -llamemosle así- era tal que ni por asomo me planteé salir del asiento, pues supondría una nueva odisea de recogidas, desenchufes, meneos, idas y venidas ... y quedé privado de la posibilidad de ir al bar, que no deja de ser un capricho, aunque también de acudir al W.C., lo que puede ser una necesidad -incluso una urgencia-, pero cualquiera se atreve a interrumpir la actividad del vecino, pues a esas alturas ya me daba miedo que por culpa de mi incontinencia pudiera subir la prima de riesgo.

Molinos llegó jovencísimo al primer equipo del Zaragoza, debutando con 20 años en 1ª División durante la temporada 1970-71, circunstancia que tiene especial mérito si consideramos lo difícil que históricamente ha costado llegar a jugar con el Zaragoza a los de la casa y la poca paciencia que se suele tener con los mismos. Molinos pertenece a una generación de canteranos que no tuvo la misma suerte que él: el meta Alonso, el lateral izquierdo Eusebio, los centrocampistas Fabra y Salvatierra, el extremo Padilla y el ariete Galdós, entre otros eran también jugadores con condiciones y aunque Galdós y Salvatierra jugaron algún año en el primer equipo ninguno cuajó en primera como Molinos. La temporada fue nefasta para el equipo, que bajó a segunda con números sonrojantes, pero Molinos demostró cualidades y en segunda división se convirtió en uno de los jugadores básicos para conseguir un ascenso que llegó por los pelos junto a veteranos como Violeta, Rico, Ocampos y Luis Costa, Molinos era un jugador de raza, con una condición física increíble, capaz de pasarse los 90 minutos corriendo y con un especial don para marcar a la figura del equipo contrario, a quien conseguía aburrir: entre sus víctimas están los mejores cerebros de la época, como Johan Cruyf, Marcial, Manolo Velázquez, Netzer, Luis Aragonés, Villar, ... Molinos se asentó en el centro del campo del Zaragoza y ya de nuevo en 1ª división formó una media sólida y compensada con dos mitos del zaragocismo: Javier Planas y Pablo García Castany, siendo fundamental para que ese año de regreso a la élite el Zaragoza se convirtiera en un equipo eficaz fuera de casa, donde logró nueve empates y una victoria, consiguiendo la igualada nada más y nada menos que en el Bernabeu, Camp Nou, Mestalla y Calderón.

En Múnich 72, las siguientes olimpiadas a las de Méjico, Vincent Matthews y y Wayne Collett, primero y segundo en la Final de 400 metros lisos realizaron una escena parecida, presentándose a recoger las medallas vestidos informalmente, el primero con el chandal abierto y colocado de cualquier manera y Collett con pantalones cortos, a la vez que mientras sonaba el himno estadounidense ambos se dedicaron a hablar entre ellos y gastarse bromas. Aunque ambos atletas negaron que fuera una nueva manifestación del Black Power, el COI les expulsó de los Juegos. El dramático secuestro por unos terroristas palestinos del equipo olímpico de Israel, que terminó trágicamente con la muerte de once atletas israelíes, cinco terroristas y un oficial de la policía alemana restó lógicamente fama a este asunto, que no tuvo la trascendencia del de Méjico.

Manolo Preciado era cántabro, pues había nacido en la localidad de El Astillero el 27 de agosto de 1957. Aunque la popularidad de la que gozaba le viene de su trabajo como entrenador, también podía exhibir un curriculum como futbolista que incluía la 1ª División, pues debutó con el Racing de Santander durante la temporada 1977-78, permaneciendo en el club del Sardinero cinco temporadas, de las que tres lo fueron en la máxima categoría. El Racing en el que debutó Preciado era un equipo consolidado entre los modestos de primera, con jugadores tan acreditados como el portero portugués Damas, su compatriota Quinito, los veteranos Geñupi, Rojo II, Sergio y Díaz, el central recientemente fallecido Arteche, que ficharía por el Atlético de Madrid y llegaría a internacional, el ariete paraguayo Orlando Jiménez, que luego jugaría en Valencia y Español y dos jovencísimos delanteros que con el tiempo destacarían en equipos grandes como Marcos Alonso y Quique Setién. Preciado era un defensa peleón y serio, que podía ocupar la posición de central y lateral zurdo, ofrecía seguridad, y aseguran además que tenía cierta habilidad para provocar penaltis. El Racing acabó bajando a segunda, donde jugó Preciado dos temporadas, logrando el ascenso con su equipo de siempre y disputando su última campaña en Santander (1981-82) de nuevo en primera, con un conjunto blanquiverde muy distinto a aquél en el que debutó y donde se habían incorporado jugadores como Castaños, Mantilla, Sañudo, Pedraza, Verón, Bernal, Villita y Angulo. Posteriormente estuvo en equipos de categorías más bajas, aunque todos ellos con tradición: Linares, Mallorca, Alavés, Orense y Torrelavega.
Tras una carrera digna como futbolista, Manolo Preciado se convirtió en un entrenador de buen nivel; siempre estuvo en equipos modestos, a los que supo sacarles el máximo partido. Era un hombre que estudiaba a los rivales, que sabía sacar jugo a cada uno de los jugadores que entrenaba y tenía un carácter que le permitía conjugar la exigencia con el buen trato. En las entrevistas y declaraciones posteriores a los encuentros sabía decir la palabra oportuna, era ocurrente y simpático. A lo largo de su trayectoria como míster consiguió cinco ascensos de categoría, el primero de ellos en la temporada de su debut en el banquillo con la Gimnástica de Torrelavega, a quien ascendió a 2ª B como campeona de su grupo de 3ª división. Un año después repitió la misma hazaña con el Racing B, a quien volvió a subir años después; sus dos últimos ascensos lo fueron a la máxima categoría: la temporada 2003-3004 con el Levante y la 2007-2008 con el Sporting de Gijón, que llevaba diez años en la división de plata. También entrenó a su Racing en dos ocasiones y al Real Murcia en otra. Con el Sporting hizo un trabajo formidable, manteniéndose en primera tres temporadas seguidas con un equipo limitado y un presupuesto mínimo, aunque en la última terminó siendo cesado y sustituído por Javier Clemente.